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El ejemplar triunfo de los trabajadores de Renault en Rumania

Fuentes: Argenpress

El economista francés François Chesnais en el prefacio al libro de Claude Pottier «Les multinationales et la mise en concurrence des salariés» escribe: «Los grupos industriales multiplican las experiencias tecnológicas y de organización que les permiten obtener niveles de productividad elevados en los NIP (nuevos países emergentes) y en Europa del Este. Estos no son […]

El economista francés François Chesnais en el prefacio al libro de Claude Pottier «Les multinationales et la mise en concurrence des salariés» escribe:

«Los grupos industriales multiplican las experiencias tecnológicas y de organización que les permiten obtener niveles de productividad elevados en los NIP (nuevos países emergentes) y en Europa del Este. Estos no son exactamente los mismos que en los países de origen, pero son mucho más elevados que antes y aumentan constantemente»… «buscan sacar ventaja de la situación extraordinariamente favorable que les ofrece esa convergencia «milagrosa» entre el aumento de la productividad y el mantenimiento de disparidades muy acentuadas en materia de salarios, de condiciones de trabajo (seguridad e higiene) y de niveles de protección social»…

«Los países llamados «en desarrollo» siempre han representado para las empresas de los países industriales del centro del sistema capitalista mundial una reserva de mano de obra con la que pueden contar según sus necesidades, al ritmo y en la escala que les conviene. Durante la fase (1950-1975) de crecimiento rápido de las economías todavía autocentradas y de producción fordista, hizo falta «importar» esa mano de obra, organizar los flujos migratorios hacia las metrópolis industriales. Era ya una forma de establecer la competencia entre los asalariados, pero con límites estrictos. Las relaciones políticas y sociales internas impedían excluir completamente a los inmigrantes de los sistemas de protección social. Aparte de la construcción, las normas de seguridad eran las mismas para todos los trabajadores. Para defender los salarios de los trabajadores más calificados, los sindicatos se vieron obligados, aunque no estuvieran realmente interesados en ello, a defender los salarios de los trabajadores inmigrantes no calificados.

La nueva configuración de la competencia entre los trabajadores es completamente diferente. Las empresas van al encuentro del ejército de reserva de trabajadores para explotarlos «in situ», allí donde viven. Se aprovechan de la disciplina política, de la competencia local entre los trabajadores, y de las condiciones de bajo costo de la reproducción de la fuerza de trabajo en los países de implantación. La convergencia de los niveles de productividad permite a las empresas internacionalizar la competencia entre los trabajadores, tomando como referencia los niveles de salario y de protección social más bajos. Al mismo tiempo se reducen las necesidades de mano de obra inmigrante. Las implicaciones de este proceso sólo comienzan a discutirse y analizarse. Mientras eso no comience a hacerse, será difícil decir, más allá de los análisis macroeconómicos mundiales relativos a los callejones a que conduce este esquema de acumulación, cómo deben actuar los asalariados de los países industrializados, sus sindicatos y los partidos que todavía quieren defender los intereses de los explotados allí donde éstos estén».

Es decir que la elaboración de una estrategia de respuesta a esta competencia forzada entre los trabajadores de distintas regiones del mundo, impuesta por el poder económico transnacional, requiere todavía una elaboración teórico-práctica.

Un esbozo de respuesta lo acaban de dar los trabajadores de Renault en Rumania y sus colegas franceses.

Hacia fines de marzo los trabajadores de la fábrica de automóviles Dacia en Rumania, que es una filial de la transnacional francesa Renault, se declararon en huelga reclamando un aumento de salarios del 50 por ciento sobre su salario actual, que oscila entre 200 y 285 euros mensuales, mientras sus colegas franceses de Renault en Francia perciben un salario de unos 2200 euros mensuales.

El 11 de abril, después de tres semanas de huelga, los trabajadores de Dacia lograron una importante victoria pues la empresa cedió y aceptó conceder un aumento de salarios del 40 por ciento.

Además de la firmeza con que los trabajadores rumanos mantuvieron la lucha, puede haber contribuido a esta victoria la solidaridad de los sindicatos de Renault en Francia, que consistió en el envío de una delegación, colecta de fondos de solidaridad, etc.

Este es un caso ejemplar porque por un lado los trabajadores rumanos reaccionaron contra la injusticia flagrante que significa ser pagados entre ocho y diez veces menos que sus colegas franceses por una productividad igual o casi igual y con un costo de la vida en incesante aumento, es decir contra una superexplotación exacerbada, de la que, por otra parte, son víctimas todos los trabajadores de los países pobres.

También es ejemplar porque la huelga suscitó la solidaridad de los trabajadores franceses de Renault, aunque haya que lamentar que la solidaridad internacional en este caso concreto no fuera más amplia. Que sepamos, no hubo pronunciamientos de la Confederación Sindical Internacional (CSI) , que dice representar a 168 millones de trabajadores de todo el mundo ni de la Confederación Europea de Sindicatos. Conviene sin embargo señalar que esta última convocó a una manifestación el 5 de abril en Ljublana, la capital de Eslovenia, para protestar contra la congelación de salarios en Europa.

Por otra parte, el ejemplo de los trabajadores de Renault en Rumania debería ser seguido, no sólo por los trabajadores superexplotados de los países «periféricos» sino también por los trabajadores de los países ricos, cada vez más explotados, aunque sus sindicatos aceptan en las negociaciones, salvo muy raras excepciones, migajas miserables que a veces ni siquiera cubren la inflación.

Resulta casi increíble, por ejemplo, que los sindicatos franceses, frente a la consigna de Sarkozy «trabajar más para ganar más» que no significa otra cosa que aumentar la tasa de explotación, sólo respondan planteando algunas compensaciones menores, en lugar de defender enérgicamente el postulado de que puesto que la productividad aumenta de manera vertiginosa lo que corresponde es redistribuir el producto resultante cada vez mayor y trabajar menos para vivir mejor.

Esta relativa pasividad de los sindicatos de los países ricos tiene una explicación objetiva que consiste en que el acceso a productos de muy bajo precio provenientes de los países pobres contribuye a disminuir el costo de la fuerza de trabajo en los países ricos .

Por ejemplo, la ropa barata que ingresa al mercado de los países desarrollados proveniente de los países donde los salarios son muy bajos.

En efecto, en el presupuesto de las familias, la ropa ocupa un lugar importante, que varía en más o en menos entre el 10 y el 40 por ciento según el nivel de ingresos, según se trate de familias con niños o no, urbanas o rurales, etc. En las familias de bajos recursos la comida y la ropa y, si es el caso, el alquiler de la vivienda, constituyen los rubros más importantes.

De modo que el acceso a ropa muy barata alivia en mayor o en menor medida el presupuesto familiar o por lo menos compensa los aumentos en otros rubros de dicho presupuesto y, como consecuencia, puede contribuir a disminuir o por lo menos a no aumentar el costo de la fuerza de trabajo. Lo que permite aumentar la tasa de explotación de los trabajadores de los países ricos, pues éstos son más «moderados» en sus reivindicaciones salariales. Aunque en los últimos tiempos el enorme aumento del precio de los alimentos en todo el mundo está acabando con esa relativa «paz social».

Estas son las consecuencias de la «mano invisible del mercado» y de la «libre competencia» a escala mundial, que incluye la libre competencia en materia de costo de la fuerza de trabajo, con sus perdedores y sus ganadores. Los perdedores son las decenas de millones de trabajadores (en nuestro ejemplo de la industria textil y del vestido) que se quedan en la calle o están obligados a aceptar el deterioro de sus condiciones de empleo. Y también pierde la industria textil de numerosos países que no pueden competir con los productos originarios de los países de más bajos salarios, como China . Los ganadores son los gigantes de la importación y de la distribución y las grandes empresas de las industrias dominantes en los países desarrollados, que se benefician con la disminución o por lo menos la estabilización del costo de la fuerza de trabajo.

Esto desmiente una vez más la teoría económica neoclásica de que el libre comercio internacional tiende a la nivelación de la remuneración de factores a escala mundial. Dicho de otra manera, los hechos desmienten la afirmación de que el «libre» comercio internacional a la larga «empuja» hacia arriba el desarrollo económico y el nivel de vida a escala planetaria.

Siempre subsisten las diferencias de remuneración del capital (beneficios) entre diferentes sectores industriales (textil y aeronáutica, por ejemplo) y la tendencia del capital a reducir el costo de la fuerza de trabajo orientando sus inversiones hacia las regiones de salarios más bajos. Esa es la estrategia de las sociedades transnacionales, que libran una lucha feroz entre ellas, totalmente ajena a la idea de la «competencia pura y perfecta». La reorientación del capital hacia sectores industriales o regiones geográficas más rentables se reproduce incesantemente y el resultado es bien perceptible: algunos ganadores y decenas de millones de perdedores, lo que explica en buena medida el hecho de que la brecha entre ricos y pobres, a escala mundial y también nacional hace decenios que no cesa de aumentar .

La respuesta de los trabajadores a escala mundial debe ser la lucha y la solidaridad internacional, más allá de las diferentes situaciones, que son secundarias, frente a lo que es común a todos ellos: la explotación capitalista, que en el marco de la crisis actual del sistema se incrementa en todas partes a pasos agigantados.

Que dicha respuesta se concrete y amplíe depende mucho de lo que hagan los «sindicatos y los partidos que todavía quieren defender los intereses de los explotados allí donde éstos estén», como dice Chesnais.