El estruendoso colapso de la reunión de ministros del G-4 en Potsdam, Alemania, generó una nueva crisis en las negociaciones mundiales de comercio. Tras el fracaso se ocultó una profunda diferencia de paradigmas sobre lo que significa «desarrollo» y lo que países industrializados y en desarrollo deben hacer en esta Ronda de Doha.
La Organización Mundial de Comercio (OMC) sufrió otro golpe a su Ronda de Doha la semana pasada, cuando la reunión ministerial del Grupo de los Cuatro (G-4), integrado por Estados Unidos, la Unión Europea, India y Brasil, se derrumbó en el tercer día de lo que iba a ser una serie de seis jornadas de negociaciones.
No solo fue un fracaso más en la atribulada historia de esta denominada «Ronda de desarrollo», sino probablemente un fracaso fatal. Ahora parece imposible que las «modalidades» (marcos y cifras clave) de negociaciones sobre productos agrícolas e industriales se completen antes del fin de julio, dado que cuatro de los protagonistas se mostraron incapaces de alcanzar un acuerdo.
El G-4 eligió a Potsdam como sede de las conversaciones. Se trata de una ciudad famosa por haber sido la sede del cónclave en que los triunfadores aliados planificaron el orden internacional posterior a la Segunda Guerra Mundial, tras la rendición de Alemania.
Quizá los miembros del G-4 pensaron que su reunión en Potsdam marcaría el comienzo de un nuevo orden en la OMC, pero no fue así. Por el contrario, Potsdam podría llegar a simbolizar ahora el comienzo del fin de la Ronda de Doha, a menos que ocurra algún milagro en las próximas semanas.
Muchos factores incidieron en el fracaso del G-4.
En primer lugar, el estado de las relaciones entre las cuatro partes cambió. Estados Unidos y la Unión Europea se pusieron de acuerdo entre ellos sobre la agricultura, y juntos presionaron muy fuerte a los dos países en desarrollo para que recortaran abruptamente sus aranceles industriales.
Antes de eso, la Unión Europea había presionado a Estados Unidos para que redujera sus subsidios agrícolas, y Estados Unidos había presionado a la Unión Europea para que recortara más sus aranceles agrícolas.
En Potsdam, Estados Unidos ofreció 17.000 millones de dólares como tope para sus subsidios distorsionadores del comercio en general. La cifra está por encima de los 15.000 millones que la Unión Europea había solicitado y de los 12.000 millones reclamados por los países en desarrollo del G-20. La Unión Europea ofreció un recorte promedio de cincuenta por ciento en los aranceles agrícolas, por debajo del cincuenta y cuatro por ciento solicitado por el G-20 y muy por debajo del sesenta por ciento reclamado por Estados Unidos.
De este modo, Estados Unidos y la Unión Europea acordaron rebajar sus ambiciones y perdonarse los pecados. Y luego se combinaron para presionar a India y Brasil en materia de aranceles industriales y a India para que abriera los mercados agrícolas de países en desarrollo.
Fue una repetición del pasado. En momentos críticos de las negociaciones sobre comercio -como en la Ronda Uruguay y antes de la Conferencia Ministerial de la OMC de 2003, en Cancún-, Estados Unidos y la Unión Europea hicieron un pacto similar para después presionar a los países en desarrollo.
En segundo lugar, quedó claro que, con el nuevo acercamiento entre Estados Unidos y la Unión Europea, los países en desarrollo iban a beneficiarse muy poco o nada.
Se suponía que la esencia del programa de Doha consistiría en eliminar -o al menos reducir sustancialmente- los subsidios agrícolas de los países industrializados.
En Potsdam, Estados Unidos ofreció recortar su nivel permitido de subsidios distorsionadores del comercio en general a 17.000 millones de dólares. Brasil e India consideraron que este recorte sería menos que insuficiente. El ministro de Comercio de India, Kamal Nath, dijo a la prensa que los subsidios distorsionadores del comercio aplicados de Estados Unidos solo sumaron 10.800 millones de dólares en 2006.
En tercer lugar, Estados Unidos y la Unión Europea atribuyen ahora el derrumbe del G-4 a la inflexibilidad de dos países en desarrollo que no quisieron dar nada a cambio de sus generosas ofertas.
Pero ninguna de ambas potencias fue generosa. Las dos afirmaron que ya habían liberalizado la agricultura en la Ronda Uruguay, pero resultó que las numerosas brechas en las normas sobre agricultura de la OMC les permitieron no solo mantener sino también incrementar sus subsidios internos. «En efecto, Estados Unidos y la Unión Europea no ofrecen nada, y por su oferta nula tratan de extraer sangre a los países en desarrollo, presionándolos para que recorten sus aranceles industriales y agrícolas, y también de servicios», comentó Chakravarthi Raghavan, un veterano experto en el sistema del GATT y la OMC.
En Potsdam, la Unión Europea y Estados Unidos insistieron en una fórmula que recortaría los aranceles industriales de los países en desarrollo en sesenta por ciento o más en promedio. Pero la Unión Europea solo estaba preparada para recortar sus propios aranceles industriales en cerca de treinta por ciento, y sus aranceles agrícolas en un promedio de cincuenta por ciento.
Los dos países en desarrollo se indignaron por este reclamo, sumado a lo poco o nada que habían recibido como oferta en materia de subsidios agrícolas. Como comentaron algunos representantes, «el tipo de cambio era injusto».
Por último, las cuatro partes actuaban en función de dos paradigmas opuestos. Funcionarios de Estados Unidos insistieron en «nuevos flujos comerciales» como objetivo principal. Esto quería decir que los países en desarrollo debían recortar tanto sus aranceles consolidados que quedarían muy por debajo de sus actuales tasas reales o aplicadas.
Lo que Estados Unidos y la Unión Europea pretenden es la ampliación del acceso a los mercados de los países en desarrollo para sus empresas agrícolas, industriales y de servicios. Pero esto no puede equipararse a desarrollo ni a una Ronda de Desarrollo. Por otro lado, los países en desarrollo temen que un recorte tan profundo de sus aranceles amenace la supervivencia de las industrias nacionales, y que sus agricultores no puedan competir con importaciones más baratas.
El ministro de Comercio de India, Kamal Nath, señaló que una Ronda de Desarrollo implica nuevos flujos comerciales de los países en desarrollo hacia los mercados de los países industrializados, y no a la inversa.
Todo esto lleva a conclusión de que los países industrializados nunca estuvieron interesados en el desarrollo cuando lanzaron el Programa de Trabajo de Doha, en 2001. Simplemente debieron llamarla «Ronda de Desarrollo» para atraer a los países del Sur. Ahora, estos países piden que el nombre de la Ronda tenga sentido.