AIG, el paradigma de las empresas Blue Chip (expresión inglesa utilizada para caracterizar a los principales títulos de una Bolsa de Valores – N. del T.), una de las 30 empresas que componen el Dow Jones Industrial Average (índice compuesto por las 30 empresas de mayor capitalización de Estados Unidos, excluyendo las de transporte y […]
AIG, el paradigma de las empresas Blue Chip (expresión inglesa utilizada para caracterizar a los principales títulos de una Bolsa de Valores – N. del T.), una de las 30 empresas que componen el Dow Jones Industrial Average (índice compuesto por las 30 empresas de mayor capitalización de Estados Unidos, excluyendo las de transporte y de servicios básicos – N. del T.), una empresa que en el año 2000 presumía de una capitalización de 217 mil millones de dólares, lo que la convertía en la mayor institución financiera del mundo, se tambalea al borde del hundimiento. Hoy vale sólo 7 mil millones de dólares, y el futuro de la que hasta hace poco era la mayor empresa aseguradora del mundo pende de un hilo – siendo ese hilo la voluntad que tengan instituciones de Wall Street como Goldman Sachs y Morgan Stanley, las cuales afrontan ellas mismas procesos de re-capitalización, de salir al rescate con 75 mil millones de dólares en nuevos préstamos.
No hace mucho aquellos inversores que desconfiaban de los mercados financieros, o que no querían asumir muchos riesgos, solían destinar sus fondos a las empresas que se suele llamar «blue chips» – empresas que eran consideradas como conservadoras, inversiones tan seguras que podían capear cualquier tormenta. Tenían nombres como AT&T, General Motors, Ford, Boeing… y AIG.
Pues bien, AT&T es una sombra de lo que fue, se habla entre los analistas de que GM y Ford son cadáveres vivientes, Boeing necesita reanimación asistida o, ya que sólo la apuntalan sus contratos militares, más bien «defunción» asistida, y AIG… parece tener ya un pie en la tumba.
En realidad no quedan ya más blue chips. Las empresas más grandes del mundo, como demostró Enron, puedes desaparecer de la noche a la mañana entre una nube de humo. Sino miren a Lehman Brothers. Hoy está aquí y luego, puf, por la mañana se ha esfumado.
En el caso de AIG, si el gigante asegurador se hunde, se puede llevar mucho con él.
En un artículo de hoy en el diario australiano The Australian (el producto insignia de la NewsCorp de Rupert Murdoch y difícilmente sospechoso de connivencias marxistas) se decía lo siguiente:
Si los esfuerzos de última hora de la Reserva Federal norteamericana no logran dar un respiro a AIG, los daños en cascada provocados por las sub-prime habrán ido destrozando poco a poco a los mercados financieros hasta un punto mucho peor que en el legendario cataclismo financiero de 1987.
Y una vez en ese escenario, los gobiernos y los reguladores de los mercados financieros por igual deberán plantearse lo que hasta hace poco era impensable: ¿estamos yendo hacia algo comparable a lo de 1929?
Entonces, ¿qué deben hacer los atormentados inversores? Es claro que no hay ningún puerto seguro en el mercado bursátil, el cual podría mañana mismo desplomarse tranquilamente un 40 o un 70% así como subir un 3%. Los bonos no tienen mucha mejor pinta. Puede que sean más estables que las acciones, pero no si la empresa que los emite quiebra. En ese caso se convierten en pedacitos de papel sin valor alguno, parecidos a las participaciones de Fannie Mae que ahora se usan para envolver regalos. Las agencias de certificación, como Standard&Poors y Moody’s, si bien siguen con su habitual timidez a la hora de devaluar a una gran entidad empresarial, hoy han rebajado discretamente la calificación de la deuda de AIG en dos grados, lo cuál es su forma de dar a entender que si tú eres uno de los propietarios de los bonos de AIG, tienes bastantes más posibilidades de acabar perdiendo hasta la camisa.
No son sólo los inversores los que deberían estar asustados. Aquellas personas que han optado por proteger a sus familias comprando pólizas de seguro de vida, o que han tratado de proveerse de una fuente de ingresos para su jubilación comprando anualidades de AIG, deberían estar preocupados de si la empresa seguirá allí cuando llegue el momento de que ellos o sus beneficiarios necesiten recibir los pagos. No hay duda de que los distintos estados, quienes en EEUU son los responsables de legislar sobre la industria aseguradora, en la mayoría de casos han establecido fondos de reserva para cubrir a los asegurados, pero así como el FDIC (entidad reguladora de los Estados Unidos que administra los seguros sobre depósitos bancarios – N. del T.) sólo asegura depósitos bancarios hasta los 100.000 dólares, estos fondos en general sólo cubren los primeros 100.000 dólares del seguro o de la anualidad como importe rescatado en efectivo, o 300.000 dólares en forma de algún tipo de renta. Pero estos fondos de garantía se diseñaron para proteger a la gente ante operaciones aseguradoras irresponsables; son patéticamente impotentes ante problemas de la escala de AIG.
AIG es un gigante del mundo de los seguros de tal envergadura que como decía a The Australian un tesorero de la empresa:
«Si se colapsa AIG, entonces no hay industria del seguro en el mundo».
El New York Times, comentando el miedo de la gente de a pie de que cuando llegue el momento no estén disponibles sus seguros o sus pensiones, citaba a un consultor de seguros, Glenn Daily, quién decía que determinado cliente de AIG estaba intentando conseguir prestado lo máximo usando como garantía su seguro de vida, para colocar por ahí ese dinero hasta que pase la crisis de AIG. Pero añadía sombríamente que «si todo el mundo hace esto, es posible que la empresa haga aguas».
Pero de hecho, es peor que eso. Como escribía hoy en un artículo de opinión del New York Times Michael Lewitt, un gestor financiero afincado en Florida, AIG es un actor clave en el mercado de derivados de crédito, que mueve 60 billones (sí, ¡con «b» de billones!) de dólares, un espacio enorme, internacional y altamente desregulado donde operan los fondos de cobertura (hedge funds), y cuyo colapso dejaría al Crash del 29 como un simple tropiezo.
Así que eso es a lo que nos abocamos. No hay refugios en las blue chip debido al creciente desastre en que se ha convertido la economía estadounidense. Y no hay un rescate sencillo – de hecho, se ha postulado que el Secretario del Tesoro Henry Paulson dejó caer a Lehman Brothers precisamente porqué sabía que iba a necesitar todos los recursos que le quedan al Tesoro para tratar de mantener viva a AIG. Se trata de un castillo de cartas frágil e interconectado, apuntalado por una cierta fe residual de los inversores normales quienes, al menos hasta el momento, siguen creyendo que hay una estructura coherente detrás. A medida que va cayendo carta tras carta ese desvencijado edificio – primero Bear Stearns, después IndyMac Bank, luego Fannie Mae y Freddie Mac, Lehman Brothers, ahora tal vez AIG y Washington Mutual, una gran entidad bancaria que está a las puertas de la muerte – llegará un momento en el que esos inversores y ahora también los poseedores de seguros, puede que decidan coger su dinero e irse a casa, de modo que todo el tinglado se vendrá ruidosamente abajo.
Las buenas noticias son que si se colapsa la economía de EEUU, el granjero pastún del noreste de Pakistán, el tendero iraquí de Fallujah, el obrero iraní de Teherán y el campesino de Venezuela ya no tendrán que preocuparse de bombardeos ni temer que sus hijos caigan bajo las balas de la ametralladora de un helicóptero de los EEUU. Los EEUU se habrán quedado ya sin fondos para pagar esas guerras en el exterior. Y ya que un colapso de la capacidad adquisitiva de los consumidores norteamericanos traería también una prolongada recesión para el resto del mundo, tal vez, como en los años 30 del pasado siglo, puede que podamos ver una reducción importante en las emisiones de CO2 de coches, fábricas y centrales térmicas de modo que la catástrofe global debida al calentamiento que nos amenaza a todos nosotros pueda ser significativamente retrasada, dando tiempo a la humanidad para llevar a cabo una estrategia a largo plazo suficientemente seria.
Dave Lindorff es un periodista y columnista afincado en Filadelfia. Su último libro es The Case for Impeachment (St. Martin’s Press, 2006).