A principios de los años ochenta, cuando se produjo la explosión de los ordenadores personales, elegir qué computador comprar para el hogar o el negocio se convirtió en toda una aventura. Marcas como Commodore, Sinclair, Dragon o Amstrad inundaron las páginas de las revistas de los pioneros de la informática doméstica, en las que se […]
A principios de los años ochenta, cuando se produjo la explosión de los ordenadores personales, elegir qué computador comprar para el hogar o el negocio se convirtió en toda una aventura. Marcas como Commodore, Sinclair, Dragon o Amstrad inundaron las páginas de las revistas de los pioneros de la informática doméstica, en las que se examinaban las bondades y defectos de cada uno de sus modelos. No pasó mucho tiempo hasta que surgieron los primeros estándares, y en menos de una década, IBM se hizo con el mercado a través de la generalización de los ordenadores compatible IBM-PC y su sistema operativo, codificado por Microsoft. Pocos años más tarde de aquel triunfo de IBM, el gigante azul -así se le denominaba- dejaba de construir ordenadores, vendiendo su división a la china Lenovo. En la razón de su éxito estuvo su desgracia: la generalización del estándar que significaba el PC frente a otros modelos supuso que un mercado basado en la diferenciación -prestaciones, capacidades- se terminara convirtiendo en un mercado basado en el coste -precio de cada ordenador compatible-, haciendo que la fabricación de los mismos dejara de ser rentable para la multinacional americana.
De manera más reciente, hemos vivido el mismo proceso con los teléfonos móviles. De la primera explosión de marcas y modelos, hemos vivido el triunfo (parcial) de un estándar -Android- que terminará, de nuevo, por convertir el mercado de terminales móviles en un mercado de commodities, donde la fabricación dejará de ser rentable para las marcas que quieren diferenciarse.
La economía global no funciona sin estándares: nos evitan muchos costes de transacción, permiten una comunicación en los mercados sin apenas dedicar esfuerzo a la gestión de la información diversa. En un mundo con diversidad de opciones, y con enormes costes de información, los estándares permiten obtener resultados aceptables con un esfuerzo menor. La tendencia a la estandarización recorre la economía y la sociedad moderna, hasta tal punto que la Asociación Española de Normalización se encarga, en España, de elaborar y custodiar estándares que van desde la gestión ambiental hasta el buen gobierno municipal.
Esta tendencia se refleja también en el mercado laboral: cada vez son más las profesiones cuya acreditación depende menos de las titulaciones obtenidas y más del reconocimiento explícito de asociaciones profesionales privadas, que a la manera de los viejos colegios profesionales, establecen mercados parcialmente cautivos para sus acreditados. De esta manera, en el sector financiero encontramos CAIA, CFA, EFA o FRM. En el sector de la gestión de proyectos, se reconocen el PMP o Prince. En el sector de las TIC, Microsoft ofrece acreditaciones como MTA o MCDP. Hasta se ha puesto en marcha una acreditación para aquellos que trabajan en el ámbito del pensamiento creativo (CPS).
Pero los estándares tienen también efectos perversos: a veces el estándar dominante no es el más efectivo -en España, en los ochenta, se generalizó el sistema de vídeo doméstico VHS, muy inferior técnicamente al Betamax- y sus costes de sustitución se convierten en enormes: el teclado QWERTY, estándar mundial, está expresamente pensado para escribir lo más lentamente posible (evitando así que las viejas máquinas de escribir se atascasen), pero cambiarlo es prácticamente imposible. Usualmente, detrás del triunfo de un estándar viene la competencia vía precios, eliminando márgenes y sacando de los mercados soluciones potencialmente más innovadoras o de mayor calidad.
Dijo Picasso que el enemigo de la creatividad es el buen gusto. Hoy quizá diría que el estándar lo es de la innovación. No deja de ser significativo que la firma más innovadora existente en el ámbito de la economía digital haya sido, precisamente, la que renunció a usar los estándares. Ya saben cuál es.
Fuente: http://economistasfrentealacrisis.com/el-enemigo-numero-uno-de-la-innovacion/