De un tiempo a esta parte descalificar a los adolescentes y a los jóvenes se ha convertido en uno de los lugares más concurridos por periodistas, tertulianos y analistas pretendidamente sesudos: Los jóvenes de hoy en día -dicen- no quieren trabajar, tampoco quieren estudiar, ni siquiera saben divertirse si no es con un litro de […]
De un tiempo a esta parte descalificar a los adolescentes y a los jóvenes se ha convertido en uno de los lugares más concurridos por periodistas, tertulianos y analistas pretendidamente sesudos: Los jóvenes de hoy en día -dicen- no quieren trabajar, tampoco quieren estudiar, ni siquiera saben divertirse si no es con un litro de ron en el estómago. Son parásitos de sus padres, débiles, comodones y malas personas, todo por el consentimiento con el que han sido tratados por sus progenitores y la falta de autoridad militar de los docentes. Se añora la disciplina, el prietas las filas, el garrotazo y tententieso, el respeto a las jerarquías y al orden establecido, se desprecia su libertad y su capacidad de aguante ante las perspectivas negras que para ellos hemos dibujado en el horizonte. Empero, nadie, o casi nadie, se ha parado a pensar en analizar serenamente cuales son las raíces de esos pretendidos males ni cómo puede subsistir un sistema educativo que desplaza a casi la mitad de las personas a las que da cabida. Algo, y muy gordo, está fallando.
Es cierto que hay una tendencia al escapismo entre ciertos sectores de la juventud, también que muchos viven en casa de sus padres una vez superada la mayoría de edad, que muchos nadan en la indolencia ante un mundo en el que consideran que no tienen cabida, pero eso no es cómodo para nadie, no es un placer, es un camino de difícil retorno al que han sido abocados por un sistema cada vez más cruel que busca a los «excelentes» y desprecia a los que no lo son o, por diversos motivos, no lo han podido ser teniendo capacidad para ello.
La democracia se ha olvidado de la educación, quizá porque no le interesaba tener ciudadanos conscientes y críticos. Desde las primeras elecciones democráticas de la monarquía, decenas y decenas de leyes y decretos han intentado crear un sistema educativo sin tener en cuenta a los protagonistas, en primer lugar los alumnos, en segundo los profesores. Se han priorizado otras cuestiones como el utilitarismo, dejando de lado, muy de lado, una parte fundamental de la educación que consiste en el conocimiento de las Humanidades y en la formación de ciudadanos. Evidentemente no todo el mundo sirve para ser ingeniero informático, pero por eso mismo no es necesario que todos los alumnos reciban una formación tecnicista y matemática, ni a aprender unas técnicas de análisis lingüísticos que la mayoría de los estudiantes de mi generación no habríamos sido capaces de entender ni a martillazos.
Hace bastante más de un siglo, Francisco Giner de los Ríos y un grupo de catedráticos expulsados de la Universidad española, pese a su excelencia, por negarse a impartir los dogmas católicos, fundaron la INSTITUCIÓN LIBRE DE ENSEÑANZA, donde se formaron varias de las mejores generaciones que este país ha dado al mundo en todos los ámbitos del saber y del arte. El método de la Institución, que ha servido de modelo a otros países con magníficos resultados educativos, consistía en un tratamiento individualizado del alumno desde el primer día en que entraba en el centro. Se pretendía establecer una relación armoniosa y respetuosa entre el pedagogo y el aprendiz, pero también saber cuáles eran sus actitudes y sus aptitudes, adaptando el currículum a ellas. De ese modo se conseguía, partiendo de una formación humanística común para todos, encauzar a cada cual por el camino en el que pudiese tener un recorrido más fructífero, no sólo para la sociedad, sino, sobre todo, para él mismo, porque el aporte a la sociedad, decían los institucionistas, no podía venir de personas en las que anidase la frustración. La Institución Libre de Enseñanza fue fusilada por los militares que se sublevaron el 17 de julio de 1936. Desde entonces, castrada la libertad, la imaginación y la pedagogía, nuestro sistema educativo navega nadie sabe hacia dónde. Se sigue primando la enseñanza memorística y despreciando la práctica; una parte muy alta del profesorado carece de la formación pedagógica mínima exigible debido al nefasto modelo de selección; las órdenes religiosas, con dinero público, controlan más del cincuenta por ciento de la conciencias juveniles inculcándoles valores ultramontanos y ni el Estado ni las Comunidades Autónomas han hecho el esfuerzo legal y económico de futuro que era preciso para corregir esas tremendas lacras. Para que un profesor se sienta satisfecho necesita que su función sea reconocida socialmente, pero eso no se puede hacer por ley, también es un problema de educación, de cambio de mentalidades y valores. En un sistema democrático de verdad, el maestro tendría que ser el trabajador más admirado y respetado, su función la más enaltecida, pero para que eso ocurra y no estemos hablando siempre de la pescadilla que se muerde la cola, es necesario que quienes educan a los hombres del mañana sean ante todo pedagogos, y la pedagogía, salvo maravillosas excepciones que abundan en todos los centros educativos, brilla por su ausencia. Una vez conseguido eso, habría que analizar el papel de los padres que pasan todo el día fuera de casa por cuestiones laborales confiando la educación doméstica de sus hijos a la televisión basura y a los juegos de ordenador embrutecedores. Pensar que se hace con eso, porque podemos tener la mejor plantilla de pedagogos del mundo y a millones de chavales a los que únicamente les interese la vida de Belén Esteban y el último juego de la play con el que se pueden matar a más negros en menos tiempo.
De un modo u otro, es de la máxima urgencia la implantación de un modelo educativo parecido al de la Institución Libre de Enseñanza, un modelo que en buena parte copió Finlandia con unos resultados impresionantes: No hay suspensos, sólo un 2% de fracaso escolar, los niños más sobresalientes ayudan a los rezagados, todo el sistema es público y gratuito, el profesorado es valorado por la sociedad y las relaciones entre éste y el alumnado es muy cordial. Nunca se da a un niño por perdido, en cuanto hay problemas se forma un gabinete que se entrega a él en cuerpo y alma, apenas existe la enseñanza memorística y casi todo el proceso de aprendizaje se basa en prácticas. De esa manera Finlandia no sólo es el país más desarrollado en educación, es también el que mejores ingenieros tiene del mundo y el que tiene también los mejores carpinteros. El informe PISA así lo dice, mientras tanto aquí seguimos mandando al arroyo a más de un tercio de los estudiantes porque no todos sirven o gustan de la Econometría ni de las leyes del mercado.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.