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Entrevista con Robert Pollin, economista marxista estadounidense

El fin de la economía friedmanita

Fuentes: Sin Permiso

Mike Whitney: El pasado lunes, el mercado de valores registró la mayor ganancia en un solo día con la noticia de que el G-7 había fijado un plan para recapitalizar el sistema bancario. La Reserva Federal, el Banco Central Europeo (BCE) y el Banco de Inglaterra (BOE, en sus siglas inglesas) se pusieron de acuerdo […]

Mike Whitney: El pasado lunes, el mercado de valores registró la mayor ganancia en un solo día con la noticia de que el G-7 había fijado un plan para recapitalizar el sistema bancario. La Reserva Federal, el Banco Central Europeo (BCE) y el Banco de Inglaterra (BOE, en sus siglas inglesas) se pusieron de acuerdo para realizar inyecciones directas de capital a los bancos «sistémicamente importantes», de manera que éstos puedan reanudar el préstamo y reducir la tensión en los mercados crediticios. También decidieron asegurar los depósitos y garantizar el préstamo interbancario. ¿Cree que estos pasos sin precedentes serán suficientes para evitar el colapso del sistema financiero?

Robert Pollin: El martes, no hace falta decirlo, el Dow Jones volvió a caer, esta vez más de 733 puntos. Mientras tanto, el Nikkei en Japón cayó un 10% el miércoles. Así que, por el momento, la respuesta a si estos pasos son suficientes o no para evitar un colapso del sistema financiero es un claro y rotundo «no». Pero al mismo tiempo, y para ser justos, estas medidas aún tienen que tener algún efecto real en los balances de los bancos. Hasta el momento los mercados de valores están únicamente respondiendo sólo a lo que les proporciona beneficios (si alguno); sólo de ese modo estas medidas tendrán estabilizadas los balances de las instituciones financieras.

Pero hay otro elemento que entró en juego, especialmente el último día: se trata del conocimiento en los mercados financieros de que la crisis económica se ha extendido más allá de Wall Street. Ahora está convirtiéndose claramente en una crisis -una recesión o una depresión, si así lo prefiere- extendiéndose hacia el terreno del empleo, los salarios, los presupuestos públicos, así como hacia los beneficios privados de carácter no financiero. Esto significa que para evitar el colapso del sistema financiero se requerirá un enorme estímulo de la parte no financiera de la economía. Y todavía no hemos oído ningún plan significante que vaya en esa dirección.

Mike Whitney: ¿En qué medida puede culparse a la ideología de esta crisis? ¿Cree que las ideas de Milton Friedman o que el fundamentalismo de mercado que ha predominado durante treinta años han contribuído a los actuales problemas en los mercados financieros? ¿Es éste el fin del laissez-faire, del la era del libre mercado y del·»derrame» ?

Robert Pollin: Se trata, desde luego, de una crisis profunda para la economía friedmanita y, en general, para el neoliberalismo -la ideología que promocionó el libre mercado y la desregulación con el objetivo de privatizar los beneficios, pero que ahora se nos presenta mendigando rescates gubernamentales cuando ha estallado la inevitable crisis. No se trata, por supuesto, de la primera crisis financiera bajo el neoliberalismo. Crisis muy graves han estado teniendo lugar de manera regular desde el crash de Wall Street de 1987. Todas estas crisis terminaron mediante operaciones de rescate de la Reserva Federal o del Tesoro. Si esta crisis será el fin o no de la era neoliberal dependerá de la mobilización política, concretamente de con qué éxito o no logrará la izquierda construir coaliciones con un programa que combine el igualitarismo con un sistema financiero estable. Yo diría que si la izquierda es incapaz de derrotar al neoliberalismo ahora y construir una nueva versión de la socialdemocracia o un «capitalismo embridado», entonces nunca será capaz de hacerlo.

El plan de rescate de 700 mil millones de dólares del Secretario del Tesoro Henry Paulson recibió la oposición de más de 200 economistas. La gran mayoría de los economistas apoyaba la idea de las inyecciones de capital en los bancos que luchan por salir de la crisis más que comprando sus activos tóxicos. Los países de la UE también han fijado planes de inyección. El lunes, según el New York Times, Paulson se reunió con un grupo de ejecutivos directivos de los mayores bancos del país y les anunció sus planes para distribuir los primeros 250 mil millones de dólares proporcionados por el Congreso.

A Citigroup y JP Morgan Chase se les dijo que cada uno obtendría 25 mil millones de dólares; Bank of America y Wells Fargo, 20 mil millones cada uno (más 5 mil millones adicionales por sus recientes adquisiciones); Goldman Sachs y Morgan Stanley, 10 mil millones cada uno, y Bank of New York Mellon y State Street recibirán de 2 a 3 mil millones. Wells Fargo obtendrá 5 mil millones de dólares por su adquisición de Wachovia, y el Bank of America la misma cantida por su compra de Merrill Lynch.

Mike Whitney: La mitad del dinero asignado por el Congreso se está entregando a muchos de los mismos gigantes de Wall Street responsables de la actual implosión del sistema financiero. ¿No confirma esto nuestros peores temores sobre Paulson, es decir, que no es más que un mero oligarca bancario que sirve a los intereses de la industria financiera?

Robert Pollin: Paulson es un hombre de Wall Street -y más concretamente, de Goldman Sachs- hasta la médula. Nunca hubo ninguna duda de ello. Siempre hará lo que más interese a sus gentes de Wall Street. Pero en esta ocasión esas gentes han caído en un descrédito público sin precedentes desde 1930. Así pues, una vez más, todo será una cuestión de la eficacia con que la izquierda movilice sus fuerzas y presione para conseguir un programa diferente en el Tesoro y en el resto de las principales instituciones encargadas de diseñar las políticas económicas. No será fácil, y no sucederá de un día para otro. Pero ahora es sin ninguna duda el momento de hacer serios avances en la construcción de una agenda alternativa consistente.

Michael Whitney: Muchos expertos señalan ahora a los defectos de Lehman Brothers como la causa principal de las turbulencias de las últimas semanas en el mercado de valores. ¿Puede explicar cómo un solo banco puede tener un efecto tan dramático en los mercados de valores y crédito mundiales?

Robert Pollin: Henry Paulson tomó la decisión durante un día -y sólo durante un día- de poner a prueba el capitalismo de libre mercado durante una crisis finaciera. Esto es, él y el presidente de la Reserva Federal Ben Bernanke decidieron que si Lehman Brothers no podía reponerse por sí mismo, entonces, de acuerdo con la lógica del capitalismo de libre mercado, debería dejarse que se viniera abajo con todo el equipo. Pero una vez tomaron esa decisión se desató tal pánico en Wall Street y los mercados financieros de todo el mundo que tuvieron que echarse para atrás literalmente al día siguiente, cuando rescataron a la aseguradora AIG [American International Group].

Bajo el neoliberalismo, los agentes de los mercados financieros se llegaron a acostumbrar a hacer lo que querían mientras el mercado subía, pero a ser rescatados cuando el mercado bajaba, en otras palabras: privatización de los beneficios y socialización de las pérdidas. El desplome de Lehman envió la señal de que las viejas reglas del neoliberalismo ya no eran válidas, que quienes perdían en el mercado tenían que atenerse a las consecuencias por duras que fuesen, y que tenían que hacerlo cuando el modelo de libre mercado más puro decía que tenían que hacerlo. Por eso la quiebra de Lehman provocó tanto pánico.

Mike Whitney: ¿Le parece sorprendente que los inversores extranjeros y los bancos centrales no hayan demandado a las agencias de corredores de bolsa por venderles complejos paquetes de valores que eran tóxicos? ¿Por qué no han exigido ni el Banco Central Europeo ni el Banco de Inglaterra que los EE.UU. se comprometan a readquirir todas estas hipotecas basura fraudulentas, o amenazado con boicotear los productos financieros estadounidenses?

Robert Pollin: Tenemos que tener muy claro de qué hablamos cuando hablamos de inversores «extranjeros». Puede que físicamente vivan en otros países, y que sus instituciones tengan acuerdos comerciales fuera de los EE.UU., pero están profundamente integradas en la economía estadounidense. Ni el Banco Central Europeo ni el Banco de Inglaterra quieren ver cómo se desploman Wall Street o el dólar. Ellos mismos se vendrían abajo en la situación eventual de una depresión mundial. Así que no llamarán a hacer un boicot a la economía estadounidense. Los europeos pueden tener palabras muy duras contra los agentes estadounidenses a puerta cerrada, pero por otra parte nadie obligó a los europeos a comprar títulos hipotecarios estadounidenses. Difícilmente querrán presentarse como cándidos adentrándose sin instrucción alguna en los mercados financieros. Ellos, como los americanos, tuvieron muchísimas oportunidades para pensarse seriamente si los títulos hipotecarios eran una buena manera de hacer enormes beneficios. Y decidieron ir a por ello.

Mike Whitney: La campaña de Obama ha recibido, según se informa, 10 millones procedentes de donantes de Wall Street, mientras que la campaña de McCain sólo ha recibido 7 millones. ¿Esto explica por qué nadie en el Congreso, de uno u otro partido, está reclamando que [la ley] Glass Steagall [abrogada en 1998 bajo la Adminuistración Clinton] vuelva a entrar en voigor, o que todos los contratos derivados sean puestos bajo regulación gubernamental, o que todas las instituciones financieras (que supongan un peligro al sistema entero) mantengan un cojín económico de un 12 por ciento? ¿Ha hecho el gran capital que fluye hacia el sistema político imposible que el Congreso trabaje para la ciudadanía?

Robert Pollin: El gran capital que fluye hacia Obama, y hacia los demócratas en general, dificultará que nuestros representantes electos trabajen para la ciudadanía. Pero aquí, una vez más, Wall Street ha entrado en un descrédito sin precedentes desde la década de los treinta. Lo que debería proporcionar a la izquierda una importante palanca política, aun admitiendo completamente la influencia que el gran capital jugará tanto en los demócratas como en los republicanos. Y no es necesario volver en concreto a Glass Steagall -el sistema de regulación financiero que surgió de los escombros de la Gran Depresión. Necesitamos recrear sus principios básicos, esto es, crear un sistema regulador centrado en la estabilidad financiera y que canalice el crédito a actividades socialmente productivas, como la vivienda asequible, la expansión del trabajo y la construcción de una economía que funcione a base de energía limpia. ¿Significa ello que el sistema financiero debería ser de propiedad estatal? Hay, por cierto, un precedente de propiedad parcial. Pues difícilmente puede esto considerarse una idea desnortada y propia de izquierdas extraviados, desde que George W. Bush y Henry Paulson lo convirtieron en la piedra sobre la que se asienta el plan de rescate bancario dirigido por los republicanos. Pero la verdadera cuestión, independientemente de que su propiedad sea pública, privada o mixta, es encarrilar a las instituciones y los mercados financieros en dirección al igualitarismo. Y eso no ocurrirá automáticamente por todos los medios, incluso con instituciones financieras de titularidad pública.

Mike Whitney: Así pues, los flujos de capital extranjeros que entraron en el Tesoro estadounidense para cubrir los 700 mil millones de dólares de déficit actual no son un gran problema. Mientras la Reserva Federal y el Tesoro amplían sus balances para proporcionar una red de protección al sistema financiero -así como un estímulo fiscal de emergencia para consumidores con límite crédito superado- podríamos estar enfrentándonos a una crisis de financiación tan grave, que no tiene precedentes en la historia. En julio, las adquisiciones del Tesoro estadounidense registraron un déficit récord de 6 mil millones subiendo el déficit total a 50 mil millones de dólares. Ahora que estamos encaminados a una recesión mundial, ¿cree usted que los bancos centrales extranjeros empezarán a recortar sus compras de deuda estadounidense? ¿Qué efectos tendrá esto en la economía y en el dólar? ¿Aumentarán las tasas de interés?

Robert Pollin: Creo que los bonos del tesoro estadounidenses serán, por ahora y durante algún tiempo, el instrumento financiero más seguro y más deseado del sistema financiero mundial. No creo que los extranjeros se deshagan de ellos drásticamente, aunque puede que lo hagan poco a poco. Al mismo tiempo, los inversores estadounidenses continuarán pidiendo a gritos bonos del tesoro y no comprarán paquetes de acciones propiedad de una empresa privada ni derivados. Las tasas de interés de los bonos del tesoro bajarán. Sin embargo, otras tasas de interés continuarán siendo muy elevadas. La creciente disparidad entre las tasas de interés bajas de los bonos del tesoro y las elevadas tasas de interés en las acciones privadas, incluso de las empresas AAA [de máxima confianza, según los estándares financieros], refleja el elevado nivel de riesgo -«riesgo premium»- al que los inversores se enfrentan ahora ante cualquier garantía que no cuente con el pleno respaldo del gobierno estadounidense.

Mike Whitney: En 1967 el ex presidente de la Reserva Federal Alan Greenspan publicó un ensayo titulado «Gold and Economic Freedom» que podría haber escrito un libertariano como Ron Paul. El artículo demuestra que Greenspan tiene una buena comprensión de cómo las bajas tasas de interés y la expansión del crédito conducen al desastre. De hecho, incluso culpa a la Gran Depresión de echar a perder las políticas monetarias. Éste es un fragmento particularmente revelador:

«Cuando el sector privado en los Estados Unidos sufrió una contracción moderada en 1927, la Reserva Federal creó más reservas con la esperanza de prevenir cualquier falta de liquidez en las reservas de los bancos. Más desastroso fue, sin embargo, el intento de la Reserva Federal por ayudar Gran Bretaña, a la cual se le estaba yendo mucho oro hacia nosotros porque el Banco de Inglaterra rechazó permitir que las tasas de interés subieran cuando los mercados lo dictaron (una idea políticamente difícil de digerir). El razonamiento de las autoridades implicadas fue como sigue: si la Reserva Federal inyectaba unas reservas de dinero excesivas en los bancos americanos, las tasas de interés en los Estados Unidos caerían a un nivel comparable a las de Gran Bretaña; esto serviría como freno a la pérdida de oro de Gran Bretaña y evitaría el bochorno de tener que subir las tasas de interés.

«La Fed tuvo éxito: frenó las pérdidas de oro, pero destruyó casi por completo las economías del mundo en desarrollo. El exceso de crédito que la Fed inyectó en la economía se derramó en el mercado de valores, desatando un espléndido boom especulativo. Con retraso, los funcionarios de la Reserva Federal trataron de rebañar las reservas sobrantes y finalmente consiguieron frenar el boom. Pero era demasiado tarde: en 1929 el desequilibrio especulativo era tan abrumador que el intento precipitó una reducción drástica y la consiguiente desmoralización asociada a la confianza empresarial. Como resultado, la economía americana se desplomó… Las economías de todo el mundo se hundieron en la Gran Depresión de los años 30… El abandonamiento del patrón oro hizo posible que los defensores del estado del bienestar utilizasen el sistema bancario como un medio para la expansión ilimitada del crédito…» (Gold and Economic Freedom, Alan Greenspan)

¿Qué papel ha jugado Greenpsan en la actual crisis financiera y por qué Greenspan dejó las tasas de interés por debajo de la tasa de inflación durante 31 meses cuando sabía perfectamente que este paso conduciría a la catástrofe?

Robert Pollin: No estoy de acuerdo en que las bajas tasas de interés y la expansión del crédito conduzcan al desastre. Tan sólo conducen al desastre en un sistema financiero desregulado, en el cual el crédito se dirige abrumadoramente en apoyo de la especulación, y no a la inversión en actividades productivas que creen cosas útiles para la gente, como escuelas, vivienda e infraestructura pública. Es más, yo apoyo firmemente la creación de un amplio sistema de préstamos garantizados gubernamentales -por ejemplo: seguros para créditos con riesgo- a fin de apoyar la inversión privada en infraestructuras públicas y viviendas asequibles. Esto mantendría bajas las tasas de interés para financiar estas actividades, y se canalizarían grandes cantidades de crédito barato a esas áreas.

El mismo Greenspan es tan responsable de esta crisis financiera como los demás. Sus únicos competidores en el puesto son el senador republicano y consejero de confianza de McCain Phil Gramm y el antiguo Secretario del Tesoro Robert Rubin. Todos ellos fueron cheerleaders incansables de la desregulación financiera, tanto los demócratas como los republicanos. Todos ellos estuvieron soltando chorradas sinsentido sobre las virtudes de los mercados financieros desregulados al menos desde los años ochenta.

En el Imperialismo, fase superior del capitalismo, Vladimir Lenin afirma que el «desarrollo del capitalismo ha alcanzado un nivel en el que, a pesar de que la producción de mercancías aún «reina» y continúa siendo percibida como la base de la vida económica, en realidad ha sido debilitada y el grueso de los beneficios van a parar a las manos de los «genios» de la manipulación financiera. En la base de estas manipulaciones y estafas se encuentra la producción socializada; pero el inmenso progreso de la humanidad, que ha conseguido esta socialización, beneficia… a los especuladores.»

Mike Whitney: A pesar de los fallos de la Unión Soviética, ¿existe algo en los análisis de Marx o de Lenin que puedan ayudarnos a comprender mejor la presente fase del capitalismo americano?

Robert Pollin: Ésta que acabo de citar es una observación muy aguda de Lenin, una entre muchas, muchas otras. Como Marx, Lenin sigue siendo, desde mi punto de vista, uno de los más perspicaces teóricos de la historia de las operaciones de la economía capitalista. Lo cual incluye sus voluminosos escritos sobre la naturaleza de los mercados financieros, llenos de formidables conclusiones. Y recuerde, todo ello lo escribió hace 150 años, cuando tenía muy poco a lo que agarrarse para discernir la naturaleza del capitalismo.

Eso no significa que esté de acuerdo con todo lo que Marx dice. Tampoco le veo mucho sentido a otorgar etiquetas -la «marxista», o cualquier otra- a la gente. Este es sin duda un obstáculo a eliminar, pensando sencillamente cómo alguien puede ser políticamente útil. Y finalmente, en mi opinión, hay una parte muy importante en el pensamiento en Marx que explica lo que funciona mal en el capitalismo, pero no sobre qué podemos hacer con él. Así que cuando tratamos de ver hacia dónde vamos desde este punto, sólo nos tenemos a nosotros mismos. No tiene mucho sentido tratar de descubrir qué haría Marx si se encontrase en nuestra situación. Es algo que nunca sabremos, y que, incluso si lo supiéramos, todavía habríamos de dilucidar si tenía o no razón en este asunto. Recuerde que Marx dijo en una ocasión de sí mismo, exasperado por sus seguidores dogmáticos, que él «no era marxista.»

Mike Whitney: Los liberales y los progresistas de los EE.UU. parecen más centrados en las cuestiones sociales que en las económicas. Sólo recientemente se han vuelto más conscientes de la creciente polarización entre ricos y pobres, y de las deficiencias inherentes a un sistema generador de burbujas, proclive a las crisis y que concentra la riqueza en manos de unos pocos. A medida que la crisis financiera se extiende hacia la economía real disparando un desempleo cada vez mayor, haciendo caer la demanda, restringiendo el crédito y aumentando los desahucios de viviendas, probablemente haya más oportunidades para el cambio. ¿Prevé un aumento de los movimientos populistas de los que reivindican una sola cosa, o quizá de un tercer partido político? ¿Qué objetivos económicos inmediatos deberían perseguir en este momento los progresistas?

Robert Pollin: Estamos viviendo un cambio histórico, equivalente al New Deal de los años 30 o a la aparición del neoliberalismo a toda máquina en 1979/80 durante la administración Thatcher en el Reino Unido y Reagan en los EE.UU. Parece claro que la agenda económica subirá hasta los primeros puestos en la lista de los temas concernientes a la izquierda. Esto no equivale a menospreciar otras cuestiones, como el medio ambiente, el anti-imperialismo, el racismo o el sexismo. Pero creo que muy pronto estaremos dispuestos a ver más claramente las conexiones entre la crítica al capitalismo neoliberales y estas otras zonas de la lucha política y social. Por ejemplo, con el medio ambiente, hace sólo un año o así que el sentido común mantenía firmemente que podíamos tener un medio ambiente limpio o una economía con crecimiento abundante en buenos trabajos, pero que era imposible tener ambas cosas a la vez. Que compensaciones así eran inevitables. Y si no entendías esto es que eras un pensador confundido y sentimentaloide. Ahora cada vez resulta más evidente que construir una economía con energía limpia -y con esto quiero decir una economía libre de combustibles fósiles, sin «carbón limpio» ni energía nuclear- puede ser el motor para construir una economía de pleno empleo, y también para ayudar a construir un sistema financiero estable.

Por supuesto, situar una agenda como ésta en un lugar preeminente significará tener que atravesar múltiples campos de minas. ¿Debería la gente trabajar únicamente en sus comunidades? ¿En los sindicatos? ¿Formar una fracción de izquierdas en el interior del Partido Demócrata? ¿Trabajar para los grupos ecologistas? ¿O seguir intentando la construcción de un tercer partido? Creo que todas estos acercamientos merecen ser tenidos en cuenta, y que nosotros, desde la izquierda, deberíamos intentarlos todos. También deberíamos tener la suficiente humildad para reconocer que ninguno de nosotros conoce realmente qué es lo que funcionará mejor bajo una serie dada de circunstancias. Intentemos muchas de estas cosas, sigamos aprendiendo de ellas y permanezcamos abiertos a cosas nuevas. También me gustaría hacer hincapié en otra cosa. Durante la insurrección en Francia en 1968, una de las consignas más entusiastas que surgieron fue: «Se realista: pide lo imposible.» Yo me inclino a apoyar al reflejo de ésta como guía para seguir adelante. Esto es: «Sé utópico: pide lo realista.»

Robert Pollin es profesor de economía y codirector del Political Economy Research Institute [Instituto de Investigación de Economía Política] (PERI), el cual ayudó a fundar, en la Universidad de Massachusetts Amherst. Sus libros más recientes son Contours of Descent: U.S. Economic Fractures and the Landscape of the Global Austerity (Verso, 2003) y, en colaboración con Stephanie Luce, The Living Wage: Building a Fair Economy (The New Press, 1998).