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El final de las certidumbres en el trabajo

Fuentes: Nueva tribuna

Una nueva forma de producir riqueza pasa, de forma ineludible, por democratizar las empresas donde el trabajo desempeña su función de crear riqueza.

Una de las instituciones más importantes del corporativismo global, “el Foro Económico Global”, en su primera reunión posterior a la pandemia del Covid-19, decía: “En tanto la frontera entre las tareas del trabajo desempeñadas por los humanos y las desempeñadas por las máquinas y los algoritmos cambia, tenemos una estrecha ventana de oportunidad para asegurar que dichas trasformaciones conducen a una nueva era de buen trabajo, buenos empleos y una mejor calidad de vida para todos. En medio de la recesión de la pandemia, esa ventana se está cerrando rápido. Empresas, gobiernos y trabajadores deben planificar conjuntamente para implementar una nueva visión para la fuerza de trabajo global” (WEF, Report-2020; The Future of Jobs).

Una nueva forma de producir riqueza pasa, de forma ineludible, por democratizar las empresas donde el trabajo desempeña su función de crear riqueza

Este reconocimiento de la encrucijada tecnológica, social y cultural del trabajo fue formulado en el llamado foro de los ricos, las amenazas que sobrevuelan la actividad universalmente más humana deben servirnos de advertencia sobre la urgencia de las tareas a emprender para combatirlas, pues son inevitables. Nuevamente, el trabajo y sus circunstancias están en el centro de las políticas trasformadoras del capitalismo, imprescindibles para poner en pie una economía más igualitaria, estable y colaborativa. Una nueva forma de producir riqueza pasa, de forma ineludible, por democratizar las empresas donde el trabajo desempeña su función de crear riqueza. En la actual versión de la economía del conocimiento ya es usual la participación de los trabajadores en el diseño y control de su propio desempeño; pero, sometida a la jerarquía del capital, esa participación es parcial. Lo participación crea en la empresa una “comunidad de conocimiento”, y la jerarquía la pone al servicio de los accionistas. Podemos afirmar: el aprendizaje para mejorar la manera de hacer las cosas en las empresas está llevando las fuerzas productivas al límite de la relación del ser humano con la lógica mercantil; el saber hacer emergente crea una tensión que interroga a la humanidad y la sitúa en la encrucijada de las promesas de la tecnología y la democracia (Richta, 1969).

En el capitalismo postindustrial, la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción adquiere una nueva dimensión, las finanzas limitan las decisiones económicas, las confinan en el corto plazo; presos de la visión cercana, los avances tecnológicos no contribuyen a la disminución de la fatiga del trabajo, ni procuran con un menor esfuerzo un mayor bienestar: la automatización elimina puestos de trabajo, la reingeniería provoca obsolescencia en las habilidades y la inteligencia artificial acelera la precarización y desaparición de los empleos (Alonso et al, 2020). Aumenta el estrés de los ciudadanos que viven de sus empleos, la inmensa mayoría social, y multiplica las necesidades de recursos que aseguren el bienestar, especialmente educación, salud y protección contra el desempleo, al tiempo que rebaja las perspectivas de la jubilación; también, deteriora la democracia, pues el fomento de la competencia interindividual desde el sistema educativo devalúa los valores humanistas y de sociabilidad en la infancia. Si, como veremos, aumenta el militarismo, se multiplicarán los riesgos con la guerra.

Investigaciones recientes publicadas por el Fondo Monetario Internacional afirman que la Inteligencia Artificial (IA) reducirá el precio de los robots, su abaratamiento facilita la sustitución del trabajo humano e, incluso, la eliminación de profesiones de coordinación y control del trabajo (Alonso et al, 2020). Por el lado de la oferta laboral, la encuesta anual del Foro Económico Mundial 2020 (WEF-2020) sobre el Futuro de los Empleos proporciona datos abundantes en torno a dos ejes de empleabilidad industrial: uno es el desarrollo de nuevas industrias basadas a la computación de datos en la nube, el e. Comercio, los procesos relacionados con el Big Data, la nanotecnología, los nuevos materiales y la biotecnología. Las inversiones en la robótica y la inteligencia artificial se acelerarán, y mejorarán la coordinación de las cadenas de valor. El otro eje, no menos importante, es el crecimiento de la eficiencia energética, impulsado por la economía circular, la bioenergía y las energías renovables; el propósito es activar la transición verde y aumentar la resiliencia de los sistemas urbanos, las redes de comunicación y los conglomerados industriales frente a los desafíos del cambio climático, éste último puesto en barbecho por la guerra fría y por el auge de populismo que ha generado.

La directora del WEF-2020, Saadia Zahidi, al presentar el informe sobre “Los Empleos del Mañana” en Davos, destacaba la importancia de las competencias individuales para el empleo, y de las capacidades generalistas para competir: como el análisis y resolución de problemas, la autogestión y el trabajo cooperativo, la dirección de equipos y la capacidad de uso y desarrollo de tecnologías. El informe basa sus conclusiones en un escrutinio a corporaciones de todo el mundo, pertenecientes a 15 sectores industriales y 25 países, avanzados y en desarrollo. Los encuestados, mánagers y directivos globales han pronosticado un desplazamiento masivo de trabajos industriales provocado por los cambios tecnológicos. Al desempleo tecnológico, habrá que añadir la subcontratación de trabajadores remotos y la generalización de formas de sub-industria y de falsos autónomos en los servicios, que provocará el desplazamiento tecnológico de trabajadores turísticos, empleados del comercio detallista, del transporte, de la educación, la construcción, las manufacturas y la salud y la asistencia social. En Europa, además, habrá reconversiones en la banca, y desaparecerán empleos del sector público, a causa de las iniciativas de racionalización organizativa (i). Para responder a todas estas amenazas no se detectan, a corto plazo, decisiones de inversión en capital humano. Las empresas admiten la necesidad de recualificaciones para el personal, pero esperan de los gobiernos programas de reciclaje específicamente dirigidos a los desplazados. Reconocen la bondad de las colaboraciones público-privadas, pero, solo un 21% de los directivos encuestados afirma que usará dichos programas; al contrario, esperan reducir un 50% la mano de obra actual (ii), y no contemplan emplear a jóvenes o mujeres sin experiencia. Los mánager eligen el camino tecnológico de las reducciones de plantilla, que elevan el valor bursátil.

Las circunstancias posteriores al COVID-19, las guerras y la fragmentación global agravan la disrupción provocada en los empleos por el cambio tecnológico

Las circunstancias posteriores al COVID-19, las guerras y la fragmentación global agravan la disrupción provocada en los empleos por el cambio tecnológico, mientras el horizonte de paridad entre el tiempo de trabajo de las máquinas y el de los seres humanos se precipita para los países desarrollados (iii), donde la combinación de incertidumbres geopolíticas, reubicaciones de las cadenas de valor y automatización puede provocar que decenas de millones de empleos desaparezcan. A cambio, se podrían crear más millones, impulsados por la 4ª revolución industrial, la I. A. y las políticas contra el cambio climático (iv), pero, a condición de cerrar la brecha de habilidades existente, tanto en los países en desarrollo como en los avanzados. Es decir, inversiones educativas.

Sin políticas específicas de recualificación, la grieta de empleabilidad entre los que tienen empleo y los desempleados se ensanchará, incluso en Europa

Sin embargo, los malos datos de la encuesta aparecen en ese capítulo de inversiones, el de la formación profesional necesaria para cerrar la brecha de idoneidad. Porque las compañías buscan competencias, habilidades que no forman parte de los programas actuales de formación y recualificación de los trabajadores; tampoco las escuelas de ingeniería incluyen ese tipo de conocimientos en sus planes, a pesar de básicos, y la educación profesional no incorpora las tecnologías emergentes, porque son muy costosas y de corta vida. Por último, los gobiernos no dotan financiación para la duración mínima, seis o más meses, de los programas de recualificación. El informe concluye: “la desigualdad generada por el impacto de la tecnología sobre los trabajadores de bajo nivel educativo será mucho más significativa, y tendrá consecuencias más profundas que la crisis de 2008.”  Sin políticas específicas de recualificación, la grieta de empleabilidad entre los que tienen empleo y los desempleados se ensanchará, incluso en Europa, cuyos programas activos de empleo se abandonaron con las políticas de austeridad posteriores a 2010. Cerca del final del primer cuarto del siglo XXI, los aún empleados verán cambiar la mitad de las habilidades esenciales, y se verán obligados a largos programas de reciclaje profesional. “La ventana de oportunidad para recualificar y mejorar las habilidades de los empleados se ha estrechado con la contracción de los mercados de trabajo”, solo un quinto de las compañías encuestadas se ha dirigido a sus gobiernos y ha solicitado programas de recuperación tecnológica para el personal. La coyuntura daña seriamente el Pacto Social europeo. Pero, ¿cómo empezaron los cambios dramáticos que estamos viviendo?

Desde luego hubo precursores, pero si lo que nos preocupa es captar el momento de la entrada irreversible de la electrónica en el taller, las cosas están claras. En la segunda mitad de la década de los setenta es cuando el robot -objeto rey de la nueva automatización- asegura un vigoroso avance que ya no se desmentirá (B. Coriat) Desde la óptica del trabajo, la llamada revolución industrial de la robótica tomó la forma de control numérico y desplazó al operario, desde su posición de operador experto en la máquina que maneja, cambió a operador con experiencia en el trabajo con máquinas. Radovan Richta situaría ese comienzo en una fecha menos definida, pero cercana, cuando la física del silicio proporcionó un soporte electrónico a la Cibernética, multiplicando la velocidad de los procesos de información y cálculo. En la década de 1970, Radovan Richta y Daniel Bell desgranaron los efectos disruptivos de la computación informática para las profesiones humanas. Bell se centró en el futuro postindustrial, dominado por los expertos y con una cultura meritocrática, y el sociólogo checo advertiría sobre la encrucijada de la civilización industrial, y las amenazas latentes en una transición dirigida por el capitalismo. Tanto la perspectiva liberal de Daniel Bell, como la marxista de Radovan Richta alertaban del riesgo de una tragedia de las ocupaciones durante el periodo de transición, cuando las habilidades aprendidas para el trabajo dejaran de encajar con los nuevos requerimientos profesionales. Ambos acertaron y fueron despreciados por la academia, abducida por las ideas neoliberales. Las razones de ignorar el futuro no eran solo filosóficas; tenían su base en la política, en la contradicción profunda entre capitalismo y democracia que anunciaban (v). La concentración de acontecimientos en torno a 1970-1976 presagiaban fuertes turbulencias, entre otras, la represión sangrienta de los intentos para construir una democracia económica en Chile y en Checoeslovaquia.

Notas:

 (i) WEF, Report 2020, The Future of Jobs 2020, p. 17
(ii) WEF, Report 2020, The Future of Jobs 2020, p. 6
(iii) El WEF-2020 incluye entre los países desarrollados las regiones de China y la India incorporadas a la globalización.
(iv) Kristalina Georgieva. IMF-Blog: By. Diálogo a fondo | noviembre 19, 2020 |,
(v) Ver, en el caso de Daniel Bell (1977) Las contradicciones culturales del capitalismo, Ed Siglo XXI, Madrid.

Fuente: https://www.nuevatribuna.es/articulo/actualidad/final-certidumbres-trabajo/20250313150119236301.html