Desde septiembre pasado, los ‘gurús’ del capitalismo no se cansaron de repetir que la crisis mundial se había agravado enormemente como consecuencia de la decisión del gobierno de Bush de ‘dejar caer’ al banco de inversión Lehman Brothers, que cargaba con la mochila de algunos billones de dólares de deudas. La decisión de retomar la […]
Desde septiembre pasado, los ‘gurús’ del capitalismo no se cansaron de repetir que la crisis mundial se había agravado enormemente como consecuencia de la decisión del gobierno de Bush de ‘dejar caer’ al banco de inversión Lehman Brothers, que cargaba con la mochila de algunos billones de dólares de deudas.
La decisión de retomar la ruta de los salvatajes bancarios, sin embargo, no ha mejorado las cosas. Lo muestra la intervención del Estado para evitar la quiebra del Citibank, del Bank of America o de la aseguradora AIG. Las principales bolsas han vuelto a caer un 50 por ciento, lo cual equivale a una desvalorización de los capitales en acciones -desde el inicio de la crisis (a finales de junio de 2007)- que se acerca al 70 por ciento. La crisis bancaria ha provocado una caída del stock de créditos para el comercio exterior de, aproximadamente, el 40 por ciento. Este drenaje supone una salida de capitales de varios billones de dólares, que se manifiesta en una crisis de pagos de los llamados países emergentes y, por sobre todo, en un derrumbe del comercio exterior: China, Japón o Alemania, para citar a algunos de los principales protagonistas, han visto una caída de alrededor de un 30%, en promedio, de su intercambio comercial en las últimas diez semanas. A la luz de estos números, el flamante presidente Obama dio muestra de una supina ignorancia cuando dijo, el lunes pasado, que no había que dejarse llevar por lo que llamó «las oscilaciones» de las Bolsas: no solamente porque las bolsas no ‘oscilan’ sino que caen en picada, sino porque ya no se trata de las bolsas sino del conjunto de las relaciones financieras, comerciales y productivas de la economía mundial.
Nacionalizaciones
La semana pasada, el gobierno norteamericano decidió convertir sus acciones preferidas en acciones ordinarias en el Citibank. Esto elevó su participación en estas últimas al 36 por ciento. Como lo mismo fue obligado a hacer un fondo soberano del emirato de Abu Dhabi, el porcentaje de los propietarios privados del Citi quedó reducido al 28 por ciento. Los accionistas privados vieron de este modo ‘diluido’ su capital de control, aunque las pérdidas que han sufrido han sido mucho mayores: un 92 por ciento desde el comienzo de la crisis. El Estado, sin embargo, pagó por las acciones ordinarias un precio superior al de su cotización en la bolsa, y lo hizo con acciones preferidas que ya habían dejado atrás, por más del 30 por ciento, el valor al que las compró (desde el comienzo de la crisis se desvalorizaron un 75 por ciento). Es decir que todo el mundo perdió a lo grande. Contra lo que diga el izquierdismo vulgar, la desvalorización del capital ocasionada por la crisis no puede ser neutralizada por ningún Estado.
Esto que ha sido llamado una «nacionalización parcial» del Citibank solamente tiende a evitar una declaración obligada de quiebra del banco, pero no resuelve ninguno de sus problemas. El problema del Citi, como el de cualquier otro banco que es ‘nacionalizado’, son sus deudas, por varios billones de dólares, que no pueden ser saldadas con la venta de activos que no valen nada. Al comienzo de la crisis, el balance del Citi superaba los dos billones de dólares (diez veces el capital de aquel momento y unas cien veces el capital actual). El Estado le ha otorgado una garantía de 300.000 millones de dólares, apenas el 15 por ciento de su balance. La ‘nacionalización parcial’ pretende reforzar esta garantía, o sea que el propósito de la nacionalización (como el de todas las otras que tuvieron lugar en Europa) es permitir la cancelación de las deudas acumuladas. «El gobierno norteamericano parece entender que podría desestabilizar por completo el sistema financiero si los tenedores de bonos de algunos de los grandes bancos son barridos», aseguran dos analistas del Financial Times (23/2). Dada la escala de las obligaciones, sin embargo, el cumplimiento con los bonistas es un emprendimiento imposible. Los acreedores, por otro lado, raramente han aceptado cobrar sus créditos con un descuento o ‘quita’. En consecuencia, las ‘nacionalizaciones’ en curso se limitan a dejar en pie unos mega bancos ‘zombies’, que no pueden pagar sus deudas, ni prestar, ni obtener nuevos préstamos y que solamente evitan la quiebra gracias a inyecciones de dinero por parte del Estado. La paralización del crédito es casi total. Lo mismo vale para AIG, que se encuentra en un 80 por ciento bajo el control del Estado, con cuyo dinero hace frente a los pagos por seguros. Una quiebra del Citi o de AIG dejaría en la lona por varios billones de dólares, en uno y otro caso, a acreedores que a su vez se encuentran endeudados en otras operaciones financieras.
Estas ‘nacionalizaciones’, que no resuelven nada pero sí agravan la situación presupuestaria, están agotadas (el presupuesto de Obama prevé un déficit de casi dos billones de dólares y una deuda pública de doce billones, esto sin contar las emisiones sin respaldo de la Reserva Federal). Es casi seguro que en las próximas semanas se den a conocer los planes para transferir las deudas de los bancos al Estado (mediante el desmembramiento de los bancos pseudo nacionalizados o la creación de los llamados ‘bancos malos’), naturalmente con un descuento. En el momento actual de derrumbes generalizados, ese descuento sería enorme y provocaría el desmoronamiento de los acreedores. Pero si el gobierno aceptara reconocer una porción elevada del valor original de la deuda se desmoronaría el Estado. El compromiso del presidente de la Comisión Europea, el portugués Barroso, de que «la gestión de los activos tóxicos (que son los activos que garantizan la deuda de los bancos) será efectuada de acuerdo a reglas continentales» -que se establecerían a mediados de marzo- suena a un intento de ganar tiempo, pues supone que los capitales y los Estados se hayan puesto de acuerdo en un reparto equilibrado de las quiebras. El impasse, sin embargo, por definición, no puede continuar, sería roto en cualquier momento por los diversos detonantes que esperan turno a escala mundial – desde el ‘defol’ masivo de Europa oriental o diversos países sudamericanos, hasta el cese de la compra de bonos del Tesoro por parte de China y Japón, cuyos excedentes de comercio (y por lo tanto de divisas) se están reduciendo a cero. China tiene una deuda pública elevada, esto si se cuenta la creada por la absorción de moneda nacional emitida por el ingreso de divisas. Una caída de las reservas por el cese del saldo comercial o por la salida de capitales provocaría una caída o incluso un desmoronamiento de la deuda pública de China.
El ‘defol’ y las ‘quitas’ son inevitables. En realidad, la desvalorización del capital mundial es la condición para reanudar la acumulación capitalista a cargo de nuevos capitales que aprovecharían el abaratamiento de los capitales quebrados – y el abaratamiento de la fuerza de trabajo desempleada. Pero el tamaño del ‘defol’ y de la ‘quita’ que sufrirán los capitales en crisis (y el daño social que está dispuesta a aceptar la clase obrera) es un problema de fuerza, no de mercado. Por eso entraña no solamente crisis políticas enormes, sino la perspectiva de un derrumbe generalizado de las naciones y capitales más débiles, o sea un hundimiento de la industria y el comercio mundiales. En este punto, la reanudación de la acumulación de capital que ha dejado de producirse con la crisis no es un proceso automático ni menos un tránsito pacífico, supone guerras y revoluciones, o sea la posibilidad del tránsito hacia otro régimen social. La quiebra generalizada plantea, incluso para la sociedad y el Estado capitalista, una reestructuración económica de fondo. El carácter que debe asumir esta reestructuración se convierte en un tema decisivo para todas las clases sociales. La nacionalización, como bandera de los trabajadores, no solamente supone que los capitalistas no reciban compensación (sean accionistas o acreedores). La expropiación del capital la sancionó el sacrosanto mercado, que dictaminó que los valores anotados son inexistentes; a los trabajadores, convertidos en poder político, sólo les cabe hacerla efectiva. La nacionalización debe ser una medida de rescate social; o sea, una herramienta para la reestructuración social sobre nuevas bases.
La cortina de hierro
Pero la atención recibida por la quiebra de la gran banca de los Estados Unidos ha sido desplazada por dos grandes colapsos: el de Europa oriental y Rusia, y el del comercio exterior y su financiamiento.
Los países de Europa oriental tienen una deuda externa impagable de 1,7 billones de dólares, de los que 400 mil millones vencen en 2009. La semana pasada, los gobiernos de la Unión Europea rechazaron, sin embargo, salir a su rescate generalizado. Del mismo modo, el FMI anunció que no reunía suficiente dinero para el socorro. La conclusión es que han votado una caída a la Argentina 2001. Como se ve, en algunos casos (naciones más débiles) los gobiernos capitalistas conceptúan más conveniente el ‘defol’ a la Lehman Brothers. La razón de esto parece clara: los alemanes y los franceses no quieren pagar la factura que recae en mayor medida sobre austríacos e italianos, cuyos bancos son los que más prestaron en la región. En todo caso, saldrán a responder por las pérdidas de sus propios bancos. El problema es que el capital de la Unión Europea ha acumulado deudas internas de casi el 100 por ciento del PBI, bastante más que el 70 por ciento de los endeudados Estados Unidos. Con tasas de ‘riesgo-país’ de casi 5.000 puntos, Ucrania, los países del Báltico y Hungría prontamente declararán el cese de pagos y pasarán a renegociar su deuda con ‘quitas’ que, para algunos bancos, podrían ser mortales. La crisis industrial está haciendo crecer la morosidad de los deudores de los bancos a un ritmo frenético -en España, para tomar un ejemplo, ha pasado del 2 por ciento al 8 por ciento de las carteras.
La respuesta de la UE a la crisis europeo oriental es una muestra de la incapacidad del capital para dar una respuesta unificada a la bancarrota. Es que la reestructuración capitalista que podría emerger de la crisis, sólo tendrá lugar en torno a los capitales y Estados que hayan salido más sólidos del derrumbe. Por el momento, sin embargo, la anarquía estructural del modo de producción capitalista agrava el desplome de la economía mundial.
El aspecto más serio es la caída del comercio mundial y en especial del capital orientado a su financiamiento, que ha retrocedido en forma sustancial por primera en varias décadas. Lejos de recibir un adelanto por sus exportaciones o un diferimiento en cuotas del pago de las importaciones, los bancos reclaman una cancelación anticipada de las deudas. Según informa el corresponsal de O Estado de Sao Paulo, «el ‘colapso’ de los flujos de exportaciones hizo desembarcar la crisis con fuerza en los países emergentes. En el caso específico de Brasil, hubo una reducción del stock de créditos de los bancos internacionales, de 101 mil millones de dólares… en septiembre (de 377 a 276 mil millones de dólares). La tendencia es que el cuadro se complique aún más en los próximos meses… Brasil, según el Banco de Basilea, fue uno de los más afectados».
Es necesario conectar estos datos, por un lado, con el derrumbe exportador de China, Japón, Alemania y los países del sudeste asiático. Los dínamos de la economía mundial se paralizan; en estas condiciones todos los capitales y naciones enfrentan el peligro del ‘defol’, pues sin ventas la mayor parte de las empresas quiebran bajo el peso de sus deudas. La envergadura de la crisis del comercio internacional la mide la caída de los fletes marítimos en el norte de Europa a niveles raramente vistos.
De acuerdo con una estimación reciente, la crisis ha dejado una capacidad ociosa tan alta en los Estados Unidos que para colmarla sería necesario un crecimiento anual de 4,5 por ciento durante seis años. Lamentablemente, no hay un cálculo similar para China, que ha quedado con una capacidad ociosa aún mayor, ya que antes de la crisis se caracterizaba por la sobreinversión. La penetración febril del capitalismo en China ha dejado una contrapartida onerosa, que se manifiesta con la crisis. Sin embargo, China continúa comprando bonos del Tesoro norteamericano, o sea que es incapaz de aplicar el excedente del comercio exterior en forma de capital para el desarrollo interior. El derrumbe mundial replantea, objetivamente, el ‘modelo’ económico de China, o sea la restauración del capitalismo. Sea en Estados Unidos o en el Lejano Oriente, el carácter y la amplitud de la crisis se identifican con los temas estratégicos de la revolución social.
De nuevo, nacionalización
No ha sido el proletariado sino la burguesía la que ha echado a rodar la consigna de la nacionalización. Hasta ahora no ha pasado de una operación vulgar de rescate financiero del capital (inmediatamente a los acreedores, a mayor plazo a los accionistas). La envergadura de la crisis la torna inviable. Tiene aún la alternativa de asumir el control efectivo de la banca y mandar los capitales comprometidos a un fondo de quiebra (como lo sopló desde Europa Eduardo Duhalde). En ese caso, el Estado debería asumir una forma más independiente, o sea bonapartista, y desatar crisis políticas e internacionales. Pero también debería ir más lejos, mediante la adopción de medidas de reestructuración industrial, porque sin ellas la nacionalización bancaria opera en el vacío. Incluso en este caso, como lo demostró la crisis de los años ’30, sea en Estados Unidos, Alemania (nazismo), Italia (fascismo) o los países escandinavos (socialdemocracia), el Estado capitalista no es capaz de encarar más que operaciones episódicas o muy parciales de reestructuración industrial, nunca de conjunto y, por lo tanto, sin posibilidad de superar la crisis.
Las pseudo-nacionalizaciones ya emprendidas (en Argentina, la de las AFJP) cambian el escenario político, pues las clases sociales son empujadas, aún más que en el pasado, a reclamar salidas al poder público. La vista del gasto descomunal que hacen los gobiernos para salvar a un banco contrasta con la incapacidad de los mismos para rescatar a un deudor hipotecario u ofrecer un seguro permanente al desocupado o, peor, con el envío de leyes para postergar aumentos de salarios, reducir las indemnizaciones por despido, bajar los gastos sociales o aumentar la edad para jubilarse -todo esto incentiva la necesidad de una movilización de cara al Estado. Pero la primera tanda de pseudo nacionalizaciones ha culminado en un fracaso; todos los Estados se van a ver obligados a ir más allá de sus primeros pasos. La nacionalización se convierte, entonces, en la cuestión central. Para los trabajadores y otras capas sociales, se transforma en la única vía para preservar el trabajo y la estructura industrial. La reivindicación de la nacionalización pasa a ser fundamental. Se trata de cambiar su contenido: de medida impotente de rescate del capital, en medida de reconocimiento del derrumbe del capital y en instrumento de defensa del trabajo y de la reestructuración industrial.
Por la nacionalización, sin compensación, de la banca, la gran industria, los latifundios y los monopolios del comercio exterior -al servicio de un plan único de reestructuración de las fuerzas productivas, bajo la dirección de los trabajadores.