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El gran ajuste

Fuentes: Quilombo

  Desde que empezó la crisis financiera, algunas compañías subcontratistas de servicios (de consultoría, financieros, informáticos, etc.) de India están invirtiendo y contratando personal fuera del país, no sólo en los países de la región, sino en Europa y en Estados Unidos. El ejemplo más importante quizás sea el de Wipro Technologies, un gigante que […]

  Desde que empezó la crisis financiera, algunas compañías subcontratistas de servicios (de consultoría, financieros, informáticos, etc.) de India están invirtiendo y contratando personal fuera del país, no sólo en los países de la región, sino en Europa y en Estados Unidos. El ejemplo más importante quizás sea el de Wipro Technologies, un gigante que emplea en todo el mundo a más de 112.000 personas, un 39 % de los cuales no es indio. Wipro, que es muy dependiente de sus inversiones en Estados Unidos y Europa, prevé que en dos años este porcentaje se eleve al 50%. Otra compañía especializada en la subcontratación de funciones de procesos de negocios, concretamente los conocidos call centers, es Genpact, que espera triplicar su personal en Estados Unidos en los próximos dos años.

Como en anteriores deslocalizaciones, en este sector muy intensivo en mano de obra el coste laboral constituye un factor relevante. En agosto el diario Financial Times anunciaba que en algunas zonas de Estados Unidos, en determinadas categorías de empleos (ocupados básicamente por trabajadores hispanos) los salarios se habían reducido hasta equipararse a los niveles de sus equivalentes en India, que en los últimos años ha asistido al proceso inverso: en los últimos años los salarios de los trabajadores indios en el sector servicios se han incrementado con una tasa aproximada del 10 % anual. Este proceso no sólo afecta a los puestos de menor cualificación, sino incluso a algunas categorías de ejecutivos. Y aunque la tasa de desempleo se sitúa en el 9,6 %, durante el último año el índice de pobreza se ha incrementado hasta alcanzar el 14,3 % de la población. En Arizona y Mississipi ya superan el 20 % y la cuarta parte de la población negra e hispana vive bajo el umbral de pobreza. Otra forma de salario, el salario social que representa la cobertura sanitaria, también se ha visto afectada en los últimos años, antes de la reforma impulsada por Barack Obama: uno de cada seis estadounidenses (50,7 millones de personas) carece de algún tipo de seguro médico.

Así pues, en este terreno, como antes en otros, las fronteras entre esos bloques ficticios y heterogéneos que eran el «Norte» y el «Sur» se han difuminado aún más, en una particular convergencia. El Informe 2010 sobre la riqueza global del grupo Allianz, que evalúa el valor de lo que denomina «riqueza privada» (depósitos bancarios, inversiones en activos financieros y contrataciones de pólizas de seguros) en 50 países de desarrollo alto, medio y bajo, muestra cómo dicha «riqueza» se ha incrementado un 16 % en los países más pobres en los últimos diez años, esto es, siete veces más rápido que en los países más ricos. Un cálculo que no toma en cuenta la persistencia o el agravamiento de las desigualdades en algunos de los países emergentes o pobres que cita el estudio. Mientras en Estados Unidos y la Unión Europea para mucha gente el poder adquisitivo ha bajado considerablemente y los salarios reales se han estancado o reducido (como consecuencia del chantaje patronal de la preservación del empleo), en general en los llamados «países emergentes» los salarios -que parten de niveles mucho más bajos- han registrado notables incrementos. Por lo general, y es muy importante destacarlo, después de fuertes luchas y conflictos laborales y sociales. Especialmente en Asia.

Labour militancy and salaries -Asia Tabla comparativa de salarios mínimos, en dólares PPP (paridad de poder adquisitivo), e inflación en Asia. Gráfico: Financial Times.

En Bangla Desh, país que tenía el dudoso honor de ser el lugar con los salarios del sector textil más bajos del mundo, miles de trabajadores, en su mayoría mujeres, protestaron indignadas en la capital, Dhaka, el pasado mes de julio. Pedían triplicar el salario mínimo mensual para poder compensar el aumento de los costes en alimentación, vivienda y medicamentos, de los actuales 1.662 taka (24 dólares) a 5.000 taka (72 dólares), cuando se había impuesto un incremento, el primero en cuatro años, de tan sólo el 80 % (a 43 dólares). Algo de lo que se benefician subcontratistas de marcas occidentales como Wal-Mart, Zara o H&M. A efectos de comparación, en las provincias industriales de la costa de China, los salarios mínimos van de los 117 dólares mensuales a los 150 dólares, según los sectores. De ahí que, justo antes de estas protestas, Bangla Desh fuera considerado, al igual que otros países asiáticos como Vietnam o Camboya, una nueva cantera de mano de obra barata en sectores como el textil, el de juguetes o el de electrónica de consumo barato, a pesar de las elevadas tasas de analfabetismo, la baja productividad y las deficientes infraestructuras del país. Entre los principales inversores destacan las empresas chinas, que en su país de origen han asistido a una oleada de huelgas y protestas laborales que han motivado incrementos del salario mínimo del 20 % en algunas industrias, aunque los trabajadores continúan reclamando aumentos del 60% y reducciones en la carga de trabajo. Las protestas alcanzan también a los más de 350.000 trabajadores chinos que trabajan en Europa del este o en África y que reclaman mejores condiciones de trabajo: en agosto China anunció la prohibición de la subcontratación de mano de obra china por medio de terceras partes. En Camboya, más de 200.000 trabajadores del sector textil llevan varios días en huelga convocados por la Confederación del Trabajo de Camboya, después de que otro sindicato, el Sindicato Libre de Trabajadores, acordara con el gobierno y con las empresas un aumento del salario mínimo del 21%, hasta los 63 dólares mensuales, muy por debajo de los 93-95 dólares que reclama la mayoría de los trabajadores. Sólo en 2009, Vietnam registró más de 200 huelgas.

No hacen falta grandes movilizaciones mundiales para percatarse de la multiplicación de las luchas a nivel micro por obtener un trozo mayor del pastel que producimos y en mejores condiciones de vida. En Europa, más atenazada por el miedo, esta lucha se traduce por el momento en una resistencia por mantener empleos y los sistemas sociales existentes. La crisis financiera global ha mostrado la necesidad de reevaluar los criterios que empleamos para medir ese pastel, esto es, la riqueza real que producimos socialmente. De alguna manera, intuimos que los criterios económicos que emplea el capital no nos cuentan toda la verdad. Índices de pobreza como el que me he referido para el caso estadounidense (o los que se emplean para conseguir los llamados Objetivos del Milenio) sólo tienen en cuenta los ingresos, pero no otros activos (depósitos de ahorro, prestaciones sociales, grado de cooperación de la inteligencia colectiva, etc.). Para los mismos capitalistas, lo que desde cierto punto de vista puede tener sentido (buscar nichos de bajos salarios, cada vez más difíciles de encontrar, o provocarlos), desde la perspectiva del capitalismo global a medio plazo puede resultar un mal negocio. Estas son las contradicciones en las que nos estamos moviendo, dentro de un mismo espacio mundial donde las fracturas y líneas divisorias fluctúan y se diversifican. Un gran ajuste.

http://www.javierortiz.net/voz/samuel/el-gran-ajuste