Recomiendo:
0

El factor Phelps

Fuentes: Sin Permiso

El 10 de diciembre, Edmund Phelps, mi colega en la Universidad de Columbia, recibirá el Premio Nobel de Economía de 2006. Lo merecía desde hace mucho. Si bien el Comité del Premio Nobel citó sus contribuciones a la macroeconomía, Phelps ha hecho contribuciones en muchas áreas, incluyendo la teoría del crecimiento y el cambio tecnológico, […]

El 10 de diciembre, Edmund Phelps, mi colega en la Universidad de Columbia, recibirá el Premio Nobel de Economía de 2006. Lo merecía desde hace mucho. Si bien el Comité del Premio Nobel citó sus contribuciones a la macroeconomía, Phelps ha hecho contribuciones en muchas áreas, incluyendo la teoría del crecimiento y el cambio tecnológico, la tributación óptima y la justicia social.

La observación clave que Phelps hizo en el campo de la macroeconomía es que las expectativas afectan la relación entre la inflación y el desempleo y, ya que las expectativas en sí mismas son endógenas -cambian a lo largo del tiempo- también cambia la relación entre desempleo e inflación. Si un gobierno intenta llevar la tasa de desempleo a niveles muy bajos, la inflación va a aumentar y también aumentarán las expectativas inflacionarias.

Este razonamiento tiene dos posibles implicaciones de política. Algunos políticos han concluido a partir del análisis de Phelps que la tasa de desempleo no puede bajarse permanentemente sin que aumenten los niveles inflacionarios. Por lo tanto, las autoridades monetarias simplemente deben enfocarse en la estabilidad de los precios buscando la tasa de desempleo a la que la inflación no aumente, conocida como «tasa de desempleo no aceleradora de la inflación» (NAIRU, por sus siglas en inglés).

Pero la NAIRU no es inalterable. La implicación correcta, que Phelps enfatizó repetidamente, es que los gobiernos pueden implementar una variedad de políticas, en particular políticas estructurales que permitan a la economía operar a un nivel más bajo de desempleo.

Las políticas que se enfocan exclusivamente en la inflación están equivocadas por varias otras razones. Como una cuestión práctica, incluso controlando las expectativas (como Phelps insiste en su obra que se haga), la relación entre el desempleo y la inflación es altamente inestable. Es prácticamente imposible distinguir la relación a partir de los datos excepto en unos cuantos períodos aislados.

Parte de la explicación de esta inestabilidad se encuentra en los cambios en los niveles de educación, en la creación de sindicatos y en la productividad. Pero cualquiera que sea la razón, los políticos se enfrentan a una incertidumbre considerable en cuanto al nivel de la NAIRU. Por lo tanto, todavía se enfrentan a un dilema entre presionar muy a la baja la tasa de desempleo y desencadenar un período de inflación, y no presionar lo suficiente, lo que resulta en un derroche innecesario de recursos económicos.

La manera en que se perciben estos riesgos depende de los costos de enmendar los errores, lo que a su vez depende de otras propiedades de la relación inflación-desempleo que en el análisis de Phelps no se abordaron. El peso de las evidencias muestra que el costo de enmendar el error de presionar demasiado a la baja la tasa de desempleo es en sí mismo muy bajo, al menos en países como Estados Unidos donde la relación se ha estudiado detenidamente. Según este punto de vista, la Reserva Federal debería buscar agresivamente una tasa de desempleo baja hasta que se vea que la inflación está aumentando.

En contraste, los «halcones» de la inflación afirman que hay que atacarla de manera preventiva. Si bien la mayoría de los bancos centrales son halcones de la inflación, esta postura es una cuestión de religión y no de ciencia económica. Sencillamente no hay evidencias empíricas, o hay muy pocas, de que las tasas bajas a moderadas de inflación que se han dado en las décadas recientes, tengan algún efecto dañino real significativo en la producción, el empleo, el crecimiento o la distribución del ingreso. Tampoco hay pruebas de que si la inflación aumenta ligeramente no pueda revertirse a un costo relativamente menor -comparable con los beneficios del empleo y crecimiento adicionales que se disfrutaron en la expansión excesiva de la economía que condujo al aumento de la inflación.

A principios de los años 1990, la Reserva Federal y muchos otros creían que la NAIRU estaba alrededor del 6% al 6.2%. Con base en los cambios en la economía, el equipo que trabajó conmigo en el Consejo de Asesores Económicos del Presidente Bill Clinton y yo argumentábamos que la NAIRU era considerablemente más baja. Teníamos razón. El desempleo cayó al 3.8% sin que la inflación aumentara repentinamente.

Esto es importante porque, como argumentó el gran economista Arthur Okun, al reducir el desempleo por dos puntos porcentuales la producción aumentaría de 2 a 6% o de .5 a 1.5 billones de dólares en el caso de Estados Unidos. Incluso para un país rico esto es mucho dinero. Se podría utilizar para dar al sistema de seguridad social estadounidense una base sólida durante los siguientes 75 a 100 años. Incluso podría pagar una parte sustancial de una guerra como la de Iraq.

El trabajo de Phelps nos ayudó a entender la complejidad de la relación entre la inflación y el desempleo y el papel tan importante que las expectativas pueden desempeñar en esa relación. Pero es una mala interpretación de ese análisis concluir que nada puede hacerse acerca del desempleo o que las autoridades monetarias deberían enfocarse exclusivamente en la inflación.

Ese punto de vista es el de una escuela de la macroeconomía moderna que asume que hay expectativas racionales y mercados en perfecto funcionamiento. En otras palabras los individuos -que se asume que son idénticos- utilizan plenamente toda la información disponible para prever el futuro en un ambiente de competencia perfecta, sin fallas en los mercados de capitales y una cobertura plena de todos los riesgos. No sólo son absurdos los supuestos sino también las conclusiones: no hay desempleo involuntario, los mercados son completamente eficientes y la redistribución no tiene consecuencias reales. Pero, según esta escuela, no importa mucho que las políticas gubernamentales no sean efectivas. No es necesaria la intervención del gobierno porque los mercados siempre son eficientes. Y lo que es todavía más perjudicial, muchos seguidores de esta postura, cuando se enfrentan a la realidad del desempleo, dicen que sólo surge por las rigideces impuestas por los gobiernos y por los sindicatos. En su mundo «ideal» sin ellas afirman que no habría desempleo.

Durante más de tres décadas, Phelps ha demostrado que hay un enfoque alternativo. Ha tratado de entender qué podemos hacer para reducir el desempleo y aumentar el bienestar de los de abajo. Pero también se ha esforzado en comprender qué es lo que hace dinámicas a las economías capitalistas, qué hay detrás del espíritu empresarial y qué podemos hacer para promoverlo más. La economía de Phelps sigue siendo de acción y no de resignación.