¡Qué exultante felicidad, qué éxito, qué poder, qué bendición! Masacramos millones de seres humanos con la facilidad que fumigamos los pulgones del rosal, todo lo suyo será nuestro y sin embargo no acaba de existir suficiente trofeo mediático, no será suficiente el cainita ramo de rosas, aunque haya sido cosechado en sus jardines ardiendo, aunque […]
¡Qué exultante felicidad, qué éxito, qué poder, qué bendición!
Masacramos millones de seres humanos con la facilidad que fumigamos los pulgones del rosal, todo lo suyo será nuestro y sin embargo no acaba de existir suficiente trofeo mediático, no será suficiente el cainita ramo de rosas, aunque haya sido cosechado en sus jardines ardiendo, aunque represente el territorio arrasado y la vana, anónima, felicidad de amores y sueños convertidos en colaterales cenizas y paisajes de chatarras, harapos y chacales.
Parecen no ser suficientes para el hambre mediática, rosas de oro, de diamantes, de petróleo, de misiles, de contratas reconstructoras: para que vuelva a haber casas con nuevas familias y nuevas, flamantes, hipotecas y nuevas banderas. Rosas convenientemente despojadas de ancestros y de espinas. Parece no haber suficiente trofeo, aún, tras el éxito al sembrar todo tipo de armas y odios fratricidas para que el exterminio continúe, autoinfligido: su propia mano borrando su propia historia en pos de un territorio casi virgen, donde podrán florecer hamburgueserías con Mickey Mouse , gasolineras extranjeras, oficinas del Deutsche y el CityBank…
Siempre parece seguirles faltando el gol del paroxismo, el que levante de los amodorrados sofás, con los brazos en alto y desate el clamor de las bocinas y el homenaje bélico de cohetes y petardos. Les sigue faltando la imagen que convulsione, aun más, la libido al arrojar sobre nuestros hombros, como investidura de glorioso poder, transferido, la aún sanguinolenta piel de la compartida víctima.
El untuoso vasallaje de las otras serviles tribus, en las entusiastas loas y reverencias de sus representantes, parece no ser suficiente trofeo si no es sobre el cadáver denigrado del más preciado enemigo, el que un día te ganó en astucia y en poder: prendido ahora, persistentemente, en todas las pantallas del mundo que acunan a tus hijos y a los de quienes creyeron o no en sus infames historias. Su enemigo, que intentan hacer nuestro: inevitablemente sacralizado con la degradación, bajo las aciagas luminarias del mundo, sobre el intocable altar del espectáculo: Todo un «Totus Tuus» minuciosamente orquestado para la plegaria planetaria del odio.
Y una amplia parte de la población del mundo aplaude, vitorea, babea y ruge de placer racial «Totus Tuus» mientras evalúa de reojo los movimientos de sus auténticos semejantes que aumentan en flamante legión: la hora del té ha de ser la nueva hora del «ordine nuovo» del odio mundial predicado desde los púlpitos de las emisoras y las iglesias: sus abatidos satanes han venido a ser, no del todo paradójicamente, sus omnipresentes Ecce Homos: los Bin Laden o Gadafis fotografiados junto a sus captores en la inmediatez del sacrificio.
¿Hasta donde alcanzará la eficacia de un chivo expiatorio disfrazado de tirano o de inmigrante, o más bien de la calculada superposición que con ello se procura, tirano-emigrante, mientras clamen linchamiento los altares financiados por el uno por ciento? Su mejor baza es el odio, predicado desde los púlpitos, el sentirse grupo frente al extranjero, frente al diferente. La creciente xenofobia es una potente y subliminal bandera, cada siembra de cadáveres en país ajeno se superpone, en nuestros territorios, a las vidas de quienes asociamos con su propia etnia y progresivamente va sangrando sobre ellas, no misericordia, sino el estigma de su inexistencia, el férreo abrazo de su expulsión.
Muy probablemente, el incomprensible apoyo de buena parte de la población, no tenga nada que ver con las crecientes penurias y el hambre, en los países ricos, ni con los salarios que no cubren el mes, o ya no llegan nunca, sino con la consustancial necesidad de sentirse superiores a costa de lo que sea ¿Cómo es posible que les continuemos manteniendo con nuestro mayoritario voto, aunque entreguen a los bancos nuestros enajenados salarios, nuestras casas, aunque les entreguen los hospitales, los institutos, las universidades…que les ofrezcamos nuestro apoyo aunque retiren los derechos laborales y nos prometan una esclavitud civilizada, aunque nos juren, desde los altares, que atizarán la xenofobia y la exclusión social? Cuando en nuestro entorno crece la incertidumbre, la angustia el dolor y la nausea.
Somos el noventa y nueve por ciento, se clama en Nueva York, no todos indignados, evidentemente. El setenta y cinco por ciento, en España, dice ver con buenos ojos el movimiento del 15M. La indignación ya no es algo a consumir en silencio. La degradación moral se ha de volver, inevitablemente, sobre quienes la nutren. La historia dice que el ingente entramado de castillos y fortalezas que asediamos jamás podrá caer sin un cataclismo, la historia que ellos continúan publicando, con enorme tendencia a tomos de canto dorado y locutores impecablemente encorbatados, incluso a editoriales de diarios «progresistas». La historia se comenzó a escribir en diferentes soportes que ya no esperan su censura. «Vamos despacio porque vamos lejos».
La marea ética tiene ingentes cantidades de basura que arrastrar, no podemos devolver las vidas en los pueblos arrasados, en no demasiado tiempo estaremos en el lugar donde se levantan las manos para decidir qué se hace con un país y continuaremos encontrando vías para que deje de ser atracado, soliviantado, chantajeado, embargado, ni que decir masacrado. No podemos devolver las vidas pero si valorarlas, despojarlas de las infamias vertidas sobre ellas y devolverles, al menos, la dignidad en un futuro de justo recuerdo. Recuperar las vidas, bajo otras latitudes y valores, es sin embargo la posibilidad que nos reúne en las calles: rescatarnos de la ciénaga transnacional que nos imponen como único mundo posible quienes decidieron ser los reptiles depredadores de la fábula. Rescatarnos mutuamente en otras latitudes reales, pero no sin memoria. Esos deberán ser los únicos rescates posibles.
Toda mi vergüenza porque con mis impuestos se pagó y se paga parte de lo que continúa matando, porque a mi pesar mi silencio y mi falta de fuerzas fueron y seguirán siendo mayores que mi acusación y mi denuncia.
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