Por décadas, Occidente toleró el exorbitante privilegio de una economía con reservas en dólares porque Estados Unidos era la potencia indispensable
El nerviosismo actual del dólar no es ninguna sorpresa; los pocos economistas keynesianos que aún quedan lo esperaban desde hace mucho. He aquí las razones:
Durante muchos años, desgastamos nuestra posición comercial en la economía internacional y nuestro nivel de vida dependió de la voluntad del mundo de aceptar activos en dólares –
acciones, bonos y efectivo- a cambio de bienes y servicios reales.
Por décadas, Occidente toleró este «exorbitante privilegio» de una economía con reservas en dólares porque Estados Unidos era la potencia indispensable, que daba seguridad de fiar sin violencia intolerable. Esa lógica se evaporó hace 15 años.
A fines de los años 90, la posición de Estados Unidos era sostenida por el glamoroso boom de la tecnología de la información, que atrajo enormes cantidades de capitales provenientes de lugares más precarios como Rusia, Asia y otras partes del planeta. Pero eso también desapareció.
Hoy nuestro comercio de manufacturas se concentra en China y en Japón, lo que significa que esos dos países cuentan con disparatadas reservas de dólares y que sus acciones determinan en gran medida el valor de la moneda estadounidense.
El comportamiento de China y Japón está limitado por por el riesgo crediticio. Si venden demasiados dólares, el resto de sus carteras se derrumbará y se causarán a sí mismos enormes pérdidas. Esta consideración los induce a la prudencia. Pero si un jugador importante se entera de que otros pueden abandonar el juego, la prudencia podría terminarse. Esto es exactamente igual a la vieja corrida bancaria.
Reducir el déficit presupuestario no salvará al dólar, como piensan muchos demócratas. Un banco que sea presa del pánico no se puede salvar a sí mismo recortando su presupuesto publicitario, aumentando sus honorarios o despidiendo gente. Y una vez que se inicia una estampida, tampoco la detendrá una suba de las tasas de interés.
Ahora corren rumores de que Rusia está cambiando dólares por euros, que India está diversificando sus reservas, y que China evalúa hacer lo mismo. Steven Roach, economista de Morgan Stanley, les habría dicho a los clientes que se preparen para una hecatombe económica. El dique, que una vez fue sólido, comienza a agrietarse. Nadie puede predecir dónde o cuándo se romperá. Pero el encargado de tapar las grietas del dique con los dedos (como en el cuento para niños), Alan Greenspan, fue a Francfort hace poco y dijo claramente que no tenía suficientes dedos.
El aspecto más impresionante de esto es la despreocupación de Bush. Es casi como si actuara consciente de la cruda verdad: que la declinación del dólar favorece principalmente a sus amigos y desfavorece principalmente a aquellos que en nada le preocupan.
La caída del dólar inmediatamente provoca el alza de la bolsa. Las multinacionales tienen ganancias en Estados Unidos y en Europa. Cuando el dólar baja, las utilidades estadounidenses se mantienen iguales pero las ganancias europeas, medidas en dólares, suben. El precio del petróleo sigue alto, al menos lo suficiente para evitar que caiga el precio en euros. Esto también contribuye a las ganancias -medidas en dólares- de las petroleras estadounidenses.
Mientras tanto, China mantendrá su yuan fijo, y los precios de las importaciones no subirán mucho, de modo que Wal-Mart no se verá muy perjudicado. Los consumidores estadounidenses acusan el golpe, pero principalmente por el precio del petróleo. Pocos reconocen los orígenes políticos de su problema.
Dado que EE.UU. tiene sus deudas en dólares, los primeros afectados serán China y Japón. Difícil situación. Los países deudores de América latina acusarán el impacto en sus exportaciones, pero se verán beneficiados en el servicio de sus deudas. Aquellos países (como México) que exportan casi exclusivamente a Estados Unidos sufrirán un fuerte golpe; otros (como Argentina) que comercian con Europa pero pagan intereses en dólares, se verán menos perjudicados.
Un claro perdedor es Europa, que quiso encontrar una fórmula basada en las exportaciones para acabar con su desempleo masivo. Será mejor que se vayan olvidando de eso.