«En sus últimas semanas de existencia oficial el comité recibió pruebas que mostraban que se habían producido intentos por parte de ciertas personas de establecer una organización fascista en este país (…) No hay duda de que estos intentos se discutieron, se planificaron y podrían haberse ejecutado cuando y si los apoyos financieros lo hubieran […]
«En sus últimas semanas de existencia oficial el comité recibió pruebas que mostraban que se habían producido intentos por parte de ciertas personas de establecer una organización fascista en este país (…) No hay duda de que estos intentos se discutieron, se planificaron y podrían haberse ejecutado cuando y si los apoyos financieros lo hubieran juzgado oportuno».
– Informe del Comité McCormack-Dickstein
Un patriota, no el traidor que querían
¿Saben lo de la trama golpista que aprenden todos los jóvenes americanos en la clase de Historia de décimo curso? Ah, sí…
En noviembre de 1934, el célebre general de los marines Smedley Butler, dos veces condecorado con la Medalla de Honor, prestó testimonio ante el Comité McCormack-Dickstein, precursor del Comité de Actividades Antinorteamericanas. En su declaración, Butler se refirió a una conspiración encabezada por un grupo de opulentos hombres de negocios (la Liga Norteamericana por la Libertad – The American Liberty League) a fin de establecer una dictadura fascista en los EE. UU., en la que no faltarían campos de concentración para «judíos y demás indeseables»
Enséñame la pasta
Butler había sido abordado por Gerald P. MacGuire, de la firma Grayson M-P Murphy & Co. de Wall Street. MacGuire afirmó que reunirían un ejército de 500.000 veteranos de la Primera Guerra Mundial, desempleados en su mayoría, y marcharían sobre el Distrito de Columbia. Los plutócratas querían que Butler dirigiese el golpe, pensando que, al igual que los bolcheviques, ocupar una ciudad de importancia (Washington, a modo de Petrogrado) provocaría la caída del gobierno. Prometieron aportar tres millones de dólares para empezar y ofrecieron un tentador cebo de 300 millones. Butler siguió adelante con el complot hasta que logró conocer la identidad de todos los intrigantes. Ni uno solo de ellos fue jamás convocado a testificar o acusado de traición. Y prácticamente todos ellos figuraron entre los fundadores del Consejo de Relaciones Exteriores (Council on Foreign Relations – CRE)
La Liga estaba encabezada por los cárteles de DuPont y J.P. Morgan y tenía apoyo importante de Andrew Mellon Associates, Pew (Sun Oil), Rockefeller Associates, E.F. Hutton Associates, U.S. Steel, General Motors (GM), Chase, Standard Oil y Goodyear Tires.
El dinero lo canalizó la Union Banking Corporation dirigida por el senador Prescott Bush [1] (sí, el de esos Bush) y Brown Brothers Harriman (sí, ese Harriman) [2] a la Liga (y a Hitler, pero ésa es otra historia). Los conspiradores se jactaban de las conexiones de Bush con Hitler y mantenían incluso que Alemania le había prometido a Bush que proporcionaría material para el golpe. Esta afirmación resultaba totalmente creíble: un año antes, el presidente de Chevrolet, William S. Knudsen (el cual había donado 10.000 dólares a la Liga) viajó a Alemania, donde se reunió con los dirigentes nazis, y declaró a su vuelta que la Alemania de Hitler era «el milagro del siglo XX». En aquel entonces, Adam-Opal Co., propiedad por entero de GM, ya había empezado a producir motores para los tanques, camiones y bombarderos de los nazis. A James D. Mooney, vicepresidente de GM para operaciones exteriores se le sumaron Henry Ford y Tom Watson, jefe de IBM, entre quienes recibieron la Gran Cruz del Águila Alemana de manos de Hitler por sus considerables esfuerzos en favor del Tercer Reich.
El encubrimiento
Mientras que el Comité concluyó que el General Butler decía la verdad, desacreditar a un hombre así de inquebrantable resultaba problemático para los conspiradores. Rápidamente intervino la prensa empresarial para tratar de sembrar dudas acerca del héroe de guerra, y se precipitó a tacharle de ingenuo. La idea de Knudsen para desacreditarlo consistió en declarar que «no fue más que una charla de cóctel». Esta maniobra de distracción se pregonó en los titulares de la Associated Press como «El golpe del cóctel». El acalde de Nueva York, Fiorello LaGuardia, [3] desechó la conspiración como cosa de «alguien que le hubiera sugerido la idea al ex-marine en una fiesta a modo de broma».
Entre 1934 y 1936, la Liga acaparó treinta y cinco apariciones favorables en la portada del New York Times. TIME ridiculizó a Butler en un reportaje de portada del 3 de diciembre de 1934, aunque la historia de Butler quedase corroborada por el director de la VFW, James E. Van Zandt, que afirmó que le abordaron para que dirigiese el golpe. Sin embargo, TIME puso una nota a pie de página en un artículo de principios de 1935 que declaraba: «Asimismo, la semana pasada el Comité de Actividades Antiamericanas parlamentario se propuso informar de que una investigación de dos meses le había persuadido de que la historia del general Butler acerca de una marcha fascista sobre Washington era inquietantemente verídica».
Tan solo los diarios de Scripps-Howard respaldaron a Franklin Delano Roosevelt (FDR) y presentaron la verdad.
¿Qué pasó con los «monárquicos económicos?»
El presidente Franklin D. Roosevelt denominó a los conspiradores «monárquicos económicos» y sobrevivió a sus esfuerzos afortunadamente torpes. El 3 de enero de 1936, FDR arremetió contra la Liga Norteamericana por la Libertad ante una sesión conjunta del Congreso en la que anunció la prohibición de las exportaciones militares a Italia.
«Nuestra resplandeciente aristocracia económica no quiere volver al individualismo del que tanto hablan, aunque las ventajas de ese sistema recayeran en los despiadados y los fuertes. Se dan cuenta de que en treinta y cuatro meses hemos levantado nuevos instrumentos de poder público. En manos de un gobierno del pueblo, este poder es saludable y apropiado. Pero en las manos de una política títere de una aristocracia económica, ese poder pondría grilletes a las libertades del pueblo. Si se les deja, seguirán el rumbo emprendido por toda aristocracia del pasado: poder para ellos mismos y esclavitud para el pueblo».
FDR nunca pudo llevar a ninguno de los conspiradores ante la justicia. Ni siquiera consiguió ponerle freno a Prescott Bush hasta 1942, cuando el gobierno intervino los activos de sus empresas pronazis, ¡cosechando unas inesperadas ganancias para Bush cuando se le devolvieron esos activos en 1951! Es evidente que la mentalidad fascista de los «monárquicos económicos» nunca ha desaparecido y constituye la fuerza impulsora tras el ascenso (y deceso último) del Imperio Norteamericano, los ataques a los derechos y pensiones de los trabajadores, los ataques a nuestras redes mínimas de seguridad, etc.
En su día, la Liga se promovió como bastión de todos aquellos inquietos por los «onerosos impuestos con los que se grava a la industria por el seguro de desempleo y la pensión de vejez». La Liga trataba de «combatir el radicalismo» y de «inspirar respeto por los derechos de las personas y la propiedad, y de modo general, fomentar la libre empresa privada».
J.P. Morgan y Chase son hoy en día uno solo. Las fortunas de las familias Mellon, Rockefeller, DuPont, Pitcairn (Pittsburgh Plate Glass) y Pew se han disparado. Pew y Rockefeller se han transformado en un conciliábulo de fundaciones que financian/neutralizan iniciativas progresistas de base.
El movimiento «Ocupemos…» de 1936
William S. Knudsen fue el único conspirador de los que estaban en el ajo que se volvió contra la trama, renunció a Hitler y tiene el mérito de haber empujado a GM a llegar a un acuerdo con los huelguistas de Flint. [4] Los trabajadores, mal pagados y sobrecargados de trabajo, tomaron las fábricas y se quedaron en ellas, empezando por Fisher Body #3 de Flint, y repelieron los ataques de la policía controlada por GM y los matones a sueldo. FDR y el gobernador de Michigan, Frank Murphy, llamaron a la Guardia Nacional, no para provocar a los trabajadores sino para formar un cordón entre huelguistas y sicarios. El padre y el abuelo de Murphy habían sido ahorcados por los británicos por tratarse de revolucionarios irlandeses y muchos de los huelguistas eran trabajadores de origen irlandés, lo que despertó sus vivas simpatías.
44 días después, Knudsen, para entonces vicepresidente de GM, declaró que «ha llegado el momento de la negociación colectiva». Con la ayuda de su aliado, C.S. Mott, dos veces alcalde de Flint, veterano filántropo y animador cívico, máximo accionista y miembro de la junta directiva de GM, la empresa alcanzó un acuerdo que llevó a la semana de 40 horas, el pago de horas extra, el derecho a crear sindicatos, pensiones, etc. Mott se cuidó incluso de que se establecieran en las fábricas clínicas de salud para los trabajadores y sus familias. Alfred P. Sloan, conspirador del golpe/Presidente y Director de GM, que hubiera querido recuperar las fábricas a cañonazos, renunció parcialmente a sus responsabilidades como jefe de GM y Knudsen le substituyó como presidente. GM llegó a convertirse en la primera gran empresa del mundo durante 40 años, el país fue testigo del ascenso de la clase media y la disparidad de la riqueza llegó a niveles mínimos en la historia de los EE. UU.
Probablemente no se trató de algo puramente altruista por parte de Knudsen, pues dos años más tarde FDR puso a Knudsen a cargo de la Comisión Nacional Asesora de Defensa. Bajo su dirección, la Junta de Producción de Guerra norteamericana, presidida convenientemente también por Knudsen, concedió a GM contratos de armamento por valor de unos 12.000 millones de dólares. Al mismo tiempo, las fábricas Opel de GM construían la mayoría de los motores de los camiones y bombarderos de Hitler. Esta parte de «gana siempre» no tuvo como resultado ninguna acusación contra Knudsen o GM. Por el contrario, llevó a que Knudsen, inmigrante danés, se convirtiera en el primer civil nombrado general del Ejército de los EE. UU.
La lección
La lección que hay que sacar y no olvidar nunca es que, tal como apuntó Roosevelt, los monárquicos económicos tienen su propia agenda decididamente antipopulista. Puesto que no tuvieron que pagar ningún precio por su intento de golpe, nunca han titubeado en su ideología populista. Hoy en día, simplemente amañan elecciones, levantan enormes aparatos de «seguridad» y provocan a cualquiera que haga frente a su dominación (el alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, el duodécimo norteamericano más rico, con una fortuna de 19.500 millones, alardeaba recientemente: «Cuento con mi propio ejército, el NYPD (Departamento de Policía de Nueva York), el séptimo más grande del mundo. Y tengo mi propio Departamento de Estado, mal que le pese a Foggy Bottom [denominación popular del Departamento de Estado norteamericano]».[5]
El acoso a los sindicatos continúa sin mengua. Los EE. UU. tienen un porcentaje mayor de su población encarcelada que el de cualquier país en cualquier momento histórico. Y gracias a las recientes decisiones del Tribunal Supremo, nadie puede rivalizar con el peso de los financieros. Los «monárquicos» poseen hoy el gobierno, igual que la prensa y sus propios ejércitos. Sacar dividendos de la guerra sigue siendo lo primero en su agenda, seguido de cerca por los ataques a los salarios, pensiones y atención sanitaria de los trabajadores… La red de seguridad conseguida con gran esfuerzo por FDR y los huelguistas está hoy siendo atacada.
Como dijo entonces ese gran populista, el senador Robert La Follette, de la Liga Norteamericana por la Libertad (y todas sus posteriores encarnaciones) no se puede «esperar que defienda la libertad de las masas del pueblo norteamericano. Habla en nombre de los intereses creados».
La otra lección es la siguiente: Ocupar los Medios de Producción consigue resultados.
Notas del t.:
[1] Prescott Bush (1895-1972), padre y abuelo de los presidentes George H. W. Bush y George W., fue senador por Connecticut entre 1952 y 1963 y partidario y apoyo del presidente Eisenhower.
[2] El autor se refiere a Averell Harriman (1891-1986), político y diplomático demócrata y estrecho colaborador de Roosevelt y Truman, de quienes fue embajador en la Unión Soviética entre 1943 y 1946 y secretario de Comercio, respectivamente. Fue gobernador de Nueva York entre 1954 y 1958, fallido candidato a la nominación presidencial en 1952 y 1956, y posteriormente trabajó como Jefe de Embajadores para el Gobierno Kennedy, además de como Secretario de Estado para Lejano Oriente. Siguió implicado en Vietnam con la administración Jonson, tras favorecer el derrocamiento del presidente Diem en 1963 y como negociador jefe en las conversaciones de paz de París con Vietnam del Norte.
[3] Fiorello LaGuardia (1882-1947), celebérrimo alcalde republicano de Nueva York entre 1934 y 1945, de origen italiano y judío e intensa orientación social, tuvo el apoyo del presidente Roosevelt en sus medidas políticas de transporte, vivienda, obras y parques públicos.
[4] Se trata de la huelga de ocupación de las plantas de General Motors en Flint, estado de Michigan (Flint Sit-Down Strike), entre diciembre de 1936 y febrero de 37, un hito triunfal en la historia de la lucha de los sindicatos en los Estados Unidos.
[5] Foggy Bottom, literalmente «vega brumosa», es el nombre del barrio de Washington en el que se encuentran las oficinas del Departamento de Estado.
Michael Donnelly es colaborador de la revista Counterpunch.
Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón