La vinculación entre la guerra de Irak, el desplome del dólar y la intensificación de las fricciones trasatlánticas es central en la actual dinámica de poder. Pasamos de la guerra fría a una etapa caracterizada por una paz fría en las relaciones intercapitalistas en general y en las de EU con Europa en particular. El […]
La vinculación entre la guerra de Irak, el desplome del dólar y la intensificación de las fricciones trasatlánticas es central en la actual dinámica de poder. Pasamos de la guerra fría a una etapa caracterizada por una paz fría en las relaciones intercapitalistas en general y en las de EU con Europa en particular.
El término paz fría fue acuñado por Jeffrey Garten, banquero, ex asesor de presidentes y decano de la Escuela de Negocios de Yale, para referirse al fenómeno de «las contradicciones interimperialistas». Por ello resulta llamativo que, en medio discurso de la «globalización» de la década de 1990, que consumía toneladas de tinta, miles de horas-radio y televisión y saturaba a una academia proclive a adoptar las modas de turno, Garten, del mero establishment capitalista, planteara la conflictividad intercapitalista como eje para comprender la situación internacional. Quizá por estar inmerso en «la terca realidad» no consideró serias o útiles las proclamas fáciles, deterministas y eufóricas del «globalismo pop».
La paz fría entre EU, Europa y Japón, acicateada por el mismo colapso de la URSS, el «enemigo común» que fungía como el cemento de la alianza y facilitaba el «manejo» estadunidense de la Entente intercapitalista, en ningún momento desatiende el hecho de que la tajada mayor de las exportaciones e importaciones, de la inversión extranjera directa y de los flujos financieros se realizan precisamente entre esos tres polos económicos. Pero tampoco descuida sus desavenencias y enfrentamientos en áreas como la aeroespacial, de semiconductores, biotecnología, subsidios a la agricultura y muchos más. Con la guerra en Irak, ese «enfriamiento» se amplió a lo geopolítico afectando a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Al aumento del gasto militar en Irak se agrega el desplome del dólar, emparentado con la profundización del déficit fiscal, así como un agravamiento del déficit de cuenta corriente, es decir, de la balanza comercial y de las transacciones financieras en ultramar.
Los problemas fiscales se derivan de un diseño presupuestal irresponsable y clasista con crecientes costos militares, pero la cuestión central es la falta de credibilidad del gobierno de Bush. Fue bochornoso el espectáculo ofrecido por quienes hicieron del engaño, la manipulación y la falsificación de datos y sucesos un asunto cotidiano. De aquí el gran escepticismo de la opinión pública mundial y los inversionistas en torno a la retórica en favor de un dólar fuerte proveniente del gabinete económico de Bush. Según Garten, la Casa Blanca se está comportando en el área de política económica internacional de manera similar a como lo ha hecho en la esfera política y militar: «se pronunciará de manera confiada si no es que arrogante, y no cejará de presionar fuertemente su ideología a lo largo y ancho del orbe. Invitará a otros países a participar en sus planes, pero a fin de cuentas hará lo que le dé la gana con o sin ellos. Su política en torno al dólar es un reflejo de su política en Irak» (Newsweek, 20/11/04, p. 31).
Garten muestra con datos por qué el problema para los inversionistas no se limita sólo a las «intenciones» reales de Bush, sino también a su capacidad para enfrentar los graves aprietos económicos gestados durante sus primeros cuatro años. EU pasó de un superávit acumulado de 5 billones de dólares a un déficit de más de 2 billones, es decir, un cambio de 7 billones (trillions en inglés).
Los pronunciamientos en torno a un dólar fuerte están acompañados de iniciativas presupuestales que, al acentuar el déficit, propician la caída en picada de la moneda. Garten muestra que el déficit fiscal no preocupa mayormente a Bush, quien promueve, entre otras medidas: a) dar carácter permanente a los recortes impositivos hechos a favor de los sectores de mayores ingresos, lo que significa agregar cerca de 2 billones al déficit de 10 años; b) aumentar el gasto militar y de seguridad interna, y c) privatizar la seguridad social, agregando entre uno y 2 billones al déficit. Por lo que aumenta la cautela de inversionistas y bancos centrales, de quienes EU depende grandemente para salir del atolladero y enfrentar sus necesidades de financiamiento estimadas en 2 mil millones de dólares diarios, el equivalente al ahorro total generado por las exportaciones de todos los países de Asia y Europa.
La idea parece centrarse en «internacionalizar» los costos del desastre en Irak y del despilfarro fiscal, por medio de la devaluación monetaria, pasando la factura al mundo. Hace poco, el secretario del Tesoro dijo, en referencia a otro rubro y con toda la cara dura del caso, que «el déficit de cuenta corriente de EU es una responsabilidad compartida».
Naturalmente en Europa y Asia aumenta el rechazo a cargar con los costes de este esquema mientras se acrecientan las tensiones entre las respectivas áreas monetarias. El problema se le agrava a EU, porque se modificó la estructura de poder del sistema monetario internacional y el dólar ya no es la única moneda global.