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Entrevista a Macià Blázquez y Joan Buades, investigadores del Grupo de Investigación sobre Sostenibilidad y Territorio

El Imperio Turístico Balear, donde «nunca se pone el sol»

Fuentes: Rebelión

La presente entrevista se realiza como parte del trabajo desarrollado gracias a los proyectos «La funcionalización turística de las Islas Baleares (1955-2000): adaptación territorial y crisis ecológica del archipiélago» (SEJ2006-07256/GEOG) de la Dirección General de Investigación del Ministerio de Educación y Ciencia de España y «Formación para el turismo responsable en Centroamérica» de la Dirección General de Cooperación del Gobierno de las Islas Baleares (España).

Durante el mes de febrero de 2009 tuvo lugar en Managua el Seminario «Entre Baleares, Centroamérica y El Caribe: luces y sombras en la construcción de paraísos turísticos», organizado por el Grupo de Investigación sobre Sostenibilidad y Territorio (GIST) de la Universidad de las Islas Baleares (UIB), Fundación Prisma y Alba Sud. Esta iniciativa contó también con la colaboración de la Carrera de Turismo Sostenible de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN-Managua). Asistieron profesores universitarios, investigadores y activistas de organizaciones civiles de Nicaragua, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, México y España, que aprovecharon el encuentro para discutir sobre las características del modelo turístico balear, sus consecuencias y las amenazas provocadas por el acelerado proceso de expansión que están manifestando algunas de sus principales cadenas hoteleras especializadas en el sector turístico de «sol y playa» en otras regiones del planeta. El Seminario fue conducido por Joan Buades y Macià Blàzquez, profesores e investigadores vinculados al GIST, con quienes conversamos en la siguiente entrevista sobre algunos de los principales contenidos de sus exposiciones. 
 
 
Con poco más de un millón de habitantes y apenas 5.000 km², las islas Baleares constituyen una potente tarjeta de presentación para las transnacionales de las bondades del desarrollo turístico. En apenas cuatro décadas, el número de visitantes se ha multiplicado por 40 hasta sobrepasar los 13 millones anuales, lo que incluye un 1,2% de todo el turismo internacional. Gracias a la apuesta a fondo por el turismo y construcción residencial, la renta per cápita supera largamente la media española  y el nivel de vida se sitúa en cotas de consumo récord a escala europea.

 
Sin embargo, tales éxitos macroeconómicos no se corresponden con una mejor calidad de vida para la sociedad local. El abandono de la agricultura, la industrialización turística de cada rincón del archipiélago unido a su dependencia de las autopistas financieras de la globalización económica, han llevado a las Baleares a un estado crítico. Su huella ecológica es insostenible, el deterioro social y de las condiciones de trabajo son extremos y la democracia se erosiona ante las presiones continuas de las transnacionales a los poderes públicos.

 
En las últimas dos décadas, la degradación ambiental, la pérdida de oportunidades de negocio por sobresaturación y, en cierta medida, mayores niveles de control público como resultado de un significativo aumento de la presión social han provocado la carrera de muchos grupos hoteleros e inmobiliarios regionales hacia otras partes del planeta. Acopladas a los nuevos actores de la economía especulativa mundial, firmas como Sol Melià, Barceló, Riu, Iberostar, Fiesta o Piñeiro e Hidalgo, pugnan por reproducir en el exterior el mismo modelo de explotación intensiva de la tierra y el paisaje, los bienes naturales y las comunidades que implantaron en el archipiélago balear desde los años cincuenta, en plena dictadura franquista. El Caribe, México y, cada vez más, Centroamérica se han convertido en el destino preferido de estas inversiones.

 
¿Cómo ha evolucionado la actividad turística en las Islas Baleares?

 
Macià Blàzquez: Vertiginosamente. El año 1955 no alcanzábamos los 190.000 turistas, mientras que el año 2008 superamos los 13 millones. Su procedencia mayoritaria es alemana (32%), británica (27%) y española (22%), según datos de 2008. En un primer momento, se trató de turismo hotelero de «sol y playa», al que se ha ido añadiendo un amplio espectro de modalidades; siempre por adición de nuevos productos: golf, ciclista, spa, rural, hípico, naturalista, pensionista, financiero-especulador, camorrista, traficante…; y constantemente con aumento de su incidencia territorial, ambiental y social. Recientemente, el mayor cambio se da en el incremento de su interés por las propiedades inmuebles, con finalidades financiero-especulativas: la adquisición de bienes raíces para «limpiar» dinero negro, hacer fraude fiscal con su compra-venta especulativa, acumular beneficios empresariales con máxima rentabilidad o simplemente para el retiro apacible donde luce el sol la mayor parte del año.

 
El empresariado maximiza sus beneficios, desentendiéndose de la sostenibilidad a largo plazo. En Baleares y a día de hoy, el empresariado propietario promueve la conversión de sus establecimientos, obsoletos y bien amortizados contablemente, en infraviviendas de baja calidad. Son los despojos de los enclaves turísticos, de entornos deteriorados, con construcciones decadentes, en los que no se previó la dotación de escuelas, centros asistenciales, sanitarios o instalaciones deportivas públicas.

 
¿Cuál es peso actual de Baleares en el conjunto de la industria turística internacional?

 
Joan Buades: Muy relevante. Si la industria turística reclama ser el primer sector de la economía internacional, al generar más del 10% del Producto Mundial Bruto, tendríamos 8 transnacionales españolas entre las primeras 70 del mundo y, de ellas, 5 tienen su origen en Baleares. La incorporación de España en la Unión Europea, en 1986, favoreció el flujo de capitales extranjeros (inversión extranjera directa, que ha pasado de 355 millones de dólares a rondar los 133.000), capitalizando a sus cadenas hoteleras y proyectándolas a su vez a la inversión internacional. Tomadas individualmente, las 5 grandes son, por orden: Sol Meliá (posición 15 a escala mundial), Barceló (24), Riu (27), Iberostar (31), Fiesta (69). En total, estas 5 cadenas hoteleras suman más de dos cientos cincuenta mil cuartos en unos setecientos hoteles, localizados mayoritariamente fuera de España.

 
Extienden su modelo allende los mares, en una especie de «recolonización» latina, integrándose con compañías aéreas, agencias de viaje, operadores turísticos, urbanizadores, especuladores inmobiliarios y entidades financieras para exprimir América Latina, agotadas ya las islas Baleares. Así se constituyen en corporaciones o empresas transnacionales. Los principales focos de negocio los constituyen México y el Caribe, los EUA, la hostelería de ciudad en la UE y los balnearios litorales en el Mediterráneo (de Marruecos a Turquía, pasando por Italia, Croacia, Bulgaria o Chipre). Si ponemos en relación estas empresas con sus alianzas empresariales en el sector, su relevancia se releva extraordinariamente, dado los lazos de Sol Melià con Wyndham (la segunda empresa transnacional mundial) o el control de TUI (la 13ª del mundo) por el consorcio Riu/Fiesta-Sirenis y la valenciana Caja de Ahorros de Mediterráneo (CAM).

 
Teniendo en cuenta que Baleares es una región insular que superó el millón de habitantes hace menos de tres años, el despliegue internacional de sus empresas transnacionales turísticas constituye una verdadera historia de éxito global. En regiones turísticas punteras del globo como la Republicana Dominicana, el Yucatán, Cuba o Canarias, los verdaderos amos de la economía son precisamente estas empresas transnacionales aliadas a redes de inversión financiera especulativa representativas del turbocapitalismo.

 
¿Cuál ha sido la clave del éxito para que algunas de estas empresas hoteleras de origen balear, como Sol Meliá, Barceló, Ríu, Iberostar o Fiesta, hayan alcanzado posiciones tan altas en el ranking de las empresas multinacionales del sector?

 
Joan Buades: A pesar de las hagiografías y admiración que se les profesa en la prensa económica y en las altas instancias del Estado español, y a pesar de los matices, la clave ha sido haber sabido estar siempre en el momento oportuno con los amigos necesarios para que sus negocios prosperasen sin miedo a ninguna regulación de tipo democrático, ambiental o social. De hecho, todas ellas son fruto de la simbiosis con los exitosos tour operadores británicos y alemanes de los años sesenta y setenta, operada con el apoyo activo de la dictadura franquista. La llegada de la democracia y la creciente transparencia sobre los costes paisajísticos y el otorgamiento de derechos sindicales a los trabajadores, empujó a estas empresas primero al archipiélago canario y, a partir de mitad de los ochenta, al extranjero, empezando por lugares «seguros» como la República Dominicana o la Indonesia de Suharto.

 
Su «cultura empresarial» es típicamente neoliberal: son indiferentes al carácter democrático o no de los países donde se instalan, lo único que exigen es que sus gobiernos les dejen hacer sus negocios sin meter la nariz y que les garanticen paz social, a fin de que puedan operar sin problemas y nadie les pida que reinviertan los beneficios obtenidos en estos estados en desarrollo humano o conservación ambiental. De hecho, su internacio-nalización no es uniforme en todo el globo sino que, excepto para el caso de los EUA (con una posición notabilísima de Barceló), la geografía de su localización tiene mucho que ver con la creación de «vetas de negocio» neoliberales de alto rendimiento, producto de la alianza con lobbies financieros y gobiernos «amigos» que consiguen aislar sus proyectos empresariales del debate público sobre su conveniencia o no en términos de beneficios reales para las comunidades, la democracia y el ambiente. En lugar de «innovar», su obsesión ha sido ganar tamaño allá donde podían entrar sin molestias, clonando fuera sus primitivos negocios en las Baleares.

 
Nos contabas que en los orígenes del desarrollo turístico balear en los años sesenta hay claras conexiones entre aquella burguesía local que acabará conformando las grandes empresas hoteleras y altos cargos de la dictadura franquista. ¿Cómo fue esta relación?

 
Joan Buades: Puede documentarse una alianza entre diferentes clanes políticos franquistas, empresarios locales de «oportunidad» y bien conectados con la Dictadura y la industria de los tour operadores, especialmente británicos y alemanes. Mallorca se convirtió en la mina de oro del turismo español y en la tarjeta de presentación internacional de la «nueva» España desarrollista desde finales de los 50. Constituía un espacio geográfico aislado, fácilmente dominable y alejado de las grandes áreas industriales donde podía resurgir un movimiento obrero contestatario, y fue acondicionada para que pudiera crearse un mercado turístico masivo sin regulaciones legales en materias como el urbanismo, el ambiente o los derechos sociales y laborales.

 
Además, la conversión de la City londinense desde 1957 en el paraíso fiscal por excelencia hizo que surgiese una ventana de oportunidad financiera extraordinariamente interesada en gestionar inversiones en lugares «seguros» donde lavar dinero negro, ya que no había peligro para la existencia de dobles contabilidades y la repatriación de beneficios al exterior. El mecanismo beneficiaba por igual a unos turoperadores nórdicos no sometidos a ningún tipo de control financiero (los cuales actuaban de prestatarios de dinero liquido para que se construyesen hoteles y apartamentos en la España mediterránea) y algunos empresarios locales sin escrúpulos y que conocían bien el terreno que pisaban, que se «ofrecieron» gustosamente, en esta primera fase, a representar los intereses de estos mayoristas extranjeros mientras hacían participes de sus negocios a altas instancias del régimen dictatorial. Es el caso del grupo Ríu, cuyo éxito inicial va ligado al apellido Güell, uno de los más insignes colaboracionistas catalanes con Franco; o el de la familia Fluxá, del grupo Iberostar, uno de los pilares de la extrema derecha fascista mallorquina en 1936 y ligado a Juan March, el famoso magnate insular que financió el levantamiento militar del 18 de Julio de 1936.

 
¿Por qué el capital balear, inicialmente muy poco significativo frente a los capitales alemanes e ingleses con los que hacen esos primeros tratos, logra mejorar sus posiciones de negocio? ¿En qué medida este «éxito» es reproducible en otros contextos en los que ahora el capital balear está penetrando? ¿Se puede repetir este tipo de historia empresarial?

 
Joan Buades: En la construcción de cuartos hoteleros y alojamientos, los capitales fueron mayoritariamente proveídos tanto por los tour operadores nórdicos con conexiones con la City como por bancos españoles y regionales atentos a la oportunidad de negocio. Es el caso de Banca March, el Banco de Crédito Balear (controlado también por Juan March) o la Banca Matutes (el March ibicenco). Mientras los tour operadores adelantaban liquidez para pagar nuevos hoteles y apartamentos a cambio de precios vergonzosamente y establemente bajos para su producto turístico, la burguesía local más avezada iba acaparando «trozos» de territorio con el fin de ir «desarrollando» un boom en inversión inmobiliaria, especialmente en el litoral. Como siempre, los hoteles actuaron de reclamo publicitario pero el gran negocio estaba ya, desde el principio, en la «puesta en valor» del territorio, del paisaje mediterráneo singular de las islas. Lo que está pasando en el Caribe y en México desde los noventa tiene mucho que ver con los cincuenta y sesenta en Baleares: en realidad, quienes se están llevando el gato al agua son aquella parte de los empresarios locales sin sentido comunitario que actúan en sinergia con las empresas transnacionales extranjeras y sus gobiernos aliados para sacar el máximo provecho a corto plazo de la belleza de la región mientras la mayoría de la población se encuentra antes hechos consumados y sin poder elegir. Como en Baleares, los pequeños y medianos empresarios honestos y orgullosos de su comunidad se convierten, paradójicamente, en un problema para la rapiña de las empresas transnacionales y sus colaboradores locales.

 
¿Qué características está tomando el proceso de internacionalización de las empresas turísticas Baleares? ¿Por qué se produce este proceso de expansión hacia otros países? ¿Qué es lo que lo impulsa?

 
Joan Buades: Un elemento crucial es entender la sinergia que hace aliados a las empresas transnacionales turísticas y las redes de capital especulativo conectadas a la economía criminal global. Desde mitad de los noventa, con la creación de la OMC y el establecimiento de los GATS (los acuerdos de liberalización masiva de servicios), así como la desregulación extrema de los mercados de capital, la hostelería y la construcción se han convertido en uno de los destinatarios privilegiados de los enormes flujos de capital sin origen transparente que circulan día a día vía Internet y paraísos fiscales. Las empresas transnacionales Baleares han sabido aprovechar estas autopistas de dinero abundante porque no se han hecho preguntas embarazosas sobre el origen de tanto deseo de inversión en condohoteles, resorts y complejos adyacentes (desde un mall a una marina para yates de lujo).

 
El resultado es espectacular: a pesar de lo pequeño de su tierra de origen, han sido lo suficientemente audaces para ponerse a tiro de estos fondos financieros opacos a menudo con menos escrúpulos aún que la competencia. Un ejemplo extraordinario lo constituye la tupida red de sociedades filiales o participadas en paraísos fiscales de las cinco grandes empresas transnacionales Baleares. En el caso de la mayor, Sol Meliá, tiene una veintena larga de entidades en lugares como las Caimán, las Antillas neerlandesas, Panamá, Luxemburgo o Jersey. La segunda, Barceló, no ha dudado en entrar a fondo en la creación de REITS (Real Estate Investment Trust, el vehículo de especulación financiera de moda orientado en la inversión turística y residencial) junto con lobbies especulativos como Farallon (manchados por su relación con Halliburton, una de las grandes beneficiarias de la ultima guerra en Iraq) o el Banco de Santander (buque insignia del neoliberalismo financiero español, con múltiples «guaridas» en paraísos fiscales y una posición dominante en América Latina), así como la propia casa real de Marruecos (el mejor aliado posible para abrir una mina turística como Saidia, en el Rif, sin tener que responder por la destrucción del humedal de la Mouluya). Es, pues, invirtiendo el mínimo de capital propio, manejando (hay quien habla de «lavando») dinero fácil sin denominación de origen, y pactando con gobiernos poco atentos al interés general condiciones groseramente favorables a la exportación de beneficios fuera del país, que las empresas transnacionales baleares han conseguido hacerse un nombre en el mundo.

 
¿De qué manera el Estado español ha apoyado este proceso? ¿A través de qué mecanismos?

 
Joan Buades: Además de su sinergia con el turbocapitalismo financiero, la expansión de las empresas transnacionales turísticas baleares se ve notable reforzada por la retirada del Estado español de su papel como garante del bien común y por la adopción de patrones de expansión propios de las transnacionales en su conjunto. Por un lado, los gobiernos González, Aznar y Zapatero han  favorecido el hecho que el turismo, la construcción y el sector financiero fueran los mascarones de proa de la globalización y del último boom económico español. Prácticamente, se ha renunciado a toda fiscalización pública, a toda regulación social o ambiental y estos sectores gozan de una protección de «política de Estado» entre los grandes partidos que los hace invisibles en el debate publico sobre sus costes reales para la democracia, los derechos sociales y el ambiente.

 
Es más, el Estado español, a través del Instituto de Comercio Exterior (ICEX) y la firma de numerosos tratados bilaterales con Estados como la República Dominicana o México, ha promovido esta nueva colonización allí donde ha podido ayudar a las empresas transnacionales turísticas a construir un marco de negocio «sin molestias». Alternativamente, estas empresas transnacionales buscan con ansia crecer en tamaño para posicionarse cada vez más arriba en el tablero global. Para ello, recurren a mecanismos de expansión basados más en el management que en  la inversión material. Así, todas empresas transnacionales procedentes del archipiélago balear han ido deshaciéndose de muchas de sus propiedades allí para reinvertir en nuevos proyectos en el Caribe, los EUA o en el Mediterráneo, donde el margen de beneficio es mucho mayor y los costes de protección ambiental y social, así como la fiscalidad, es irrisoria. De este modo consiguen bajar mucho los costes en infraestructuras y mante-nimiento y se especializan en la gestión de sus marcas. Si las cosas van bien, perfecto, y si fallan, en realidad, es muy fácil y barato abandonar un país, ya que solo les liga a él una franquicia o un contrato de alquiler. Además, el producto que verdaderamente interesa no es el hotel en sí, si no crear un cluster de negocio variado, de base residencial (tipo condohoteles), en forma de todo incluido, con casino, marina y mall, para canalizar un proyecto grande que permita la afluencia de capitales sin fronteras.*

 
¿Cómo se relaciona el turismo con una urbanización residencial cada día más presente en muchos destinos tradicionalmente turísticos?

 
Macià Blàzquez: La creciente liberalización financiera (libre circulación de capitales, servicios financieros o unificación monetaria, en el seno de la OCDE, la OMC, la Unión Europea o los tratados de libre comercio) favorece a los países del capitalismo avanzado y a las elites. Su instrumento clave es la mercantilización, que posibilita la especulación financiera sobre la energía, el agua, los alimentos o las propiedades inmuebles. Los flujos de capitales buscan la máxima rentabilidad también en el negocio turístico-inmobiliario; por ejemplo en la construcción de megaproyectos, en hoteles que se amorticen en pocos años, o en la compraventa de terrenos, solares o inmuebles. El turismo es un buen cebo para la inversión inmobiliaria, en tanto que aporta una mejor imagen que la urbanización, con la promesa de: puestos de trabajo más perdurables y mejor cualificados que en la construcción, una circulación constante de personas que crean un ambiente de negocios y de cosmopolitismo, ingresos fiscales mediante impuestos al consumo y al beneficio empresarial, o un supuesto compromiso con la conservación del entorno y el paisaje. Además, no hay que olvidar que las inversiones turísticas e inmobiliarias son una de las herramientas de blanqueo de dinero más apreciadas por los actores de la economía criminal internacional. Sin embargo, en la pugna por maximizar el beneficio a corto plazo, está claro quién se lleva «el gato al agua»: el negocio turístico del alojamiento y los establecimientos comerciales abren mercados y crean enclaves para hacerlos apetecibles a la inversión inmobiliaria; pero a los pocos años migra en busca de mayores beneficios, habiendo amortizado la inversión: cuando las parcelas se han vendido y el «pelotazo» urbanístico está cerrado.

 
¿Cómo ejemplifican esta «residencialización» las islas Baleares?

 
Macià Blàzquez: Las islas Baleares experimentan esta residencialización desde inicios de los años noventa. El sector de la construcción se ha sobredimensionado, según las fuentes oficiales aporta un 10% del Valor Añadido Bruto (VAB) y ocupa a un 15% de la población activa, aunque estas cifras se saben superiores por la contratación ilegal; especializándose en la construcción residencial, con una dedicación del 64%. La Inversión Extranjera Directa inmobiliaria y de la construcción ronda los 50 millones de euros anuales, procedentes en un 30% de paraísos fiscales. Se calcula que hasta un 44% de los turistas se alojan en oferta ilegal, sin autorización de la administración turística ni pago de impuestos.

 
Los inconvenientes sociales de la residencialización son el incremento del precio de la vivienda, de hasta el 25% anual, la sobredimensión de las infraestructuras a cargo del erario público, la pérdida de puestos de trabajo cualificados y negocio en la hotelería y la restauración, el cierre del acceso público al campo, la pérdida de tierras de cultivo y la «elitización» del espacio. Esto último consiste en el desalojo de quien no tiene acceso a la propiedad inmueble, especialmente de los enclaves de mayor calidad ambiental: la costa, los pueblos «con encanto», los barrios monumentales de las ciudades, o incluso el campo en el que proliferan las villas o chalets. Sólo los suburbios quedan al margen de la elitización, y es donde vive la población con menos recursos, entre los que se encuentran los jóvenes y los inmigrantes. Estos últimos suman el 42% de la población, entendida como los no nacidos en las islas Baleares.

 
Ambientalmente, la residencialización supone la intensificación del consumismo: de territorio, por ser una ocupación más extensiva e ineficiente al haber un 39% de la viviendas que no son de uso principal; de energía total consumida, que se destina en un 45% al transporte (para estancias más cortas y frecuentes) y en un 40% al consumo eléctrico; de uso masivo del coche, con más vehículos que habitantes y más de 1 muerto en accidente de tráfico al año por cada 10.000 habitantes; de agua, alcanzándose los 500 litros por habitante y día debido al derroche, el riego de jardines y al mantenimiento de piscinas -hasta el punto que se resuelve con más consumo de energía para desalar agua de mar o salobre, por ejemplo, en más del 40% del abastecimiento de la capital balear, Palma-; o de producción de residuos, con tasas de más de 1 tonelada por habitante y año, la más alta de España.

 
Un ejemplo más de esta urbanización elitista del territorio son los campos de golf; sólo Mallorca (3.600 km2 de clima estival árido) tiene ya 23 campos de golf, con 11 más en proyecto o construcción, y cada uno de ellos consume el equivalente de agua al abastecimiento de 8.000 habitantes. Otro tanto se podría decir de las marinas náuticas.

 
¿En qué medida participa el capital hotelero en esta nueva oferta?

 
Macià Blàzquez: Hoy día, los hoteleros pugnan por desprenderse de sus propiedades inmuebles baleares; para su cambio de uso a residencial, multipropiedad, condominio, condoteles o vendiéndolos a las administraciones públicas para que construyan equipamientos o abran plazas públicas, con el consiguiente plus de hipocresía publicitaria, cuando ya han archirequeteamortizado su explotación. Su «adelanto» más reciente ha sido legalizar su oferta ilegal, que triplica a la legal en el caso de Formentera (la menor de las islas Baleares, de algo más de 80 km2), para desprenderse luego, previsiblemente, de esas propiedades inmuebles, residencializándolas.

 
Los grandes hoteleros son, como bien explica Joan, capitalistas financieros que buscan maximizar sus beneficios. El negocio inmobiliario no se les pasa por alto, porque ha dado tasas de rentabilidad récord y porque su marca gestora de hotelería vende. Su vinculación, aunque sea temporal, con negocios inmobiliarios facilita que se puedan desligar y vender por separado mediante el condominio, la franquicia, el branding, el management, etc. El resultado es que la «gallina de los huevos de oro», que es como se publicita el turismo, ha dado «huevos de cemento»; hasta el punto que donde más creció la urbanización en España entre 1987 y 2000 del 30 al 50% fue en su litoral turístico: la Costa Blanca (Alicante), la Costa Cálida (Murcia), la Costa del Azahar (Castellón y Valencia) y las islas Baleares. En resumen, su cosmética sostenible, «neutra» o «verde» ¡es una «tomadura de pelo»!

 
Aunque no hagan gala de ello, conocemos algunas vinculaciones del capital hotelero con empresas de construcción y finanzas: la corporación empresarial Barceló mediante la empresa Grubarges, con la empresa constructora FCC y el BBVA, hasta 2003; Miquel Fluixà como accionista (5,3%) de ACS, otra empresa constructora española, en la que comparte consejo de administración con Florentino Pérez, la familia March de financieros mallorquines o los «Albertos» (Cortina y Alcocer); Abel Matutes, miembro de la Trilateral y del consejo de administración del Banco de Santander y del Banco italiano San Paolo, con importantes intereses en Jamaica, la República Dominicana y México; Pablo Piñero como promotor urbanístico en México, República Dominicana o Jamaica… En todo caso, atención al hecho de que donde urbanizan ahora no es en las islas Baleares, ¡es en Centroamérica, el Caribe y el norte de África!

 
Viendo en perspectiva todo este desarrollo turístico y residencial, ¿qué balance puede hacerse a estas alturas de las consecuencias ambientales globales de todo este proceso de turistización de Baleares, ahora que sus principales empresas están priorizando otros destinos turísticos en los que invertir?

 
Macià Blàzquez: El turismo ha supuesto una profunda transformación territorial, visible en los nuevos enclaves urbanos, especialmente litorales y muy sobredimensionados. La huella de lava de cemento se ha extendido ininterrumpidamente. Antes de la «revolución turística» se había urbanizado sólo el 1% de la superficie del archipiélago, mientras que con la turistización esta extensión se ha multiplicado por seis, a ritmos diarios que alcanzan 1,7 hectáreas «selladas» con asfalto y cemento. Esta transformación sitúa a las Islas Baleares entre los territorios españoles que más han padecido el «tsunami» urbanizador. Mientras que la población residente es de entorno a un millón de habitantes, su capacidad de alojamiento supera los dos millones de plazas, por tener más del 40% de las viviendas vacías la mayor parte del año, 423.198 plazas de alojamiento turístico reglado, a las que se les supone un 50% más ilegal.

 
La especialización turística también ha supuesto el sobredimensionamiento de las infraestructuras, especialmente de transporte: aeropuertos interna-cionales en las tres principales islas con más de treinta millones de pasajeros el 2008, puertos de mercancías con más de trece millones de toneladas de mercancías en 2008 y 200 kilómetros de autopistas y desdoblamientos viarios interurbanos. Los megaproyectos de infraestructuras ensanchan las «arterias» que riegan el territorio: ampliando el abastecimiento energético con centrales de producción eléctrica (1.600 Mwh, procedente en un 80% de la quema de carbón sudafricano) y recientemente el proyecto de conexión con la red eléctrica continental vía cable submarino; desalando agua salobre, que ya supera el 40% de la que se abastece en la capital (Palma); incinerando los residuos sólidos urbanos, más allá del 40% en el caso de Mallorca, con la consiguiente producción de gases contaminantes -que agravan el cambio climático y ponen en riesgo nuestra salud con las mayores concentraciones de dioxinas y furanos- y de más de 108.000 toneladas (2007) de cenizas y escorias de elevada toxicidad con metales pesados: cadmio, plomo, mercurio, cromo, cobre.

 
Las variables ambientales que más se han modificado son el consumo energético (que se multiplica por 98 entre 1955 y 2004, alcanzando 2,9 toneladas equivalentes de petróleo anuales per cápita) y la importación de mercancías (multiplicándose por 29, en el mismo periodo). Un pequeño archipiélago como el Balear, de 4.968 km2 de extensión, tiene un déficit ecológico equivalente a casi seis veces su extensión, según los cálculos de la huella ecológica que desarrolla Iván Murray, miembro también del GIST. Es decir, tiene un consumo de materiales y energía y una producción de residuos que precisa seis veces su extensión para ser asumido por la biosfera. En términos de requerimiento total de materiales, Baleares tan sólo cubre el 36,3 por ciento de sus necesidades con sus propios recursos naturales.

 
¿Y en términos sociales? ¿Cuáles son los principales indicadores de la fractura social y comunitaria que se vive en la actualidad en Baleares?

 
Joan Buades: Baleares es el ejemplo perfecto para desmentir el mito que el turismo trae la riqueza a nuestras sociedades. Pasadas las dos primeras décadas de industrialización turística masiva, donde la población local comenzó a salir de las estrecheces monetarias y la precariedad económica forzadas por la propia dictadura franquista, el bienestar real de la sociedad de las Islas ha ido disminuyendo palpablemente. A pesar de que a nivel macroeconómico Baleares es prácticamente la región más rica de España, hay indicadores claves que demuestran la reducción de la calidad de vida y el desarrollo humano general. Por ejemplo, el monocultivo turístico y la hegemonía de la residencialización, no solo ha destruido la economía campesina y nos ha hecha completamente dependientes alimenticiamente del exterior sino que ha actuado como un formidable imán demográfico: Baleares tiene una densidad poblacional récord en Europa y su población ha crecido a un ritmo cinco veces mayor que la media española. La cultura y lengua del país, la catalana, se halla al borde de la extenuación. La orientación residencial ha hecho del archipiélago un paraíso para la inversión inmobiliaria, pero la mayoría de la sociedad no puede permitirse comprarse una casa donde vivir y los alquileres son prohibitivos. El fracaso escolar alcanza el 46% de la juventud y tenemos la mitad de población universitaria que nos correspondería considerando la media española. Casi uno de cada tres baleares tiene un seguro privado, el doble que la media estatal. En cuanto a salarios, nuestros trabajadores son los peor pagados y tienen la jornada laboral mas larga de España. El resultado es una sociedad crecientemente desigual, con una fragmentación cultural extraordinaria, un capital social bajísimo y un estado del bienestar miserable. En un contexto de crisis económica general, el riesgo de populismos, xenofobia y racismo crece a marchas agigantadas.

 
¿Y de qué manera está afectando a la calidad de la vida democrática la consolidación de sociedades tan turistizadas?

 
Macià Blàzquez: El turismo de masas es una industria insostenible ambiental y socialmente, porque se basa en la polarización. Este hecho se evidencia por la imposibilidad de que toda la población mundial haga turismo, por ejemplo con un viaje intercontinental al año, porque el consumo energético sería sencillamente imposible. En este contexto, el turismo se basa en el autointerés egoísta, pese a enmascararse tras el enriquecimiento mutuo, cultural o porque la riqueza opulenta y derrochadora del turista desborda en beneficio de los pobres que le sirven.

 
El empresariado corporativo, como son los antes mencionados de origen balear, impone su ley desentendiéndose de la democracia. Las Islas Baleares son una muestra más de la corrupción y la sumisión de los poderes públicos a sus intereses corporativos, en contra de la voluntad popular y el interés colectivo. A pesar de ello, el pueblo balear se ha revelado y ha plantado cara al empresariado insaciable con movimientos sociales que los ha mantenido algo más a raya que en territorios del Sur. Pero siempre nos queda la duda de que se hayan ido de su tierra a arrasar otros lugares porque aquí ya queda poco que exprimir y no por la resistencia de la soberanía popular…

 
¿Cuál es entonces el grado de sostenibilidad de este modelo de desarrollo turístico?

 
Macià Blàzquez: Insostenible. No hay paliativos. Su fundamento es la insatisfacción continua por promover el hábito del consumismo y el dominio de las sociedades hegemónicas y derrochadoras sobre los empobrecidos. El turismo de masas no sigue pautas de justicia social o ambiental, compartiendo o asegurando un futuro común; esto, por tanto, lo hace insostenible además de injusto. Tanto es así que agota los territorios que explota, para acabar abandonándolos para desplazarse, igual que si se tratase de agricultura itinerante -de rozas-, agotando la fertilidad del suelo tras haber quemado el bosque. Tan insostenible es el futuro de las Islas Baleares que las corporaciones turísticas se desentienden de ellas para trasladar su «monocultivo» hacia nuevos destinos en los que amortizar rápidamente la inversión y, de nuevo, volverse a desplazar, hasta que no quede un «más allá» que exprimir.

 
¿Qué experiencias de resistencia popular a este modelo turístico se han logrado articular en Baleares? ¿Cuáles han sido los principales focos de confrontación y qué resultado han tenido?

 
Macià Blàzquez: La defensa del «terruño» y de la justicia ambiental y social ha soliviantado a la sociedad balear. Una pequeña y aislada población, volcada íntegramente al turismo como único modo de vida, ha vislumbrado su decadencia; por lo cual se ha revelado a la dinámica de explotación hasta el agotamiento y el abandono del «desecho» al que la quieren llevar las corporaciones empresariales. La sociedad balear se ha movilizado en numerosas ocasiones, forzando a los poderes públicos a negociar a favor de la durabilidad. El mayor contrapeso a este modelo ha surgido del ecologismo (en especial del GOB), que se enfrenta al derroche y la insostenibilidad de quien vive sin pensar en los demás ni en el mañana. Algunas de las movilizaciones más recientes se produjeron por el alud de megaproyectos viarios y urbanizaciones durante la legislatura en que fue presidente Jaume Matas, ex ministro de «miedo» ambiente con José María Aznar.

 
La sociedad balear ha consensuado democráticamente medidas de autocontención y corrección del derroche por compulsión institucional. Así se acordaron la protección costera y de espacios naturales, «moratorias» urbanísticas (para frenar el crecimiento), «esponjamiento» urbano (con el derribo de hoteles obsoletos en enclaves turísticos depauperados), la instauración de una ecotasa a la pernoctación turística con destino finalista a la reconversión ambiental, la tarifación creciente al consumismo territorial o de recursos naturales como pueda ser del agua de abastecimiento urbano, o la generación de residuos, etc.

 
Partiendo de la experiencia balear, ¿qué le recomendarían a las sociedades civiles de numerosas zonas de países empobrecidos que en la actualidad están iniciando un creciente desarrollo turístico, con presencia muchas veces de estas empresas transnacionales de origen balear?

 
Joan Buades: Naturalmente el turismo puede ser una herramienta de mejora de las condiciones de vida de las comunidades afectadas y no puede rechazarse de plano. Seria absurdo, porque, en cualquier caso, va a llegar a muchas regiones del mundo de todas maneras. El énfasis debe ser dirigido a cuestionar la escala de la industrialización turística (ante los macroproyectos, mejor un desarrollo poco intensivo y que haga sinergia con otros sectores como el comercio y la agricultura locales), a garantizar mecanismos de participación y co-decisión de las comunidades sobre el desarrollo turístico que se desea implantar y a promover una toma de conciencia comunitaria local de que el acento no debe ponerse en aceptar o rechazar un proyecto turístico sino en plantear alternativas de economía local y regional basadas en la regulación publica de los bienes comunes y la fiscalidad que beneficie a las comunidades afectadas. La prioridad no es rechazar sin más el papel de las empresas transnacionales turísticas (baleares o no) sino buscar alternativas de vida que, aprovechando a menudo un cierto desarrollo turístico a escala pequeña y bajo control comunitario, permitan un verdadero desarrollo humano para que estas sociedades sean económica, social y ambientalmente viables.

 
En definitiva, habría que exigir transparencia financiera (poniendo fin a inversiones que transitan por paraísos fiscales y que prácticamente no dejan nada en la hacienda nacional), regulación favorable a la comunidad de bienes comunes como el agua, el suelo o la energía, la obligación de reinvertir una parte sustancial de los beneficios en proyectos comunales de bienestar social (educación básica, universidad, salud, servicios sociales, infraestructura cultural, etc.) y, sobre todo, que la última palabra la tengan las comunidades. Sin más democracia económica local, las empresas transnacionales turísticas seguirán «haciendo países» (léase «rivieras mayas», «guanacastes» o «montelimares») como si las gentes del lugar y los bienes comunes, la naturaleza, no contara para nada.

 
Joan Buades (Mallorca, 1963) es investigador crítico en turismo, ambiente y globalización. Forma parte del GIST de la UIB. Fue parlamentario regional verde en Baleares entre 1999 y 2003 y uno de los  impulsores de la fiscalidad ecológica sobre el turismo, la llamada «ecotasa». Entre sus publicaciones destacan: On brilla el sol. Turisme a Balears abans del Boom, Res Pública Edicions, Ibiza, 2004; Exportando paraísos. La colonización turística del planeta, La Lucerna, Palma de Mallorca, 2007 y «Dessalar la Mediterrània? De quimera, negocis i béns comuns» en Scripta Nova. Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales, Universidad de Barcelona, vol. XII, núm. 270 (30), 1 de agosto de 2008. Su ultimo libro es Do not disturb Barceló. Viaje a las entrañas de un imperio turístico, Icaria Editorial, Barcelona, 2009 (en prensa).

 
Macià Blázquez (Madrid, 1965) es profesor titular de Geografía de la UIB. Investiga sobre Ordenación Territorial y Turística, con especial referencia a la Sostenibilidad y a los Espacios Naturales. Forma parte del GIST. En conjunto con el investigador Iván Murray, y también desde la UIB, dirige el Observatorio de Sostenibilidad y Territorio (OST), dedicado al estudio de los indicadores de sostenibilidad. Preside el Grupo Balear de Ornitología y Defensa de la Naturaleza (GOB). Recientemente ha publicado los siguientes trabajos: «Las huellas territoriales de deterioro ecológico. El trasfondo oculto de la explosión turística en  Baleares» (en conjunto con Iván Murray y Onofre Rullán) en Geo Crítica / Scripta Nova. Revista Electrónica de geografía y ciencias sociales, Universidad de Barcelona, 15 de octubre de 2005, vol. IX, núm. 199; «Los espacios naturales, «el mango de la sartén va al otro lado»», Scripta Nova. Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales, Universidad de Barcelona, 1 de agosto de 2007, vol. XI, núm. 245 (37); «Auditorías ambientales de destinos turísticos: diagnosis territorial para el desarrollo de Agendas 21 locales», Cuadernos de turismo, núm. 8, 2001, pp. 39-60.

Más información sobre el GIST en:

http://www.uib.es/es/investigacion/grupos/grup.php?grup=SOSTENTE

ALBA SUD es una organización catalana especializada en investigación y comunicación para el desarrollo. Su sede social se encuentra en Barcelona, pero tiene presencia permanente en Nicaragua, El Salvador y México, y su ámbito geográfico de actuación prioritario es América Latina. Lleva a cabo investigaciones y producciones audiovisuales en base a una serie de programas temáticos: Turismo Responsable; Soberanía Alimentaria; Desigualdad y Salud; Comunicación para el Desarrollo y Educación para el Desarrollo.