Los recaudadores de impuestos no tienen buena fama. La Biblia los considera iguales o peores que las prostitutas, aunque Jesús afirma que unas y otros entrarán al cielo antes que muchos hipócritas (ver Mateo 21:31). La clave para la prosperidad, a juicio de la ortodoxia económica y la prédica de las instituciones financieras internacionales, estaría […]
Los recaudadores de impuestos no tienen buena fama. La Biblia los considera iguales o peores que las prostitutas, aunque Jesús afirma que unas y otros entrarán al cielo antes que muchos hipócritas (ver Mateo 21:31).
La clave para la prosperidad, a juicio de la ortodoxia económica y la prédica de las instituciones financieras internacionales, estaría en reducir a un mínimo el «peso del Estado», o sea bajar la recaudación impositiva, que viene a ser lo mismo. En los últimos años la promesa de bajar impuestos ha estado en boca de muchos políticos y estadistas y la puesta a dieta de los gobiernos ha sido recomendada con una insistencia digna del Dr. Cormillot, prometiendo los mismos resultados de agilidad y buena salud.
Grande ha sido la sorpresa, entonces, cuando hace pocos días en París la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) divulgó estadísticas actualizadas mostrando que en el promedio de los países más ricos del mundo los impuestos han subido de menos de treinta centavos por cada dólar en 1975 a más de treinta y seis centavos en la actualidad. Después de una ligera baja entre 2001 y 2004, el peso de los impuestos en los treinta países estudiados volvió a ser en 2005 igual al que había sido en 2000, antes de la subida de la marea «neoconservadora» encabezada por el presidente George W. Bush, quien hizo de la baja de impuestos su principal caballo de batalla político, junto a la guerra contra el terrorismo.
La noticia de que en realidad el porcentaje del Estado en la economía está subiendo y no bajando provocó muchos comentarios de prensa, ya que se contradice con los discursos oficiales y las promesas de tantos gobernantes de bajar impuestos. Cristopher Heady, jefe de política fiscal de la OCDE, intentó explicar cómo es posible que el total de la recaudación fiscal suba, aun cuando muchos países efectivamente han bajado sus tasas impositivas. La paradoja se debe, dijo, a que los países desarrollados tienen impuestos «progresivos» según los cuales pagan más quienes más tienen. Así, debido a que el crecimiento económico reciente ha concentrado ingresos en el tope de la pirámide, o sea que ganaron más quienes más contribuyen, la recaudación aumentó aunque el porcentaje de lo que los ciudadanos pagan haya bajado ligeramente. En otras palabras, si los beneficios del crecimiento económico se hubieran distribuido más equitativamente y los salarios hubieran subido en la misma proporción que las ganancias de las empresas, la recaudación fiscal no hubiera crecido en porcentaje, ya que los trabajadores pagan menos que las corporaciones. O sea que, mientras en teoría la baja de los impuestos iba a producir mayor crecimiento, en la práctica resultó ser que el crecimiento económico, al estar injustamente repartido, produjo mayor recaudación de impuestos.
Cuando los números se analizan país por país, las estadísticas revelan otras sorpresas más. Si fuera cierto que la prosperidad viene de la mano de un Estado con menos «peso» (o sea menor porcentaje de impuestos en el total del PIB), el país con mayor dinamismo debería ser Grecia, que tiene la menor carga impositiva entre los miembros europeos de la OCDE, con apenas veintisiete por ciento. Sin embargo, Grecia está entre los peores del grupo en términos de pobreza y estancamiento crónicos, mientras que uno de los países con mejores indicadores económicos y sociales del mundo es Suecia, donde el Estado recauda cincuenta centavos sobre cada dólar (o más bien corona) de actividad económica, el mayor valor entre los países estudiados. En los países en desarrollo, mientras tanto, los impuestos rara vez llegan a veinte centavos.
En Italia los impuestos eran un cuarto del PIB en 1975 y crecieron a cuarenta y tres por ciento el año pasado. En España, el país de mayor crecimiento de la carga impositiva, ésta se duplicó en ese periodo para llegar a treinta y siete por ciento. Francia, que tenía hace treinta años el peso fiscal que España tiene hoy, siguió subiendo hasta llegar a cuarenta y cinco por ciento. Mientras que en Alemania, Austria y Canadá el peso del Estado se ha alterado poco y Holanda es el único país de los estudiados en el que se ha reducido, Grecia, Corea del Sur, Portugal y Turquía han tenido gran crecimiento en su carga fiscal. O sea que los países que hace treinta años eran pobres y hoy se han «desarrollado» han duplicado su carga fiscal en ese período, mientras que los que ya eran ricos hace treinta años han tenido poca variación, pero también hacia arriba. ¡Todo lo contrario de la doctrina de bajar impuestos para crecer!
El caso de Suecia, con altos impuestos y buen crecimiento económico, demuestra, a juicio de Heady, que «mucho depende de cómo se gasta el dinero». Los gobiernos, agregó, «pueden gastar dinero en muchas cosas distintas. Pueden hacerlo de maneras que estimulen el crecimiento económico y mejoren la infraestructura, pero también hay muchas maneras obvias de gastarlo que no promueven crecimiento». Estados Unidos, con veintiocho por ciento de carga impositiva sobre el PIB, está entre los menos onerosos para los contribuyentes, pero también es el país de la OCDE con mayor mortalidad materna e infantil. Un Estado tan «barato» no puede brindar servicios y más de cincuenta millones de estadounidenses (uno de cada siete habitantes) carece totalmente de seguro de salud.
Otra tendencia observada en el estudio es la de un ligero crecimiento en los últimos años de los impuestos al consumo, como el impuesto al valor agregado (IVA), frente a los impuestos a la renta o a las propiedades. Sin embargo este desplazamiento, medido a lo largo de cuarenta años, es mínimo si se considera el total de los impuestos que afectan directamente al consumo. Si bien el IVA ha aumentado notoriamente en todas partes, este incremento ha sido para compensar la menor recaudación de otros impuestos al consumo, como las tarifas aduaneras sobre productos importados, que han debido bajar como consecuencia de la liberalización del comercio internacional.
Los expertos fiscales de la OCDE sostienen que habría que gravar aún más el consumo y menos a las propiedades o a las ganancias de las empresas, para así estimular la inversión y el crecimiento. Sin embargo, esta proposición teórica -que los empresarios apoyan con entusiasmo, obviamente- tampoco es corroborada por las estadísticas de la OCDE. Estados Unidos ha tenido buen ritmo de crecimiento económico en los últimos veinticinco años y, sin embargo, tiene muy pocos impuestos al consumo -no hay IVA, por ejemplo- y los ingresos de los distintos niveles de gobierno (federal, estatal, municipal) dependen de impuestos a las propiedades y a los ingresos en mayor medida que los países europeos.
El peso de los Estados Ingresos fiscales en % del PIB (2006)
Suecia 50,1 Bélgica 44,8 Francia 44,5 Noruega 43,6 Italia 42,7 Austria 41,9 Reino Unido 37,4 España 36,7 Alemania 35,7 Portugal 35,4 Irlanda 31,7 Suiza 30,1 Estados Unidos 28,2 Grecia 27,4 México 20
Fuente: OCDE
Roberto Bissio es director ejecutivo del Instituto del Tercer Mundo