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El idealismo y subjetivismo de Francisco Mora

Fuentes: Rebelión

Someto a crítica un artículo de Francisco Mora titulado La belleza es un prodigio del cerebro. Empieza Francisco Mora diciendo que cuando escucha el último movimiento de la sinfonía de Beethoven, experimenta algo que le transporta. Afirmando después que es algo sublime, algo que le embarga, le sobrecoge y le hace pequeño. Y añade que […]

Someto a crítica un artículo de Francisco Mora titulado La belleza es un prodigio del cerebro. Empieza Francisco Mora diciendo que cuando escucha el último movimiento de la sinfonía de Beethoven, experimenta algo que le transporta. Afirmando después que es algo sublime, algo que le embarga, le sobrecoge y le hace pequeño. Y añade que las pinturas de Van Gogh le subyugan. Y llegado aquí da un giro: «Sin duda, todos saben que hablo de la belleza». Yo le respondo a Francisco Mora que no es así, que nadie sabe que habla de la belleza, pues en ningún momento ha hablado de la belleza. Ha hablado, por una parte, de dos existencias objetivas, de dos obras de arte, la novena sinfonía de Beethoven y las pinturas de Van Gogh, y por otra parte, de determinados estados espirituales o subjetivos: sentirse embargado, sobrecogerse, sentirse pequeño y sentirse subyugado. Dado su razonamiento, lo que Francisco Mora cree que el lector supone o piensa es que esos estados subjetivos son signos de la existencia de la belleza. Pero Francisco Mora no ha demostrado tal cosa. Es un supuesto arbitrario. Además esos estados espirituales también se pueden experimentar frente a hechos y cosas que no son obras de arte. Luego falta aquí precisión.

Después de aquel giro Francisco Mora realiza una afirmación que aparenta una conclusión que bajo el punto de vista lógico no lo es: «Al hablar de este modo pareciera evidente que contemplamos una belleza que es inherente a lo que se oye o se ve, pero no es así. La belleza no existe en el mundo que vemos, oímos o tocamos. No existe en nada de lo que nos rodea. El mundo no posee ninguna belleza; no es, en nada, una propiedad consustancial a él. La belleza es creada por el cerebro humano. Solo existe en la mente de los seres humanos. Es un prodigio del cerebro». Lo primero que hay que objetar a Francisco Mora es que habla de un concepto, la belleza, que no ha definido previamente; y lo segundo que hay que objetarle es que un solo concepto, el de belleza, no es suficiente para tener un conocimiento relativamente completo de las obras de artes musicales y pictóricas.

Después llegamos al dilema metafísico de si la belleza existe como una propiedad inherente a las cosas o es creada por el cerebro. Los pensadores metafísicos e idealistas crean un abismo inexistente entre el sujeto y el objeto. El error de esta forma de pensar metafísica es hablar solo del cerebro del consumidor de la obra de arte y no de su productor. La Novena Sinfonía de Beethoven es obra del cerebro de Beethoven, es la objetivación de su actividad cerebral. Podemos afirmar entonces que primero existió la Novena Sinfonía en el cerebro de Beethoven, en forma subjetiva, y luego en la realidad en forma objetiva. Es obvio que Beethoven sabía mucho de música y habría estudiado la música de sus predecesores. Es obvio igualmente que los estados espirituales de los que habla Francisco Mora, sobrecogerse y sentirse pequeño, embargado y subyugado, no son suficientes para explicar cómo Beethoven pudo hacer sus piezas musicales y Van Gogh sus pinturas.

Pero sigamos la lógica de Francisco Mora y hablemos del consumidor de obras de arte. Afirma Francisco Mora que la belleza es un prodigio del cerebro del consumidor de obras de arte y no una propiedad de la realidad. La pregunta o preguntas que tendríamos que formular serían entonces: ¿Cómo existe la belleza en el cerebro del consumidor? ¿Cómo se ha formado el concepto de belleza en el cerebro del consumidor? ¿Dicho concepto nació con el consumidor o se ha ido formando a lo largo de la historia de su vida mediante el consumo regular de obras de arte? Yo creo que si el concepto de belleza existe en el cerebro del consumidor, su origen es externo y es social, y es fruto de un proceso largo de aprendizaje. Francisco Mora quiere oponer el cerebro humano al mundo, por una parte, como si el mundo no fuera obra teórica y práctica del cerebro humano, y por otra parte, como si el cerebro humano no fuera un producto del quehacer humano que ha evolucionado a lo largo de muchísimas generaciones. Francisco Mora es un pensador metafísico porque crea un abismo inexistente entre el sujeto y el objeto, y es idealista porque sitúa la esencia del ser humano solo en su cerebro y no en el cerebro y en el mundo exterior.

Añade ahora Francisco Mora que «antes se pensaba que la belleza era un atributo inmanente a las cosas del mundo o constitutivo de las obras artística creada…Hoy sabemos, por el contrario, que la belleza es algo subjetivo, creado por el ser humano y que no está fuera, en el mundo sensorial». Francisco Mora da por sentado cosas que no ha demostrado. En vez de emplear el pronombre impersonal «se», debió decir: yo antes pensaba que la belleza era un atributo externo de las cosas y de las obras de artes, y ahora pienso que es algo puramente subjetivo sin existencia exterior. Francisco Mora no debería hablar en nombre de todos, debería hablar en nombre de sí mismo y de todos los que comparten su concepción. Además, y esto es un error de todos los que piensan de modo metafísico, cuando afirma que la belleza es algo subjetivo, no está afirmando nada contra el materialismo filosófico. Todas las cosas que hacen los seres humanos son subjetivas, son obras de las fuerzas subjetivas, pero no solo de las fuerzas subjetivas mentales sino también de las fuerzas esenciales objetivas. Como el ser humano, además de conciencia y pensamiento, es un ser objetivo, crea un mundo objetivo. Pero Francisco Mora afectado del pensamiento metafísico e idealista insiste en oponer la subjetividad a la objetividad.

A continuación Francisco Mora se desliza hacia la imprecisión, la vaguedad y la inconsecuencia de su tesis de que la belleza solo tiene existencia interior. Este es su pensamiento: «Hoy entendemos que la belleza la crea el ser humano tras observar y percibir ciertas características del objeto que contempla». Luego esas características del objeto que contempla el ser humano deben desempeñar algún papel en la concepción de la belleza que ha elaborado dicho ser humano. Pero Francisco Mora no lo aclara, no dice cómo participa la objetividad en la creación conceptual de la belleza. Lo cierto es que por mucho que se afane en que la belleza solo tiene existencia interior, no puede desprenderse en su razonamiento de la objetividad.

Francisco Mora afirma ahora que «la belleza es, de hecho, una construcción mental hecha de percepciones, emociones, sentimientos y conocimientos». Pero si hablo de percepciones, habla del objeto percibido y del contenido percibido; y si habla de conocimientos, esto es, de conceptos, hablo del objeto del concepto y del contenido del concepto. La pregunta sería ahora de dónde extrae el ser humano el objeto y contenido de la percepción y del concepto. No puede extraerlo sino de la realidad exterior. Luego al afirmar que la belleza es una construcción mental hecha de percepciones y de conceptos, no niega con ello que el objeto y contenido de la belleza sea exterior. Pero Francisco Mora, con escasa preparación epistemológica, cree que de ese modo niega a la belleza existencia exterior y objetiva.

Ahora salta a las emociones, un reino bastante oscuro e impreciso, y afirma: «central a nuestra vivencia de belleza se encuentra ese plus emocional que nace de aquello que percibimos». Luego el propio Francisco Mora se traiciona: si el plus emocional nace de aquello que percibimos, algo tendrá que ver la realidad y la exterioridad en la formación de ese plus emocional vinculado a la vivencia de belleza. A continuación hace una locución bastante enredada: «Precisamente porque es una emoción producida en ese cerebro profundo donde se depositan las memorias más íntimas y personales en cada ser humano, no todo el mundo percibe la belleza del mismo modo y en las mismas cosas. Es más, es esa emoción la que hace que cada ser humano experimente su propia belleza, única y distinta a la de cualquier otro». Si esa emoción vinculada a la belleza se conecta con la memoria, habrá que saber qué hay en esa memoria. Y en esa memoria, es una obviedad, debe haber muchas cosas y estados de cosas provenientes de la realidad. Francisco Mora intenta separar insistentemente el sujeto de la objetividad, pero siempre termina colándosele, esta vez por la memoria. Por otra parte, si cada persona tiene un concepto de belleza único y distinto, no hay tal concepto, porque el concepto supone algo que se da en muchos y algo que debe tener carácter universal. Y otra cosa más hay que suponer en los conceptos: unidad en la diferencia. Si hay tantos conceptos de belleza como personas hay, entonces sobre la belleza no hay ciencia posible, ya la consideremos con solo existencia interior o la consideremos con existencia interior y exterior.

Después de decir que el placer es el primer componente de la belleza, añade esto otro: «La interacción con las cosas del mundo (percepción), produce el conocimiento, el otro componente básico para la percepción de la belleza. Porque la belleza es eso en su esencia, placer y conocimiento, y en este último la capacidad cognitiva de advertir orden, proporcionalidad, simetría, delimitación clara de lo que se percibe. Y todo esto tiene que ver mucho con la educación que se recibe y con la cultura en que se nace y vive». Aquí la traición a sus propias tesis es completa. Afirma Francisco Mora que la belleza es la capacidad cognitiva de advertir orden, proporcionalidad y simetría. Pues bien: la regularidad, la proporcionalidad, la simetría, la conformidad a fin son las formas abstractas y objetivas de la belleza. ¿No había dicho que la belleza no tenía existencia externa? Sí que lo había dicho. Pero con esa afirmación niega su propia premisa. Después afirma que la belleza «creada por el cerebro» tiene que ver mucho con la educación que se recibe y con la cultura en la que se nace y vive. Luego, la belleza «creada por el cerebro» tiene un origen social, esto es, un origen objetivo. Además, Francisco Mora y todos los idealistas creen que la educación y la cultura tienen solo una dimensión subjetiva, cuando en la realidad tienen plena existencia objetiva. No hay educación y cultura sin experimentación científica, sin aplicación de la ciencia a la industria y sin la existencia de las grandes obras arquitectónicas, escultóricas y pictóricas de todos los tiempos y que constituyen el patrimonio artístico de la humanidad.

¿Por qué catalogo a Francisco Mora de subjetivista y de idealista? El subjetivismo ha sido uno de los rasgos ideológicos que identifican a la extrema izquierda. Se caracteriza por despreciar o no valorar en sus justos términos las condiciones objetivas. Y esto le sucede a Francisco Mora al hablar de la belleza o estética. No existe la subjetividad sin objetividad. Por un lado, porque el sujeto también es objetivo, y por otra parte, porque el mundo que crea el ser humano lo hace con materiales objetivos y el resultado de su actividad también existe en forma objetiva. Hablemos ahora de su idealismo. El idealismo se caracteriza por la tendencia a ver la esencia del ser humano solo en su interior y no en su interioridad y en su exterioridad.

(El artículo que he sometido a crítica es un extracto del libro de Francisco Mora titulado Mitos y verdades del cerebro, publicado en El País https://elpais.com/elpais/2018/10/22/ciencia/1540208471_975751.html

Francisco Mora es doctor en medicina y neurociencia. Creo que para hablar de la belleza con un rigor mínimo, aunque sea bajo el punto de vista de la neurociencia, es necesario tener unos conocimientos mínimos en Estética, Historia del Arte, Psicología del Conocimiento y Epistemología).

Blog del autor: https://fcoumpierrezblogspotcom.blogspot.com/

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