Traducido para Rebelión por Hugo Scotte
I-
La década de 1990, iniciada en Brasil con el gobierno de Fernando Collor de Mello, nos legó un brutal proceso de privatización, un amplio abanico de desreglamentaciones, un intenso proceso de reestructuración, un vasto movimiento de financierización y un enorme y desmesurado ritmo de precarización social.
Pero, si el gobierno Collor empezó el neoliberalismo en Brasil de manera aventurera, fue con Fernando Henrique Cardoso, durante sus 8 años de gobierno, que realmente levantó vuelo la década del neoliberalismo. Se trataba de otra racionalidad, pero dentro del mismo ideario diseñado por el Consenso de Washington.
Cuando FHC inició su gobierno, en 1995, se encontró con una huelga general de los trabajadores petroleros que conmovía al país. La virulencia con que enfrentó ese movimiento de resistencia marcó definitivamente a su gobierno, su fisonomía y los intereses conservadores que dominaban su gestión. El neoliberalismo, iniciado con Collor de una forma aventurera y bonapartista, encontraba en Cardoso una «nueva racionalidad» que exigía inflingir una dura derrota al movimiento de los trabajadores para pavimentar los (des)caminos del social liberalismo en el país.
Algo relativamente similar había ocurrido anteriormente en el Reino Unido bajo Margareth Thatcher. Para consolidar el nefasto neoliberalismo, empezado en 1979, su gobierno reprimió duramente la heroica huelga de los mineros de 1983-84, profundizando el ideario y el pragmatismo neoliberal en suelo británico.
Como cupo a la historia fotografiar estos tristes episodios, Fernando Henrique, el Príncipe del Real, y Margareth Thatcher, la Dama de Hierro, pasaron a la historia como enemigos de los trabajadores. Como sucesor de Thatcher, el Reino Unido vivenció la farsa de Tory Blair, su ‘New Labour’ y la jocosa ‘Tercera Vía’.
Como sucesor de Cardoso, Brasil presenció la victoria de Lula. Si en 2002 esa victoria de la izquierda señalaba, en alguna dimensión, el principio del desarme de la etapa neoliberal, dos años después puede constatarse que los elementos de continuidad suplantaron completamente los trazos de discontinuidad, ahogando y finalmente podando las posibilidades de cambio del escenario anterior. Brasil ayudaba a confirmar una tesis reeditada aquí y en otros lugares: las fuerzas de izquierda que se proponen para demoler al neoliberalismo, frecuentemente, al llegar al poder, se vuelven prisioneras del engranaje neoliberal.
Para aquellos que esperaban: 1) el comienzo de un cambio profundo de la política económica, contradiciendo los intereses del FMI; 2) la contención del flujo de capitales que emigran hacia el sistema financiero internacional, agotando la producción de nuestra riqueza; 3) el combate al nefasto proyecto del ALCA; 4) la recuperación de la dignidad del salario mínimo, contra la política de ajuste salarial; 5) el combate a los productos transgénicos que pueden traer tantos riesgos a nuestra salud; 6) el inicio de la reforma agraria, imprescindible para acabar con la miseria brasileña; 7) la recuperación de la res pública contra la secular privatización del estado brasileño; en fin, que esperaban el principio de un programa efectivo de cambios, con plazos y caminos construidos con un sólido impulso social, fue triste constatar que la primera «reforma» del gobierno de Lula, fue la (contra)reforma de la previsión social pública y su privatización, que fue agendada con el FMI. Imposición que el gobierno aceptó sin resistencia, desestructurando un sector importante de la clase trabajadora brasileña, compuesta por los funcionarios públicos que habían sido, hasta ese momento, uno de los pilares de sustentación del Partido de los Trabajadores, especialmente en el difícil período de la dictadura militar.
Y, al hacer esto, el gobierno de Lula tuvo que derrotar ejemplarmente, como en los episodios anteriormente citados, la acción de los trabajadores del estado, escogidos por el gobierno como elemento causal de la tragedia brasileña
Su fuerza no se volvió contra los capitales financieros, ni contra los capitales transnacionales, ni contra los propietarios agrarios, sino contra los trabajadores del servicio público, uno de los raros espacios donde se preserva la dignidad de los asalariados y se intenta refutar el azote de los mercados.
¿Por qué tal fenómeno sé hizo efectivo? ¿Por qué, en vez del inicio de la discontinuidad y ruptura con el neoliberalismo, el gobierno de Lula del PT se puso como una expresión fuerte de su continuidad? Las explicaciones son, por cierto, complejas, pero se encuentran en gran medida en la contextualidad vivida en la década de los 90, donde pudimos presenciar la proliferación del neoliberalismo en América Latina – aunque ya se había anticipado en las dictaduras militares de Chile y de la Argentina -, el desmoronamiento cabal del «socialismo real», sin hablar en la socialdemocratización de la izquierda y su influjo para la agenda social-liberal, eufemismo que cierta «izquierda» usa cuando practica el neoliberalismo.
¿Cómo el PT sufrió ese proceso? Contestar esa cuestión es una condición para entender lo que viene pasando en el caso brasileño y su izquierda dominante.
II
– El PT parece completar su ciclo y llegar a la mayoría de edad política. Nacido en el seno de las luchas sociales, sindicales y de la izquierda del final de los años 70, el joven partido surgía, entonces, bajo el signo del rechazo, tanto del «socialismo real», como a la socialdemocracia, sin emigrar para el capitalismo. Su vitalidad se afirmaba en el fuerte vínculo con las fuerzas sociales del trabajo. La década de 80, que tantos consideran como la «década perdida» en Brasil, para el mundo del trabajo fue un período de creación y avance. Bastaría recordar que allí florecieron, además del PT, de la CUT y del MST, una cantidad de movimientos sociales y sindicales, del campo y la ciudad, que irrumpían por la base, cuestionando nuestra tradición casi prusiana, autocrática, cuyos estratos «de arriba» expresaban un universo burgués al mismo tiempo agresivo y miedoso, elitista e insensible.
En los años 90, la década de la desertificación neoliberal, una tormenta se abatió sobre nuestro país. Tuvimos privatización acelerada, informalidad descompensada, desindustrialización avanzada y financierización desmesurada. Todo en conformidad con el figurín global. Si Collor fue un bonapartista aventurero, una fuente inagotable de irracionalidad, con FHC y su racionalidad acentuada, el país descarriló en las huellas del social-liberalismo, eufemismo designado a los que practican el neoliberalismo.
El PT sufrió esa tempestad, oscilando entre la resistencia al desmonte y la asunción de la moderación. Luchaba contra el recetario y el pragmatismo neoliberal, pero aumentaba su sujeción a los calendarios electorales, actuando cada vez más en el cauce de la institucionalidad. De partido contra el orden se fue metamorfoseando en partido dentro del orden. Las derrotas electorales de Lula en 1994 y 1998 intensificaron su transformismo, mientras Brasil también se modificaba profundamente. En el apogeo de la fase de la financierización del capital-dinero, del avance tecno-científico, del mundo digital y casi espectral, donde tiempo y espacio se convulsionan, Brasil vivía una mutación del trabajo que alteraba su polisemia, de la cual la informalidad, precarización y desempleo son expresiones. Ingresamos entonces en la simbiosis entre la era de la informalización y la época de la informatización.
Cuando, finalmente, Lula venció las elecciones en 2002, el país estaba de cabeza para abajo. Al contrario de la potencia creadora de las luchas sociales de los años 80, el escenario era de ‘stagnación’ en medio de tanta destrucción. Su elección fue, por eso, una victoria política tardía. Ni el PT, ni el país eran más los mismos. El segundo se estaba desertificando mientras el primero se había desvertebrado. La Carta a los Brasileños, firmada por el PT en plena campaña electoral era una clara demostración de que su gobierno sería fiador de los grandes intereses del capital financiero, bajo el comando del FMI. Por eso, ella se volvió conocida por sus críticos como Carta a los Banqueros…
Por eso, la política que el gobierno del PT viene implementando, desde su primera hora, es en parte expresión de su transformismo y su consecuente adecuación al orden. Pero, la intensidad de la subordinación al financismo, al ideario y a la pragmática neoliberales, dejaron estupefactos hasta sus más ásperos críticos. Mientras tanto, el ‘tucanato’ y el PFL transitaron, de la sorpresa inicial, a constatar que el PT en el poder es el antípoda del PT en la oposición, para un segundo y actual momento, de escarnio y crucifixión. El episodio Waldomiro, que mostró la corrupción dentro del Palacio, era sólo lo que faltaba, haciendo que hasta la legendaria revista británica The Economist recordara que el halo del gobierno del PT estaba empañado. (The Economist, 21/02/2004).
Encantado con el mundo palaciego, actuando como paladín del neoliberalismo, comandado por la manipulación de Duda Mendonça (hombre de marketing político, de confianza de Lula y que en el pasado reciente fuera publicista del protofascista Maluf, expresión más fiel de la derecha brasileña), el gobierno del PT mantiene una política económica que amplía el desempleo y la informalidad y estanca la producción. Con su postura con relación a los transgénicos se curvó a las transnacionales y su acción contra la jubilación pública fue la visceral negación de todo su pasado, generando una catarsis junto a los nuevos operadores de los fondos de pensión que vislumbran la feliz confluencia del mundo financiero con el sindicalismo de negocios.
Pero, en un punto, el gobierno Lula se mostró más competente que el de FHC: por primera vez en la historia reciente del país, los trabajadores privados fueron puestos contra los trabajadores públicos. Si no fuese trágico, podría decirse que el partido que nació en la lucha de clases se convirtió en el partido que incentiva la lucha intra-clase. Claro que, para tanto, fue necesario repetir la historia anterior, de «procesos y depuraciones», que llevó al PT dominante a expulsar la coherencia para preservar la sumisión, expulsando tres parlamentarios, la senadora Heloísa Helena y los diputados Luciana Genro y Babá.
El más exitoso partido de izquierda de las últimas décadas, que tantas esperanzas provocaron en Brasil y en tantas otras partes del mundo, se asemeja hoy al New Labour de la vieja Inglaterra. Acabó por convertirse en un partido del orden, se agotó como partido de izquierda, capaz de transformar el orden social, para calificarse como gestor de los intereses dominantes en el país. Se convirtió en un partido que sueña en humanizar nuestro capitalismo, combinando una política de privatización de los fondos públicos, atendiendo tanto a los intereses de los sindicatos patronales, especialmente aquellos presentes en el sistema financiero nacional y principalmente internacional, que efectivamente dominan.
III –
Estamos finalizando el segundo año del gobierno Lula. ¿Qué tenemos para conmemorar?
El desempleo se amplió, la pérdida salarial viene corroyendo aún más las condiciones de vida ya degradadas de los trabajadores. En vez de iniciar una nueva era de desmontaje del neoliberalismo, empalmamos con la continuidad del nefasto proyecto de desertificación social y política del país. Se consolida, una vez más, el triste proceso de cooptación de lo mejor que las clases trabajadoras crearon en las últimas décadas.
La política económica, por ejemplo, es de destrucción del mundo productivo, en beneficio de los capitales financieros, reiterando la dependencia a los dictámenes del FMI. La concentración de la tierra se mantiene intacta y aumentan los asesinatos en el campo. El sentido público y social del estado está siendo, paso a paso, desmantelado. La mayor virulencia practicada por el gobierno del PT fue, como dijimos arriba, dada por el desmonte de la política de jubilación pública y su privatización. La política de los transgénicos se curvó y cedió a las transnacionales, como la Monsanto. La acción frente al Alca, que debía ser de clara oposición y confrontación, es dudosa y tímida, muy por detrás de lo que debería esperarse de un gobierno democrático y popular.
Si eso ya no bastase, Lula acaba de defender a flexibilización de las leyes del trabajo, tal como los capitales transnacionales están exigiendo. Sabemos que los capitales globales pasaron a exigir, cada vez más, la flexibilización de los derechos del trabajo, forzando a los gobiernos nacionales a ajustarse a la fase de la acumulación flexible. Flexibilizar la legislación del trabajo significa, -no es posible tener ninguna ilusión sobre eso-, aumentar aún más la precarización y destrucción de los derechos sociales que fueron arduamente conquistados por la clase trabajadora, desde el inicio de la Revolución Industrial en Inglaterra y especialmente después de 1930, cuando se toma el caso brasileño.
Como la lógica capitalista es acentuadamente destructiva, los gobiernos nacionales están siendo cada vez más presionados a adaptar su legislación social a las exigencias del sistema global del capital, a los imperativos del mercado, destruyendo profundamente los derechos del trabajo. Hace pocos días, la Italia de Berlusconi fue sacudida por una huelga general que paralizó el país, desencadenando una acción colectiva contra la política de destrucción de los derechos públicos y sociales.
Es ese escenario que, después de innumerables tentativas hechas durante el período FHC, el FMI exige del gobierno Lula la flexibilización de la legislación sindical y laboral en Brasil. Si cupo al bonapartismo aventurero de Collor iniciar el proceso de destrucción de los derechos laborales, con la racionalidad burguesa de FHC esa tendencia se acentuó, pero en los años 90 encontró fuerte oposición de los sindicatos, especialmente vinculados a la CUT y al PT.
Con Lula ha llegado la hora de destruir la columna vertebral de nuestra legislación social, en lo que ella aún tiene de positivo, en lo que dice respecto a los derechos del trabajo. Por eso, la reforma laboral, elaborada por el Foro Nacional del Trabajo, con representantes de los «trabajadores, empresarios y gobierno», todos escogidos por el gobierno del PT, es la antípoda de aquello que era defendido por la CUT y por el PT durante los años 80. En síntesis, es la negación de la autonomía, de la libertad y de la independencia sindicales. Dividida en dos partes, el desmonte comienza por la reforma sindical. Después vendrá la reforma laboral, en el flujo de la desconstrucción global. Tiene por lo menos tres puntos nefastos.
Primero: es extremadamente verticalista transfiriendo a las centrales sindicales el poder de negociación de derechos de los trabajadores, restringiendo la participación de los sindicatos y de las asambleas de base en la realización de los acuerdos de clase.
Segundo: las centrales sindicales pasan a ser definidas a partir de su representación, lo que hiere cualquier posibilidad de ejercicio de autonomía y de libertad sindical, al establecer límites mínimos para la representación de los sindicatos.
Tercero: el impuesto sindical y las contribuciones asistenciales son sustituidas por la llamada Contribución de Negociación Colectiva, lesionándose un principio del sindicalismo autónomo, que es la cotización libre y voluntaria de los trabajadores para el mantenimiento de los sindicatos. Se trata de cambiar gato por liebre, para mantener la vieja (y también la nueva) burocracia sindical que sostiene hace años el llamado amarillismo sindical.
Se trata, por tanto, de una «reforma» que preserva e intensifica el verticalismo, el burocratismo de las centrales sindicales, cortando el nacimiento de nuevos organismos de base y restringiendo aún más a acción autónoma de los trabajadores.
Si le corresponde al gobierno Lula hacer ésta (contra)reforma, debemos añadir: triste el país en el que un gobierno burgués, conducido por Getulio Vargas, creó, bajo presión obrera, nuestra legislación social, y que un gobierno de origen obrero, como el de Lula, bajo presión burguesa, parece servilmente dispuesto a destruirla. ¿Será ése el papel destinado a la izquierda en el siglo XXI?
(*)Ricardo Antunes es Profesor Titular de Sociología de la UNICAMP/Brasil. Fue «Visiting Research Fellow» en la Universidad de Sussex (Inglaterra) y autor, entre otros trabajos, de Adios al Trabajo? (publicado también en Brasil, Italia, Venezuela, Colombia, México y España), Os Sentidos do Trabalho e A Desertificação Social no Brasil: Collor, FHC e Lula. Es miembro del Consejo Editorial de las revistas Margem Esquerda (Brasil), Herramienta (Argentina), Trayectorias (México), Proteo (Italia) y Latin American Perspectives (EUA).