Lo primero sería distinguir el hastío de la desilusión, la desesperanza, la decepción o el desencanto. Cuando planteo que buena parte de la base social del chavismo está «hastiada de la cortedad de miras estratégica del chavismo oficial«, esto no quiere decir que el chavismo, cual cuento de hadas, fue alguna vez una masa que […]
Lo primero sería distinguir el hastío de la desilusión, la desesperanza, la decepción o el desencanto. Cuando planteo que buena parte de la base social del chavismo está «hastiada de la cortedad de miras estratégica del chavismo oficial«, esto no quiere decir que el chavismo, cual cuento de hadas, fue alguna vez una masa que esperaba paciente y resignadamente el advenimiento de la revolución bolivariana: ésta llegó y se hizo la ilusión y la esperanza y vivieron felices… hasta que una partida de burócratas malvados se empeñó en frustrar sus sueños.
El desencanto y la desesperanza son propios del antichavismo promedio: ilusionado con vivir en una sociedad que mantuviera al margen a los pobres, a los explotados, a los «incultos» y a los «flojos», a los negros, indios y zambos, la irrupción de las masas populares en la política supuso para las clases acomodadas un verdadero quebradero de cabezas. El odio de clases, el supremacismo, la criminalización de todo lo que sea sospechoso de chavismo, no son más que expresiones de la profunda decepción que produjo el fin de la ilusión de vivir en «armonía», ocultando o postergando el conflicto.
Hastío es desencuentro, contrariedad, enfado. Disputa, diferencia, conflicto. Del hastío es la rabia creadora, y sin hastío no hay revolución posible: hastío de la exclusión, de la explotación, de las insoportables condiciones materiales de vida. Con todo y sus excesos y errores, el hastío se distingue siempre del odio de quienes ocupan posiciones de dominio.
Hoy día el hastío es lo propio de los sujetos hechos visibles por el chavismo y vueltos a invisiblizar por el chavismo oficial. Hay hastío es las bases del partido, pero también en los márgenes y, más acá, en las calles de los grandes centros urbanos, donde se concentra el grueso de la población. Un hastío que tiene que ver con el aplanamiento y disciplinamiento de las voluntades que implicó la burocratización de la política.
Hace más de trescientos años, Baruch Spinoza intentó resolver la incógnita: ¿por qué los hombres luchan por su esclavitud como si lucharan por su libertad? Bien cabe la pregunta: ¿si parte de la base social del chavismo ha dejado de votar es porque ha dejado de luchar? ¿O este acto de rebeldía envía un mensaje claro, que no ha sabido o no ha querido escuchar nuestra burocracia política: que la lucha política no se agota en la contienda electoral? Mi hipótesis: el hastío es una interpelación directa, brutal, «salvaje», contra la dirección política de la revolución bolivariana. Esta interpelación se resume en una pregunta: ¿cuál libertad?
¿Es el pueblo el que ha dejado de luchar o es la burocracia acomodada la que no desea que haya lucha? ¿Es que el pueblo ya no tiene voluntad de lucha, o es que no ya no tiene voluntad para luchar subordinado a burócratas, corruptos, dirigentes mediocres, oportunistas y estalinistas?
El hastío ha cobrado una fuerza tal, que el antichavismo ha vuelto a ilusionarse: se cree capaz de encauzarlo, de sacarle provecho electoral. Ilusión vana. El problema, sin embargo, es que el chavismo oficial, aturdido y desorientado por el hastío, yace en la inercia. Allí donde el hastío se manifiesta, sólo ve indisciplina, desorden, falta de «formación política», anarcoides. Los policías del pensamiento hasta se inventan nuevas categorías: «pequeña burguesía, folklórica, anarcoide«. No es para menos: en los burócratas de la política recae la mayoría de los cuestionamientos.
No se trata de que buena parte de la base social del chavismo haya perdido la «esperanza» en la revolución bolivariana. Chavismo hastiado no es chavismo desesperanzado. El chavismo no «espera» nada de la revolución. La revolución la hacen los pueblos cuando se cansan de esperar. El hastío es una expresión de esa rabia, esa contrariedad, de ese hondo desacuerdo que hizo posible la revolución. El hastío es el signo más elocuente de que la rebeldía está viva. El punto está en transformar ese hastío en fuerza alegre y combativa (repolarizar), que no es igual a domesticar o censurar la rebeldía.
El chavismo hastiado, los que no votan, pero también los millones que a pesar de todo seguimos votando y batallando; los que libran miles de peleas cotidianas desde las bases del partido y fuera de él; los que siguen creando, inventando, revolucionando, impulsando espacios de autogobierno popular a pesar de todos los obstáculos que implica la imposición de la lógica del «órgano rector»; los que se movilizan, cuestionan y proponen, aunque no siempre sus propuestas sean escuchadas; los que dijimos, decimos y diremos presente, pero también y sobre todo los ausentes: hoy estamos todos un paso al frente. Es la dirección política la que tiene que apurar el paso y ponerse a la altura de las circunstancias. Mientras tanto, no tenemos otra opción que seguir avanzando.
Si repolarizar pasa por encarar el hastío, recuperar, reagrupar, rearticular, reorganizar fuerzas, es preciso asumir de una buena vez que no habrá repolarización sin protagonismo popular. Allí radica nuestra fuerza. A ella le tienen pavor los desencantados, los desilusionados.
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