En su reseña del último libro de Stiglitz, Larry Elliott pone en duda que se hayan aprendido las lecciones del pasado.
«Freefall: Free Markets and the Sinking of the Global Economy» [En caída libre: Los mercados libres y el hundimiento de la economía global], Joseph Stiglitz, 400páginas, Allen Lane, Londres.
Nadie podrá decir que no les avisaron. Hace una década, recién despedido de su puesto de economista jefe del Banco Mundial, Joseph Stiglitz puso al descubierto la chapuza en que los ideólogos del libre mercado del Tesoro norteamericano y el Fondo Monetario Internacional habían convertido la crisis financiera asiática del final de la década de 1990. Suponía un ataque en toda regla por parte de alguien situado dentro del mismo Washington e hizo pupa, sobre todo cuando Stiglitz afirmó que muchos de los responsables de obligar a países como Tailandia e Indonesia a soportar una recesión más profunda y más larga eran «licenciados de tercera de universidades de primera».
Concluía él su artículo de New Republic avisando al FMI y al Tesoro norteamericano que, a menos que comenzaran a dialogar con sus críticos, «las cosas seguirán yendo muy, pero que muy mal».
Y así vemos ahora que han ido. La crisis asiática no fue más que un ejercicio de calentamiento para los acontecimientos de los últimos dos años y medio. Los problemas que salieron primero a la superficie en la periferia de la economía global se abrieron paso gradualmente hasta llegar a su núcleo: los Estados Unidos. Las advertencias de Stiglitz y el puñado que formaban otras voces disidentes fueron ignoradas, conforme la ingenua creencia en la naturaleza autocorrectora de los mercados permitió que se desarrollasen las condiciones de la mayor conmoción financiera y económica desde la gran depresión de la década de 1930.
En estas circunstancias, poco ha de sorprender que Freefall resuene con un «ya te lo advertí». Stiglitz ha esperado mucho tiempo a que se vieran vindicados sus puntos de vista y no iba a desdeñar la oportunidad de ajustar algunas cuentas. Algunos de los blancos son harto evidentes: el régimen de bienestar empresarial destinado a Wall Street, las desgravaciones fiscales para los ricos de George Bush, las fallidas panaceas provenientes de la Escuela de Chicago de economistas del libre mercado. Pero también le queda tiempo para alguna que otra venganza personal.
Larry Summers, antiguo secretario del Tesoro con Clinton y hoy principal asesor económico de Barack Obama, es objeto particular de sus iras. Stiglitz afirma que se mostró demasiado acomodaticio con las demandas de Wall Street en los años 90 y vuelve ahora a cometer los mismos errores. Fue Summers, indignado por las constantes críticas al consenso de Washington, el que orquestó la salida de Stiglitz del Banco Mundial.
Hay más cosas, empero, en Freefall que el puro regodeo, por justificado que sea. La argumentación de Stiglitz es sencilla; el periodo de hegemonía norteamericana incuestionada duró tan solo diecinueve años, desde la demolición del muro de Berlín en el otoño de 1989 al derrumbe de Lehman Brothers en septiembre de 2008. La rápida actuación de los gobiernos, obligados a abandonar el enfoque no intervencionista de la gestión económica por el volumen de la crisis, ha impedido que una gran recesión se convirtiera en una segunda gran depresión. Hay que asimilar las lecciones de esta experiencia casi mortal; de no ser así, si se hace caso omiso de las advertencias como hace una década, el futuro se verá salpicado de crisis sistémicas.
Las posibilidades de que esto vuelva a suceder son bastante elevadas. Ya se percibe un tufillo de que todo sigue como de costumbre en los negocios a medida que se desvanece la sensación de peligro, mellando el apetito de reformas radicales. Obama minimizó la importancia de reformar Wall Street hasta que se sintió aguijoneado a actuar este mes a causa de la pérdida del escaño senatorial de Massachusetts; en Gran Bretaña, las inminentes elecciones las dominará no el qué partido tiene las medidas políticas correctas para reducir las dimensiones de la City sino en cuál se puede confiar para recortar el déficit presupuestario. Empiezan a circular versiones revisionistas de la crisis, que sugieren que el problema era el exceso y no la ausencia de gobierno.
A este respecto, Freefall es un titulo equivocado para este libro. Se encargó y concibió claramente hará cosa de un año, cuando los gráficos mostraban que la producción industrial y el comercio se desmoronaban al mismo ritmo que a principios de los años 30. Pero las condiciones han mejorado desde el pánico de finales de 2008 y principios de 2009; al llevar a cabo políticas que resultaban diametralmente opuestas a las endilgadas por el FMI y el Tesoro de los EE.UU. a los países asiáticos que se debatían para no hundirse a finales de los 90, el crecimiento ha retornado con más rapidez de la esperada. China continúa su auge, mientras Europa, Japón y los EE.UU. reanudaron todos ellos su crecimiento en el tercer cuatrimestre de 2009.
Después de haberse quedado a gusto, puede Stiglitz esperar que le caiga una buena si, tal como es por completo posible, 2010 es un año de recuperación. Pero su análisis subyacente es correcto. La economía global estaba – y sigue estando – seriamente desequilibrada entre países deudores y acreedores. El régimen de bienestar empresarial ha alcanzado nuevas alturas con los miles de millones de dólares repartidos a diestro y siniestro a los bancos comerciales, a la banca de inversión y a la mayor compañía de seguros norteamericana, AIG. Norteamérica, como acertadamente hace notar el libro, ha vivido durante años de una burbuja tras otra.
Stiglitz quiere que sea éste un momento de «cálculo y reflexión», una revaloración del tipo de economía en el que los financieros se enriquecieron vendiendo productos encarecidos y arriesgados a algunos de los ciudadanos más vulnerables de Norteamérica. El materialismo ha desbancado al compromiso moral, se han ignorado las necesidades del medio ambiente, y ha habido una catastrófica ruptura de la confianza.
Concluye el libro preguntando: «¿Aprovecharemos la oportunidad de restablecer nuestro sentido del equilibrio entre el mercado y el Estado, entre el individualismo y la comunidad, entre el hombre y la naturaleza, entre medios y fines?» Enfrentado a un conjunto semejante de circunstancias en los años 30, la generación del New Deal de Roosevelt demostró estar lista para encarar el cambio. Está claro que Stiglitz tiene sus dudas de que Obama esté hecho de la misma pasta sólida.
Larry Elliott dirige la sección de economía del diario británico The Guardian y es coautor, junto a Dan Atkinson, de The Gods That Failed: How the Financial Elite Have Gambled Away Our Futures (Vintage) [Divinidades fallidas: Cómo la élite financiera se ha jugado nuestro futuro]
Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón