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México

El FMI y el hilo negro

Fuentes: La Jornada

El Fondo Monetario Internacional acaba de entregar un estudio sobre México en el que se muestra que el comercio internacional de este país con sus socios comerciales del TLCAN ha caído 10 puntos del producto interno mexicano, y muestra tendencia a la baja. El flujo en números absolutos va igualmente decreciendo. Después del acelerado impacto […]

El Fondo Monetario Internacional acaba de entregar un estudio sobre México en el que se muestra que el comercio internacional de este país con sus socios comerciales del TLCAN ha caído 10 puntos del producto interno mexicano, y muestra tendencia a la baja. El flujo en números absolutos va igualmente decreciendo. Después del acelerado impacto inicial entre 1994 y el fin del siglo, la debilidad de la tendencia comenzó a mostrarse con toda claridad.

Por supuesto, se trata del descubrimiento del hilo negro. Las tendencias y los riesgos de una baja del impacto del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá estaban apuntados, en primer lugar, porque Estados Unidos inició el siglo con una drástica caída de su actividad interna. El drama mexicano consiste no sólo en que el gobierno de Fox se plegó a un seguidismo económico que se tradujo en una mayor contracción del ingreso, que nunca buscó el gobierno corregir impulsando el crecimiento del mercado interno, sino que supuso (no es mi apreciación subjetiva, sino el significado de sus actos) que las exportaciones mexicanas recuperarían el extraordinario ritmo del inicio, en cuanto la economía estadunidense regresara a la senda del crecimiento que experimentó durante los años 90.

El FMI apunta a las llamadas reformas estructurales, entre ellas la reforma fiscal, para financiar la falta de infraestructura, en la que el Fondo ve el problema principal detrás de la caída de las exportaciones mexicanas.

No hay duda de que una reforma que lleve el ingreso fiscal a 18 o 20 puntos porcentuales del producto es indispensable, y quién sabe qué gobierno va a atreverse a llevarla a cabo. El PAN intentó una reforma a la que el PRI y el PRD se opusieron, aunque se trataba de una reforma menor. Si Andrés Manuel López Obrador llegara a la Presidencia de la República no habrá reforma fiscal, si continúa con su filosofía de «austeridad», que ya ha expresado varias veces: él no va a «bolsear» a los mexicanos, dice, basta con bajar los salarios de los funcionarios públicos y combatir la corrupción (en cuya acción, por cierto, no ha probado eficacia). Continuaríamos por tanto con esta falla de base fundamental.

Ciertamente tenemos un problema de infraestructura monumental no sólo en la creación de un vasto capital social para operar una economía en otra escala, sino aun la reposición de la pobre infraestructura existente. Es una necesidad inaplazable que, sin recursos fiscales cuantiosas, será imposible. Ahí está a la vista, como ejemplo del horror depredador de que somos capaces, las cuatro graves derramas de Pemex en el estado de Veracruz no por falta de mantenimiento, sino por un abandono total del capital social acumulado por generaciones anteriores.

La falta de mantenimiento del capital social es gigantesca; no hay recursos para recuperarla, y aún menos para acrecentarla en la medida inmensa en que sería necesario, con los ingresos actuales del gobierno federal. Si López Obrador llega a Los Pinos, constatará en el primer mes de su gobierno que, con la austeridad, la astringencia del gasto -que es propuesta para su administración pública- no iremos a ninguna parte.

Pero una infraestructura a la altura del TLCAN, exige no sólo revisar este tratado que, por supuesto, no es para siempre, sino revisar muchos otros temas más, sólo en lo que respecta al tema del comercio exterior. Nos hemos vuelto sostenidamente menos competitivos por una diversidad de razones adicionales al problema de la infraestructura. Ya caímos debajo de China, en el espacio del comercio estadunidense y, desde luego, no podremos competir jamás con ese país constriñendo los salarios.

Tenemos que aumentar la productividad económica y social de México y entrar a competir en mercados con productos sustancialmente más sofisticados, tecnológicamente, que los productos que China vende a Estados Unidos. Y eso exige infraestructura, inversión en altas tecnologías y en educación e investigación y desarrollo, sin lo cual las exportaciones mexicanas continuarán cayendo con rapidez. Y no es que el objetivo sea ganarle a China, sino crear empleos calificados y bien remunerados con productos tecnológicamente complejos.

De otra parte, nunca jamás podremos alcanzar unos objetivos como los apuntados, si los productos que debiéramos exportar no son exactamente los mismos que producimos para el mercado interno. Un sector especializado en la exportación competitiva es un completo fracaso; es apenas un enclave cuya productividad está limitada por el entorno paupérrimo que tendría (nuestra economía actual).

El gobierno de Fox no cree en esta alternativa. Los empresarios foxianos no lo harán con un gobierno afectado por una feroz influencia que lo mantiene horizontal. La propuesta de López Obrador va por la «austeridad», los bajos salarios de los funcionarios públicos y el combate a la corrupción. Un programa microscópico. ¿Adónde vamos?