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El instinto asesino de Wall Street decreta sentencia de muerte para el empleo

Fuentes: CounterPunch

Creo que es hora de tomarse a Wall Street al pie de la letra. Ha dejado sobradamente claro su ansia insaciable por finiquitar tantas cosas: el mercado de la vivienda, el sistema financiero, la economía, la legislación reformista, el futuro de la próxima generación. Wall Street está tan macerada en la destrucción que los símbolos de […]

Creo que es hora de tomarse a Wall Street al pie de la letra. Ha dejado sobradamente claro su ansia insaciable por finiquitar tantas cosas: el mercado de la vivienda, el sistema financiero, la economía, la legislación reformista, el futuro de la próxima generación.
 
Wall Street está tan macerada en la destrucción que los símbolos de muerte se encuentran por doquier. Wall Street denomina a los grandes anuncios de prensa que publica para lanzar sus ofertas de mercado «lápidas» (para entender lo apropiado que resulta, considérense los miles de millones en ofertas de bonos y acciones que recauda para las grandes tabacaleras). ¿Y cómo llama Wall Street a la terminación de una orden de compra o venta? Una «ejecución» (pensemos en cuantas operaciones de derivados «ejecutaron» para pacientes hoy tullidos y en reanimación como Fannie Mae, Freddie Mac y AIG; o los vehículos aparte de los balances que crearon para Enron, WorldCom y docenas de empresas hoy en bancarrota).
 
Wall Street denomina a las órdenes para completar una operación sin ninguna reducción en la cantidad «fill or kill» (o lo completas o lo matas). Podría denominarse razonablemente orden «fill or cancel» (completa o anula) pero para la manada tonante es mucho más divertido correr por el parqué chillando «¡mátalo, mátalo!»
 
¿Qué partido le saca Wall Street a andar matando cosas o dejar en casi nada el precio de las acciones de algunas empresas? Cara, ganan ellos; cruz, pierdes tú. Wall Street puede conseguir y consigue enormes beneficios apostando a que bajarán los precios de las acciones («shorting»), a que desaparecerán empresas («credit default swaps», CDS o seguro de impagos), a que la economía hará un agujero («interest rate swaps» o permutas de tasas de interés). Y hay un lema en Wall Street: «the trend is your friend» («la tendencia es amiga tuya»). Cuando ya está claro que el toro [1] yace en medio del ruedo (pensemos en la muerte de Lehman y la boda a punta de pistola de Merrill Lynch el 15 de septiembre de 2008), Wall Street mueve sus apuestas a la baja.  
 
Nadie pone su jerga tan en paralelo con su agenda como los corredores de Citigroup. Cuando se dispusieron a infligir dolor al mercado europeo de bonos en 2004, denominaron la operación «Doctor Maligno». Citi también creó un vehículo financiero estructurado que engrasara los patinazos que llevaron al derrumbe del gigante lácteo italiano Parmalat, y al que se apodó «Bucconero», que en italiano significa «agujero negro».
 
Hasta que no llegue un presidente con verdadera voluntad de lidiar con la naturaleza auténticamente rapaz de Wall Street, continuarán activas estas fuerzas destructivas.  
 
El último plan de reforma de Wall Street del Presidente Obama para prohibir que la banca de inversión posea fondos de capital riesgo o fondos de cobertura («hedge funds») y evitar que operen con la negociación por cuenta propia («proprietary trading») en beneficio de sus propias empresas constituye la reforma necesaria para deshacer el fraude en los mercados. Pero la propuesta descuida la amenaza más seria de Wall Street a la economía. La propiedad de la banca comercial en manos de la banca de inversión y las firmas de correduría de bolsa es lo que está acabando con la innovación y el crecimiento del empleo en Norteamérica. Cuanto más esperemos a enfrentarnos a esta cuestión, más se hinchará la deuda nacional, conforme el gobierno se vea obligado a añadir indefinidamente dinero para el estímulo del empleo y fondos para sustentar al creciente número de parados.
 
Tal como está actualmente estructurada, la banca de inversión de Wall Street no tiene incentivos para poner empresas viables en el mercado. Wall Street ingresa enormes sumas lo mismo por ponerle lápiz de labios a un cerdo y echárselo al público que por lanzar empresas sólidas con verdadero potencial de crecimiento de empleos. A lo largo de la última década, miles de millones de dólares de ahorros de toda una vida de los inversores han acabado mal colocados en falaces modelos de negocio. Hoy esas empresas no valen nada u operan en céntimos con Pink Sheets, [2] cementerio de las ideas fallidas de la banca de inversión.  
 
Las Pink Sheets proporcionan cotizaciones a estas acciones para los corredores de bolsa. No son responsables de la legitimidad de las empresas y, de hecho, advierten a los inversores en su página de la red de que «se trata de pequeñas empresas con un historial reducido de operaciones o económicamente en apuros (…) Los inversores deberían evitar el mercado OTC [«over the counter», mercado no oficial, bajo cuerda] a menos que puedan afrontar la pérdida total de su inversión». En muchos casos, es bastante más de lo que revelaron a sus clientes los corredores autorizados de «venerables» empresas cuando las compañías salieron a bolsa por vez primera con acciones a precios abultados.
 
Un estudio realizado por Tyler Shumway y Vincent A. Warther para la Escuela de Negocios de la Universidad de Michigan y la Facultad de Empresariales de la Universidad de Chicago descubrió que entre 1972 y 1995, Nasdaq, el índice bursátil que facilitó el auge y caída de las punto.com y los nuevos valores tecnológicos a finales de los 90, excluyó de la cotización a 4.188 empresas. Después de ser excluidas de la cotización, muchas acabaron en las Pink Sheets. En marzo de 2008, el índice Nasdaq estaba en 5.048 puntos. Hoy, una década más tarde, todavía se encuentra un 58% por debajo de lo que fue su máxima cotización.
 
Es hora de que el Congreso abra los ojos a la realidad de que este enorme declive de Nasdaq nos revela que Wall Street no está poniendo en el mercado un número suficiente de buenas empresas. Y las fusiones ensambladas por Wall Street, con las que se ha operado de modo característico en la Bolsa de Nueva York, han creado Frankenbancos y conglomerados cargados de deudas, demasiado hinchados como para entender su propio balance y no digamos ya para crear nuevos empleos. Dos vivos ejemplos nos vienen a la mente: AOL-TimeWarner y Citibank-Travelers-Smith Barney-Salomon, también conocido como Citigroup.
 
Los bancos de inversión que organizan estas ofertas de nuevas empresas o fusionan las que ya existen se ubican hoy en los bancos comerciales «demasiado grandes como para dejarlos caer» que operan públicamente. Pero solían ser sociedades privadas y arriesgaban su propio dinero cuando sacaban una nueva compañía al mercado. Cuando era su dinero el que arriesgaban, había una diligencia bastante mayor en activo para garantizar que la empresa fuera viable. Eso se terminó. Es DOG: dinero de otra gente para lanzarlo sobre el tapete de la mesa del casino.  
 
Para comprender plenamente la nueva estructura de Wall Street, ayuda reflexionar que en agosto de 1995 cuando la Food and Drug Administration [las autoridades de salud pública norteamericanas] nos comunicó que un cigarrillo era en realidad un sistema de transmisión de nicotina disfrazado y que las grandes tabaqueras manipulaban esa «transmisión de nicotina en cada estadio de la producción». La gente se enganchaba a algo sumamente dañino para su bienestar mientras una industria que operaba en secreto mentía y cabildeaba.  
 
Los que trabajan dentro de Wall Street llaman a sus empresas de correduría al por menor, ahora peligrosamente fusionadas con los bancos comerciales, sistema de «distribución». La banca de inversión crea el producto tóxico, los corredores lo distribuyen al público envuelto en un sistema de palo y zanahoria que resulta prácticamente idéntico en todas las empresas de importancia. Es decir, el departamento interno de investigación emite una orden de compra. El gestor local del corredor convoca una reunión de ventas y mueve las últimas ofertas de la empresa. El sistema de comisiones del corredor favorece los productos arriesgados que la empresa promueve, por encima de inversiones más seguras.
 
No hay absolutamente ningún sistema por el que se recompense a un corredor de Bolsa por lo bien que rinde  la cartera de su cliente. El que el corredor disponga de la ayuda de secretarias, el tamaño de su despacho, el conseguir el título de vicepresidente en la tarjeta de visita de su empresa, el incentivo anual, hasta el que le saque a cenar su jefe de división, dependen tan solo de las ganancias que consiga el corredor para la empresa.
 
Si quieres poner en tela de juicio el sistema por corrupto, tienes cerradas las puertas de los juzgados. Wall Street aplica su propio sistema de justicia, llamado arbitraje obligatorio. Al público no se le permite echar un vistazo, pues al fin y al cabo se trata de justicia privada, de modo que no puede arrojarse la desinfectante luz del sol sobre esa camarilla.  
 
La única manera de que un sistema como éste, plagado de conflictos de interés y de desprecio por los intereses de sus propios clientes, haya podido sobrevivir tanto tiempo ha sido aprovechando la base monetaria del depositante de los bancos comerciales y operando con ella hasta hacerla desaparecer. La última cabeza de turco en este gran atraco bancario es el contribuyente que está llenando de nuevo las arcas vacías.
 
Con cada nuevo programa de creación de empleo de 100.000 millones de dólares, nos damos cuenta de  que Wall Street no está creando empresas que creen empleo. De acuerdo con el Departamento de Trabajo, 9,3 millones de norteamericanos no podían encontrar trabajo en enero, y hay millones más trabajando involuntariamente a tiempo parcial o demasiado desanimados para buscar empleo.
 
De modo que si Wall Street no asigna capital adecuadamente a empresas viables y no recompensa a sus accionistas o clientes, ¿me pueden ustedes recordar de nuevo por qué están pagando los contribuyentes billones para salvarlos?  
 
El 15 de febrero de 1999, la portada de la revista Time dedicaba sus alabanzas al Presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, al Secretario del Tesoro, Robert Rubin y al Vicesecretario del Tesoro, Lawrence Summers como Comité para Salvar al Mundo. Ahora sabemos que se trataba del Comité para Esclavizar al Mundo [3]. Los desafíos económicos a los que se enfrenta hoy el mundo son responsabilidad de ellos; por supuesto, en combinación con algunos compinches bien situados en Washington y Wall Street.
 
Greenspan es graduado, licenciado y doctor en Económicas por la Universidad de Nueva York; Rubin es licenciado en Económicas por Harvard y abogado por Yale. Summers es graduado del M.I.T. y doctor por Harvard. A despecho de estos siete títulos otorgados por algunas de las mejores instituciones educativas del país, nos piden que nos creamos que no había un gramo de sentido común como para que estos hombres pensaran que revocar la legislación para la protección de los inversores de la época de la Depresión conocida como Ley Glass-Steagall, que impedía la combinación de la banca comercial con los bancos de inversión y empresas de correduría, acabaría liquidando empleos, amén del sistema financiero y la economía (si no viéramos a los hombres que tanto se han beneficiado de esa mala decisión, podríamos ser menos escépticos).
 
Se han conjuntado la deshonestidad intelectual y el revisionismo histórico para sugerir que nadie podía haberlo previsto. No sólo se lo vieron venir muchísimos  sino que el 25 y 26 de junio de 1998 un flujo constante de ciudadanos cívicamente conscientes cruzó las majestuosas puertas del Banco de la Reserva Federal de Nueva York y testificó que la revocación de la Ley Glass-Steagall y el permiso concedido a los bancos comerciales para fusionarse con empresas de Wall Street era una idea absurdamente mala y conduciría a la ruina. ¿Por qué busca nuestro presidente consejo en Summers y Rubin, en lugar de buscarlo en la gente que acertó?
 
El Presidente Obama ha ungido a Neal Wolin para que se sume al Nuevo Comité para Salvar al Mundo acompañándole a él mismo y a Paul Volcker, antiguo presidente de la Reserva Federal. ¿Y quién es Neal Wolin? Se le confirmó como Vicesecretario del Tesoro el 19 de mayo de 2009.
 
En la administración de Clinton, Wolin actuó como consejero general de Lawrence Summers, defensor clave de la revocación de la Ley Glass-Steagall. De acuerdo con el New York Times, Summers ganó 5,2 millones de dólares en 2008 trabajando un día a la semana para el fondo de cobertura («hedge fund») D.E. Shaw & Company, mientras asesoraba a la vez a Obama. Después de abandonar el gobierno, Wolin trabajó para Hartford Financial Services Group Inc. durante ocho años. De acuerdo con BusinessWeek, si se suma la compensación en metálico de Wolin, la adjudicación de acciones restringidas, opciones y otras compensaciones, ganó 3,4 millones de dólares en su último año en Hartford en 2008.  
 
Robert Scheer escribió lo siguiente sobre Wolin en el San Francisco Chronicle el 19 de noviembre de 2009:
«Wolin, Geithner y Summers eran todos protegidos de Robert Rubin, quien, como Secretario del Tesoro de Clinton, fue el gran autor de la estrategia de liberar a las empresas de Wall Street de sus constricciones de la época de la Depresión. Wolin fue quien, a instancias de Rubin, se convirtió en la fuerza clave a la hora de redactar la Ley Gramm-Leach-Bliley Act, que suprimió la separación entre la banca de  inversión y la comercial y las compañías de seguros, permitiendo así que los nuevos mastodontes financieros se volvieran demasiado grandes como para derrumbarse.  Dos ejemplos sensacionales de esos gigantes que hubo que rescatar con fondos públicos son el banco Citigroup, al que se fue Rubin para ‘ganar’ 120 millones de dólares después de dejar la Casa Blanca de Clinton, y la Hartford Insurance Co., en donde aterrizó  Wolin tras abandonar el Tesoro».
Señor Presidente, ya es hora de deshacerse de los peces gordos y transmitir ese mensaje de esperanza y cambio.
 
Notas del T.
 

[1] Recuérdese que el emblema de Merrill Lynch es un toro.
[2] Según www.baquia.com las Pink Sheets son los bajos fondos de las bolsas estadounidenses, la tercera división de los mercados de valores, pero la única salida para cientos de empresas de Internet expulsadas del Nasdaq al caer su cotización por debajo del dólar durante más de 30 días. El mercado de las Pink Sheets no está regulado por la SEC, el riesgo es enorme, los analistas le dan de lado, no tiene liquidez y hasta hace unos años era un semillero de fraudes. Hoy, cuando el Nasdaq ha caído el 65%, se dan cita en él empresas como eToys, Iridium, o Lernout & Hauspie.  «Es como tener que mudarse de una casa de Beverly Hills a una en un polígono industrial», lo definía recientemente Marc Beauchamp, director de la Asociación Norteamericana de Administradores de Mercados. «No quieres estar allí, pero tampoco es el fin del mundo», añadía.

[3] La diferencia entre «salvar» y «esclavizar» es en inglés de sólo una letra: «save» o «slave».  
 

Pam Martens trabajó en Wall Street durante 21 años; no tiene intereses, ni a corto ni a largo plazo, en ninguna de las empresas mencionadas en este artículo, salvo los que el Tesoro norteamericano le ha impuesto sin su consentimiento, como al resto de sus compatriotas norteamericanos, con sus planes de rescate. Escribe regularmente sobre cuestiones de interés público desde New Hampshire.

Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón

Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=3120