Una vez más, el impeachment que sufre la presidenta Dilma Rousseff en Brasil revela el escaso compromiso de las derechas en América Latina con la preservación de la justicia y la transparencia institucional como valores esenciales de las democracias en nuestra región. Como hace años marcó el sociólogo brasileño Florestan Fernandes, la derecha respeta las […]
Una vez más, el impeachment que sufre la presidenta Dilma Rousseff en Brasil revela el escaso compromiso de las derechas en América Latina con la preservación de la justicia y la transparencia institucional como valores esenciales de las democracias en nuestra región.
Como hace años marcó el sociólogo brasileño Florestan Fernandes, la derecha respeta las instituciones con la condición de que no existan reformas ni cambios sustanciales. El reformismo petista -así como antes el de Getúlio Vargas- que buscó alterar la eterna reproducción del orden, fue entendido como «subversión» del orden por las elites brasileñas. Éstas, no pueden admitir al reformismo como parte del sistema, sino como aquello que llevaría a su propio aniquilamiento.
Difícil encontrar en el Cono Sur una elite tan intolerante y poco respetuosa de la institucionalidad frente a un proceso tímido de reformas como la brasileña. Los antecedentes lo demuestran. Los grandes reformistas de la historia brasileña terminaron en el suicidio, muertos en circunstancias no esclarecidas o en atentados. El tiro en el corazón de Getúlio Vargas en agosto de 1954 y las muertes no del todo esclarecidas de Juscelino Kubitschek y Joao Goulart constituyen demostraciones fehacientes.
Por eso la estigmatización feroz al MST, que propone alterar la injusta distribución de tierras en el campo. La elite brasileña no quiere ceder nada en sus privilegios. El lulismo fue absolutamente intolerable para este sector. Ni bien apareció la oportunidad de terminar con este proceso, se recurrió a cualquier artimaña, incluso reñida con la institucionalidad, y se acabó la tolerancia.
André Singer lo sostuvo tiempo atrás en su artículo «Cutucando oncas com varas curtas»: el pecado del gobierno de Dilma fue ir contra las ganancias extraordinarias, las tasas de interés de los bancos, en un contexto de debilidad con respecto a sus alianzas sociales. El capital no perdona: es capaz de destruir en el corto plazo sus propios stocks y beneficios para apostar por un gobierno (Temer) que permitirá expandirlos mucho más en el mediano plazo.
Un compromiso mayor de la derecha con las instituciones hubiera significado mayor propensión a la justicia, que sin dudas se encuentra del lado de Rousseff y su defensa moral.
Así, los senadores Aécio Neves y Ronaldo Caiado, por la superficialidad de sus argumentos frente al país y el mundo, bordean la «banalidad del mal», propia de quienes no pueden percibir, sentir, el sufrimiento y la injusticia a la que es sometido el otro. También el presidente interino Michel Temer, quien de forma oportunista declaró no haber podido asistir a la defensa de Rousseff por estar ocupado. Lamentablemente, este juicio político conservador articulado y legitimado por O Globo, la FIESP y el juez Moro como parte del poder judicial, está destinado a generar mucha división en el país.
El desarrollo de este proceso muestra cómo la derecha vuelve a sus reglas fundacionales: liberal en las formas, conservadora y restrictiva en la práctica efectiva de las libertades. Fácilmente cae en la ley del más fuerte que beneficia al gran capital.
Habrá tiempo para analizar los numerosos errores cometidos por Dilma y el PT para llegar a esta situación: las dificultades para preservar su coalición política, el nombramiento de un ministro ortodoxo como Joaquim Levy, así como la diferencia entre lo prometido en la campaña y lo hecho desde 2015. Fue, también, una «tormenta perfecta» de confluencia de crisis política, económica (nacional, regional e internacional) y social.
Sin embargo, la escena que revela el juzgamiento, donde una mujer de gran valentía política, honestidad e inteligencia se enfrenta a una camada de hombres blancos de las elites regionales acusados de corrupción, preñados de argumentos superficiales y banales, no será fácil de camuflar.
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