Un solo hecho desnuda el clima moral que se vive en el Partido de los Trabajadores (PT) y en el gobierno de Luiz Inacio Lula da Silva. En febrero y mayo de 2003 el PT obtuvo dos préstamos bancarios de un millón de dólares cada uno, firmados por José Genoino, presidente del partido, y Delubio […]
A las pocas horas de que la revista Veja reveló la relación entre el PT y Valerio (acusado de ser el intermediario en la compra de votos en el Congreso) renunciaron Soares y el secretario general, Silvio Pereir! a. El fin de semana, luego de resistirse tenazmente, renunció Genoino. En su breve despedida de ocho minutos, dijo: «Luego de 20 años como diputado federal, al dejar la presidencia del PT tengo que ver cómo voy a sobrevivir como ciudadano».
La catarata de acontecimientos, que comenzó con denuncias de corrupción contra partidos aliados del gobierno, parece converger hacia la yugular del presidente Lula, luego de dejar por el camino a una parte de sus más cercanos colaboradores. Apenas el 16 de junio renunció José Dirceu por las denuncias sin pruebas de Roberto Jefferson, presidente del Partido Laborista (PTB). El senador petista Eduardo Suplicy dijo entonces: «Si una denuncia sin pruebas genera una crisis política, es porque no tenemos credibilidad». A fines de junio la dirección del PT había decidido blindar a sus principales dirigentes, a los que que ahora aceptó la renuncia. Las denuncias van descubriendo aristas impensadas en un partido como el PT, al punto de que sus milit! antes y sus votantes están perplejos. Y paralizados. Cada nueva noticia es un nuevo mazazo: el publicista Valerio, que sacó 8 millones de dólares de sus cuentas bancarias desde 2003, hacía los retiros en fechas que coincidían con votaciones importantes en el Congreso. O sea que la denuncia de compra de votos en el Congreso no era sólo un «golpe blanco de las elites», como se dijo al principio.
El periodista económico José Carlos de Assis asegura en Desemprego Zero que «por dignidad y honor» Lula debe renunciar lo más pronto posible. Puede parecer exagerado, pero Assis acierta con sus preguntas: «¿Cómo puede un presidente salir bien de una situación en la que sus principales auxiliares en el gobierno están metidos en una trama de corrupción que envuelve potencialmente decenas de empresas públicas cuyos dirigentes fueron nombrados por él? ¿Cómo puede fingir el jefe de gobierno que no tiene nada que ver con un partido que él crió, y donde fue criado, y cuya dirección acaba de s! er decapitada por estar envuelta en fraudes financieros?»
La segunda opción de Lula, negociar para llegar al fin de su mandato, es la que defiende Fernando Henrique Cardoso. El ex presidente es el principal y más lúcido enemigo de la izquierda y el inspirador intelectual del actual escenario, y advirtió a Bush que debe ocuparse más de América Latina para prevenir el surgimiento de «nuevos Chávez».
Hasta hace dos semanas Cardoso buscaba despetizar a Lula, a fin de cuentas el político más popular de Brasil, y evitar que se presente a la relección en octubre de 2006. Cardoso quiere destruir al PT y a la izquierda brasileña, para lo que necesita «asar a fuego lento» (la frase es de un miembro del partido de Cardoso) al actual presidente. En este momento dice que llegó la hora de «lanzar piedras al presidente».
El debate de fondo es cómo será el escenario post Lula. Sea como fuere, su gobierno ya terminó. Su última oportunidad fue, precisamente, la crisis en cu! rso. Podría haberse comportado como un capitán en la tormenta, desafiar el peligro y tomar decisiones trascendentes. Podría haber roto con las elites, aunque se arriesgara al naufragio por «cerco y aniquilamiento» de su gobierno. En ese caso podía aún pelear, apelando a los movimientos, a las iglesias progresistas, a los millones de brasileños que quieren cambios. Sin embargo, optó por reforzar la política económica neoliberal y sus ministros se acercan ahora a Delfim Netto, ex ministro de Economía de la dictadura, defensor del «déficit cero», que supone sacrificar el gasto social en el altar del «Estado mínimo».
En Brasil, la única alternativa de izquierda a Lula son los movimientos, que ya están tejiendo la unidad de acción para resolver su principal problema: el largo reflujo de más de una década sobre el que se montó el triunfo electoral del PT, pero que no produjo cambios en la relación de fuerzas en el país. A escala internacional, uno de los objetivos de la ofensiv! a de la derecha es neutralizar los aspectos de autonomía que hay en la política exterior de Lula, lo que permite concluir que la agresividad del imperio escalará varios puntos.
La crisis terminal del PT y de Lula debería alentar un debate continental. ¿Cómo fue posible que un partido y un dirigente que fueron la esperanza de millones de latinoamericanos cayeran de modo tan estrepitoso en apenas dos años?
El sociólogo Chico de Oliveira, fundador del PT, entrevistado por Brasil de Fato, reflexiona: «Los antiguos partidos socialdemócratas demoraron cien años para transformarse en partidos del orden. Al PT le llevó tres años». La llegada al poder, señala, «fue un desastre, expuso la fractura», pero no fue la causa. En su opinión la fractura se produjo en la campaña de 2002, con la Carta al pueblo brasileño en la que Lula se comprometió a respetar al capital financiero. Como «máquina burocrática» el PT tiene un gigantesco aparato con intereses materiales propios. O sea, es! una máquina conservadora. Concluye jugando con la palabra fin: «El proyecto de poder se puso por delante del proyecto de nación, y se terminó convirtiendo en su fin».