Traducido por Silvia Arana para Rebelión
Una de las mayores paradojas de la historia son las proclamas de los políticos imperialistas de que están llevando a cabo una gran cruzada humanitaria, una «misión civilizadora» histórica para liberar naciones y pueblos, mientras implementan las conquistas, las guerras destructivas y el derramamiento masivo de sangre más barbárico de pueblos conquistados en la memoria histórica.
En la era capitalista moderna, las ideologías de los gobernantes imperialistas varían con el tiempo, desde los primeros reclamos por el «derecho» a la riqueza, al poder, a las colonias y a la grandeza hasta los reclamos posteriores de «misión civilizadora». Más recientemente, los gobernantes imperiales han propagado numerosas y diversas justificaciones adaptadas a adversarios, circunstancias, audiencias y contextos específicos.
Este ensayo se enfocará en el análisis de los argumentos ideológicos de EE.UU. como imperio contemporáneo para legitimizar guerras y sanciones con el fin de mantener su rol predominante.
Contextualizar la ideología imperial
La propaganda imperialista varía según esté dirigida contra un competidor por el poder global, o para justificar la aplicación de sanciones, o para entablar una guerra abierta contra un adversario socio-político local o regional.
La propaganda imperial de EE.UU. ha cambiado con el tiempo con respecto a competidores de imperios establecidos (Europa) o a competidores de economías emergentes (China). A principios del siglo XIX, Washington anunciaba la Doctrina Monroe, denunciando las políticas de Europa para colonizar América Latina, y de esa manera defendiendo sus propios proyectos imperiales para esta región. En el siglo XX cuando los políticos imperiales de EE.UU. estaban desplazando a Europa de las colonias proveedoras de materias primas en el Medio Oriente y en África, la propaganda abarcó varios temas. Condenaba ‘las formas coloniales de dominación’ y promovía las transiciones ‘neo-coloniales’ que terminaron con los monopolios europeos y permitieron la penetración de las corporaciones multinacionales promovida por EE.UU. Esto fue evidente durante y después de la II Guerra Mundial, en los estados petroleros del Medio Oriente.
Durante la década de 1950 mientras EE.UU. asumía una primacía imperial y surgía el nacionalismo radical anticolonialista, Washington hizo alianzas con el poder colonial decadente en la lucha contra el enemigo común y para apoyar a los poderes postcoloniales en la lucha contra el enemigo común. Europa, incluso en el periodo posterior a la II Guerra Mundial, durante la recuperación económica, el crecimiento y la unificación, trabajó en conjunto con EE.UU. y bajo el liderazgo de éste para reprimir insurgencias y regímenes nacionalistas. Cuando se presentan conflictos y rivalidades entre los regímenes, bancos y empresas de EE.UU. y Europa, los medios de comunicación masivos publican «hallazgos investigativos» resaltando los fraudes e ilegalidades de sus competidores… y las agencias reguladoras de EE.UU. aplican multas severas a sus pares europeos, mientras toleran prácticas similares implementadas por las firmas financieras de Wall Street.
Recientemente, el auge del imperialismo militarista y de las guerras coloniales alimentadas por los defensores de Israel en EE.UU. ha conducido a serias divergencias entre el imperialismo estadounidense y el europeo. Con la excepción de Inglaterra, Europa hizo un compromiso simbólico mínimo con las guerras de EE.UU. y la ocupación de Irak y Afganistán. Alemania y Francia se concentraron en expandir sus mercados de exportación y capacidades económicas, desplazando a EE.UU. en mercados principales y sitios de recursos. La convergencia de los imperios estadounidenses y europeos condujo a la integración de las instituciones financieras y a la subsiguiente crisis y colapso común pero sin una política coordinada de recuperación. Los ideólogos de EE.UU. propagaron la idea de una «Unión Europea decadente», mientras que los ideólogos europeos enfatizaron los fracasos de los ‘mercados libres’, des-regulados, angloamericanos y de los fraudes de Wall Street.
Ideología imperial, poderes económicos emergentes y desafíos nacionalistas
Hay una larga historia de «antiimperialismo» imperialista, condenas patrocinadas oficialmente, denuncias e indignación moral dirigidas exclusivamente contra rivales imperialistas, poderes emergentes o simples competidores, que en algunos casos siguen sencillamente los pasos de los poderes imperiales establecidos.
Los imperialistas ingleses en su época de apogeo justificaron el saqueo de tres continentes perpetuando la «leyenda negra» de la «crueldad excepcional» del imperio español hacia los pueblos indígenas de América Latina, mientras se embarcaban en el tráfico de esclavos africanos a gran escala y con las mayores ganancias. Mientras que los colonizadores españoles esclavizaban a los pueblos nativos, los colonos anglo-americanos los exterminaban…
En el periodo previo a la II Guerra Mundial, los poderes europeos y estadounidense, mientras explotaban sus colonias de Asia condenaban al poder imperial japonés por la invasión y colonización de China. Japón, por su parte, proclamaba que estaba encabezando la lucha de Asia contra el imperialismo occidental y proyectaba una esfera de co-prosperidad postcolonial entre socios iguales de Asia.
El uso imperialista de la retórica moral «antiimperialista» fue diseñado para debilitar a los rivales y estaba dirigido a diversas audiencias. De hecho, en ningún momento la retórica antiimperialista sirvió para «liberar» a los pueblos colonizados. En casi todos los casos el poder imperial triunfante solo sustituyó una forma colonial o neo-colonial por otra.
El «antiimperialismo» de los imperialistas está dirigido a los movimientos nacionalistas de los países colonizados y al público local. Los imperialistas británicos fomentaron revueltas entre las élites agro-mineras de América Latina prometiéndoles «libre comercio» en oposición a las reglas mercantilistas de España; apoyaron la «autodeterminación» de los dueños de plantaciones algodoneras esclavistas del Sur de EE.UU. contra la Unión; apoyaron los reclamos territoriales de los líderes iroqueses contra los revolucionarios anticolonialistas de EE.UU.; explotaron reivindicaciones legítimas con propósitos imperialistas.
Durante la II Guerra Mundial, los imperialistas japoneses apoyaron a un sector del movimiento nacionalista anticolonialista de la India en contra del Imperio Británico. EE.UU. condenó la ocupación colonial de España en Cuba y las Filipinas y declaró la guerra para «liberar» a los pueblos oprimidos de la tiranía… y se quedó allí para imponer un régimen de terror, explotación y gobierno colonial…
Los poderes imperiales buscan dividir los movimientos anticoloniales y crear futuros «gobernantes-clientes» si tienen éxito. El uso de la retórica antiimperialista fue planeado para atraer a dos tipos de grupos. Un grupo conservador con intereses económicos y políticos comunes con el poder imperial, que comparte la hostilidad hacia los nacionalistas revolucionarios y busca una posición ventajosa al conectarse con el poder imperial emergente. Un sector radical del movimiento que busca una alianza táctica con el poder imperial emergente, con la idea de usar este poder imperial emergente para conseguir recursos (armas, propaganda, vehículos, ayuda financiera) y, una vez que logre llegar al poder, deshacerse de este imperio. En la mayoría de los casos, en este juego de manipulación mutua entre imperio y nacionalistas, el imperio ha ganado… como sucede en la actualidad.
La retórica «antiimperialista» del imperio estuvo dirigida también al público local, especialmente en países como EE.UU. en el que se apreciaba el legado anticolonialista del siglo XVIII. El propósito era ampliar la base de construcción del imperio más allá de los imperialistas leales de línea dura, los militaristas y los beneficiarios corporativos. Su discurso buscaba incluir a liberales, humanitarios, intelectuales progresistas, religiosos y moralistas seculares al igual que a otros «formadores de opinión» que gozaban de un cierto prestigio con el gran público, con aquellos que pagarían con su vida y con los impuestos por las guerras coloniales y las guerras entre los imperios.
Los voceros oficiales del imperio publicitan atrocidades reales y fabricadas de los imperios rivales, y resaltan la causa de las víctimas colonizadas. La élite corporativa y los militaristas de línea dura exigen acción militar para proteger su propiedad, o para apoderarse de recursos estratégicos; los humanitarios y progresistas denuncian los «crímenes contra la humanidad» y se hacen eco de los llamamientos a «hacer algo concreto» para salvar a las víctimas del genocidio. Sectores de la Izquierda se unen al coro, hallan un grupo de las víctimas que encaja en su ideología abstracta, y piden que los poderes imperiales «armen a la gente para que estos se liberen a sí mismos» (sic). Al brindar apoyo moral y un barniz de respetabilidad a la guerra imperial, al tragarse la propaganda de «guerra para salvar a las víctimas» los progresistas se convierten en el prototipo de los defensores del «antiimperialismo de los tontos». Al asegurarse un amplio apoyo público en las bases del «antiimperialismo», los poderes imperialistas se sienten libres para sacrificar las vidas de los ciudadanos y el tesoro público, para hacer la guerra, alimentada por el fervor moral de una causa justa. Mientras que la carnicería continúa y las bajas crecen, y el público se cansa de la guerra y de su costo, el entusiasmo de los progresistas e izquierdistas se apaga o, peor aún, se hace hipocresía moral con reclamos de que «la naturaleza de la guerra ha cambiado» o «esta guerra no es como pensábamos que iba a ser». ¡Como si los señores de la guerra hubieran pensado alguna vez en consultar con los progresistas y la izquierda sobre cómo y por qué deberían hacer guerras imperiales!
En el periodo contemporáneo las «guerras antiimperialistas» y agresiones imperialistas han recibido una gran ayuda y apoyo de «bases» muy bien financiadas, las llamadas «organizaciones no-gubernamentales», las que movilizan a movimientos populares, los cuales pueden hacer «invitaciones» para agresiones imperiales.
A lo largo de las últimas cuatro décadas el imperialismo estadounidense ha fomentado al menos dos docenas de movimientos de «base» que han destruido gobiernos democráticos, o han diezmado estados sociales o han provocado daños mayores en las economías de determinados países.
En Chile a lo largo de 1972-73 durante el gobierno democráticamente elegido de Salvador Allende, la CIA financió y proveyó ayuda importante -a través de la AFL-CIO- a los propietarios de camiones para paralizar el flujo de bienes y servicios. También financiaron la huelga de un sector del gremio de trabajadores del cobre (en la mina de El Teniente) para perjudicar la producción y exportación de cobre, en preparación para el golpe de estado. Después de que los militares tomaron el poder, varios representantes del gremio de «las bases» del partido Demócrata Cristiano participaron en la purga de activistas de izquierda que habían sido elegidos por el gremio. ¡No hace falta decir que en un corto tiempo los dueños de camiones y los trabajadores del cobre terminaron la huelga, dejaron de lado sus exigencias y poco después perdieron todos sus derechos de reclamo y negociación!
En la década de 1980 la CIA, mediante contactos en el Vaticano, transfirió millones de dólares para financiar al gremio «Solidaridad» de Polonia, transformando en héroe al trabajador portuario de Gdansk Lech Walesa, quien encendió la chispa de la huelga general que derrocaría al régimen comunista. Con la caída del comunismo también desaparecieron el empleo garantizado, la asistencia social y la militancia gremial: los regímenes neoliberales redujeron la fuerza de trabajo en Gdansk en un cincuenta por ciento y finalmente cerraron el astillero, despidiendo a todo el personal. Walesa se jubiló con una magnífica pensión, mientras que sus ex compañeros de trabajo terminaron en la calle y los nuevos gobernantes «independientes» de Polonia le otorgaron a la OTAN bases militares y mercenarios para las guerras imperiales en Afganistán e Irak.
En 2002, en Venezuela, la Casa Blanca, la CIA, la AFL-CIO y ONGs, apoyaron el golpe militar, de negocios y de burócratas sindicales liderado por organizaciones de «base» que derrocó al Presidente electo Chávez. En 48 horas una movilización de un millón de bases auténticas, los pobres de la ciudad, apoyados por las fuerzas militares constitucionalistas derrotaron a los dictadores apoyados por EE.UU. y restauraron a Chávez en el poder. A continuación ejecutivos petroleros dirigieron un lockout, o cierre patronal, apoyado por varias ONGs financiadas por EE.UU. Fueron derrotados por la toma obrera de la industria petrolera. El golpe fracasado y el cierre patronal le costaron a la economía venezolana miles de millones de dólares en pérdidas y causaron una baja de dobles dígitos en el PIB.
EE.UU. apoyó a yijadistas armados de «organizaciones de base» para que «liberaran» Bosnia y armó a terroristas de «organizaciones de base» del Ejército de Liberación de Kosovo para que desintegraran Yugoslavia. Casi toda la izquierda occidental festejó mientras EE.UU. bombardeaba Belgrado, destruía la economía y proclamaba que estaba «respondiendo ante un genocidio». Kosovo «libre e independiente» se volvió un enorme mercado para la trata de personas, alojó a la base militar de EE.UU. más grande en Europa, con la más alta tasa de emigración por habitante en Europa.
La estrategia imperial de «organizaciones de base» combina la retórica antiimperialista, democrática y humanitaria con el entrenamiento y financiación de ONGs locales y con el bombardeo informativo de los medios masivos para movilizar la opinión pública occidental y especialmente de los «críticos morales izquierdistas prestigiosos» detrás de sus abusos de poder.
Las consecuencias de los movimientos «antiimperialistas» promovidos por el imperio: ¿Quién gana y quién pierde?
El récord histórico de los movimientos «antiimperialistas» y de «organizaciones de base» promovidos por el imperio es uniformemente negativo. Vamos a resumir los resultados. En Chile, la huelga liderada por «la organización de base» de los dueños de camiones condujo a la brutal dictadura militar de Augusto Pinochet y a casi dos décadas de tortura, muerte, encarcelamiento y exilio forzado de cientos de miles de personas, a la imposición de «políticas de libre mercado» brutales y a la subordinación a las políticas imperiales de Estados Unidos. En resumen, las corporaciones multinacionales del cobre y la oligarquía chilena fueron los grandes ganadores y la masa de la clase obrera, de los pobres del campo y de la ciudad fueron los grandes perdedores. Las «revueltas de organizaciones de base» apoyadas por EE.UU. en Europa del Este contra la dominación soviética, cambiaron la dominación rusa por la estadounidense; la subordinación al Pacto de Varsovia por la OTAN; la transferencia masiva de empresas, bancos y medios públicos nacionales a multinacionales occidentales. La privatización de empresas nacionales condujo a niveles sin precedentes de desempleo en los dobles dígitos, enormes aumentos de la renta y de los índices de pobreza de los jubilados. La crisis fue la causa de que millones de trabajadores, entre los más educados y capacitados, dejaran sus países y de la eliminación de los sistemas públicos y gratuitos de salud pública, educación superior y hoteles vacacionales para trabajadores.
A lo largo de la, ahora capitalista, Europa del Este y Unión Soviética bandas de crimen organizado desarrollaron redes a gran escala de tráfico de drogas y prostitución; empresarios-delincuentes locales y extranjeros tomaron control de las lucrativas empresas públicas y formaron una nueva clase de políticos oligárquicos súper-ricos. Estos junto a la gente de negocios y de profesionales conectados a ‘socios’ occidentales fueron los ganadores socio-económicos. Los grandes perdedores fueron los pensionados, los obreros, los trabajadores de las granjas colectivas, los jóvenes sin empleo al igual que los artistas culturales que antes recibían subsidios. Las bases militares en Europa del Este se convirtieron en la primera línea militar de ataque contra Rusia y en el blanco de cualquier contra-ataque.
Si midiéramos las consecuencias del cambio de imperio en el poder, sería claro que los países de Europa del Este se han vuelto más dependientes bajo la órbita de EE.UU. y de Europa que cuando estaban bajo la influencia de Rusia. Las crisis financieras occidentales han devastado sus economías; las tropas de Europa del Este han participado en más guerras con la OTAN que bajo el dominio soviético; los medios culturales están bajo control comercial occidental. Por sobretodo, el grado de control imperial sobre todos los sectores económicos excede de lejos lo que existía con los soviéticos. Los movimientos de «base» de Europa del Este tuvieron éxito en profundizar y extender el imperio estadounidense; los grandes perdedores fueron los defensores de la paz, la justicia social, la independencia nacional, el renacimiento cultural y el bienestar social con valores democráticos.
Entre los grandes perdedores figuran también los liberales, progresistas e izquierdistas occidentales que se enamoraron del «antiimperialismo» de los imperialistas. Su apoyo a los ataques de la OTAN en Yugoslavia condujeron a la desintegración de un estado multinacional, y al establecimiento de enormes bases militares de la OTAN y de un paraíso para el tráfico de personas en Kosovo. Su apoyo ciego a la «liberación» prometida por el imperio de Europa del Este devastó el estado social, eliminando la presión sobre los regímenes occidentales de competir proveyendo asistencia social. Los principales beneficiarios de los avances imperiales de Occidente mediante revueltas de «las organizaciones de base» fueron las corporaciones multinacionales, el Pentágono y los neo-liberales de derecha defensores del libre mercado. A medida que el espectro político en su integridad se movió a la derecha, un sector de la izquierda y de los progresistas se les unió. Los moralistas de izquierda perdieron credibilidad y apoyo, sus movimientos pacifistas se debilitaron, sus «críticas morales» se apagaron. Los izquierdistas y progresistas que se sumaron a los «movimientos de base» apoyados por el imperio, ya sea en nombre del «anti-estalinismo», o de la «pro-democracia», o del «antiimperialismo», no han hecho ninguna reflexión crítica; ni ningún esfuerzo para analizar las consecuencias negativas de largo plazo que han tenido sus posturas respecto a la pérdida de asistencia social, independencia nacional o dignidad personal.
La larga historia de manipulación imperialista de las narrativas «antiimperialistas» se expresa de manera virulenta en la actualidad. La Nueva Guerra Fría iniciada por Obama contra China y Rusia, la guerra que hierve en el Golfo montada sobre la supuesta amenaza militar de Irán, la amenaza intervencionista contra las «redes de tráfico de drogas» de Venezuela, y el «baño de sangre» en Siria forman parte y son una muestra del uso y abuso del «antiimperialismo» para sostener a un imperio en decadencia. Esperemos que los escritores y escribas progresistas e izquierdistas aprendan de los errores ideológicos del pasado y resistan la tentación de acceder a los medios de comunicación masivos ofreciendo una «cobertura progresista» a los que el imperio llama «rebeldes». Es hora de distinguir entre antiimperialismo y movimientos pro-democracia genuinos y aquellos promocionados por Washington, la OTAN y los medios de comunicación masivos.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.