Durante las pasadas semanas, tanto la OCDE como el BCE han reconocido abiertamente la desaceleración que está sufriendo la economía europea desde la segunda mitad de 2018, encendiendo con ello todas las alarmas acerca del progreso futuro de la actividad en la región. Se trata del mayor recorte en sus previsiones de crecimiento desde […]
Durante las pasadas semanas, tanto la OCDE como el BCE han reconocido abiertamente la desaceleración que está sufriendo la economía europea desde la segunda mitad de 2018, encendiendo con ello todas las alarmas acerca del progreso futuro de la actividad en la región. Se trata del mayor recorte en sus previsiones de crecimiento desde 2009.
Parece que las grandes incógnitas comienzan a despejarse y no auguran un escenario nada halagüeño. El año 2019 viene marcando un importante cambio de coyuntura en Europa. No sólo en la lucha de clases, cuya expresión más aguda ha sido la emergencia (y permanencia hace ya más de cuatro meses) de los Gilets Jaunes en Francia, sino también en el tablero económico.
Tal es el escenario que parecen sugerir las nuevas previsiones de crecimiento adelantadas por la OCDE y el BCE. El primero ha rebajado ocho décimas su estimación de noviembre para la eurozona, hasta un 1%, la revisión a la baja más pronunciada desde 2009, cuando hace solamente cuatro meses se esperaba un 1,8%. ¿Qué factores pueden explicar tal comportamiento de las anteriores variables?
Malas noticias para el corazón industrial de Europa
En realidad, no se trata de una noticia inesperada. Sin ir más lejos, la producción industrial europea, que durante años había sido el gran motor de crecimiento de la región, viene avisando de un frenazo en seco. Ésta cayó en diciembre un 4,2% respecto al mismo mes del año anterior. De nuevo, el peor dato en nueve años, sin parangón desde la Gran Recesión y con un impacto particular sobre las grandes potencias europeas.
La eurozona suma así dos meses consecutivos de caída de la producción industrial en tasa interanual, es decir, en comparación con los meses de noviembre y diciembre de 2017. Estos datos, publicados por Eurostat, reflejan el impacto de toda una serie de factores coyunturales que quizás hayan llegado para quedarse.
Por un lado, la tensión comercial entre Estados Unidos y China, que ha provocado el resurgimiento de las políticas arancelarias, acerca de las que reflexionábamos recientemente en Izquierda Diario , afecta especialmente a la eurozona, ya que es la región con mayor superávit de cuenta corriente, superior incluso al de China.
Por otra parte, el país asiático está viviendo una ralentización de calado en sus tasas de crecimiento durante los últimos trimestres, lo que ha tenido un impacto importante en las importaciones de productos europeos, particularmente alemanes. Estos dos factores han contribuido decisivamente a enfriar la demanda de mercancías industriales europeas. Sin embargo, hay más elementos que refractan en la dinámica negativa de las variables de comportamiento económico para la eurozona.
Incertidumbre, crisis política y lucha de clases
«La elevada incertidumbre política y la moderación de la confianza apuntan a una desaceleración de la demanda que podría persistir», advierte la OCDE. O lo que es lo mismo, en 2019/2020 cabe esperar un escenario de crecimiento raquítico con posibles recaídas en recesión para toda la zona euro. En concreto, este mismo organismo ha rebajado su previsión hasta el 1,2%, lo que supone un recorte de cuatro décimas con respecto a la estimación anterior, del 1,6%.
¿A qué elementos de orden «superestructural» se refiere la OCDE? El Brexit es actualmente la mayor de las amenazas para la maltrecha economía europea. El mismo informe sólo parece contemplar un Brexit ordenado en un lapso temporal más o menos prolongado, pero tal hipótesis no está en absoluto garantizada a día de hoy. Hace pocos días la Cámara de los Comunes respaldó por apenas cuatro votos una enmienda que descarta un brexit sin acuerdo «en cualquier fecha y bajo cualquier circunstancia». Aunque esta votación sólo tiene un valor consultivo y no anula la implementación del artículo 50 del protocolo de salida, que fija la fecha de salida en el 29 de marzo de 2019.
Mientras la posibilidad de un «no acuerdo» con Bruselas vuelve a estar sobre la mesa, este jueves el Parlamento británico debe pronunciarse sobre si el maltrecho Gobierno de Theresa May pide o no a Bruselas una prórroga en la fecha de salida, aunque nadie tiene claro por cuánto tiempo y, todavía más importante, para qué. Una petición que, dicho sea de paso, la UE no da por sentado que vaya a aceptar.
A nadie escapa la idea de que un Brexit «duro» supondría convertir en papel mojado todas estas predicciones y enviarían directamente al Reino Unido a la recesión, con consecuencias materiales y políticas difíciles de prever para toda la Eurozona.
En este escenario, el resultado de las elecciones al Parlamento Europeo y el previsible crecimiento de formaciones de extrema derecha euroescépticas, una hipotética agudización de las tensiones comerciales con los EE.UU. o la caída de la confianza de los agentes económicos provocada por todo lo anterior, también serían factores desestabilizantes que tendrían su impacto en la dinámica económica europea.
Y, por supuesto, el elemento clave para cualquier marxista, a saber: el rol de las masas en todo este proceso. Por ejemplo, y dado el anterior escenario, ¿Qué implicaciones podría tener una hipotética agudización del movimiento de los «chalecos amarillos» en Francia, a los que se suma la entrada del movimiento obrero sindicalizado que este martes ha hecho una nueva huelga general contra Macron , abriendo la posibilidad de que se establecieran lazos con la clase obrera de ese país, exportando una oleada de profundo descontento por toda Europa?
En este punto, ningún analista serio puede ya asegurar si todas estas dificultades son de carácter coyuntural o estamos realmente ante una amenaza seria de cambio de coyuntura del ciclo, brusca y descendente. Lo único cierto es que las contradicciones se acumulan en la base material del capitalismo europeo. Y los medios para sortearlas de que disponen las clases dominantes son realmente exiguos.
Una montaña de deuda, el gran lastre
La reacción del Banco Central Europeo a los síntomas de desaceleración no se ha hecho esperar. Toda la gran orquesta de Mario Draghi ha sido puesta en funcionamiento, aunque que cada vez tiene menos potencia. En concreto, anunció que no se tocarán los tipos de interés hasta 2020 y que lanzará una nueva ronda de liquidez a la banca con préstamos de corto y largo plazo. De esta manera, la rentabilidad exigida a los bonos estará cerca del mínimo de 2016. El objetivo es estimular el crédito, barato y a raudales, y apostar al financiamiento barato de las economías europeas. Todo con el fin de intentar reactivar consumo e inversión de los agentes económicos y así contrarrestar la desaceleración.
En otras palabras, la utilización de la política monetaria, en un sentido tibiamente keynesiano, para tratar de insuflar vida a la demanda agregada e intentar sortear la fase descendente del ciclo. Pero a pesar de todos los esfuerzos por estimular la misma, tanto consumo como inversión se frenarán este año. Así lo estima el BCE, que apunta a una caída del consumo privado de cuatro décimas con respecto de lo que esperaba en diciembre, creciendo un 1,3%, y un crecimiento para la formación de capital fijo de un 2,1%, muy lejos del 3,3% previo. Solo el consumo público se acelerará, con un crecimiento del 1,7% a lo largo del año, en particular debido a la política fiscal de los gobiernos europeos.
Como se ha demostrado históricamente, nada de esto por sí mismo constituye una solución duradera y estable para sortear una situación material descendente. En realidad, sólo es más leña al fuego. En un contexto de ingente sobrecapacidad productiva instalada y stocks de capital infrautilizados, la política monetaria y fiscal sólo pueden alimentar burbujas y orientar flujos de capital privados hacia decisiones de inversión erróneas, tales como el ladrillo, transacciones hipotecarias o activos financieros de altísimo riesgo. Es decir, intentar apagar un incendio con gasolina.
En el mejor de los casos, sólo serviría para posponer temporalmente las grandes dificultades. Y a pesar de todo, el margen para este tipo de salidas en clave keynesiana, es realmente pequeño. Cuando estalló la crisis económica de 2007/2008, la situación financiera de los Estados era radicalmente diferente a la actual. Por aquel entonces, el endeudamiento del sector público era de promedio inferior al 70% del PIB, con una posición sólida y un acceso a la financiación realista, sin ayuda de las instituciones europeas. Hoy las cosas son completamente diferentes.
Con una deuda pública próxima al 90% del PIB y a pesar de unas primas de riesgo favorablemente distorsionadas por el accionar del BCE, el margen para continuar endeudándose es realmente estrecho. Hasta nimios intentos de paquetes asistencialistas, como hemos visto en el Estado español, chocan con la lógica implacable de la estabilidad presupuestaria. Las «políticas expansivas» que permite tal margen material serán ya de un calado muy pequeño, y su impacto real, efímero y poco eficaz.
Más allá de predicciones cerradas, lo cierto es que hay numerosos indicios para pensar que podemos estar transitando hacia un escenario de seria desaceleración seria y un nuevo período de estancamiento en Europa. Está por ver si es, en realidad, la antesala de una vuelta aguda de coyunturas recesivas severas. Por una vía u otra, nuevos ataques al bienestar material de las masas están a la vuelta de la esquina. El contraataque de los sectores populares frente a los planes del capital, será igualmente inevitable.
Fuente: http://www.laizquierdadiario.es/El-fantasma-de-la-crisis-vuelve-a-planear-sobre-Europa