El gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva ha reducido la pobreza extrema en Brasil con el ‘Hambre Cero’, un programa de subsidios directos convertido en referencia internacional, pero en el país más rico de América Latina millones de hambrientos dependen hoy de la caridad del Estado. La principal estrategia social de Lula desde que […]
El gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva ha reducido la pobreza extrema en Brasil con el ‘Hambre Cero’, un programa de subsidios directos convertido en referencia internacional, pero en el país más rico de América Latina millones de hambrientos dependen hoy de la caridad del Estado.
La principal estrategia social de Lula desde que asumió su primer mandato en 2003 ha sido ‘Bolsa Familia’, que agrupó los subsidios federales, estatales y municipales dirigidos a los hogares en la miseria en este país de unos 189 millones de habitantes y más de un tercio en la pobreza.
A partir de mañana 1 de agosto el gobierno comenzará a pagar un aumento del 18,5 por ciento a las 11 millones de familias beneficiarias.
Se trata del primer ajuste desde que fue unificado este programa y persigue compensar el impacto de la inflación acumulada entre octubre de 2003 hasta mayo de 2007.
El aumento del gasto público con este ajuste se incrementará en 400 millones de reales (unos 215 millones de dólares) y el costo total del Bolsa Familia este año será de 9.000 millones de reales (4.838 millones de dólares).
El pago mínimo a las familias pasará de 15 reales (8,3 dólares) para 18 reales (9,6 dólares) y el máximo de 95 (51 dólares) para 112 reales (60,2 dólares).
La intención es ‘garantizar el poder de compra de los beneficiarios’ y mantener la función del programa en el combate a la pobreza, según el gobierno. Los subsidios en realidad han logrado disminuir la pobreza extrema por la vía estadística.
En Brasil se considera una situación de pobreza extrema el ingreso familiar menor a 60 reales por mes (cerca de un dólar diario).
Entre 1992 y 2005 este indicador cayó en 54,6 por ciento, según la oficial Encuesta Nacional de Domicilios por Muestreo.
La prioridad es atender a las familias extremadamente pobres. Ese grupo recibe el beneficio básico de 58 reales (31 dólares) más 18 reales (9,6 dólares) por hijo de hasta 15 años de edad, con limite de hasta tres hijos por familia.
Según el gobierno el ‘Hambre Cero’ y su derivado ‘Bolsa Familia’ son políticas de Estado e inclusión social.
Además del pago en dinero, el modelo brasileño de subsidios puede incluir cestas básicas de alimentos; garantía de mercados para la agricultura familiar y la siembra de especies oleaginosas destinadas a fabricar biocombustibles.
Solamente en 2007 el gobierno invierte 13.300 millones de reales (unos siete millones de dólares) en el combate a la pobreza ‘integrando más de 30 programas y acciones que apuntan a erradicar el hambre por medio de la inclusión social’, según el gobierno.
La cifra supera en 114 por ciento a los 3.000 millones de dólares equivalentes invertidos en 2006.
Uno de los subprogramas atiende diariamente la alimentación de 36 millones de escolares con una inversión de unos 700 millones de dólares al año.
También funcionan un centenar de restaurantes populares, bancos de alimentos, cocinas comunitarias, distribución de cestas de comida a indígenas y un esquema de créditos y campañas de educación para una alimentación saludable.
Según el gobierno, el ‘Hambre Cero’ requiere como una estrategia nacional el compromiso de toda la sociedad y hoy reúne el trabajo de varios ministerios, empresas estatales y privadas, bancos, la iglesia católica y organizaciones no gubernamentales.
Pero a pesar de los esfuerzos el hambre y la miseria están lejos de acabar en este país de abismales contrastes económicos, sociales y regionales.
Según el estatal Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE), unos 72 millones de brasileños sufren ‘inseguridad alimentaria’ y de ellos al menos 14 millones (el 7,7 por ciento) han pasado hambre.
El problema también tiene tinte racial en el país fuera de Africa con más población negra.
La llamada ‘insuficiencia alimentaria’ afecta al 28 por ciento de la población blanca, pero al 52 por ciento de los negros y pardos, según los propios datos oficiales.
Entre los indígenas, el 30 por ciento de los niños menores de cinco años sufre de bajo peso, contra el 4,6 por ciento del promedio nacional.
La mayor parte de los 54 millones de pobres de Brasil se encuentra en el noreste semi árido y en el norte amazónico, regiones azotadas por siglos de abandono político y aislamiento.
Para el estatal Instituto de Pesquisas Económicas (Ipea) la extrema pobreza bajó un 26,2 por ciento entre 2001 y 2005 y la pobreza en un 11,5 por ciento, desde 60,9 millones de personas a 54 millones en el mismo período.
Los críticos de los programas asistenciales de Lula alegan que la pesada y corrupta burocracia estatal y partidista no garantiza que los números colocados en el papel se traduzcan de manera eficiente en beneficios para todos los necesitados.
También señalan que estos mecanismos no atacan las causas estructurales de la pobreza en un país donde las diferencias entre ricos y pobres son abismales.
Pero de cualquier forma el modelo brasileño ha sido reconocido y premiado y se ha convertido en referencia internacional en un mundo donde según la FAO el número de hambrientos crece cada día y ya llega a 854 millones.