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El gobierno Lula entre dos aguas

Fuentes: Correspondencia de Prensa

Si el crecimiento económico fuera la forma de medir los aciertos de un gobierno, el de Luiz Inacio Lula da Silva debería ser valorado como exitoso. En efecto, en 2004 el producto bruto interno crecerá por encima del 4%, contrastando vivamente con el estancamiento del año anterior, primero de la gestión petista, cuando la economía […]

Si el crecimiento económico fuera la forma de medir los aciertos de un gobierno, el de Luiz Inacio Lula da Silva debería ser valorado como exitoso. En efecto, en 2004 el producto bruto interno crecerá por encima del 4%, contrastando vivamente con el estancamiento del año anterior, primero de la gestión petista, cuando la economía decreció un 0,2%. Los datos del primer semestre de este año confirman la tendencia que comenzó hacia fines del año pasado: según los portavoces oficiales, se trata de un verdadero despegue ya que estarían dadas las condiciones para un crecimiento sostenido durante un largo período. En el gobierno se respira un clima de euforia, ya que el avance de la economía vendría a confirmar la certeza del polémico rumbo tomado por el Partido de los Trabajadores (PT) en el gobierno.

En contraste, el 7 de setiembre, día de la patria en Brasil, casi dos millones de personas salieron a las calles convocadas por el Grito de los Excluidos, para rechazar la actual política económica, exigir un plebiscito sobre la deuda externa y la aceleración de la reforma agraria. La décima edición del Grito, movilización anual en la que participan desde hace diez años casi todos los movimientos del país, desde la iglesia católica hasta los sin tierra (MST), se realizó de forma simultánea en 1.800 localidades. En la concentración central, en Aparecida do Campo, en el estado de San Pablo, participaron unas 90 mil personas, según Brasil de Fato, semanario vinculado a los sin tierra.

Economía y elecciones

Durante más de un año, el gobierno de Lula -y muy en particular su ministro de Economía, Antonio Palocci- aseguró que los sacrificios del primer año y la continuidad con el modelo neoliberal del ex presidente Fernando Henrique Cardoso, eran el precio a pagar para que la economía despegara de forma definitiva. El gobierno optó por una política asentada en un fuerte superávit fiscal primario (superior incluso al comprometido con el FMI), un importante recorte de los gastos gubernamentales y una muy elevada tasa de interés para frenar cualquier estampida de la inflación. Para un país cuya deuda asciende al 55% del producto bruto, se trataba según los voceros oficiales de «poner la casa en orden» para reducir la vulnerabilidad externa del país y tomar las riendas de la economía y del Estado.

Las principales críticas vinieron tanto de la izquierda y de los movimientos como de los grandes industriales, quienes sostienen que el elevado superávit fuscal y las altas tasas de interés tienen efectos recesivos y suponen no sólo una merma de la actividad económica interna sino que fomentan el desempleo. Desde el oficialismo, se ha respondido que los efectos nocivos del superávit fiscal se compensan con el gran aumento que experimentan las exportaciones, y que la tasa de interés iría descendiendo a medida que bajara la inflación, como ha sucedido a lo largo de 2003.

Sin embargo, el notable crecimiento de las exportaciones -sólo las del agrobusiness crecieron un 44% en lo que va de año- no beneficia a la inmensa mayoría de los brasileños sino a un pequeño sector hiperconcentrado y supertecnificado, que genera muy pocos puestos de trabajo pero sí enormes ganancias para las multinacionales que regentean el negocio. Pero es la evolución de la industria la que pone en negro sobre blanco qué tipo de crecimiento está sucediendo en Brasil. En los seis primeros meses de este año, la industria de bienes durables creció un 28,2% por encima del nivel de 2002, mientras la de bienes no durables bajó un 0,8%. Las industrias que abastecen al mercado interno, y en particular a los sectores populares, fueron las que tuvieron el peor desempeño: bebidas, vestimenta y calzados cayeron por encima del 7% en los seis primeros meses del año.

Jose Carlos de Assis, editor de Desemprego Zero, señala que crecen aquellos rubros «consumidos principalmente por los ricos y por las exportaciones», por lo que «la recuperación industrial, si existe, atiende sobre todo a los ricos»[1]. Entre los asalariados, el relativo avance de la economía no consigue los resultados esperados: en el primer semestre de este año se crearon un millón de empleos en el sector formal, pero el 54% perciben remuneraciones de apenas un salario mínimo y medio (130 dólares).

Para empeorar este panorama, el Banco Central -a cuyo frente el gobierno de Lula colocó a un destacado representante de las altas finanzas- elevó a principios de setiembre las tasas de interés (del 16 al 16,25%) para enviar una «señal» de que no tolerará un aumento de la inflación. Se trata de una pésima noticia para quienes aspiraban a que el crecimiento económico podría direccionarse hacia la reactivación del mercado interno. Al parecer, el crecimiento seguirá escorado hacia las clases altas y hacia el mercado externo, y las tasas de interés seguirán subiendo, lo que impedirá bajar el desempleo y mejorar el nivel de vida de los más pobres.

No obstante, aún esta frágil reanimación económica coloca al gobierno de Lula en buenas condiciones para enfrentar las próximas elecciones municipales y estaduales (cuya primera vuelta se realiza el 3 de octubre), en las que el PT y sus aliados esperan aumentar la cantidad de municipios bajo su control.. Los nubarrones que aparecieron a principios de este año -desencanto de la población por los malos resultados económicos sumado a denuncias de corrupción que afectaron a la mano derecha de Lula, José Dirceu- parecen irse disipando. Pero las municipales pueden registrar algunos reveses significativos para el oficialismo, sobre todo en la ciudad de San Pablo, la más importante del país, el municipio estrella cuyo resultado tiene trascendencia nacional. Allí, la actual alcaldesa, Marta Suplicy del PT, deberá competir en segunda vuelta con José Serra, ex candidato a la presidencia por el PSDB (el partido social demócrata del ex presidente Cardoso) derrotado por Lula hace dos años, pero que parece mejor posicionado para arrebatarle al PT la ciudad más importante del país.

En otras ciudades emblemáticas, como Porto Alegre, el candidato petista (Raúl Pont, integrante de la IV Internacional) lleva una cómoda ventaja aunque deberá acudir a una segunda vuelta. En todo caso, las elecciones del 3 de octubre abrirán un nuevo tiempo político: «El tema de la reelección comenzará a colocarse abiertamente para el gobierno y formará parte necesariamente de la pauta de la derecha», apunta el filósofo petista Emir Sader[2].

¿Retorno del movimiento social?

A juzgar por la masividad de la movilización convocada por el Grito de los Excluidos, es posible que el movimiento social esté comenzando un proceso de reactivación. En 1995, la primera vez que se conmemoró, se realizaron manifestaciones en 170 ciudades; diez años después, la cifra se multiplicó por diez. Para el MST, principal animador de la movilización social, la única forma de destrabar la situación actual («el gobierno es medio popular y medio burgués» aseguró un destacado dirigente), es promoviendo un «reascenso del movimiento de masas, capaz de alterar fundamentalmente la correlación de fuerzas en la sociedad y garantizar que el gobierno haga cambios efectivos en la política económica actual»[3]. Este convencimiento llevó a los sin tierra a poner en pie, junto a movimientos rurales y urbanos, la Coordinadora de Movimientos Sociales (CMS) para articular luchas comunes. La integran, además de los sin tierra, la Central Unica de Trabajadores (CUT), la Unión Nacional de Estudiantes, las iglesias, Vía Campesina, el Grito de los Excluidos y grupos marginados urbanos conocidos como los «sin techo». Los movimientos comienzan a alzar la voz.

No es para menos: Lula se comprometió a asentar 400 mil familias en cuatro años, pero en lo que va de 2004 según el MST el gobierno asentó sólo 28.700, y está muy lejos siquiera de acercarse a la mitad de la meta fijada. En 2003 se pagaron 50.000 millones de dólares por intereses de la deuda, cinco veces más que el presupuesto de salud, ocho veces más que el de educación y 140 veces más que el gasto en reforma agraria. El Plan Hambre Zero, el principal programa contra el hambre y la exclusión social, llega en

estos momentos a poco más de tres millones de brasileños, de un total de 54 millones que se propone incluir. Mientras los planes sociales marchan a paso de tortuga, el sector financiero sigue amasando fortunas: en los seis primeros meses de este año, las ganancias del sistema financiero crecieron un 14,7% respecto a 2003, pese al descenso de las tasas de interés[4]. En tanto, el desempleo y el subempleo alcanzan al 25% de la población activa.

Parte del viraje que está procesando el movimiento social, queda plasmado en el lema del Grito de este año: «Brasil: cambio de verdad, el pueblo lo hará». Ari Alberti, miembro de la Coordinación Nacional del Grito, explicó este viraje que consiste en no esperar más cambios desde arriba. «El gobierno ya demostró en estos casi dos años que, por más que tenga buena voluntad, no va a conseguir cambiar esta realidad. La presión de arriba es muy fuerte, sea interna o externa. Si el pueblo organizado no hace presión desde abajo hacia arriba para que las cosas cambien, no va a suceder nada. La esperanza se diluye y se torna frustración. Es preciso organizar la esperanza, politizar la esperanza, para que se torne movimiento. Esa es la convocatoria del Grito»[5].

El día después

Muchos dirigentes y militantes sociales esperan que luego de las elecciones, «el gobierno esté menos presionado y más dispuesto a discutir las necesidades de los movimientos», como sostiene Brasil de Fato del 9 de setiembre. Es posible. Pero lo que realmente está cambiando es la percepción de amplios sectores de la necesidad de hacer algo, y de hacerlo ya. Para Stédile, «el pueblo está más consciente y confiado» en sus propias fuerzas. Algo que corrobora la CMS, al afirmar que «el pueblo está percibiendo que es el protagonista de los cambios». Ya no son sólo intelectuales aislados o sectores de la izquierda radical los que enfrentan al gobierno, sino movimientos sólidos y con gran capacidad de acción, como los sin tierra, que deslindan campos de forma cada vez más clara. Y la propia iglesia católica, que por boca de varios obispos viene reclamando un radical cambio de rumbo.

En las alturas, sin embargo, se registra una sorprendente paradoja: el gobierno Lula -que ostenta niveles de aprobación elevados y tiene una base de apoyo política y social tan amplia como heterogénea- puede ser menos sólido de lo que aparenta. Ante un nuevo ascenso del movimiento social, tiene escaso margen para no ceder y cambiar la orientación política. Una fragilidad reconocida, incluso, por el actual secretario general del PT, Silvio Pereira. En una entrevista publicada por el periódico Valor Económico, Pereira sostuvo que el PT no está en condiciones de afrontar siquiera una derrota electoral en la ciudad de San Pablo. «Una derrota en San Pablo es una derrota electoral del PT. No hay victoria que compense eso, por más que el partido sea victorioso en el resto del país. Eso va a llevar a una profunda discusión, en el PT y dentro del gobierno, que podrá resultar en cambios profundos en el gobierno o la posibilidad de mayores rupturas en el PT. El cuadro de derrota es serio y puede poner en juego (la elección presidencial de) 2006, todo el proyecto político e histórico del PT. No se trata apenas de una derrota electoral. Perder en San Pablo sería derrotar toda una historia»[6].

La visión del secretario general suena demasiado fuerte. Aún aceptando que puede estar acicateando al electorado, revela la fragilidad del gobierno Lula. Sin embargo, sería un error pretender que el gobierno es frágil por otra cosa que no sean las opciones políticas que viene realizando. El propio Pereira, queriendo destacar al de Lula como un gobierno de «unidad nacional», puso el dedo en su mayor debilidad: «El sector financiero está dentro. Los sectores industrial y exportador también. Los partidos de izquierda y de derecha están dentro». El PT llevó tan lejos el juego de alianzas políticas y sociales que, inevitablemente, está en la cuerda floja. Cualquier movimiento en falso, puede provocar una ruptura sin retorno.

Esta situación de delicado equilibrio, que hasta ahora era percibida sólo por las elites, comienza a ser visualizada también por los militantes sociales. Durante el Grito de los Excluidos, el coordinador de la Central de los Movimientos Populares mostró que la gente está perdiendo el temor a movilizarse contra «su» gobierno: «La idea es hacer como que el pueblo está más ‘nervioso’ que el mercado financiero. Tal vez, así el gobierno se preocupe antes de las prioridades de los brasileños que de calmar al FMI y al Banco Mundial»..

* Periodista del semanario Brecha (Uruguay). Docente e investigador sobre movimientos sociales en la Multiversidad Franciscana de América Latina; activista en movimientos barriales, derechos humanos, y medios alternativos de comunicación. Autor entre otros trabajos: Los arroyos cuando bajan. Los desafíos del zapatismo (Editorial Icaria1995); La revuelta juvenil de los ´90. Las redes sociales en la gestación de una cultura alternativa (Nordan-Comunidad 1997); La mirada horizontal. Movimientos sociales y emancipación (Editorial Abya Yala 2000); Genealogía de la revuelta. Argentina: la sociedad en movimento (Nordan – Letra Libre, 2003).

Notas

[1] «O que está por trás do crescimento industrial», en www.desempregozero.org.br/editoriais
[2] Emir Sader, «A direita e o governo Lula», en www.lpp-uerj.net/outrobrasil
[3] Joao Pedro Stédile, «El MST y las disputas por las alternativas en Brasil», en revista OSAL No. 13, Buenos Aires, enero-abril de 2004.
[4] Folha de Sao Paulo, 11 de setiembre de 2004, p. B1.
[5] Informativo MST, 8 de setiembre de 2004, en www.mst.org.br [6] Valor Económico, 3 de mayo de 2004.