Para comenzar expreso mi convicción de que América Latina avanzará en su hasta ahora lenta y zigzagueante integración regional y lo hará no tanto por el convencimiento…
derivado de la lectura de miles de páginas sobre las ventajas y la necesidad de la integración- de que es la integración el camino adecuado para funcionar mejor en la economía y la política mundial, sino por el más poderoso de los instintos, el de conservación
El tema que nos propone el panel nos introduce en el ejercicio de la futurología, la aventura intelectual más ardua, arriesgada y no pocas veces desconcertante.
La futurología nos coloca ante dilemas tales como cuál debe ser el horizonte temporal de nuestra audacia intelectual: ¿el próximo mes, año, década o siglo?, y también el difícil equilibrio entre el análisis desapasionado y las preferencias presentes en las escalas de valores y las ideas en las que creemos. Sólo un robot sería capaz de hacer un diseño de futuro sin introducir deseos o visiones emanadas de la ideología que compartimos.
Es el tema de la integración regional el más abarcador y trascendente para interrogar al futuro de los latinoamericanos y caribeños, y el tema central en el trabajo de la FLACSO.
Para comenzar expreso mi convicción de que América Latina avanzará en su hasta ahora lenta y zigzagueante integración regional y lo hará no tanto por el convencimiento -derivado de la lectura de miles de páginas sobre las ventajas y la necesidad de la integración- de que es la integración el camino adecuado para funcionar mejor en la economía y la política mundial, sino por el más poderoso de los instintos, el de conservación, al hacerse cada vez más evidente que sin integración, sin plasmación e integración real de las excelentes posibilidades teóricas que siempre ella ha tenido, América Latina y el Caribe podrían reducirse a un simple concepto geográfico. Más aún tratándose de un mundo donde a los tradicionales polos de poder norteamericano y europeo, hay que agregar a China, India y otros países del sudeste asiático como Corea del Sur, Indonesia, Malasia que están creciendo más rápidamente que América Latina y avanzando más en los procesos reales de la integración.
El instinto de conservación no es aquí una simple reacción primaria, sino que es la única opción estratégica-política que el entramado internacional, la necesidad interna de desarrollo y las propuestas de integración procedentes del Norte, le dejan a la región antes que aceptar la consolidación de una existencia sumida en el retraso y la atomización.
Lo expresado hasta aquí no es una declaración de optimismo a ultranza o de creencia obligada en un final feliz.
Es cierto que en América Latina la fragmentación y las discrepancias abundan, que el crecimiento del comercio en su variante de «libre comercio» no ha implicado mayor, sino menor integración, que el crecimiento económico se acompaña de una esencial enfermedad de inequidad social, que la democracia electoral al uso provoca en la opinión pública escaso entusiasmo porque la inequidad social y la manipulación del poder económico la vacían de contenido, y que la inflamada retórica integracionista se simultanea con conductas desintegradoras, pero no obstante, en su intrincada complejidad, la región avanzará en su integración consigo misma. La integración regional es al mismo tiempo la única estrategia defensiva y la única estrategia de desarrollo a que podemos asirnos los latinoamericanos en los inicios del siglo 21.
Varias razones «condenan» a la región a integrarse. Ellas tienen más capacidad decisoria que centenares de libros y miles de seminarios dedicados a teorizar sobre la necesidad y ventajas de la integración y por supuesto, mucho más que los abundantes convenios, tratados y declaraciones que juran y prometen la integración desde hace casi dos siglos.
Una de esas razones es el fracaso inocultable de los esquemas de integración comercialistas, sin estrategias de desarrollo social e incluso sin sensibilidad hacia éste, sin proyectos compartidos en la energía y la infraestructura, que van surgiendo y mal viviendo entre 1960 y la actualidad. Esquemas que tomaban como criterio de avance el crecimiento del comercio intrarregional, aunque en no pocas ocasiones el mayor crecimiento era del comercio intrafiliales de transnacionales y se explicaba por estrategias corporativas más que por avances reales en la integración.
Esos esquemas eran apenas percibidos por los pueblos, ocupados en la supervivencia del día a día, mientras el proceso de integración se diluía en reuniones técnicas interminables sobre los procedimientos para rebajar aranceles o remover obstáculos técnicos al comercio.
Estos esquemas (ALALC, MCCA, Pacto Andino) surgidos durante los años de influjo cepalino, hicieron sus débiles intentos de sustitución de importaciones y desarrollo hacia dentro, para caer después bajo la oleada neoliberal que impuso la noción de que la riqueza había que encontrarla exportando hacia el mercado mundial (léase Estados Unidos y Europa), abriendo las economías a las transnacionales, privatizando al máximo y abandonando la regulación del mercado para dejar que éste «lo resolviera todo de la mejor manera posible».
Si la integración cepalina quedó muy por debajo de lo necesario, la integración neoliberal fue más una desintegración de lo poco que se había logrado integrar. Sin políticas reales de complementación productiva, sin proyectos compartidos en la energía, la infraestructura, el desarrollo científico-tecnológico, sin mecanismos de solución de controversias, con los mercados abiertos mientras los mercados del Norte continuaban selectivamente cerrados, la integración neoliberal consistió en lo esencial en una competencia irracional por exportar todos hacia Estados Unidos y Europa, mercancías similares e incluso iguales.
El «regionalismo abierto» con que la CEPAL aceptó el neoliberalismo, fue ciertamente abierto pero muy poco regional en tanto concertación y complementación al interior.
Otra razón es que la variante extrema neoliberal de integración propuesta por el gobierno de Estados Unidos, la que podría llamarse ALCA-TLC, ha quedado paralizada después de ser rechazada por un conjunto significativo de gobiernos (en especial Brasil, Venezuela, Argentina, Ecuador, Bolivia). Esta variante ha quedado congelada como un resultado de la oposición de los movimientos sociales que articularon una campaña anti ALCA, la oposición de los gobiernos mencionados por la percepción de que el ALCA-TLC es sólo funcional a los intereses de sus proponentes y porque la experiencia de más de una década de aplicación de este modelo en su variante precoz TLCAN no provoca entusiasmo por seguir la suerte de México, con su agricultura arruinada, su industria reducida a maquila, su extendida pobreza e inequidad y la convulsa realidad social atravesada por las guerras de narcotraficantes y la endeblez del sistema político.
La variante ALCA-TLC ha perdido el impulso que pareció tener cuando convocó a 34 países a ingresar en ella, y extensos sectores sociales la identifican como la propuesta para la integración de América Latina y el Caribe como apéndice subordinado de la economía de Estados Unidos.
Otra razón que debe empujar hacia la integración aunque en forma paradójica, es la relativa bonanza regional en cuanto a crecimiento de sus exportaciones de commodities y alto precio de ellas en los años más recientes.
Pudiera pensarse que la bonanza reciente sería un buen estímulo para la integración, pero no creo que ella sea factor impulsor de la integración, sino más bien la fragilidad de esa bonanza y la necesidad regional de defenderse ante la crisis sistémica global que tenemos ante nosotros, serían las razones que harían moverse a la integración.
Esta bonanza de precios es lo opuesto a las tendencias tradicionales al deterioro de los términos de intercambio, pero su significado es paradójico, porque no se basa en la fortaleza, sino en la debilidad.
No hay altos precios en las exportaciones porque se trate de productos del conocimiento expresivos de alto desarrollo científico, sino que hay altos precios de las vulnerables «commodities» o productos básicos que ahora -a diferencia de casi siempre- tienen altos precios pero éstos se deben a las maniobras especulativas de mercado que a su vez expresan no la buena salud, sino la grave enfermedad de un sistema muy seriamente entrampado y abocado a una crisis tal vez inédita.
Sería un error creer que esta crisis sistémica es una crisis financiera más de esas que van y vienen.
Ella amenaza la coyuntural bonanza económica regional, tiene potencial para hacer de la bonanza una severa crisis y pone de relieve la necesidad regional de amortiguar la crisis con el estrechamiento de las relaciones de cooperación intrarregional y el rescate del mercado interno regional, disminuido por la muy desigual distribución del ingreso.
La crisis que ya se toca con las manos hace más fuerte que nunca los argumentos en favor de la integración regional, pues resulta muy difícil imaginar cómo en forma individual, aislada, los países latinoamericanos y caribeños pueden hacer algo más que lamentarse frente a ella.
La crisis en curso tiene al menos cuatro ingredientes peculiares y amenazadores:
· No se trata de otra crisis cíclica de la que el capitalismo ha sorteado por decenas a lo largo de casi dos siglos, a partir de 1825, cuando Carlos Marx comprobó la ocurrencia de la primera crisis económica capitalista.
No es siquiera la repetición de la crisis más profunda y recordada en la historia del sistema: la de 1929-33, que ha quedado grabada en la Historia como la Gran Depresión.
Más que otra crisis cíclica, lo que ahora tiene lugar es un sistema de varias crisis con sinergia entre ellas, una crisis sistémica, global, como corresponde a la primera crisis de la época de la globalización avanzada.
Nunca antes ocurrió la presencia simultánea de crisis financiera, crisis energética, crisis alimentaria y crisis ecológica. Esta combinación de crisis diversas y en esencia la misma, no es un pronóstico catastrofista, sino la realidad que ya vivimos.
Unirse para enfrentar esta conmoción, parece una conducta obvia de elemental defensa frente a los desafíos globales. Hacerlo en mejores condiciones valiéndose de la integración es la única estrategia posible, pues el sálvese quien pueda en época de la globalización avanzada y de las inmensas distancias entre desarrollados y subdesarrollados, sería una conducta suicida.
La región ahora vende sus productos básicos a altos precios, pero la bonanza tiene pies de barro y se apoya en terreno tan movedizo como la especulación del capital financiero, que la hace espoleado por la crisis y al mismo tiempo echando leña al fuego de ella.
En efecto, las grandes masas de capital especulativo, alimentadas por la desregulación financiera de las últimas décadas, expulsadas del sector informático y del sector inmobiliario por el estallido de las burbujas financieras que en esos sectores ellas crearon, encontraron valores refugio en los alimentos y el petróleo. En el petróleo operaban desde décadas atrás, aunque no en la proporción actual. En los alimentos encontraron un nuevo nicho para especular, que no existía apenas unos cinco años antes.
Los granos básicos han aumentado de precio 88% desde marzo de 2007. El trigo ha aumentado de precio 181% en tres años. La leche en polvo ha triplicado su precio en años más recientes. La calidad más popular de arroz de Tailandia se vendió a 198 dólares por tonelada hace 5 años y por 323 dólares hace un año. En abril de 2008 el precio llegó a 1000 dólares. En Haití el precio de mercado de un saco de 50 kilos de arroz se duplicó en una semana a fines de marzo de 2008.[1]
Sabemos que la producción agrícola está siendo afectada por el cambio climático y también que en fechas recientes las inundaciones en territorio de Estados Unidos, en especial en el estado de Iowa, provocan descensos en la producción de alimentos, pero las estadísticas globales de producción no muestran que se haya producido un colapso en la producción agropecuaria capaz de explicar tales aumentos de precios en un corto período.
No se ha producido tal colapso y ni siquiera un descenso apreciable en la oferta alimentaria. El problema alimentario mundial, con sus 854 millones de hambrientos «oficiales» registrados en la estadística internacional, sigue siendo la injusta y desigual distribución de los alimentos, la cual se basa en la no menos injusta y desigual distribución del ingreso, y se expresa en el contraste entre la obesidad convertida en grave enfermedad en el Norte y en las oligarquías del Sur, y hambre crónica en grandes masas de población en el Sur e incluso en sectores sociales pobres del Norte.
La relación entre oferta y demanda mundiales de alimentos no es la relación entre producción de alimentos y necesidades de ellos, sino entre producción y demanda solvente ejercida por los que pueden pagar.
Sobre la producción de alimentos pende hoy la grave amenaza del cambio climático y de todo el paquete de irresponsabilidad ecológica derivado del sometimiento de la naturaleza al lucro de mercado. Se trata de tendencias alarmantes que cuestionan la base depredadora del sistema en el que la ganancia empresarial compite con la protección ambiental y como regla, la ganancia empresarial tiene prioridad.
Pero aun no se refleja esto en un colapso de la producción alimentaria que pueda explicar una escalada de precios como la actual.
Los biocombustibles o agrocombustibles representan un factor que empuja al alza de los precios con su insensible propósito de alimentar los automóviles de los países desarrollados con combustible extraído de cultivos alimentarios, pero siendo perversa la relación que ellos establecen entre precio del combustible y precio de los alimentos, no es éste todavía un factor que pueda explicar el estallido de los precios. La FAO calcula que los biocombustibles son responsables aproximadamente de un 10% de los incrementos de precios.
Entonces, ¿cuál es el factor determinante en el alza de precios de los alimentos?
Es la especulación con los alimentos, lo que equivale decir la especulación para obtener ganancias apostando por el hambre.
En reciente comparencia ante Comisiones del Senado de Estados Unidos, el señor Michael W. Masters, directivo del fondo de cobertura de riesgo (hedge-fud) Masters Capital Management, analizó el papel determinante de los llamados inversores institucionales (fondos de pensiones públicos y privados, fondos de salud, fundaciones universitarias y otros) en el precio de los alimentos.[2]
Allí se revela que ahora, estos inversores concentran mayor participación en la especulación con contratos a futuro de alimentos, que cualquier otro participante en ese mercado.
Estos especuladores distribuyen su dinero entre las cotizaciones a futuro de 25 «commodities», en correspondencia con los más utilizados índices en ese mercado: Standard and Poors, Goldman Sachs Commodity Index y el Dow Jones-AIG Commodity Index. Ellos se vieron forzados a replegarse en la crisis financiera 2001-2002, al estallar la burbuja especulativa en el sector de la informática.
Encontraron en el mercado de commodities a futuro un «nuevo activo» capaz de ofrecer nuevo escenario para la especulación.
En 2003 habían sólo 13 mil millones de dólares procedentes de inversores institucionales operando en el mercado de productos básicos, pero en marzo de este año 2008 la cifra había aumentado a 260 mil millones de dólares y los precios de los 25 productos mencionados habían aumentado 183% en esos cinco años.
Se ha creado un círculo virtuoso para los especuladores que es un círculo vicioso para los consumidores, porque a medida que entra al mercado de futuros ese flujo de dinero, el mercado se expande y los precios crecen, pues se compra a futuro para obtener ganancias procedentes de precios que serán más altos y a su vez los precios se hacen más altos porque hay creciente demanda de contratos a futuro.
En la mencionada comparencia ante Comisiones del Senado se expresó que en los primeros 52 días de operaciones del mercado los inversores institucionales inyectaron más de mil millones de dólares diarios, lo que contribuye a explicar los extraordinarios incrementos de precios a principios de 2008.
Lo que ocurre con los precios de los alimentos es una aberración del sistema. La especulación desenfrenada crea burbujas financieras que estallan como siempre, entre otras cosas, porque la economía real creadora de valores, de valores de uso y de plusvalores, se reduce relativamente y hace más agresivos y encarnizados a los especuladores, hasta el extremo de convertir el mercado de alimentos de un mundo hambriento, en un casino de juego especulativo.
No son entonces los latinoamericanos los principales beneficiarios del shock de precios de los alimentos, ni son ellos sus causantes, ni tiene relación alguna con inexistentes fortalezas agrícolas de la región, aunque algunos de sus países son exportadores importantes de alimentos y en general, la región podría hacerlo en gran escala.
El alza especulativa de precios de los productos básicos es tan volátil como la especulación misma y puede derrumbarse fácilmente si la crisis sistémica continúa avanzando.
· Otro ingrediente a considerar es que la crisis ocurre cuando la brecha entre economía real y burbuja especulativa global es mayor que nunca antes, cuando la desregulación financiera neoliberal ha generado episodios especulativos como la titularización de deudas inmobiliarias convertidas en activos a partir de créditos concedidos a insolventes (créditos subprime).
Las deudas convertidas en títulos de valor negociables como los llamados CDO (Collaterized Debt Obligations) o titularización de deudas ya anteriormente titularizadas, son instrumentos de composición apenas conocida y total opacidad, difundidos por el mercado financiero globalizado, portadores de valores «podridos» a consecuencia del estallido de la burbuja inmobiliaria. Ellos están actuando como minas que explotan súbitamente en manos de sus tenedores, en medio del campo minado que semeja ese mercado.
El próximo estallido pudiera encontrarse en la titularización de deudas a partir de las tarjetas de crédito, pues la cartera de deuda de las tarjetas de crédito de los consumidores estadounidenses es superior a 2,5 millones de millones de dólares.[3]
Es revelador que en los últimos meses el término colapso es mencionado con frecuencia en publicaciones emblemáticas de Estados Unidos. El 20 de marzo fue publicado por Paul Craig Roberts un texto titulado «El colapso de la potencia americana» y el 27 de marzo The Economist publicó un artículo llamado «Esperando el armagedón» dedicado a la ola de quiebras empresariales.[4]
El sistema se encuentra enredado en su propia red de contradicciones.
Para intentar salir de la crisis financiera el gobierno de Estados Unidos utiliza los clásicos y desgastados instrumentos reanimadores: inyecciones de liquidez, rebaja de la tasa de interés, rebajas fiscales a los ricos y salvataje de instituciones financieras en quiebra como la nacionalización del banco Northern Rock y el remate de Bear Sterns.
Las inyecciones de liquidez alimentan la inflación que se perfila ya como la sombra amenazadora per se sobre la economía de Estados Unidos. Y no solo aumentan la inflación -que es ya la más elevada en los últimos 16 años en ese país- sino que hacen caer aún más al dólar, lo que a su vez retroalimenta la inflación.
La inflación tiene un potente motor impulsor en el alto precio del petróleo.
Para intentar escapar a ese alto precio se ha puesto en práctica la falsa solución de los biocombustibles, pero ellos aumentan el precio de los alimentos, que es otro factor poderoso que alimenta la inflación.
A su vez, altos precios de los alimentos y del petróleo tienen en la especulación el factor más influyente en su alza, pero la especulación en estos productos básicos es una respuesta patológica del sistema en busca de ganancias mediante la creación de burbujas financieras que se han formado huyendo del estallido de otras burbujas anteriores. Tratando de encontrar altas ganancias especulativas el sistema especula con petróleo y alimentos, con lo que fortalece el tóxico de la inflación que lo daña profundamente.
Algo similar ha ocurrido con las rebajas de impuestos a los más ricos. Tal decisión suponía que el resultado sería mayor inversión, pero lo ocurrido ha sido bien diferente: no más inversión, sino más consumismo, más deudas y más especulación divorciada del sector productivo.
· Existe en Asia una capacidad de producción creada para exportar hacia Estados Unidos y Europa que podría convertirse en sobreproducción carente de demanda ante la contracción del mercado en esos dos polos.
La crisis sistémica en curso podría derivar -si la contracción del crédito continúa avanzando y lesiona a fondo a la demanda- en una combinación inédita de crisis de sobreproducción, debido a las capacidades que en Asia quedarían sin demanda, de subproducción (de petróleo, de tierras fértiles, de agua, de aire limpio) y de subconsumo en razón de la pauperización y escasa presencia en el mercado de no menos de 2, 500 millones de seres humanos. [5]
· No es sostenible indefinidamente el desequilibrio extremo de la economía de Estados Unidos. Su enorme déficit fiscal (430 mil millones de dólares) y comercial (815 mil millones) en unión de su deuda pública de 9,5 millones de millones de dólares y su gasto militar de 1,1 millones de millones, se tragan cual gigantesca aspiradora, el 70% de las corrientes netas de capital para financiar tales déficits, sostener el consumismo endeudado en ese país y mantener al dólar como centro y beneficiario de un insostenible sistema monetario internacional, el que sobrevive en virtud del «equilibrio del terror financiero», pero tiene vida limitada. No es infinita la capacidad de Estados Unidos para seguir funcionando como comprador de última instancia.
Para la integración latinoamericana la crisis sistémica en curso refuerza el necesario recurso defensivo que aquella significa frente a un episodio que será muy difícil sortear con una región balcanizada.
Se ha producido una vigorosa reacción en contra del proyecto ALCA-TLC cuyo significado es la integración funcional a la estrategia de Estados Unidos.
La integración regional no puede ser una absurda construcción autárquica encerrada en si misma, pero es positivo que un grupo significativo de gobiernos haya rechazado la fórmula ALCA-TLC, reconociendo que América Latina debe insistir en la búsqueda de un modelo de integración que incorpore experiencias de otras regiones, pero sea pensado por los latinoamericanos y para los latinoamericanos.
«O inventamos o perecemos» diría Simón Rodríguez y José Martí lo expresaría con bella exactitud: «Injértese en nuestras repúblicas el mundo, pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas».
El grupo de gobiernos que rechaza la fórmula ALCA-TLC (Venezuela, Brasil, Argentina, Ecuador, Bolivia, Uruguay, Cuba) desarrollan una activa búsqueda de vías de integración mediante proyectos que apuntan a superar déficits acumulados en la integración como el abastecimiento y el ahorro energético, la infraestructura compartida, la coordinación de políticas macroeconómicas, la construcción de instrumentos financieros alternativos como el Banco del Sur, e incluso -como ocurre en la Alternativa Bolivariana para la América (ALBA)-, la cooperación en la eliminación del analfabetismo, en la extensión de servicios de salud a los pobres, la formación de médicos e instituciones de salud, la creación de instrumentos mediáticos propios como Telesur, la coodinación de políticas y proyectos culturales.
El ALBA, calificada a veces en forma peyorativa como «proyecto ideológico» es tan ideológico como lo son todos, pero sus resultados en menos de tres años de vida incluyen lo mencionado anteriormente y también la complementación productiva mediante la creación de empresas grannacionales, la creación del Banco del ALBA y el diseño de un plan de seguridad alimentaria para hacer frente a los altos precios especulativos de los alimentos y expandir la producción agropecuaria.
Otras fórmulas de integración como UNASUR, MERCOSUR, CARICOM, Asociación de Estados del Caribe o viejos esquemas como la ALADI hacen búsquedas afanosas y a veces confusas en el camino hacia la integración, pero ésta se mueve hoy a un ritmo superior que escasos años antes.
Tiene especial importancia que entre los gobiernos que rechazan la fórmula ALCA-TLC se encuentren Brasil, Argentina y Venezuela.
Brasil, el peso pesado de la región, antaño poco inclinado a la integración regional e incluso más interesado en otras regiones que en América Latina, ha adoptado posiciones integracionistas a partir de la comprensión por el gobierno y las empresas brasileñas de que sólo integrado con su entorno natural latinoamericano, podría ese enorme país realizar su potencial de desarrollo.
Sus acciones recientes incluyen la participación en el Banco del Sur, la propuesta de crear un Consejo de Defensa Suramericano disputándole a Estados Unidos el mercado militar y llevando la integración al escenario militar en el que no ha existido concertación regional, sino algunas estériles confrontaciones armadas y la concertación desigual con Estados Unidos para negociar la permanencia o instalación de bases militares y efectuar maniobras conjuntas. También el gobierno de Brasil ha propuesto la creación de una Universidad Federal de Integración regional en Foz de Iguazú y la acción de mayor hondura: el estudio del idioma español en las escuelas brasileñas.
Argentina con su capacidad para producir alimentos, Venezuela con la mayor riqueza energética en la región, junto a Ecuador, Bolivia, Nicaragua y Cuba, a las cuales podría unirse Paraguay con su nuevo gobierno popular, le dan a este grupo -inexistente hace menos de una década- una apreciable capacidad para abrir otra diferente vía de integración.
Por supuesto, el signo de la integración regional lo dará el viejo topo de la historia: la lucha de clases. Será el arte de la política actuando en el cambiante y relativamente flexible escenario delimitado por las posibilidades objetivas el que decidirá el signo político de la integración.
Por el momento, los países que rechazan la fórmula ALCA-TLC se oponen al proyecto desintegrador que propone Estados Unidos, introducen paliativos de sensibilidad social en una política económica heredada que es manejada con cautela, sin grandes transformaciones en las relaciones de propiedad, abriendo espacios para las empresas de capital nacional y prestando atención a los grandes temas ausentes en los viejos esquemas de integración: la energía, la infraestructura, las instituciones financieras propias.
Hace apenas una década los gobiernos latinoamericanos entendían la integración regional como la creación de un gran mercado. Hoy un grupo importante de gobiernos la entienden como la creación de una gran nación.
Dos grandes temas estarán presentes entre los más importantes en el curso futuro de la integración regional.
Uno es la gran deuda social acumulada con los pueblos. La deuda de pobreza, inequidad, injusticia social. Éste será probablemente el tema que marcará el ritmo de avance de la integración. Ella avanzará al ritmo que marque la cura de la enfermedad de desigualdad social latinoamericana, la que a su vez deja sin contenido a las democracias electorales que proclaman la igualdad de participación y representación política erigidas sobre una brutal desigualdad económico-social.
Sociedades equitativas en términos de acceso al ingreso, al trabajo, la educación, la salud, la cultura, podrían hacer de la integración regional lo que nunca ha sido: un tema que conecte con la vida concreta de los latinoamericanos y se instale en su imaginario como un valor positivo. Hasta ahora la integración no ha sido para ellos más que retórica discursiva o remotas noticias de remotas reuniones de remotos tecnócratas discutiendo rebajas de aranceles comerciales.
Otro tema de gran importancia se coloca en el ámbito de la cultura.
Por supuesto que las culturas nacionales latinoamericanas y caribeñas ofrecen una fabulosa base para el intercambio cultural, pero se trata de algo más que un simple intercambio entre culturas ricas y diversas. Se trata de avanzar en una integración que sin dogmatismo y panfleto, defienda los valores culturales de nuestros pueblos frente a la globalización de la banalidad, la comercialización a ultranza de la cultura, la penetración de la frivolidad y que también se arme con instrumentos mediáticos de eficacia artística, capaces de expresar las realidades regionales con pupila y oídos propios.
América Latina y el Caribe tienen abundantes recursos naturales y humanos que pueden representar para ella lo que el carbón y el acero fueron en el arranque de la integración europea, aunque no se trata de copiar esta integración estructurada en torno a antiguas metrópolis coloniales. La Comunidad Europea del Carbón y el Acero puede tener en América Latina versiones contemporáneas que sean núcleo impulsor originario como lo fue aquella. La región puede aprovechar sus fortalezas disponibles en cuanto a petróleo y gas, agua, alimentos, biodiversidad, por mencionar algunas de las que despiertan la codicia de las transnacionales.
En una visión de más largo alcance y plazo, la integración deberá llegar a dotarse de una organización de concertación y gobierno político que incluya -como expresión de elevada madurez- la supranacionalidad, e incluirá a todos los latinoamericanos y caribeños hablantes de una u otra lengua en algo como una Organización de la Unidad Latinoamericana y Caribeña. A esta etapa superior de concertación política se llegará por un proceso de avances en justicia social, de desarrollo económico y de respeto a la diversidad.
——————————————————————————–
[1] Michel Chossudovsky: La crisis global: alimento, agua y combustible. En www.rebelión.org
[2] Michael W. Masters: Testimony of Michael W. Masters. Managing Member/Portfolio Manager. Masters Capital Mangement, LLC before the Permanent Subcommittee on Investigations Committee on Homeland Security and Governmental Affairs. United States Senate. May 20, 2008.
[3] Francisco Soberón: La crisis financiera internacional. Revista del Banco Central de Cuba. Año 11. No. 1. Pág. 3
[4] Jorge Beinstein: El hundimiento del centro del mundo. Mayo[email protected]
[5] Francois Chesnais: Alcance y rumbo de la crisis financiera. Publicado en la Revista Carre´rouge/La breche en cuyo número de diciembre 2007-enero 2008 se publicó este trabajo traducido para la revista Herramienta No.37. Marzo
Ponencia presentada en el panel sobre Perspectivas de futuro para América Latina y el Caribe, en evento organizado por FLACSO, el Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile y la Fundación Carolina.
|