Cuando George W. Bush propuso el nombre de Paul Wolfowitz para encabezar el Banco Mundial, muchos pensaron que se trataba de una broma de mal gusto. Pero no lo era. El pasado jueves, los directores ejecutivos del Banco aprobaron la designación del principal arquitecto de la guerra contra Iraq como presidente de lo que supuestamente es la mayor agencia de desarrollo del mundo.
Durante décadas, el Banco Mundial ha seguido un modelo de desarrollo impulsado por las empresas multinacionales. La institución promovió megaproyectos que desplazaron a millones de personas, no mejoraron el bienestar nacional y arrojaron a muchos países a la espiral descendente de la deuda.
De manera simultánea, impulsó políticas de mercado fundamentalistas, que incluyeron el apoyo ciego a la privatización, desregulación, comercialización y mercantización de los servicios sociales y bienes públicos, para beneficio de las multinacionales, y para perjuicio de millones de personas.
Cada tanto, el Banco reconoce sus fracasos pasados (devastadoramente obvios tras la revisión objetiva de su historia) y promete empezar de nuevo. Sin embargo, tras cada revisión, la institución repite los errores de la era anterior.
Para que el Banco siga existiendo, es necesario un nuevo principio, pero no del tipo que implica el nombramiento de Wolfowitz.
Wolfowitz asume la presidencia del Banco gracias a la tradición colonialista y a un mezquino cálculo geopolítico.
Por tradición, pero sin ninguna razón ni requisito legal que lo justifique, Estados Unidos elige al jefe del Banco. Despreciando al resto del mundo, el gobierno de George W. Bush eligió a un hombre que simboliza el unilateralismo estadounidense y el desprecio por el derecho internacional.
Aunque tradicionalmente el resto del mundo acepta la elección de Estados Unidos, Europa cuenta con los votos necesarios para bloquear el nombramiento. Esto sumado a una oposición organizada de los países en desarrollo habría vuelto muy difícil la designación de Wolfowitz.
Pero Europa no estaba dispuesta a enfrentarse con Estados Unidos, que presentó al candidato a sabiendas de que caería muy mal en esa región, donde la oposición a la guerra en Iraq es abrumadora y persistente.
En cambio, los europeos optaron por el intercambio de favores. Francia espera obtener el apoyo de Estados Unidos para su candidato a director de la Organización Mundial del Comercio, Pascal Lamy. Alemania aspira a un escaño en el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas. Y trascendió que la Unión Europea extrajo de Estados Unidos la promesa de designar a un europeo para la vicepresidencia del Banco Mundial.
Mientras, los países en desarrollo optaron por la pasividad. En este caso hubo también cierto cálculo maquiavélico (Brasil aspira a un escaño en el Consejo de Seguridad), pero en general los países pobres tienen una mejor defensa para su silencio. A diferencia de los europeos, son prestatarios del Banco Mundial y están sujetos a sus dictados, por lo tanto desafiar a un candidato presidencial, con grandes probabilidades de perder, hubiera sido una apuesta peligrosa.
Mientras la Unión Europea realizaba acuerdos, Wolfowitz lanzó rápidamente una «ofensiva de seducción». Destacó su preocupación por los pobres, su idea de que el jefe del Banco es un funcionario civil responsable ante todos los países y no sólo ante sus amigos de la administración Bush, y la necesidad de contener su celo por la democracia.
De hecho, los antecedentes de Wolfowitz no reflejan ningún ferviente compromiso con la democracia. Ayudó a convencer al público estadounidense de la necesidad de la guerra contra Iraq con el falso argumento de la amenaza de las armas de destrucción masiva, lo cual es una traición a los principios democráticos.
Pero no es que la democratización de Iraq fuera el objetivo oculto. De hecho, después de ocupar Iraq, Estados Unidos se resistió a la celebración de elecciones en ese país, hasta que los iraquíes lo presionaron para realizarlas.
Los defensores de Wolfowitz dicen que trabajó para promover la democracia y los derechos humanos en Indonesia cuando era embajador allí. Pero como señaló Jeffrey Winters, profesor de la Northwestern University y experto en asuntos indonesios, no existe ningún informe de prensa que documente alguna mención de Wolfowitz a la democracia o los derechos humanos mientras era embajador, y en cambio sí existen abundantes registros de sus apologías al despótico régimen de Suharto. Activistas indonesios sostienen que Wolfowitz nunca se reunió con ellos.
Wolfowitz llega a la presidencia del Banco Mundial sin experiencia alguna en materia de desarrollo, salvo por su supervisión de la reconstrucción de Iraq: un proyecto plagado de corrupción, amiguismo e incompetencia y que no ha logrado proveer agua, salud, seguridad ni otros servicios básicos prometidos al pueblo iraquí.
Toda la carrera de Wolfowitz, incluso su embajada en Indonesia y su supervisión de la reconstrucción de Iraq, sugiere que reforzará en lugar de reformar el fracasado modelo de desarrollo corporativo del Banco Mundial.
Quizá el único aspecto positivo de su asunción a la presidencia del Banco es que generará escepticismo sobre la eficiencia de la institución, y quizá la voluntad de restringir sus poderes de control, incluso ayudando a los países pobres a salir de la rueda de los préstamos.
En un círculo vicioso, el reembolso de los créditos requiere más créditos, y esto vuelve a los países prestatarios especialmente vulnerables a las condiciones de los préstamos. El pago de la deuda también extrae recursos financieros vitales de los países pobres, con consecuencias fatales.
Wolfowitz ha manifestado interés en la sustitución de donaciones por créditos, y si una sociedad civil global y movilizada lo insta activamente, quizá esté dispuesto a aceptar la cancelación plena e inmediata de la deuda de los países pobres.
Sobre los autores: Russell Mokhiber es el director de Corporate Crime Reporter, con sede en Washington, DC. Robert Weissman es el director de Multinational Monitor, con sede en Washington, DC.