Traducido para Rebelión por Aldo de Vos
Brasil cerró su ciclo de acuerdos con el FMI iniciado en el período FHC [el ex-presidente Fernando Henrique Cardoso]. El gobierno del PT aprovecha, así, para buscar una mejor imagen en el momento en que aumentan los índices de reprobación. Sólo puede ser eso lo que justifique el alarde de que Brasil ya «anda con sus propias piernas», conforme un discurso atribuido a Lula. Piernas que están quebradas, pero eso él no lo puede decir, porque eso sería reconocer el fracaso de su gobierno. Eso sólo valía cuando el tucanato estaba en el poder.
De hecho, no es más necesario el acuerdo con el FMI. Ya hubo una completa y cabal asimilación del espíritu del Fondo en la política económica del trío Lula/Palocci/Meirelles. Mucho más de lo que el FMI esperaba. Tal fue el desempeño brasileño que el locuaz Sr. Rato, director gerente del FMI e ex ministro del ultraderechista gobierno de Aznar, dijo que fueron «impresionantes los éxitos económicos (de Brasil) en los últimos dos años». (O Estado de São Paulo, 26/marzo/2005, B3). FHC debe haber quedado con envidia. Hizo todo lo que hizo, y el Fondo no se cansa de elogiar al gobierno del PT.
Así, un nuevo acuerdo se ha convertido en algo superfluo e innecesario. La política económica vigente es la interiorización completa y visceral del recetario y de las (des)orientaciones del FMI. Si ellos no imponen tranquilamente su política en Argentina y si el gobierno de Venezuela es otra historia, aquí el Fondo llegó más adentro. Basta recordar que una de las primeras medidas tomadas por el gobierno del PT fue la de aumentar, sin que el FMI lo exigiera, el superávit de nuestras cuentas, para que los recursos y el pago de nuestro endeudamiento estuvieran garantizados.
Pero, a pesar de eso, el FMI alerta: Brasil sigue vulnerable frente a las oscilaciones de la economía global especialmente por causa de nuestra deuda pública, considerada alta. (O Estado de São Paulo, 26/marzo/2005, B3). O sea, al contrario de lo que dice el gobierno Lula, la política económica vigente, después de todo el sacrificio hecho, aumentando en dos millones el número de desempleados, entre 2003/2004; ampliando en casi el 60% el contingente de trabajadores en negro; llevando a los cielos las tasas de interés, que consolidan a este país como el paraíso de los bancos, aún así Brasil sigue vulnerable a los cambios en el escenario internacional. La apariencia es de una recuperación de la autonomía; la esencia es la de un país más servil y dependiente hoy que ayer.
Si el gobierno Lula quisiera realizar un cambio a fondo -aquí sin figurativos- tendría que haber seguido, desde el primer día de su gobierno, otro camino, realizando un cambio completo de ruta. Debería haber estancado el brutal proceso de concentración de capital y financierización de la economía, además de oponerse a la informalidad y a la precarización del trabajo. Hace dos años, con casi 53 millones de votos, eso habría sido posible. Hoy, al contrario, el gobierno se tornó responsable por un pragmatismo contingente, desfigurado y dócil. Y, como si fuera poco, deslumbrado.
Entonces, se puede comprender mejor la erosión de la tasa de aprobación, bien como la pérdida de confianza en el gobierno Lula, en el reciente sondeo CNI/Ibope, que contabiliza cuatro puntos porcentuales menos que en la encuesta anterior. (Jornal do Brasil, 23/03/2005, A2). Parece que se reduce la paciencia popular y que está acabando un período de esperas. Algo similar le ocurrió a FHC; ahora es la vez del lulismo comenzar a menguar.
Más allá del fracaso social completo de su política económica, que en contrapartida deja a los Bancos en estado catártico, es hoy límpidamente visible que la política del gobierno Lula sólo viene recogiendo atropellos, que ayudan a empujar más abajo su popularidad. Inicialmente, en la elección para la presidencia de la Cámara, llevó una paliza del experimentado Severino, que tiene apariencia de simplón y de jocoso, pero que en el fondo está con un ojo en el Planalto.
La reforma ministerial abortada es otra muestra de la erosión del gobierno. Después de dos semanas refritando ministros e inventando otros, el mismo Severino acabó estancando todo el burdo plan que había sido montado por el Planalto, donde hasta el clan de los Sarney sería contemplado en el vale-todo del gobierno. Aparentemente, Lula habría salido victorioso, frenando la reforma ministerial, pero de hecho continúa prisionero del centro y de la derecha, arrastrando por un tiempo más la refritura de ministros, sólo que ahora en baño María. No sabe cómo hacer para reponer una mayoría parlamentaria: sin reforma ministerial no amplía su base y, con ella, se atolla cada vez más en la lógica muy severina del Parlamento.
Como si eso no bastase, aquí va la última: en el mismo sondeo arriba mencionado, el de la CNI/Ibope, Lula encuentra en el PSDB (Alckmin/Serra) una oposición electoral fuerte, que puede aventajarle aliándose a Cesar Maia, del PFL. Sería la vuelta del nefasto esquema que dio sustentación a FHC, dupla que puede dificultar en mucho el sueño de la reelección de Lula. Sólo falta que Severino y su lumpen-parlamentariado lancen su nombre en el tablero de los candidatos, empujando la cosa más a la derecha, para aumentar el desasosiego general.
Tal vez le quepa a la brava senadora Heloísa Helena, que llega al 48% de las intenciones de voto sin nunca haber sido candidata, a acreditarse para mostrar que no murió la alternativa de la izquierda en Brasil. O, mejor aún, que es necesario ayudarla a renacer.