El 19 de abril se conmemoraron en Brasil los 370 años de la Batalla de Guararapes; la fecha es considerada como «cuna» del ejército brasileño y, tal como corresponde a la lógica de los militares sudamericanos, de la misma Patria, que sería inseparable de sus centuriones. En el cuartel general del ejército en Brasilia se […]
El 19 de abril se conmemoraron en Brasil los 370 años de la Batalla de Guararapes; la fecha es considerada como «cuna» del ejército brasileño y, tal como corresponde a la lógica de los militares sudamericanos, de la misma Patria, que sería inseparable de sus centuriones.
En el cuartel general del ejército en Brasilia se realizó uno de esos típicos actos alusivos, donde la estrella resultó ser el Comandante del Ejército, General Eduardo Villas Bôas; Villas Bôas venía de ser cuestionado por Aministía Internacional y otros organismos de derechos humanos por sus declaraciones de hace apenas unos días, cuando presionó a los jueces del Supremo Tribunal de Justicia para que encerraran a Lula da Silva.
El acto por el Día del Ejército se transformó, pues, en algo así como una reparación para el general, quien en nombre de la institución que comanda condecoró a Rogerio Galloso, Director de la Policía Federal que llevó adelante la cacería de Lula da Silva y otros peligrosos «delincuentes petistas», y también se llevaron sus medallas Alexandre de Moraes y Luis Roberto Barrroso, dos jueces del Supremo Tribunal que, casualmente, votaron días pasados por el rechazo del habeas corpus presentado por Lula, con lo que se precipitó su detención.
¿Quién la llevo adelante?
El martillo de infieles y campeón del Lava Jato, el juez brasileño formado en los Estados Unidos Sergio Moro; Sergio Moro quien, por otra casualidad, fue condecorado por el comandante Villas Bôas en el recordatorio de Guararapes del año pasado, donde también recibió su cucarda de campeonísimo de la democracia -versión blindada- el señor… el señor… ¡el señor Michel Temer!, el mismo que dirigió el golpe de opereta de hace dos años y que ahora se está transformando en golpe de Estado de verdad: la sangre de Mirelle Franco comienza a darle ese color.
Michel Temer estuvo también presente este año en el cuartel general y no se privó de unas palabras justas para la ocasión: «profesionalismo, abnegación», fueron apenas dos de los adjetivos que empleó para calificar a los militares, que siempre se han negado a rendir cuentas por las tropelías que cometieron durante la dictadura que ejercieron durante un cuarto de siglo a partir de 1964.
Temer habló de la actual intervención militar en Río de Janeiro, en la que los entorchados tienen garantizado ser juzgados -en caso de excesos represivos u otros delitos- por sus propios camaradas del fuero militar; sería tal el éxito de la intervención que otros Estados la habrían solicitado y forman una cola informal.
Van casi dos meses de ocupación manu militari de la cidade maravilhosa y se habrían librado nada menos que ¡63 combates! Los pretores recibirán buena paga por ello: la promesa es de 400 millones de dólares, aunque algún portavoz oficioso hizo saber que, por ahora, a la caja militar no había llegado ni una moneda. Seguramente se avecina algún nuevo ajuste en la vida de los trabajadores, dedicado ad-hoc a cubrir esta necesidad de una democracia en tránsito al no ser
También se hizo presente el diputado Jair Bolsonaro, un comprensible habitue del cuartel general ya que antes de sus 25 años como diputado realizó una carrera militar, en la que hizo amistades como la del coronel Carlos Brilhante Ustra, torturador de Dilma Rousseff y a quien Bolsonaro dedico su voto cuando la sesión en la que los diputados brasileños votaron la destitución de la Presidente de la República. Eufórico, Bolsonaro refrendó todos los términos empleados por Villas Bôas y declaró ponerse a disposición de su comandante «para lo que guste mandar», como quien dice, y eso porque Villas Bôas, en cuanto jefe del ejército habla en nombre de toda la institución que, ya se ha visto, es como decir de toda la Patria.
Al final de la ceremonia, Bolsonaro fue rodeado por jóvenes alumnos de uno de los colegios militares de Brasilia; los muchachos, que seguramente se forman en la versión blindada de la democracia, se sacaron fotos con el líder fascista -Bolsonaro no se ofendería por esta definición- y corearon entusiastas: «presidente, presidente». No parece necesario aclarar que tanto el candidato como sus jóvenes espadachines no se preocupan mucho por los métodos que se usen para llegar a la presidencia: hay que llegar «a como dé lugar».
¿Y por qué tanta premura? El anfitrión lo aclaró en su discurso: «nuestra patria necesita ser defendida», afirmó Villas Bôas, y quién mejor que el ejército para defenderla, pese a que -el general se vio obligado a señalarlo- los militares sufren salarios desfasados y un presupuesto escaso. Y sin embargo, están dispuestos a luchar contra «los reales problemas que amenazan a nuestra democracia» que fueron así descriptos: «no podemos ser indiferentes a los 60.000 homicidios anuales, a la banalización de la corrupción, a la impunidad, a la inseguridad vinculada al crecimiento del crimen organizado, a la ideologización de los problemas nacionales».
En Brasil todos entienden este lenguaje: ¿inseguridad y miles de homicidios? Culpa de los gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT) y de Lula da Silva en especial; ¿banalización de la corrupción e impunidad? Otra vez el PT y Lula, aunque nada se haya demostrado de su culpabilidad y, en realidad, Temer -que estaba allí, al lado del valiente general- es uno de los políticos más corruptos de Brasil, y es decir. ¿Y quién puede entregarse a algo tan sofisticado como la «ideologización de los problemas nacionales»? Sin duda, no Temer y sus comilitones, ni el ejército, que no está para andar… ideologizando: otra vez culpa es de la izquierda en general y del PT en particular (tal vez pudiera exceptuarse a Lula de este cargo; después de todo, no era más que un tornero).
Villas Bôas comparó estas tristes realidades -en vías de solución en Río, y luego en los demás Estados que se pongan en la cola de solicitantes del tintinear de espadas- con el espíritu de Guararapes donde «brotó la sinergia necesaria para derrotar a los invasores extranjeros», pese a que los holandeses eran más numerosos, mejor armados, más altos, ¿más valienes? No, evidentemente más valientes no.
Lo curioso es que Villas Bôas sostiene que de la unión de razas que entonces se dio y de la convergencia nacional de ideales, surgió la Patria. Curioso porque de los hechos de Guararapes ya han pasado, como se dijo, 370 años, y de la independencia brasileña apenas unos 130 años. Indios y negros eran esclavos; es dudoso que pelearan con mucho fervor por la causa de sus amos portugueses, porque los que triunfaron en las dos batallas de Guararapes fueron los portugueses, incluyendo decisivamente una armada enviada desde la península que fue la que inclinó la balanza.
Pero si Villas Bôas debe recurrir a leyendas y a interpretaciones míticas de los hechos históricos es porque precisa establecer una tradición de unidad nacional protegida -¿o por qué no conducida?- por los hombres de los sables; aquella unidad debe reproducirse ahora, y Villas Bôas dice, suelto de cuerpo, que los brasileños deben estar unidos más allá de las elecciones. Y si el resultado de las elecciones no fuera el deseable, ¿qué tal si se unieran todos incluso antes de esas benditas elecciones? Todos. Todos, menos esos corruptos ideologizadores.