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El fanatismo político que mata

Fuentes: Rebelión

Hace unos meses el escritor y semiólogo italiano Umberto Eco denunció, así tranquilo, con la certeza de quien sabe de qué lado masca la iguana, con una frase aniquiladora que fue un gancho al hígado a millones de fanáticos políticos derechistas, homofóbicos, racistas, clasistas y misóginos: «Las redes sociales le dan derecho de palabra a […]

Hace unos meses el escritor y semiólogo italiano Umberto Eco denunció, así tranquilo, con la certeza de quien sabe de qué lado masca la iguana, con una frase aniquiladora que fue un gancho al hígado a millones de fanáticos políticos derechistas, homofóbicos, racistas, clasistas y misóginos: «Las redes sociales le dan derecho de palabra a legiones de imbéciles que antes hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la colectividad».

Se las dibujó clarito como quien explica con manzanas la alineación del 4-4-2, como quien habla de monas y trompos, de cincos, tiras, gotitas y chimbombas. Vaya pues, como quien con ver el sol sabe qué hora es. Tan al pedalazo como si hubiera explicado en cantina de pueblo la raíz cuadrada del triángulo de la hipotenusa. Tan chuchita como quien explica el proceso del atol de tres cocimientos o de los tamalitos de viaje. Como quien describiera el oficio del chuzo, de la colima y el azadón en parcela de aldea. Así tan sencillo como quien hablara en jerga futbolera qué tiene que ver el talón de Aquiles con la bicicleta.

En Latinoamérica el coletazo fue como un fuera de combate instantáneo y cuando volvieron en sí se dedicaron a despotricar, a amenazar. Es que les dio en la loza. Típico de quienes no saben discernir, de quienes no crean, de quienes copian y pegan. De quienes se dejan arrear. De quienes dan las estocadas por la espalda. De los usurpadores, de los aprovechados. De estos que se disfrazan de mojigatos, intelectuales y profesionistas. Vaya pues de estos fanáticos políticos que con su voto terminan aniquilando a los pueblos. De estos personajes que tienen toda la pinta de analfabetas políticos pero que en realidad son osados en el arte de la deslealtad y de la estafa.

Estos que alaban a Hitler, a Mussolini, a Pinochet, a Franco. A Trujillo. A Ríos Montt. A Porfirio Díaz. Vaya pues, estos que en Guatemala votaron por Otto Pérez Molina y Jimmy Morales. Los que en Honduras aplaudieron el golpe de estado a Manuel Zelaya. Los que mueren de las ganas de que un golpe de estado saque a Dilma de combate como lo hicieron en Paraguay con Lugo. Los que quieren que Perú tenga un dictadora como Keiko Fujimori. Los que llaman yegua a Cristina y cerda a Bachelet. Esos mismos que ven con orgullo el Apartheid que vivió África. Los que ven como negocio fructífero los diamantes de sangre en África.

Estos catrines raquíticos que en México votaron por Fox, Calderón y Peña Nieto y que siguen escupiendo la memoria de los que tuvieron los arrestos para llevar acabo la Revolución Mexicana. Pero que brincos dieran de tener el valor de las Adelitas. Son estos mismos que en Argentina piden que salgan en libertad los perpetradores de Derechos Humanos y con esto avalar la impunidad.

Vaya pues, estos que se visten de blanco y que en nombre de la paz arremeten contra el desarrollo de los pueblos. Para un ejemplo la venezolana Lilian Tintori, esposa del detractor Leopoldo López que ahora anda con la bulla de que el gobierno venezolano la quiere matar. Nosotros defendemos los Derechos Humanos, los que están en contra son ellos. Nosotros somos reconstrucción, son ellos los que le apuestan a la destrucción. Son ellos los que votaron a Macri en Argentina. Esos mismos de los que habla Umberto Eco. Son esos mismos los que guardan silencio ante el genocidio Palestino y Sirio.

Hay que tener mucho cuidado con los fanáticos políticos, porque son manipulables y se atreven a todo con tal de ganar. Se llevan los Derechos Humanos entre las patas. Se dedican a propagar la mediatización. Son maestros en el arte del mangoneo. Los más aviesos lanzan las cortinas de humo y dejan que las masas las hagan suyas y las crean para luego beneficiarse ellos y repartir el motín entre unos cuántos empresarios oligarcas que tienen ya pactado el contrato con aquellos a los que Hugo Chávez enviara al carajo porque se estaban metiendo con un pueblo digno.

Estos ejemplares se encuentran en todos los niveles de la sociedad, tienen variedad de profesiones y oficios, diferentes formas y edades. Pero la mayoría pulula en la clase media latinoamericana, en esa burguesía colonial, la mayoría tiene títulos universitarios y más de un par de zapatos. Esa mayoría no come frijoles con tortilla. Esa mayoría es capaz de subastar a su propia madre y a sus propios hijos con tal de alcanzar un hueso que les permita la comodidad de la impunidad. Estos que en Guatemala movieron cielo, mar y tierra para lanzar por la borda la sentencia por genocidio a Ríos Montt.

Las masas que siguen negando que hubo genocidio. Esa muchedumbre que vive a los pies del patriarcado y la violencia de género. Esos que siguen viendo a la mujer como un ser de quinta categoría. Los que no creen en la vena política de las artes, de la cultura, de la identidad. Los que aborrecen la belleza de un río de aguas cristalinas y de una flor silvestre. Los que detestan el canto de los grillos. Esos mismos que le huyen al poder emancipador de la rebeldía.

Esta mayoría, esta masa amorfa es la que pide a gritos que Estados Unidos invada Venezuela y que siga manteniendo el embargo a Cuba. Esta muchedumbre que de pronto se salió del vocablo del bar y se instaló en las redes sociales es de un fanatismo político abrumador, de contestatario no tiene ni las jachas. De digno no tienen ni el parado. De honrado no tiene ni la sombra. De identidad y de Memoria Histórica no tiene las agallas. Son estos los que con su voto se embrocan poniendo en la presidencia de sus países a lacayos, títeres de sus propias pasiones mezquinas y de las ansias de poder y renombre, que para lograrlo son capaces de aniquilar a sus propios pueblos.

Son estas masas fanáticas las que echan a perder el futuro de los pueblos en desarrollo. Las que calumnian los gobiernos progresistas. Son estas las que se venden, las que se subastan, las que traicionan. Esta horda es la que a toda costa intenta agrandar la grieta del subdesarrollo. De la impunidad. Son estos ejemplares los que en las venas llevan el chilate del fanatismo político que mata, que aniquila el progreso de un pueblo.

¿De qué manera no violenta se combate el fanatismo político? Vaya pues, precisamente eso es lo que hacen los gobiernos progresistas. Por esa razón son atacados constantemente. ¿Y usted lector, es chicha o limoná? A ponerse a militar pues que era para ayer.

Blog de la autora: Crónicasde una Inquilina