Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
A finales de los años ochenta, después del colapso total del experimento de privatización masiva en la Rusia de Boris Yeltsin, algunos de los más serios proselitistas del libre mercado trataron de buscar el sentido de todo el asunto. El colapso sin precedentes de la economía de Rusia y de sus mercados de capital, el saqueo generalizado, la silenciosa exterminación de millones de rusos por el choque y la pobreza (La expectativa de vida de los varones rusos cayó de 68 años a 56 años) -las terribles consecuencias de imponer ideas libertarias radicales de libre mercado a una cultura diferente- resultó peor que cualquier escenario del peor de los casos imaginado por los creyentes convencidos del libre mercado.
De todos los desastrosos resultados de ese experimento, lo que molestó a muchos de los creyentes convencidos occidentales del libre mercado no fue tanto la pobreza masiva y el colapso de la población, sino más bien el modo en que las cosas salieron tan mal en las nuevas compañías e industrias privatizadas de Rusia. Era lo que supuestamente debía salir bien. Según la teoría operativa -desarrollada por los padres fundadores del libertarialismo/
Esa era la teoría libertaria dominante que enmarcaba todo el experimento de privatización de la «doctrina de choque» en Rusia y otros sitios. En realidad, como todos se vieron obligados a admitir en 1999, las compañías privatizadas de Rusia fueron despojadas y saqueadas con toda la rapidez con que sus nuevos propietarios privados podían hacerlo, dejando a millones de trabajadores sin salarios y la mayor parte de la industria rusa en una situación mucho peor que aquella en la que la dejaron los comunistas.
La mayor parte de los proselitistas del libre mercado -desde el neoliberal de Clinton Michael McFaul (actual embajador de Obama en Moscú) al fan libertario de Pinochet, Andrei Illarionov (actualmente en el Instituto Cato) culparon a todo menos a los experimentos de libre mercado por el colapso de Rusia.
Pero algunos de los más serios creyentes, cuya fe libertaria se estremeció por lo que sucedió en las empresas de Rusia, necesitaban algo más sofisticado que un simple blanqueo histórico.
Por suerte para ellos, Milton Friedman suministró la respuesta a un entrevistador del Instituto Cato: Rusia carecía de «imperio de la ley», otro eslogan neoliberal/libertario que se hizo dominante a finales de los años ochenta. Sin el «imperio de la ley», argumentaron Friedman y el resto de los fieles del libre mercado, la privatización tenía que fracasar. Lo que sigue es la respuesta de Friedman en el Informe Libertad Económica del Mundo 2002 del Instituto Cato:
CATO: Si reflexionamos sobre la caída del comunismo y la transición de la economía centralmente planificada a una economía de mercado, ¿qué hemos aprendido en la última década sobre la importancia de la libertad económica y otras necesidades que puedan ser necesarias para apoyar la libertad económica?
MILTON FRIEDMAN: Hemos aprendido la importancia de la propiedad privada y el imperio de la ley como base para la libertad económica. Justo después de la caída del Muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética, solían preguntarme frecuentemente: «¿Qué tienen que hacer esos Estados excomunistas pra convertirse en economías de mercado?» Y solía decir: «Se puede describir eso en tres palabras: privatizar, privatizar, privatizar». Pero me equivocaba. No era suficiente. El ejemplo de Rusia lo muestra. Rusia privatizó pero de una manera que creó monopolios privados, controles económicos privados centralizados que reemplazaron los controles centralizados del gobierno. Resulta que el imperio de la ley es probablemente más básico que la privatización. La privatización no tiene sentido si no se tiene el imperio de la ley. ¿Qué significa privatizar si no se tiene seguridad de la propiedad, si no se puede utilizar la propiedad como lo desee?
Otros explicaron con más detalle la racionalización de Friedman, argumentando que sin ese «imperio de la ley» para proteger su propiedad privada, los nuevos propietarios privados de las industrias de Rusia eran incentivados a saquear sus compañías lo más rápido posible por temor a que el Estado volviera a robárselas. Por cierto, toda esta racionalización se debilitó porque los oligarcas rusos robaron sus compañías para comenzar, y los ladrones tienden a robar lo que han robado. Pero no importa, la ideología libertaria se salvó, ya que declararon que el experimento de privatización de rusia «no fue un auténtico libre mercado» porque no existía el «imperio de la ley» de Friedrich Hayek.
El motivo por el cual menciono esto ahora es porque durante el mes pasado, uno de los oligarcas más rapaces de EE.UU., Aubrey McClendon, fue sacado a la luz por Reuters por saquear Chesapeake Energy, el segundo productor de gas natural del país después de Exxon-Mobil. Se descubrió que McClendon, cofundador, director ejecutivo y hasta hace algunas semanas presidente de Chesapeak, dirigía un hedge fund dentro de Chesapeake, beneficiándose personalmente de paso de grandes posiciones de negociación que su sociedad anónima Chesapeake tenía en los mercados de gas y petróleo.
Reuters también descubrió que McClendon adquirió pequeñas participaciones personales de pozos de gas natural comprados por Chesapeake, luego pedía prestado contra las reservas de los pozos de los mismos bancos a los que Chesapeake pedía prestado, básicamente, los bancos lo sobornaban de paso con ventajosos acuerdos de préstamos mientras McClendon organizaba préstamos menos que ventajosos a su sociedad anónima, Chesapeake enviaba las utilidades de los bolsillos de los accionistas y empleados de Chesapeake a los bancos y a las cuentas de Aubrey.
Los perdedores en todo esto, como siempre, empleados, jubilados, y accionistas. Como informó Reuters, Chesapeake pertenece a un pequeño puñado de compañías cuyos paquetes de jubilación 401k consisten sobre todo de acciones de Chesapeake, y la compañía exige que los empleados conserven sus acciones durante el período máximo permitido por la ley:
Miles de trabajadores de Chesapeake tienen carteras de inversiones para su jubilación invertidas en acciones de Chesapeake, que han bajado fuertemente después de las revelaciones de los negocios del Ejecutivo Jefe, Aubrey K. McClendon.
Pero mientras los inversionistas al por menor e institucionales han vendido sus acciones, los empleados no tienen siempre esa opción.
A McClendon no es la primera vez que le pillan saqueando Chesapeake a costa de los accionistas, inversionistas en el fondo de pensiones y empleados: En 2008, McClendon apostó y perdió cerca de 2.000 millones de dólares en acciones de Chesapeake Energy que poseía -el 94% de la participación personal de Aubrey en Chesapeake- en una exigencia de depósito cuando cayeron los precios de gas natural. Ya veis, Aubrey apostó a que los precios del gas natural seguirían subiendo vertiginosamente.
Pero como sus pares de la oligarquía, la pérdida de Aubrey se convirtió en la pérdida de todos, menos de Aubrey: Obtuvo un «rescate de director ejecutivo» de su consejo de administración que le gratificó con una «bonificación» de 75 millones de dólares, lo que aumentó su remuneración total en 2008 a 112 millones, convirtiéndole en el director ejecutivo mejor pagado de EE.UU. Corporativo en ese año. Incluso a pesar de que las utilidades de Chesapeake bajaron a la mitad y sus acciones cayeron un 60% eliminando hasta 33.000 millones de dólares de riqueza de los accionistas.
Ahora nos informan de que Aubrey se estaba beneficiando ese mismo año a costa de Chesapeake.
Hay tanto más que odiar de Aubrey McClendon que esto, los millones que McClendon entregó a la organización anti-gay de Gary Bauer «Estadounidenses unidos para preservar el matrimonio» y a los Veteranos por la Verdad Swift Boat, el papel que McClendon y su esposa heredera de Whirlpool en el robo de tierra del frente marino de Benton Harbor, un barrio bajo afroestadounidense y la ciudad más pobre de Michigan, a fin de expandir un campo de golf de un country club exclusivo para residentes de St. Joseph, donde McClendon posee varios terrenos. La esposa de McClendon, Katie, es de St. Joseph, así como el primo de Katie, Fred Upton, el congresista republicano de St. Joseph. Aubrey y su esposa son estos días lo que pasa por realeza (sin nobleza obliga): Katie de la fortuna Whirlpool, Aubrey como heredero de la fortuna Kerr-McGee. (Si habéis visto la película Silkwood recordaréis Kerr-McGee como la compañía que liquidó a la activista sindical interpretada por Meryl Streep).
Solo es una de las muchas historias de sociedades anónimas que se han transformado en confabulaciones para saquear y robar al público y enriquecer a un puñado ínfimo de oligarcas. Lo vimos en los años ochenta cuando Reagan desreguló los Aorros y Préstamos, que rápidamentese tranformaron en un medio de saqueo, fraude y pillaje; lo vimos en los años 2000 después de la desregulación del sector financiero.
El problema es mucho más profundo que el fetiche del «imperio de la ley» de Milton Friedman. «El «imperio de la ley» no es más que otra distracción para encubrir el continuo saqueo, fracaso y crueldad de la oligarquía. El problema es sistémico, y más importante aún, ideológico. Todavía operamos según las mismas premisas neoliberales/libertarias que heredamos de la era de Hayek-Mises-Friedman, una ideología que considera que nociones como «el bien público» son en el mejor de los casos extrañas y falsas ilusiones, tan opuestas a la actual, aún dominante, aún existente ideología fundacional, que dice que libertad es lo mismo que la implacable busca del egoísmo individual, la adquisición ilimitada de propiedad privada y riqueza, enmarcada dentro de un frío y materialista «imperio de la ley».
Es donde comienza el problema. Por eso, cada semana, podría relatar otra historia de otro Aubrey McClendon o Dick Parsons y nunca terminarán hasta que la ideología que las posibilita sea enterrada.
Mark Ames es autor de: Going Postal: Rage, Murder and Rebellion from Reagan’s Workplaces to Clinton’s Columbine.
Fuente: http://truth-out.org/news/
rCR