El 20 de marzo de 2003, los EEUU -con la cómplice inacción de las Naciones Unidas- iniciaban la invasión del Irak, desde territorio de Kuwait. Daba comienzo la Segunda Guerra del Golfo, a la que millones de personas en el mundo nos opusimos con todas nuestras fuerzas. Por lo visto la última brigada de combate […]
El 20 de marzo de 2003, los EEUU -con la cómplice inacción de las Naciones Unidas- iniciaban la invasión del Irak, desde territorio de Kuwait. Daba comienzo la Segunda Guerra del Golfo, a la que millones de personas en el mundo nos opusimos con todas nuestras fuerzas.
Por lo visto la última brigada de combate del ejército norteamericano abandonaba ayer Irak. Pero, ¿estamos realmente delante de una retirada norteamericana? Las evidencias señalan que no. Un tercio de las casi 150.000 tropas estadounidenses destacadas en Irak a lo largo de la guerra y posterior ocupación, permanecerán en aquel país, con el cometido formal de entrenar las fuerzas militares iraquíes. Asimismo, el gobierno de Obama previsiblemente -según señalan diferentes fuentes- procederá a incrementar en un 160% los mercenarios privados (camuflados bajo la fórmula de empresas de seguridad) que operan bajo su mandato en Irak.
Después de casi seis años y medio, el balance de la injustificada invasión militar norteamericana no puede ser más desolador. Al menos 100.000 iraquíes perderían la vida, a lo que hay que sumar las 4.400 bajas norteamericanas y otras no consignadas. Es incuantificable el impacto socioeconómico e infraestructural que lastrará por décadas el desarrollo y reconstrucción de ese territorio.
Nadie, con un mínimo juicio, puede negar hoy que la guerra del Irak respondía únicamente a intereses económicos y geoestratégicos de la principal potencia capitalista. Es hora de que con la dolorosa experiencia de Irak, hagamos desaparecer el oxímoron maldito de la «guerra humanitaria». Los recursos petrolíferos, su situación geográfica privilegiada en un entorno hostil a los EEUU, y los intereses de otras potencias aliadas de facto, son la explicación real para el crimen contra la humanidad que durante estos casi seis años y medio han estado perpetrando los EEUU -y otros países, incluido el Estado español por decisión de Aznar- en nombre de la «libertad» contra del pueblo iraquí.
Con todo, si George W. Bush pasará seguramente la historia como un genocida, es indignante comprobar cómo bajo el espejismo que proyecta, el presidente Obama será presentado como un estadista pacificador, pese a haber incrementado los millares de tropas destacadas en la invasión de Afganistán, o pese a haber tomado militarmente de facto Haití aprovechándose de una catástrofe. Es vomitivo el espectáculo reverencial que se le rinde a quien encarna apenas una contradicción -aparente y programada- del sistema para humanizar su rostro imperialista y genocida.
La paz debe ser un objetivo central para la humanidad. Debemos actuar de manera decidida para impulsarla, reclamando el fin inmediato de las invasiones de Irak y Afganistán, así como el desarme nuclear y también la paulatina desaparición del armamento convencional.
Debemos combatir el belicismo imperialista, que hoy nos pone delante de la amenaza real de un holocausto nuclear con su empeño por atacar Irán.
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