El vaciamiento de la soberanía de los Estados y el desmantelamiento del Estado de Bienestar van aparejados al deterioro de su tejido administrativo. En el Renacimiento, para garantizar la preeminencia de unos señores feudales sobre otros, surge el primer embrión de estructura de Estado, con un ejército profesionalizado, más estable que las mesnadas feudales, que […]
El vaciamiento de la soberanía de los Estados y el desmantelamiento del Estado de Bienestar van aparejados al deterioro de su tejido administrativo. En el Renacimiento, para garantizar la preeminencia de unos señores feudales sobre otros, surge el primer embrión de estructura de Estado, con un ejército profesionalizado, más estable que las mesnadas feudales, que requería un cuerpo de funcionarios que recaudara ingresos para su sostenimiento. Administración y Estado nacen, pues, a la par. Tras las revoluciones liberales se despersonaliza el poder, se consagran los derechos individuales, y se somete el Estado al Derecho. Pero es en el siglo XX, con el Estado del Bienestar, cuando se generaliza la intervención de los poderes públicos para garantizar el disfrute ciudadano de derechos sociales, extendiendo a toda la población la sanidad, la educación o la protección social. Crecen los servicios, y crece la estructura pública.
Hoy, asistimos en Europa al gradual despojamiento de derechos que creíamos consolidados, y al consentido deterioro de los servicios públicos, en un proceso que guarda relación con la pérdida de soberanía de los Estados, que no se han visto sustituidos por verdaderas estructuras políticas superiores con la globalización. El Estado va perdiendo su dimensión social, y se va convirtiendo en un mero aparato represor, como en los antiguos Estados liberales; de ahí su denominación de neoliberal; aunque ejecutor y descaradamente intervencionista, al servicio ahora de entes supranacionales y poderes económicos desdibujados, no elegidos democráticamente. Y si lo político y lo administrativo son interdependientes. Y si la política ya no la dictan los gobiernos y parlamentos legítimamente constituidos, también la administración llega a carecer de sentido. La pérdida de soberanía de los Estados hace que todo lo público se convierta en una piedra en el camino para la extensión del poder económico a ámbitos anteriormente fuera de su alcance.
En el libro «Hay alternativas», varios economistas proponen como vía reforzar el gobierno europeo, construir más Europa, ya que la Zona Euro necesita un verdadero Estado, una estructura política superior que cimente sus piezas, y que intervenga cuando una de ellas tiene problemas, comparando el presupuesto federal estadounidense (30% del PIB) con el europeo (1 %). Pasar, en definitiva -añado yo-, de ser confederación débil e inestable a constituirse como potente federación. Estos autores demandan un sistema fiscal europeo unificado y progresivo, al servicio del equilibrio interterritorial, que garantice demanda interna suficiente para sostener el Estado del Bienestar, ante el riesgo de la ruptura de la Zona euro. Este sistema fiscal -continúan-, permitiría la emisión de eurobonos o títulos de deuda pública europeos en mejores condiciones, evitando que los Estados soberanos queden en manos de especuladores a la hora de financiar sus deudas, como sucede ahora. Y consideran que el Banco Central Europeo debería tener bajo su responsabilidad el estímulo de la actividad económica, y prestar directamente a los Estados dinero a bajo interés, y no funcionar como un mero lobby de bancos. Propuestas para evitar el sangrante despojamiento del Estado del Bienestar y su suicida sustitución por el Estado neoliberal hay muchas. Lo que falta por ahora es libertad, interés, sensatez o humildad para secundarlas.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.