Los Libros de la Catarata, 2020, 237 páginas, traducción, selección e introducción de Héctor Rodríguez de la O, prólogo de Juan Carlos Monedero.
Entre las varias virtudes de la tradición marxista, hay una que es justo destacar: sus aportaciones epistolares. Empezando por los grandes clásicos de la tradición (Marx, Engels), sin olvidar a Jenny (¿para cuándo una traducción castellana completa de sus cartas?) y sus hijas (Eleanor Marx en lugar destacado), continuando por Rosa Luxemburg y Lenin y prosiguiendo con autores más próximos a nosotros como Manuel Sacristán, Francisco Fernández Buey y Antoni Domènech (sus cartas están inéditas en los tres casos). En esa gran tradición literaria, de agradable y provechosa lectura para entender la vida y también la obra de los autores, un nombre ocupa un lugar muy destacado, el de Antonio Gramsci, un gigante sobre cuyos hombros, como señala Juan Carlos Menedero en la presentación del libro, cualquier militante, cualquier científico social, cualquier filósofo, cualquier historiador, cualquier ciudadano o ciudadana, puede mirar mucho más lejos y con mayor profundidad.
El libro que comentamos, se señala en la contraportada, busca ampliar el conocimiento de la vida y obra del revolucionario sardo con una selección de las cartas escritas entre 1909 y 1926, desde los 18 hasta los 27 años. No estamos, pues, ante un volumen que recoja todas las cartas precarcelarias del autor de los Quaderni (el título del ensayo, corregido en las páginas interiores, puede dar pie a esa confusión)sino ante una antología seleccionada, traducida y anotada por Héctor Rodríguez de la O. Son 55 cartas en total. Algunos de los destinatarios: Francesco Gramsci, su padre; Giusepinna Marcias, su madre; Julia Schucht, Teresina Gramsci, Giusepe Lombardo Radice, Carlo Gramsci, Julia Schucht, Umberto Terracini y muchos otros nombres. El volumen finaliza con dos cartas de marcado interés político. Palmiro Togliatti, otra enorme figura del PCI y del movimiento comunista internacional (recordemos su participación en nuestra guerra civil) y el Comité Central del Partido Comunista de la URSS son los destinatarios.
De este modo, las cartas reunidas, escritas sin temor a la represión de los censores fascistas como ocurre con las Lettere dal carcere, muchas de ellas traducidas por primera vez, recorren etapas fundamentales de la trayectoria política del que fuera secretario general del PCI: desde el joven estudiante en Cagliari y Turín, pasando por “el desarrollo de su actividad política y periodística como promotor y combatiente en las luchas socialistas, impulsor de asociaciones pedagógicas y consejos de fábrica, así como editor y fundador de L’Ordine Nuovo y L’Unità”, hasta su etapa internacional, primero en Rusia (desde mediados de 1922 hasta finales de 1923) y después en Viena.
Como muestra del escribir del joven Gramsci quizás sean representativos dos ejemplos. El primero, comentado en profundidad por Francisco Fernández Buey en varios de sus ensayos (recordemos su imprescindible Leyendo a Gramsci), es de una carta a Julia Schucht que escribe desde Viena, el 6 de marzo de 1924: «De este modo me apasioné por la vida, por la lucha, por la clase obrera. Pero cuántas veces me pregunté si unirse a una masa era posible cuando no se había querido nunca a nadie, ni siquiera a los propios parientes; si era posible amar a una colectividad si a uno no lo amaban profundamente algunas criaturas humanas. ¿No tendría esto consecuencias en mi vida de militante? ¿No habría esterilizado y reducido a un puro hecho intelectual, a un puro cálculo matemático, mi calidad de revolucionario?». La segunda ilustración, también de una carta a Julia Schucht (Viena, 13 de abril de 1924): “Querida Iulca, tú eres para mí la vida misma, antes de amarte nunca había sentido la vida misma como algo grande y hermoso que llena todos los minutos y todas las vibraciones del ser. Quiero ser fuerte hoy, como no lo he querido nunca, porque quiero ser feliz por tu amor y esta voluntad se refleja en todo lo que hago. Creo que cuando vivamos juntos seremos invencibles y encontramos la forma de derrotar incluso al fascismo; queremos un mundo libre y hermoso para nuestro hijo, y combatiremos para lograr que así sea como no hemos combatido nunca, con una astucia que no hemos tenido nunca, con una tenacidad, con una energía que romperá todos los obstáculos. Escríbeme mucho. Si pudiera estar contigo de aquí a un mes… Tal vez así será. Te beso largamente, liubimaia [amada], Gr.)”.
¿Más recomendaciones? Tarea imposible. No es posible desechar ninguna de las cartas, ninguna de ellas carece de interés, incluidas, por supuesto, las interesantes (y a veces muy críticas) cartas al Padre que Gramsci escribió hasta 1913. Tal vez, desde una perspectiva de clase, hay una que conmueve y estremece, la que escribe al compañero trabajador Vicenzo Bianco. Atención también a su comentario sobre Labriola y el Manifiesto Comunista, a su crítica a Andrea Viglongo y su afirmación final: “Por eso ya no haré de pedagogo con los jovencitos como él [Viglongo], cuando pueda lo haré solo con los obreros, que no aspiran a convertirse en grandes periodistas de la burguesía”.
El editor recomienda (y yo con él) una lectura en paralelo de esta antología con otro ensayo publicado también en Los Libros de la Catarata en 1998: Para una reforma moral e intelectual, con introducción de Antonio S. Santucci y con selección de Francisco Fernández Buey, el codirector, junto a Jorge Riechmann, de la colección donde se publicó “Pensamiento crítico”.
Me permito añadir otra sugerencia: el libro, como se ha señalado, abarca la etapa precarcelaria de Gramsci, hasta su detención en 1926. Es el mismo período que analizó uno de los máximos introductores y conocedores de la obra del filósofo de la praxis en nuestro país, Manuel Sacristán, en un libro (interrumpido) cuya referencia les doy a continuación: El orden y el tiempo, Madrid: Editorial Trotta, 1998 (introducción, edición y notas de Albert Domingo Curto).
Quedan mil cosas de comentar, como suele suceder con los libros, este un ejemplo claro, que leemos sabiendo que releeremos más de una vez y que tendremos muy cerca nuestra. No hay espacio para más.
Unas notas finales. Hubiera convenido un índice nominal y analítico; más anotaciones a pie de página en algunos casos, y no hubiera estado de más indicar en algún momento que algunas de las cartas seleccionadas (aquí nuevamente traducidas) ya fueron traducidas por Manuel Sacristán en su Antología de Gramsci de 1970 (reeditada por Akal en 2012), y que, como hemos señalado, uno de los máximos estudiosos de la obra de Gramsci, Francisco Fernández Buey, comentó con detalle (y con amor e identificación con la tragedia de Gramsci) pasajes esenciales de algunas de las cartas aquí recogidas. Véase por ejemplo, lo he indicado antes, su Leyendo a Gramsci (traducido al inglés por Brill con el título Reading Gramsci).