La película más buscada desde febrero en cientos de expendios informales de la capital venezolana, que ofrecen copias piratas de DVD y VCD, tuvo un costo de producción de apenas 100 dólares. Se trata del filme «Azotes de barrio en Petare», que narra las peripecias de adultos, jóvenes y niños en la espiral de violencia […]
La película más buscada desde febrero en cientos de expendios informales de la capital venezolana, que ofrecen copias piratas de DVD y VCD, tuvo un costo de producción de apenas 100 dólares.
Se trata del filme «Azotes de barrio en Petare», que narra las peripecias de adultos, jóvenes y niños en la espiral de violencia de dos bandas rivales en esa zona pobre del este de Caracas, que abarca a decenas de barriadas insalubres apiñadas en unas pocas colinas.
Robo, disparos, sangre, drogas, maltrato doméstico, corrupción policial, procacidad y muerte pasan, a veces con escenas de vértigo y a ratos cansinamente, durante las dos horas en que el filme muestra la azarosa vida de la marginalidad en callejones de Petare.
La sangre para filmar la película se hizo con salsa de tomate y de barro están realizados los agujeros de las balas en los cuerpos. Diminutos fuegos de artificio produjeron los «disparos», la droga en realidad era harina y los actores no eran tales sino amigos del realizador, que tampoco es cineasta profesional sino un barbero de 23 años de edad, Jackson Gutiérrez.
«Todos los días afeito a unas 20 personas en La Veguita (sector de Petare) y en promedio escucho cinco historias diarias de violencia: que anoche mataron al hermano de fulano o al tío de zutano», repitió Gutiérrez, como un libreto memorizado, a IPS.
Así, «le fui dando forma en la cabeza a la idea de hacer una película donde la misma gente hablara libremente y dijera lo que quisiera con las palabras que les salieran», y entonces, «sin libreto y sin saber nada de cine, parientes y amigos míos en el barrio y yo mismo fuimos haciendo la película», contó.
La historia resultó tan vívida y real, en un país donde el cine sobre la violencia urbana fija récord de taquilla desde hace tres décadas, que muchos espectadores pensaron que en realidad se trataba de delincuentes reales y veían cine documental.
«No es verdad. Cuando empezaron a decir eso quise llevar a los periódicos a quienes aparecen ‘muertos’ en la película», se defiende Gutiérrez, cuyo objetivo confeso fue «llamar la atención sobre la violencia y la inseguridad en las zonas pobres».
Durante marzo y abril, la película se ha vendido «como pan caliente» en los tarantines (tiendas de trastos) callejeros. Además, el anuncio de la Fiscalía General de que investigaría la participación ilegal de menores, o rumores de que se la recogería y prohibiría, al parecer no hicieron otra cosa que exacerbar las ventas.
Hacer la película costó unos 200.000 bolívares (menos de 100 dólares), aseguró Gutiérrez. Una copia se consigue por dos dólares, con alguna otra película violenta incorporada.
Lo que hizo Gutiérrez «es importante, una muestra de inspiración de un pueblo al que no se puede callar», opinó el realizador Jonathan Jakubowicz, director de «Secuestro Express», un filme sobre esa modalidad delictiva que se ha incrementado en Venezuela en los últimos 10 años.
«Secuestro Express» batió récord de taquilla en 2005, en medio de fuertes críticas de responsables del gobierno por cómo mostró a la policía militarizada.
«Tenemos que celebrar la existencia de una manifestación cinematográfica en los barrios», dijo César Cortez, de la Escuela de Cine Documental de Caracas y quien asesora al grupo reunido en torno a Gutiérrez para mejorar «Azotes de barrio en Petare» y filmar ahora el nuevo trabajo titulado «Pagan justos por pecadores», sobre la misma temática de violencia urbana.
La socióloga Verónica Zubillaga señaló a IPS que «la gente tiene necesidad de verbalizar, de exteriorizar el problema de la violencia. Por eso la gente se identifica con el filme y se detiene a verlo a veces en medio de la calle».
Llamó la atención sobre una escena del vídeo en el que dos uniformados asesinan por la espalda a dos delincuentes, los despojan de sus armas y se retiran como si nada hubiese pasado, «porque da una idea de la descomposición de las policías».
Las semanas de éxito de «Azotes de barrio en Petare» coincidieron con una sucesión de crímenes que conmovieron a la opinión pública. Primero, un empresario de origen italiano fue raptado y ultimado en cuestión de horas porque al parecer se resistió a los plagiarios.
Luego, tres hermanos adolescentes y un empleado de su familia fueron ultimados a sangre fría al cabo de 40 días de secuestro, y sus cadáveres encontrados en una zona pobrísima al este de Caracas. El presunto autor de los disparos es un joven de 18 años.
En las manifestaciones de protesta y dolor que siguieron a esos crímenes murió un fotógrafo de prensa, baleado mientras cubría una de las demostraciones en Caracas.
En todos los casos aparecieron involucrados policías activos o retirados, de distintos cuerpos municipales y regionales.
En Venezuela, de 26,5 millones de habitantes, la policía judicial dejó de suministrar estadísticas de homicidios después de que en 2003 se pasó la cota de 11.000 casos. Algunos expertos calculan que hubo más de 13.000 asesinatos el año pasado. ( (FIN/2006)
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