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El face to face de la industria cultural del imperialismo estadounidense y el golpe de Estado en Brasil

Fuentes: Rebelión

La tarea más honesta y más urgente del mundo deberá pasar por dos etapas, simultáneamente: 1) tener conciencia política clara sin tergiversar o contemporizar diciendo, por ejemplo, «no está bien así», «también tiene China, Rusia», «La revolución arco-iris de la liberación del matrimonio gay», «el capitalismo, «el reformismo» u otras tergiversaciones en fin y en […]


La tarea más honesta y más urgente del mundo deberá pasar por dos etapas, simultáneamente: 1) tener conciencia política clara sin tergiversar o contemporizar diciendo, por ejemplo, «no está bien así», «también tiene China, Rusia», «La revolución arco-iris de la liberación del matrimonio gay», «el capitalismo, «el reformismo» u otras tergiversaciones en fin y en comienzo, La primera urgencia ineludible que nos toca es: adquirir una incisiva e invariable claridad crítica en relación con lo peor, o lo peor de lo peor, o, hacia adelante, lo peor, para dialogar con una pieza teatral de Samuel Beckett; y lo peor es lo que parasita el cotidiano de los pueblos del mundo y este nefasto peor tiene nombre: el rostro del imperialismo gringo, parásito que se pega en la piel, en los rostros, en el alma de toda la humanidad, sanguijueleando la savia de las vidas colectivas.

La primera tarea que nos toca, para garantizar la vida en la Tierra, es, por lo tanto: quitar la máscara del rostro del imperialismo yanqui porque ella no es ni la alegría, ni la creación, ni la libertad, ni la juventud, ni la belleza, ni la justicia, ni el multiculturalismo, ni la seriedad, por no hablar de la universalidad civilizada que disimula ser; tal rostro no es otra cosa que una farsa montada para engañarnos en frente de la III Guerra Mundial que EE.UU lleva a cabo sin cesar y de forma unilateral desde el supuesto fin de la II Gran Guerra, vencida con indecibles sacrificios en primer lugar por la antigua Unión Soviética (1).

El rostro del imperialismo gringo es lo peor de lo peor en lo peor, a saber, el capitalismo mundial integrado.

Es, por tanto, lo que debe ser rechazado decisivamente, si queremos sobrevivir como especie.

El primer axioma que nos interesa y al cual debemos negar de todas las formas posibles e imaginables, por lo tanto, es: el imperialismo estadounidense, en nombre de sus corporaciones, decretó de forma unilateral la Tercera Guerra Mundial contra los pueblos del mundo, aprovechándose del caos instalado en el planeta tras el fin de la Segunda Guerra Mundial.

El semblante del imperialismo yanqui (este parásito planetario, tanto más pernicioso cuanto más se observa que es deseado y reverenciado planetariamente) es una farsa o simplemente un sistema de despojo que tiene el siguiente objetivo en todas partes: disimular que EE.UU no es al mismo tiempo el epicentro y el despóticamente soberano agente genocida de la Tercera Guerra Mundial contra los pueblos del mundo, sus recursos, sus creaciones, su trabajo común.

La segunda tarea urgente y extremadamente honesta, se diria la única honestidad, en términos de urgencia, que debemos exigir en términos inequívocos, en este momento, es: también negar sin dudarlo el modelo de realización planetario del rostro gringo: la expansión igualmente omnipresente de su industria de tecnología cultural, formateada en bienes de comunicación absolutamente planetarios.

Para quitar la máscara del rostro planetario del imperialismo yanqui, con el objetivo de evidenciarnos que EE.UU realiza una guerra mundial contra los pueblos del mundo, guerra presente en las cuatro esquinas del planeta, es necesario negar también sin dudarlo la omnipresencia de la industria cultural del estilo gringo de vida (en realidad, de muerte).

La industria cultural planetaria del imperialismo gringo es su (im)propio rostro.

La industria cultural planetaria no es ni el soporte de la libertad de expresión de los pueblos del mundo, ni el epicentro, via Hollywood, por ejemplo, de la creación cinematográfica de calidad estética; ni, si tenemos en cuenta las redes sociales como Facebook, el colorido espacio virtual de nuestro libre derecho de comunicarnos en tiempo real con el mundo entero, sin miedo a ser feliz. E incluso, sin miedo a la libertad, porque ya muchos la tememos en vez de luchar por ella, porque ya muy pocos inventamos acontecimientos y no sabemos cómo escapar de los que nos acosan, a diferencia de como lo hacía Don Quijote, con solvencia, así fuera enfrentándose a molinos de viento, una metáfora del poder que no sabemos quién lo tiene, pero sí quién no lo tiene, como diria Michel Foucault.

Ella, la industria cultural, es esencialmente una poderosa arma de guerra que cumple simultáneamente el siguiente objetivo: esconder la Tercera Guerra Mundial que el imperialismo estadounidense realiza efectivamente contra los pueblos del mundo.

Para tal fin, la industria cultural del imperialismo yanqui hace uso de dos dispositivos: 1) expandir por los cuatro costados del mundo el rostro gringo como parásito-mayor principalmente de las otredades negras, homoafectivas, femeninas, indígenas, amarillas, obreras, incluyendo el lumpemproletariado (véase, Emirato Islámico, Boko Haram); 2) mostrar el infierno en el que viven las alteridades del mundo, colectivamente consideradas, desvinculando tal infierno de la Tercera Guerra Mundial protagonizada y decretada unilateralmente por EE.UU.

Como se puede notar, el primer dispositivo, de cooptación de otredades, adaptándolas, vía deseo, al rostro gringo, sirve ante todo para esconder que la Tercera Guerra Mundial del imperialismo estadounidense lo es principalmente contra las alteridades, los oprimidos de clase, género, etnia, en términos marxistas.

Esta situación engendra verdaderas aberraciones. La principal de ellas se inscribe en el siguiente axioma: cuanto más adaptadas al rostro del imperialismo gringo, deseándolo y experimentándolo como si fuese propio, más se combaten a sí mismas las alteridades, convirtiéndose en verdaderos soldados suicidas del imperialismo yanqui.

El imperialismo gringo es colectivo, pero lo es de forma un poco distinta de aquella propuesta por el economista egipcio, Samir Amin (2005). Para Amin (El Cairo, 1931), autor entre otros libros de Crisis del imperialismo (1997), el imperialismo colectivo se configura como la acción dominadora orquestada conjuntamente, después de la II Guerra Mundial, por EE.UU, Europa central y Japón, con el objetivo de producir una hegemonia económica, financiera y cultural sobre la periferia del sistema, principalmente sobre China, Rusia, India (2).

Aunque Samir Amin, este singular pensador sobre el imperialismo contemporáneo, haya argumentado innumerables veces que la élite estadounidense, en el ámbito del imperialismo colectivo, transformó a Europa y a Japón en vasallos y también que el proyecto de dominación planetaria del mundo, llevado a cabo por EE.UU después de la II Guerra Mundial, estaba aprobado, y está, en el desafío de ampliar mundialmente la Doctrina Monroe (1823), partimos del principio de que la simple propuesta de un imperialismo colectivo, por sí sola, diluye la tarea urgentísima que nos cabe a todos, alteridades del mundo u oprimidos del mundo, a saber: decir no, con sagacidad, inventiva y ante todo con unión de fuerzas planetarias, a la tercera (o cuarta) guerra mundial en la que vivimos, decretada por EE.UU después de la II Guerra Mundial (3).

Es verdad, con Samir Amin, que estamos viviendo en la era del imperialismo colectivo, aunque este no se esboce o no se configure a partir de la tríada EE.UU/Europa/Japón, sino a través de la expansión planetaria del rostro de la industria cultural yanqui. Esta, como un parásito, pegado al rostro, al cuerpo, a las subjetividades de las otredades planetarias, en contextos en los cuales estas se convirtieron en suicidas.

La tarea más honesta y más revolucionaria de la actualidad, como escala para la construcción de una sociedad poscapitalista no parasitaria, independiente del nombre, si socialismo, si comunismo, es, en este sentido: rasgar la cara del imperialismo gringo, eliminando su subjetivo potencial parasitario, que infesta los cuerpos de las alteridades del mundo, a través de la democratización radical de la producción, de la circulación y del consumo de todos los productos de la industria cultural.

Quitar la máscara del rostro del imperialismo yanqui es el reto de los pueblos del mundo, al no existir otra alternativa, de cara a la tercera (o cuarta) guerra mundial instalada, se afirma categóricamente.

La máscara del rostro del imperialismo estadounidense, vía industria cultural, se pegó al rostro de las alteridades de género, de clase, étnicas, geográficas, lingüísticas, lo que las hace perder el potencial libertario inmanente a ellas, para transformarlas en verdaderos ventrílocuos del imperialismo gringo, que así impone al planeta su Doctrina Monroe. Contra esto habría que crear, como proponía el libertario, solitario y solidario Albert Camus una Sociedad de las Naciones que no esté sometida a la voluntad de los Estados nacionales, como ya en la posguerra, en su serie de artículos titulada «Ni víctimas ni verdugos» abogó de nuevo en favor de un parlamento (o congreso, en el caso de regímenes presidencialistas) mundial elegido por sufragio directo (4).

Y, a propósito, qué es una alteridad? Una alteridad puede ser definida como el otro en relación con cierto patrón dominante (siempre por la fuerza y por la voluntad). Existe alteridad étnica, porque la expansión europea impuso el perfil blanco como patrón de referencia a los pueblos colonizados. Existe alteridad de género, porque el patriarcado impuso el perfil masculino heterosexual como patrón. Existe alteridad de clase, porque el burgués es el perfil dominante de la civilización burguesa.

No obstante, como todo concepto, el de alteridad necesita ser actualizado, sin dejar de lado los ajustes del párrafo anterior. En el contexto de la tercera (o cuarta) guerra mundial decretada por el imperialismo yanqui, después de la segunda guerra mundial, el rostro gringo se convirtió en patrón para toda la humanidad, incluso para las oligarquías europeas, japonesas, rusas, chinas, etc.

El papel de la industria cultural del rostro del imperialismo yanqui es: hacer que todas estas alteridades, incluyendo las oligárquicas (lo que parece una paradoja, pero no es), se peguen al rostro del imperialismo estadounidense, convirtiéndose en soldados de este.

La situación del Brasil hoy es caricaturalmente ejemplar, bajo este punto de vista, porque a lo que estamos asistiendo y leyendo, en tiempo real (a través de la industria cultural del imperialismo gringo aqui instalada, como TV Globo, Revista Veja, Folha de São Paulo, solo para citar los ejemplos más claros), es la orquestación de un golpe de Estado protagonizado por la Policía Federal y por el Ministerio Público brasileños, instituciones que deberían defender los intereses de nuestro pueblo, pero que están casi totalmente contaminadas (no existe un término mejor) por el parásito del rostro del imperialismo estadounidense.

La llamada, por el periodista Paulo Henrique Amorim, República de Guantánamo, nombre irónico por él dado a la Corte Federal Decimotercera de Curitiba, capital del estado brasileño de Paraná, ha convertido todo el país en rehén de un juez de primera instancia, Juez Sérgio Moro, «valiente» vigilante que conduce la llamada Operación Lava Jato de la Policía Federal, operación supuestamente creada para combatir la corrupción en Petrobrás (y otros grandes proyectos estratégicos del Estado brasileño), teniendo en cuenta la relación de Petrobrás con grandes contratistas nacionales.

No argumentamos que no hay corrupción en Petrobrás. No es este el asunto. Lo que argumentamos es que la Operación Lava Jato no está preocupada por la corrupción, sino que la usa como pretexto para combatir a la economía brasileña y protagonizar un golpe de Estado contra el Gobierno de Dilma Rousseff.

Basta una simple lectura de la biografia del Juez Sérgio Moro en Wikipedia para encontrar que: hizo un curso de programa de instrucción de abogados en Harvard Law School, en 1998, y participó en programas de estudios sobre lavado de dinero realizados por el Departamento de Estado de los Estados Unidos.

¿Se necesita decir más?

Sí, se requiere. El juez Sérgio Moro se apoya precisamente en la industria cultural del imperialismo gringo, en su version brasileña, para llevar a cabo un golpe de Estado contra la «B» del BRICS.

Por lo tanto, contra el BRICS.

Todo en nombre de esta religión, opio del pueblo, antes, y ahora «la cocaína de los pueblos», al decir de Umberto Eco (5) de y para alteridades: el rostro (de la industria cultural: bueno, seudo/semi cultural) del imperialismo estadounidense.

NOTAS:

(1) Lo que se llamó equívocamente Guerra Fría, para no pocos expertos y, en particular, para el profesor Juan Carlos Monedero, de la U. Complutense, de Madrid, sería la III Guerra Mundial o «quizás le convendría mejor llamarse Segunda Guerra Interimperialista, toda vez que la condición supranacional de la guerra estuvo motivada especialmente por las tensiones de dominación imperial de los actores implicados. Es por esto mismo por lo que lo que para muchos es la Tercera Guerra Mundial se convino en llamar con el eufemismo Guerra Fría que ocultaba la enormidad de víctimas que implico.» (Monedero, Juan C. El gobierno de las palabras: de la crisis de legitimidad a la trampa de la gobernanza, Escuela de Liderazgo Democrático, UPN, Bogotá, 2005: 54)

(2) Aunque se le considera neomarxista, Samir Amin rechaza tal clasificación e incluso critica al movimiento. Ha dedicado gran parte de su obra al estudio de las relaciones entre países desarrollados y subdesarrollados, a la función del estado y principalmente a los orígenes de esas diferencias, las cuales estarían en las bases mismas del capitalismo y la mundialización; esta, encarnada hoy por EE.UU. es un fenómeno tan antiguo como la humanidad que, no obstante, en las antiguas sociedades ofrecía ocasiones a las regiones menos avanzadas de alcanzar a las demás. Por lo contrario, la mundialización moderna, asociada al capitalismo, es polarizante por naturaleza: su lógica de expansión mundial produce en sí una desigualdad creciente entre los socios del sistema.

(3) Para poder decir NO a la III o IV Guerra Mundial que viene desarrollando EE.UU contra los pueblos del mundo, con astucia, inventiva y unión de fuerzas, es necesario saber que, a partir de la Doctrina Monroe, que no fue escrita por James Monroe, el presidente de entonces, sino por John Quincy Adams, su vice-presidente y luego reemplazo de aquél, los estadounidenses se creyeron los únicos dueños no solo de «América» («América para los americanos», reza su eslógan) sino del mundo entero. (Nocivo) sentimiento que se incrementó con otras ideas nefastas: las que llevaban implícitas el Manifest Destiny (1845), según el cual EE.UU fue llamado para tomarse al mundo por desígnio divino, cuando en realidad fue la decisión de unos cuantos terrícolas sanguinarios; el Plan Marshall (1947) para la supuesta reconstrucción de Alemania, en realidad el primer atisbo de freno al comunismo en el mundo y el inicio de la Guerra Fría; y la Alianza para el Progreso (1961), lanzada e ideada para minar la influencia de la Revolución Cubana, frenar la expansión del comunismo, dar inicio a una etapa sangrienta en América Latina: la que hoy se pretende reiniciar con los pretextos de que (el difunto) Chávez, Correa, Kirchner, «líderes elegidos democráticamente, tratan de consolidar su poder de forma ‘extra-constitucional'» (Arturo Valenzuela, Secretario de Asuntos Hemisféricos del Dpto. de Estado, APM: 12.IV.11), olvidando que el presidente al que él representa, Barack Obama, fue acusado por el Congreso de EE.UU de haber ordenado bombardear a Libia extra-constitucionalmente. Acusación que por el camino se fue diluyendo…

(4) Como está consignado en el libro Albert Camus – Escritos libertários (1948-1960), edición de Lou Marin, colección Tiempo de Memoria, Tusquets Editores, Barcelona, 2014, 297 pp.: p. 23. En él, además, se plantea que el movimiento político anarquista no debe confundirse con lo que los medios masivos de información «describen todos los días como ‘la anarquía’: esas matanzas, ese caos, esa violencia a los que solamente la policía y el ejército podrían poner fin, en especial la OTAN (véase Kosovo, Timor Oriental, casi el conjunto del continente africano, Afganistán, Irák).» (PP. 17-18) Lo que los autores de este ensayo no podemos reprimir acá es una sonora carcajada por lo que se afirma respecto a la OTAN pues ya se conocen las atrocidades que han cometido los Cascos Azules en todos los conflictos en los que se han hecho presentes: bastaria citar el caso de la guerra de Bosnia/Servia y, en particular, lo sucedido en Sarajevo, cubierto no por la prensa occidental sino por un escritor de la talla de Juan Goytisolo (Barcelona, 1931), Premio Cervantes 2014.

(5) http://www.elespectador.com/opinion/columnistasdelimpreso/umberto-eco/columna-cocaina-de-los-pueblos Sostiene Umberto Eco en este artículo que: «… que por razones religiosas se han encendido muchas hogueras; que religiosísimos son los fundamentalistas musulmanes, los terroristas de las Twin Towers, Osama y los talibanes que bombardearon los Budas; que por razones religiosas se oponen India y Pakistán y, para acabar, que Bush invadió Irak invocando ‘God Bless America’. Por todo lo cual, estaba reflexionando que, si a veces la religión es o ha sido el opio de los pueblos, más a menudo, quizá, ha sido su cocaína. Al final va a resultar que el hombre es un animal psicodélico.» Aunque ya antes Umberto Eco ha citado a José Saramago: «Las religiones, todas ellas, sin excepción, nunca han servido para aproximar [ni] congraciar a los hombres; que, por el contrario, han sido y siguen siendo causa de sufrimientos inenarrables, de matanzas, de monstruosas violencias físicas y espirituales que constituyen uno de los más tenebrosos capítulos de la miserable historia humana» (El País, 18 de septiembre de 2001). http://elpais.com/diario/2001/09/18/opinion/1000764007_850215.html 

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