Traducido del inglés para Rebelión por Carlos Sanchis y revisado por Marina Trillo
La predicción más difícil para el año 2006 es la dirección y trayectoria de la economía estadounidense. En el 2005 la economía de este país desafió todos los principios conocidos de teoría económica: Ante el record de elevados déficits de comercio, monstruosos déficits en el presupuesto, una guerra fracasada e importantes escándalos políticos implicando a los ayudantes presidenciales, el dólar se fortaleció frente el Euro y el Yen, la economía creció en un 3,4% y todas las firmas inversoras importantes batieron records de beneficios. Parece que la economía estadounidense desafió las leyes de la gravedad y flota sobre el tumulto político y las vulnerabilidades estructurales. Pero el propósito de la «profecía» no es especificar el día y la hora del acusado declive y recesión sino identificar las profundas vulnerabilidades estructurales y los posibles hechos desencadenantes que podrían detonar una crisis.
La economía estadounidense continuará divergiendo en un doble sentido. El sector financiero se extenderá en el exterior, sobre todo las principales firmas inversoras como Goldman Sachs, JP Morgan y Citibank, mientras que el sector industrial encabezado por los «Tres Grandes» del sector automovilístico, retrocederá incluso aún más, existiendo la posibilidad de que General Motors entre en quiebra. Las multinacionales estadounidenses se extenderán a escala mundial, comprando acciones de bancos e industrias importantes, sobre todo en China, extendiendo el alcance económico del imperio, mientras que la economía doméstica sufrirá según se derrumbe la burbuja especulativa de la vivienda y bienes inmobiliarios, los altos precios de la energía minen la competitividad de las exportaciones y produzcan un marcado declive en el gasto del consumidor. Se identificará al imperio estadounidense cada vez más con sus gigantes económicos a medida que sus fracasadas guerras lleven a una retirada de las tropas de combate y dependa de la potencia aérea, de cipayos, de sanciones económicas y de la acomodación a regímenes social-liberales.
La crisis social doméstica se ahondará al tiempo que se expanden las oportunidades de beneficios en el extranjero. En el 2006, más del 90% de los trabajadores norteamericanos estarán pagando su costosa atención sanitaria individual y su plan de pensiones o, si no pueden pagarlos, perderán las coberturas. Los contratos de trabajo precario son la norma para todos menos para un pequeño sector de empleados públicos. La inflación real (incluyendo el aumento de los costos sanitarios, la educación, la energía y el coste de las pensiones) subirá aproximadamente dos veces el índice de precios al consumo y contribuirá al amplio deterioro del nivel de vida actual. El estallido de la burbuja de la vivienda reducirá el «valor del papel» de los propietarios a la mitad y forzará a la quiebra a muchos que están muy endeudados. No obstante, como pasó en recientes décadas (después de Savings and Loans, Dotcom, Enron y otras quiebras especulativas), aunque millones de pequeños especuladores e inversores en bienes inmobiliarios perderán decenas de millones de dólares, su descontento no encontrará ninguna expresión política. Cuanto mayores son las desigualdades en la renta, propiedades y riqueza entre las elites económicas financieras e imperiales, por una parte, y el sueldo doméstico y clases asalariadas, por la otra, tanto más bajo es el nivel de oposición política y social organizada. En el 2006 EE.UU. se convertirá en el país desarrollado con mayores desigualdades, con el mayor y continuado deterioro del nivel de vida y en la nación menos capaz de organizar una defensa de los derechos sociales – ya no digamos una alternativa – contra el modelo de acumulación capitalista centrada en el imperio. En una palabra; la crisis doméstica del nivel de vida financiará aún más la construcción del imperio económico en lugar de desafiarlo.
La expansión global estadounidense es sostenible debido a cambios fundamentales que tienen lugar en la India, China, Indochina y las monarquías petroleras de Oriente Próximo. Estos países han bajado muchas barreras a la inversión extranjera, empresas conjuntas e incluso a la propiedad mayoritaria en industrias de alto crecimiento, bancos y fuentes de energía. Multinacionales y bancos estadounidenses, europeos y japoneses acelerarán su entrada más allá de las cabezas de puente iniciales y se moverán por todos los sectores de la economía, con una mayor profundidad: El 2006 marcará la transición de China del «capitalismo nacional» a un modelo nacional e imperial de crecimiento capitalista.
Los EE.UU. continuarán sustituyendo guerra terrestre por guerra aérea en Irak: Por cada 10.000 soldados que se retiren, habrá centenares de ataques aéreos que se añadan. La política norteamericana respecto a Irak es el caso clásico de «dominio o ruina» de proporciones bíblicas. Puesto que ni EE.UU. ni sus regímenes títeres pueden gobernar, la política de Washington es retrogradar el país a un «Afganistán» de belicosos señores de la guerra clericales y étnicos y de jefes tribales basados en mini feudos. El debate sobre una nueva guerra contra Irán todavía no se ha resuelto debido a las divisiones profundas en Washington, las amenazas militares israelíes y al proceso Federal por espionaje de dos importantes líderes del lobby pro-israelí (AIPAC – Comité de Asuntos Públicos Israelo-Americano). Puede esperarse que Washington presione para que el Consejo de Seguridad imponga sanciones económicas que probablemente fracasarán debido al veto de China/Rusia. Seguidamente es probable, sobre todo si Netanyahu es elegido primer ministro, que Israel ataque lugares de experimentación con energía nuclear iraníes, con la complicidad de sus socios en la Casa Blanca y en el Congreso. La agresión israelí desatará una serie de guerras interpuestas probablemente en Líbano, Iraq (incluyendo el Iraq «Kurdo») y más allá, llevando a un incremento de las bajas estadounidenses y debilitando a los regímenes clientelares de Washington (Arabia Saudita, Jordania, Egipto etc.) Los precios del petróleo se pondrán por las nubes, por encima de 100 dólares el barril, si los iraníes bloquean el Estrecho de Ormuz. Si el ataque israelí lleva a una subsiguiente recesión económica mundial, la conmoción económica puede neutralizar la influencia de los sionistas en los círculos políticos de Europa y quizás, incluso en los Estados Unidos.
Aunque hay muchas contingencias que puedan llevar a un retroceso económico mundial y a una repercusión negativa anti-israelí, es prudente ponderar lo peor. Aunque el extremismo militar israelí puede minar cualquier reducción de las tropas estadounidenses en Oriente Próximo, el debilitamiento de los grupos de presión pro-israelíes podrían permitirle a Washington confiar su apoyo delegado a una fuerza militar y policial iraquí y kurda.
Es muy improbable que el ejército y la policía iraquí adiestrados por los EE.UU. se mantengan contra la insurgencia y la oposición masiva. Muy probablemente el ejército se fragmentará y desintegrará y los funcionarios políticos pro-estadounidenses huirán del país devastado y saqueado, vaciando la tesorería en su viaje de regreso a EE.UU. y a Europa. El probable resultado será un régimen clerical-nacionalista heterogéneo basado en un tiempo de guerra, enfrentado a un intento de mini estado kurdo con apoyo israelí determinado a la secesión y a la limpieza étnica de los no kurdos.
En Washington, el Congreso y ambos partidos políticos quedarán aún más desacreditados a medida que Jack Abramoff, un intrigante-estafador auto-confeso implique a docenas de miembros del Congreso, líderes de partido y a funcionarios del gobierno en un enorme escándalo de soborno. La acusación y enjuiciamiento de líderes congresistas, especialmente jefes republicanos en el Congreso, pueden impedir la promulgación de cualquier nueva legislación regresiva y represiva, pero puede estimular al presidente a implicarse en una aventura militar en el extranjero (bombardear Irán) para empapelar la crisis.
Por otro lado, otra intervención militar fallida de la Casa Blanca en el contexto de un Congreso desacreditado dirigido por felones líderes del partido podría encender un movimiento base para la destitución.
Un ejército estadounidense debilitado, el declive de clientes neoliberales ortodoxos, y el fracaso de las iniciativas diplomáticas en los foros regionales, está forzando a EE.UU. a «acomodar» a políticos de centro izquierda en América Latina. La mayor flexibilidad de Washington encontrará expresión en la continuación de las buenas relaciones de trabajo con los presidentes de Brasil, Uruguay, Argentina y probablemente Bolivia. La hostilidad del Departamento de Estado hacia el presidente de Venezuela, Chávez, será atemperada por su pérdida de resortes interiores de poder y las estrechas relaciones operativas entre las compañías petroleras estadounidenses y venezolanas. Los EE.UU. probablemente no intervendrán en las elecciones de Colombia, Chile, México o Brasil, porque cada uno de los principales candidatos está bien dentro de la órbita neoliberal estadounidense.
El resultado incierto en Perú, donde un antiguo oficial militar «nacionalista» cercano a Chávez es un importante contendiente, resultará en un fuerte respaldo al candidato conservador. Washington probablemente se implicará en alguna «mala jugada» de retaguardia en las elecciones presidenciales venezolanas, sabiendo de antemano que Chávez es probable que gane por una importante mayoría.
En otras palabras, Washington perderá su mayoría automática en las elecciones de América Latina y se verá forzado a archivar algunos de sus más ostensibles intentos de imponer el dominio económico. No obstante ninguna de sus bases militares estratégicas, amplias posesiones financieras y de recursos, y lucrativos pagos de la deuda se verán amenazados por la elección de presidentes de «centro izquierda». La principal advertencia al resultado de esta potencial «cohabitación» es un levantamiento popular con éxito si el centro-izquierda fracasa: En ese caso Washington probablemente intervendrá por medio de delegados locales, detonando una oposición regional.
En resumen, el 2006 será ciertamente un año sumamente volátil e incierto para el Imperio. Las derrotas militares, las crisis interiores, un gran declive del dólar y un debilitamiento general de los principios económicos domésticos se yuxtapondrán a la expansión económica en el extranjero, a las altas proporciones de beneficios financieros, a la oposición interior sumamente débil y a las elites serviciales en Asia y América del Sur. La mayor amenaza a la construcción del imperio no es doméstica ni está en el mercado competitivo sino en la guerra pendiente contra Irán; tanto si el ataque es estadounidense como si es israelí podría poner en movimiento una serie de graves conmociones políticas, militares y económicas que cambiarían radicalmente todas las predicciones y resultados anteriores y con respecto al estado del Imperio para el 2006.
La segunda gran conmoción en la construcción es la revuelta popular creciente contra las desigualdades monstruosas y las horrendas condiciones de trabajo impuestas por la clase gobernante china en alianza con el capital extranjero. Otra amplia conmoción podría surgir más allá del 2006 siempre y cuando el actual boom de afluencia de mercancías se colapse y mine la estrategia de exportación de los regímenes de centro-izquierda en América Latina y Central. En este contexto es probable que haya una nueva ola de movimientos extra-parlamentarios, antiimperialistas que podrían enviar convulsiones por todo el Imperio.
5 de enero de 2006