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¿Quiénes tienen la culpa?

El inalcanzable y necesario petróleo

Fuentes: Rebelión

Después de la invasión estadounidense contra Iraq, en marzo de 2003, se ha convertido en una práctica cotidiana que cuando ocurre una situación determinada en el mundo, por pequeña que sea, los precios del petróleo se elevan inmediatamente. El fatídico 11 de septiembre en Nueva York abrió las puertas a las políticas belicistas del presidente […]

Después de la invasión estadounidense contra Iraq, en marzo de 2003, se ha convertido en una práctica cotidiana que cuando ocurre una situación determinada en el mundo, por pequeña que sea, los precios del petróleo se elevan inmediatamente.

El fatídico 11 de septiembre en Nueva York abrió las puertas a las políticas belicistas del presidente George W. Bush y también le sirvió para su reelección. Bajo la excusa del atentado a las Torres Gemelas y de que Bagdad poseía armas biológicas (nunca aparecieron) Estados Unidos atacó y ocupó Afganistán e Iraq para adueñarse de las inmensas reservas petroleras de esta última nación.

Si antes de las amenazas de invasión, el precio del crudo se encontraba entre los 20 y 25 dólares, en los primeros días de julio de 2005, sobrepasó los 60 dólares en una incontrolable espiral inflacionaria.

Documentos secretos desclasificados recientemente debido a luchas judiciales que interpusieron al Departamento de Comercio la revista Judicial Watch y Foreign Policy in Focus (Enfoques de Política Exterior), indican que una Fuerza de Tarea de Espionaje dirigida por el vicepresidente Dick Cheney cuantificó la totalidad de las industrias petroleras de Iraq, Arabia Saudita y los Emiratos Arabes Unidos, seis meses antes del 11 de septiembre y dos años antes de la ocupación de Bagdad.

Los documentos, fechados en marzo de 2001, contienen mapas de campos petroleros, tuberías de oleoductos, refinerías y terminales iraquíes, descripciones de los proyectos petrolíferos y gasíferos de los tres países árabes, así como pretendientes extranjeros a contratos sobre campos de crudo iraquíes.

Hace varios años y sobre todo con la llegada del gobierno de Bush y su círculo de colaboradores más cercano, los cuales han tenido y tienen fuertes vínculos con las petroleras norteamericanas, las fuentes de abasto de petróleo pasaron a ser prioridad número uno de la administración.

Informes de los Departamentos de Defensa y de Estado sobre la necesidad de asegurar el abastecimiento regular del combustible indicaban antes de la invasión a Bagdad, «prevenir la emergencia de hegemonías o coaliciones regionales hostiles…» «asegurar el acceso incondicional a los mercados decisivos, a los suministros de energía y a los recursos estratégicos.»

Pero los cálculos no fueron los mejores pues Estados Unidos no contó con la resistencia que se encontraría en la nación árabe a la que no ha podido someter tras 52 meses de ocupación y que le ha costado enormes perdidas humanas y financieras.

La inestabilidad en el Medio Oriente, producto de estas aventuras, fue uno de los factores principales del aumento en el precio del crudo internacional. Para mantener su hegemonía mundial a Washington le resultaba indispensable adueñarse de las reservas iraquíes que según los cálculos alcanzan 112,5 miles de millones de barriles y durarán 88 años si se mantiene la extracción de 2001.

Estados Unidos consume 19 640 barriles diarios y debe importar 12 000 por día para sufragar el déficit. En ese país, las reservas han disminuido a 30,4 miles de millones de barriles y la producción también ha bajado a 7,7 millones de barriles diarios. A nivel mundial, se estima que con los niveles de extracción, si no aparecen nuevas fuentes, el preciado combustible alcanzará solo para otros 40 años.

A todo esto se suman las acciones de las grandes empresas transnacionales que encarecen los costos de producción para sacar mayores dividendos y de las compañías intermediarias que acumulan combustible y crean crisis artificiales para obtener abundantes ganancias.

De esta forma, se ha puesto de moda que cualquier situación anormal que ocurra, por pequeña que sea, haga aumentar los precios del combustible como ocurrió cuando el ataque contra compañías extractoras y exportadoras de combustible en Khobar, Arabia Saudita.

Otros factores que han hecho subir los precios que después no vuelven a bajar son: el aumento del consumo en China e India; la inestabilidad ocurrida hace unos meses en Nigeria (también exportador) y en Venezuela cuando la oposición derechista boicoteó la producción petrolera; la huelga de petroleros en Noruega y las sanciones impuestas por Moscú a compañía Yukos, principal productora de Rusia.

Más tarde se sumaron hasta los pasos de ciclones por el Atlántico. Hace un año los precios sufrieron un fuerte ascenso, debido a los daños que provocaron en las refinerías del Golfo de México varios huracanes, entre ellos Iván, Francis y Jeanne en un lapso de tan sólo 44 días.

Ahora se sumaron los trayectos de Cindy y Dennys que detuvieron momentáneamente las refinerías, las plataformas de extracción y el puerto de Luisiana, en Estados Unidos..

Es decir, cada vez son mayores las causas, por insignificantes que sean para que continúe en aumento el combustible.

Las naciones con economías fuertes podrán soportar ese incremento pero qué ocurrirá en los más de 100 países del Tercer Mundo que no cuentan con recursos para afrontar la desesperante situación.

La mayoría deberá sacrificar aún más a sus pueblos, e imponerles continúas rebajas en los presupuestos sociales, ya de por sí peyorativos.

Como contrapartida a estas situaciones, surgen proyectos y acciones como Petrosur, Petroandina y Petrocaribe que, con una perspectiva de solidaridad compartida ayudará a los pueblos de América Latina a enfrentar las graves consecuencias de adquirir un combustible sumamente costoso, y a la par dará un margen de tiempo para buscar soluciones alternativas.

Ese mundo, donde el factor humano y solidario prime por encima del enriquecimiento individual, también es posible.