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El G20 vota por la Gran Depresión

Fuentes: New Deal 2.0

El Comunicado emitido el pasado fin de semana por el G20 muestra a las claras que los halcones del déficit han ganado ascendencia en los círculos que determinan la política global. La II Gran Depresión está en puertas. «Los países enfrentados a serios desafíos fiscales necesitan acelerar el ritmo de consolidación», observa el Comunicado. «Saludamos […]

El Comunicado emitido el pasado fin de semana por el G20 muestra a las claras que los halcones del déficit han ganado ascendencia en los círculos que determinan la política global. La II Gran Depresión está en puertas.

«Los países enfrentados a serios desafíos fiscales necesitan acelerar el ritmo de consolidación», observa el Comunicado. «Saludamos los recientes anuncios de algunos países tendentes a reducir sus déficits en 2010 y a endurecer su marco y sus instituciones fiscales».

El presidente del Banco Central Europeo (BCE), Jean Claude Trichet, dijo que el endurecimiento fiscal en las «viejas economías industrializadas» ayudaría a la «expansión» económica global al aumentar la confianza de los inversores. La Canciller alemana Angela Merkel dijo que Alemania estaba resuelta a proceder a una ronda «decisiva» de recortes presupuestarios que configuraría la política de su gobierno en los años venideros.

Aunque la economía global se ha recuperado un tanto desde el colapso que siguió a Lehman, difícilmente admite la caracterización de «expansión» con que la describió Trichet, dadas las cifras de desempleo de dos dígitos registradas a lo largo y ancho del globo. Y la recuperación global se verá gravemente dañada, si se abandonan las políticas fiscales de apoyo activo -el tipo de estímulo público necesario para sostener mayores niveles de crecimiento y empleo-, como sugieren las discusiones del G20. El nuevo remedio para colapsar la demanda se llama «consolidación fiscal», un eufemismo destinado a enmascarar ulteriores recortes del gasto en servicios sociales vitales.

No obstante los intentos del Tesoro estadounidense por mitigar el auge de la teoría económica del cilicio, lo cierto es que la administración Obama ha contribuido con su incoherencia política al auge de este tipo de fanatismo de la reducción del déficit. El presidente y sus principales asesores económicos -Timothy Geithner y Lawrence Summers- siguen aceptando el paradigma de los halcones del déficit: coinciden en que los déficits son «malos» a largo plazo. Argumentan a favor de la necesidad de recortes fiscales y mayor gasto público para el corto plazo, para proceder luego a la reducción del déficit. También abrazan el principio de las «finanzas sensatas», al estilo de lo que ustedes pueden leer cada día en los periódicos: habría que equilibrar el presupuesto a lo largo del ciclo económico y limitarse a aumentar la oferta monetaria en línea con la tasa real de crecimiento del producto. Ignoran lo más decisivo, y es a saber: que el gobierno debería mantener un razonable nivel de demanda siempre, y que los principios de unas «finanzas sensatas» no pueden divorciarse del contexto económico.

La cosa es todavía peor en Europa. En Gran Bretaña, la nueva coalición conservadora/liberal-demócrata se ve presionada para eliminar los déficits públicos del Reino Unido, a despecho de que el agresivo despliegue de políticas fiscales por parte del anterior gabinete laborista logró esquivar la perspectiva de una calamidad económica de tipo islandés. Sin embargo, y sin la menor pretensión de ironía por su parte, el primer ministro británico David Cameron ha soltado esta singular agudeza:

«Nada ilustra mejor la total irresponsabilidad de las políticas del último gobierno que el hecho de que siguieran levantando un gasto público insostenible, ¡precisamente cuando la economía se estaba encogiendo!».

¿Así que lo que hay que hacer es levantar el gasto público cuando la economía está en fase de crecimiento? ¿Cuando puede presentar verdaderos peligros inflacionarios? Si este es el tipo de políticas incoherentes que le aguardan, que Dios coja confesado al Reino Unido. Si no fuera tan destructiva, la declaración resultaría hasta divertida. Con ideas económicas de tamaña calidad, la cosa no ofrece duda: el gobierno británico logrará mantener su promesa de «décadas de austeridad».

Entretanto, en el resto de Europa, la llamada «crisis de los PIIGS» [Portugal, Irlanda, Grecia, España] no ha hecho sino reforzar más la opinión imperante, según la cual los déficits son malos y desestabilizadores a largo plazo, por lo que resultarían necesarias drásticas dosis de austeridad fiscal, aun a costa de infligir más dolor a corto plazo.

Un yerro trágico.

Para volver a los primeros principios: la locución «gran déficit» carece de sentido. Como sostiene Bill Mitchell:

«El déficit presupuestario es la diferencia entre el gasto público y el ingreso público (el grueso del cual procede de la recaudación fiscal). Al gasto extra por encima de los ingresos fiscales lo llamamos gasto público neto. No es más que una definición contable (es decir, que registra información sobre los flujos de gasto y recaudación), pero los movimientos en el déficit suministran información sobre el estado de la economía (…) la balanza presupuestaria se moverá hacia o en el déficit cuando la economía es débil, porque el ingreso fiscal cae y los gastos de bienestar suben.»

En tales circunstancias, el gobierno tiene que incrementar el gasto (o directamente, o a través de recortes fiscales), a fin de detener la espiral bajista del gasto privado. En términos de contabilidad básica, el déficit público no es sino un trasunto del ahorro privado. No es que algún tipo de vacío financiero vaya arrastrando a los ingresos públicos hacia un gigantesco agujero negro financiero. Lo que hace el gasto del déficit público es permitir que el sector privado alcance un deseable nivel de ahorro. Cuando este último nivel cambia, el gasto público tiene que ajustarse en dirección opuesta para compensar (a menos que la balanza por cuenta corriente cambie también).

El nivel del empleo es el factor que más obviamente afecta a la tendencia al ahorro del sector privado. Un mayor desempleo trae consigo un acrecido deseo (una mayor necesidad) de ahorro preventivo en el sector privado. El hecho de que los EEUU ronden hoy oficialmente el 10% de desempleo y de que las tasas de paro sean aún mayores en Europa significa que los gobiernos no han contribuido lo bastante a compensar esa mayor tendencia al ahorro generando niveles superiores de empleo.

Si el gobierno incurriera en excedentes presupuestarios durante varios años, entonces el sector privado tendría que incurrir en déficits en ese mismo trecho temporal: endeudándose en billones de dólares, a fin de que el gobierno pudiera enjugar su deuda. No se ve por qué los hogares tendrían que estar mejor endeudándose para que el gobierno se desendeude.

La política fiscal ha de entenderse como una balanza en la que el gasto financiado por empréstitos tiene que compensar la propensión al ahorro (y la propensión a la importación) fuera de los niveles de pleno empleo (mientras el endeudamiento del sector privado no baste). Nuestra posición es, en efecto, una versión del siglo XXI de las «finanzas funcionales» del gran economista postkeynesiano Abba Lerner. En radical oposición a la errada y nociva teoría de las «finanzas sensatas», Lerner explicó así la manera en que tenemos que decidir en materia de política fiscal:

«La idea central es que la política fiscal del gobierno (…) debería decidirse siempre con el ojo puesto exclusivamente en los efectos que estas acciones vayan a tener en la economía, y no en función de alguna doctrina tradicional recibida sobre lo que es sensato o insensato.»

Lerner se propuso llevar el debate sobre la política fiscal más allá de lo que llamó las «finanzas sensatas» (que son precursoras del nocivo pensamiento neoliberal de nuestros días).

En la línea de Lerner, sugerimos que el objetivo primero de la política fiscal debe ser gastar en paquetes de creación de puestos de trabajo productivos. No puede ser que se vea arrastrada a la deriva del capitalismo de amiguetes, derivando subsidios financieros masivos hacia un puñado de ricos bien conectados políticamente. Tal ha sido el yerro fundamental de prácticamente todos los paquetes fiscales globales. A los tenedores de bonos se les sigue pagando a la par, mientras que la ciclópea magnitud de esos pagos sirve de excusa para recortar drásticamente servicios públicos vitales, pensiones y otros gastos públicos.

A medida que el gasto privado se va recuperando, el déficit presupuestario comienza a encoger automáticamente (a través de los estabilizadores automáticos). Llegados a cierto punto, el gobierno tiene que disminuir sus gasto neto discrecional para evitar que el conjunto de la demanda agregada (el gasto total de la economía) exceda la capacidad de producción de la economía. Si la demanda rebasa esa capacidad, tenemos inflación. Claro que, cuando irrumpe la inflación, los gobiernos siempre pueden optar por aumentar los impuestos para contener el gasto privado. Todo depende del contexto económico en el que se toman las decisiones.

Con las ideas de Lerner en mente, he aquí lo que en nuestra opinión debería haber dicho el G20:

«Una economía próspera y sensata es, en efecto, uno de los fundamentos de la seguridad nacional, si no el pilar capital (o aun la base misma) de cualquier fundamento. Por eso exigimos a todas las naciones que componen el G20 que pongan por obra un conjunto completo de medidas que aseguren el empleo y entrañen la garantía de un salario mínimo o de subsistencia para todos los solicitantes.

«En Europa, urgimos a la suspensión de las restrictivas reglas autoimpuestas incorporadas al Tratado de Maastricht. Además, recomendamos la ampliación del Banco Europeo de Inversión para convertirlo en un mecanismo de financiación que permita que las naciones con excedentes por cuenta corriente, como Alemania, puedan reciclar esos excedentes en países de la UE con demanda deficiente y déficits por cuenta corriente, a fin de generar empleo adicional y, con ello, facilitar un mejor servicio de la deuda en toda la eurozona.

«En los EEUU y con carácter inmediato, tendrán que autorizarse y ponerse por obra proyectos en Detroit y a lo largo de la costa del Golfo de México, a ser posible antes de que un largo y cálido verano haga estragos. La contratación de trabajadores en el Golfo se hará sobre todo con miras a la restauración del medio ambiente, incluyendo la mayor movilización del Cuerpo de Ingenieros del Ejército conocida en la historia civil, para mitigar el desastre ecológico que se abate sobre nuestras costas. Han de llevarse a cabo retiradas de tropas y un drástico adelgazamiento del pesebre público del que han venido nutriéndose un sinfín de contratistas privados en materia de defensa desde antes de la célebre denuncia del «complejo militar-industrial» por parte de Eisenhower. Y han de llevarse a cabo  para asegurar la «neutralidad presupuestaria», la cual, dicho sea de pasada, es una cosa arbitraria y manifiestamente inútil, puesto que el único equilibrio fiscal sostenible es el que asegura el pleno empleo con estabilidad del precio de los productos. Ha llegado la hora de nuevas directrices de seguridad, y urgimos a todos los gobiernos nacionales a establecer la verdadera base de la seguridad nacional real, que es siempre una economía sostenible y próspera, y no una economía picoteada a su antojo por el capital especulativo global o por sus marionetas políticas, bien instaladas en Estados predatorios.»

Cuanto mejor se sirva a los intereses de los banqueros, tanto peor le irá a la economía y tanto más se la cargará de deudas. Las ganancias de los banqueros se han comprado al precio de la austeridad. De manera irresponsable e inmoral, el Comunicado del G20 ratifica un estado de cosas que, de seguir así, tendrá para todos nosotros un grave precio.

Los políticos del G20 y sus aliados del capital financiero son como buitres que picotean un cuerpo agonizante. Y nosotros estamos indefensos, porque las instituciones diseñadas para servir al propósito público general han sido subvertidas. Estamos engordando a los tenedores de bonos y a los grandes banqueros a expensas del empobrecimiento de la sociedad toda.

Es muy difícil evitar las conclusiones más negras. Nuestras elites políticas han descubierto que las clases bajas ya no cuentan políticamente. ¿A qué, pues, interesarse por su suerte? Este desinterés se está extendiendo ahora también hacia las clases medias. Las gentes comunes y corrientes, que solían presentar batalla, están tan desmoralizadas, que no significan ya:

1      La menor amenaza electoral, porque ninguno de los grandes partidos políticos en Europa o en los EEUU representa ya sus intereses (desde hace años). Resultado: no se paga ningún precio político por acomodarse a este desvergonzado capitalismo predatorio.

2      La menor amenaza en términos de poder, porque sus organizaciones han sido destruidas en los últimos 30 años, y lo que está ocurriendo ahora en Europa significa el asalto final a los residuos del Estado de bienestar del siglo XX (la red de seguridad social de los EEUU fue desventrada ya mucho antes).

El mensaje del G20 parece ser éste: vamos a terminar con el gasto público nacional destinado a sostener el empleo de la clase baja.

Hay un 20% de puestos de trabajo decentes para la población en edad de trabajar en occidente. ¿Y para el resto? Pobreza al estilo sudamericano. Es verdaderamente extraordinario que los votantes del planeta sigan tolerando este corrompido estado de cosas, pero cada vez resulta más difícil adivinar una salida.

Marshall Auerback, uno de los analistas económicos más respetados de los EEUU, es miembro consejero del Instituto Franklin y Eleanor Roosevelt, en donde colabora con el proyecto de política económica alternativa new deal. 2.0. Rob Parenteau es el propietario de MacroStrategy Edge. Editor de Richebacher Letter, es investigador del Levy Economics Institute.

Traducción para www.sinpermiso.info: Casiopea Altisench

http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=3406