Traducido para Rebelión por Chelo Ramos
Entré al estadio nacional de Santiago de Chile en compañía de Roberto Navarrete. El viento del invierno del sur que bajaba de los Andes hacía que estuviese vacío y se viese fantasmal. Poco había cambiado, me dijo: la alambrada, los asientos rotos, el túnel hacia los camerinos por donde subía el eco de los gritos. Nos detuvimos en el número 28: «Aquí estaba yo, de cara a la pizarra. Aquí estaba cuando me llamaron para torturarme.»
Después del golpe de Estado apoyado por Washington que el general Pinochet dio a la democracia de Salvador Allende el 11 de septiembre de 1973, miles de «detenidos y desaparecidos» estuvieron presos en el estadio. La mayoría de los latinoamericanos, los abandonados, no han olvidado la infamia y la lección histórica del primer «11 de septiembre.» «Durante los años de Allende tuvimos la esperanza de que triunfaría el espíritu humano,» dijo Roberto. «Pero en América Latina, los que creen que han nacido para mandar se comportan con tal brutalidad para defender sus «derechos», sus bienes, su poder sobre la sociedad, que parecen verdaderos fascistas. Gente bien vestida, cuyas casas están llenas de comida, golpean cacerolas en las calles para protestar como si no tuviesen nada. Eso es lo que teníamos en Chile hace 36 años. Eso es lo que vemos en Venezuela hoy. Parece que Chávez fuese Allende. Para mí es muy evocador.»
Para hacer mi película, La guerra a la democracia, busqué la ayuda de chilenos como Roberto y su familia, y Sara de Witt, quien con mucha valentía volvió conmigo a las cámaras de tortura de Villa Grimaldi, a las que de alguna forma sobrevivió. Junto con otros latinoamericanos que conocieron tiranías, son testigos del patrón y el significado de la propaganda y las mentiras que ahora están dirigidas a socavar otra apuesta épica para renovar la democracia y la libertad en el continente. Irónicamente, en Chile, la llamada «democracia modelo» de Washington, la democracia espera. La constitución, el sistema de control electoral y la desigualdad, son todos regalos de Pinochet desde la tumba.
La desinformación que ayudó a destruir a Allende y dio origen a los horrores de Pinochet, hizo lo mismo en Nicaragua, donde los sandinistas tuvieron la temeridad de poner en práctica modestas reformas populares basadas principalmente en el movimiento cooperativo inglés. En ambos países, la CIA financió a los principales medios de oposición, aunque en realidad no era necesario. En Nicaragua, el falso martirio del periódico de «oposición» La Prensa se convirtió en una causa para los principales periodistas liberales de USA, quienes debatían seriamente si un país de tres millones de campesinos acosados por la pobreza representaba una «amenaza» para USA. Ronald Reagan consideró que sí lo era y declaró el estado de emergencia para combatir el monstruo que se encontraba a sus puertas. En Gran Bretaña, donde el gobierno de Thatcher «dio su apoyo total» a la política de USA, se aplicó la típica censura por omisión. Al examinar 500 artículos relacionados con Nicaragua de principios de la década de los 80, el historiador Mark Curtis encontró que en casi todos ellos se ignoraban los logros del gobierno sandinista -«impresionantes por donde se mire»- para favorecer la mentira de la «amenaza del comunismo.»
Las semejanzas con la campaña en contra del extraordinario surgimiento de movimientos populares hoy en día son sorprendentes. Dirigidos principalmente contra Venezuela y particularmente contra Hugo Chávez, la virulencia de los ataques sugiere que algo especial está sucediendo, y así es. Miles de venezolanos pobres están recibiendo atención médica por primera vez en sus vidas, sus hijos están siendo vacunados y toman agua limpia. El 26 de julio Chávez anunció la construcción de 15 nuevos hospitales. Más de 60 hospitales públicos están en proceso de modernización y equipamiento. Nuevas universidades han abierto sus puertas a los pobres, rompiendo así el privilegio de instituciones efectivamente controladas por la «clase media», en un país donde el medio no existe. En el barrio La Línea, Beatriz Balazo me contó que sus hijos pertenecían a la primera generación de pobres que iban todo el día a la escuela, recibían una comida caliente y aprendían música, arte y danza. «He visto florecer su confianza,» me dijo. Una noche en el barrio La Vega, en un cuarto desnudo iluminado por un solo bombillo, pude ver como Mavis Méndez, a sus 94 años, escribía su nombre por primera vez. Se han creado más de 25.000 consejos comunales en paralelo a las antiguas y corruptas burocracias locales. Muchos de ellos son ejemplos de democracia de base. Se eligen voceros, pero todas las decisiones, ideas y gastos tienen que ser aprobados por la asamblea de ciudadanos. En lugares que durante muchos años habían estado controlados por la oligarquía y sus medios de comunicación serviles, esta explosión del poder popular ha comenzado a cambiar vidas de la forma descrita por Beatriz. Es esta nueva confianza de los venezolanos «invisibles» lo que tanto enfurece a los que viven en urbanizaciones con nombres como «Country Club». Detrás de sus muros y sus perros, me recuerdan a los sudafricanos blancos. La mayoría de los brutales medios de comunicación venezolanos les pertenecen; el 80 por ciento de las televisoras y casi todas las 118 empresas periodísticas son propiedad privada. Hasta hace poco, un cómico de televisión se refería a Chávez, que es mestizo, como «mono». Las primeras planas de los diarios muestran imágenes del presidente como Hitler o como Stalin (según ellos, porque a todos les gustan los niños). Entre los que más se quejan por la censura están los financiados por el Fondo Nacional para la Democracia (National Endowment for Democracy), la CIA con otro nombre. «Nuestras armas fueron los medios de comunicación», dijo un vicealmirante golpista en 2002. La televisora RCTV, que nunca fue juzgada por su participación en el intento de derrocar el gobierno elegido democráticamente, solamente perdió su licencia para transmitir por señal abierta y sigue transmitiendo por satélite y cable.
Como en Nicaragua, sin embargo, el «tratamiento» dado a RCTV ha sido motivo de escándalo para quienes en Gran Bretaña y USA se sienten agraviados por la audacia y la popularidad de Chávez, a quien tildan de «tirano» y «sediento de poder». Lo que no dicen es que es un producto auténtico del despertar del pueblo. Incluso cuando se le describe como «socialista radical», por lo general de forma peyorativa, voluntariamente se ignora que en verdad es un nacionalista y un socialista democrático, etiqueta que en el pasado enorgullecía a muchos miembros del Partido Laborista británico. En Washington, el antiguo escuadrón de la muerte Irán-Contra, de vuelta al poder con Bush, teme a los puentes económicos que Chávez está construyendo en la región, como por ejemplo el uso de los ingresos petroleros venezolanos para poner fin al sometimiento al FMI. Lo que casi nunca se dice, y que sería una crítica válida a sus reformas limitadas, es que todavía mantiene una economía neoliberal con una tasa de crecimiento del 10 por ciento, gracias a la cual los ricos se están haciendo más ricos, y que ha sido descrita por la revista American Banker como «la envidia de los banqueros del mundo». En estos días las verdaderas reformas son difíciles de encontrar. Y esas élites liberales que en los gobiernos de Blair y Bush dejaron de defender sus propias democracias y sus libertades básicas, ven que su concepto de democracia como un privilegio liberal que va de arriba hacia abajo es desafiado por un continente que, según dijo Richard Nixon en una oportunidad, «no le importa a nadie». Por mucho que traten, su arrogancia no les permite aceptar que la semilla de la idea de Rousseau sobre la soberanía popular directa ha sido sembrada entre los más pobres nuevamente y que «la esperanza de que triunfe el espíritu humano» de la que habló Roberto en el estadio ha vuelto.
Fuente: http://www.zmag.org/sustainers/content/2007-08/19pilger.cfm
Sobre el autor:
John Pilger es periodista, escritor y documentalista reconocido mundialmente, que comenzó su carrera en Australia, su país de origen, en 1958. Ha sido corresponsal extranjero y corresponsal de guerra desde 1967, durante la Guerra de Vietnam. La guerra a la democracia, actualmente en cartelera en Gran Bretaña y pronto en Australia, es su película más reciente.
Chelo Ramos es miembro de Cubadebate , Rebelión y Tlaxcala , la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y la fuente.