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El juego del calamar y el mercado

Fuentes: Rebelión

“La producción da lugar, pues, al consumo. Primero, facilitando los materiales. Segundo, determinando su modo de consumo. Tercero, excitando en el consumidor la necesidad de los productos que la producción ha establecido como objeto. Produce, pues, el objeto del consumo, el modo de consumo, el instinto de consumo”. Contribución a la Crítica de la Economía Política. Karl Marx.

Hay que partir de la base de que la economía convencional no distingue entre valor de uso y valor, aunque reconoce la diferencia entre precio y bien. Y no solo es que no distinga con claridad el valor de uso del valor, sino que ni tan siquiera tienen un concepto claro y preciso de valor de uso. Esta confusión es tan grande que hasta destacados líderes de la izquierda radical hacen suyo la siguiente sentencia que se ha vuelto tópica: no es lo mismo tener un precio que tener valor. Y si recurrimos a Internet, en concreto en la página web Tinsa, encontramos esa diferencia planteada en los siguientes términos: “A modo de conclusión podría definirse el precio como la cantidad de unidades monetarias necesaria para que se produzca un intercambio, mientras que el valor es el conjunto de características y circunstancias asociadas a un objeto y servicio que le otorgan un grado de utilidad al mismo”. Es evidente que el autor de esta definición cuando habla del valor es lo que en el pensamiento marxista se define como valor de uso. Y el error de muchos líderes marxistas consiste en que creen que cuando dicho autor habla del valor está hablando del valor en su sentido marxista. Así que corrijamos aquella sentencia y digamos: no es lo mismo tener precio que tener valor de uso. Y de esta manera, aunque se presenta como una gran verdad, sabremos que dicha distinción es excesivamente primaria, si nos atenemos al pensamiento marxista. Por otra parte, cuando el autor define qué es un valor de uso, al que llama valor, lo hace de manera muy vaga e imprecisa. Habla de que lo que confiere utilidad a un objeto es el conjunto de circunstancias y características asociadas a él. Mientras que Marx nos proporciona dos conceptos de valor de uso más precisos y rigurosos. Primer concepto de valor de uso: cosa que por sus propiedades satisface necesidades humanas. Y segundo concepto de valor de uso: cada uno de los bienes es un conjunto de muchas propiedades y, por eso, puede ser útil en diversos aspectos. Y más adelante Marx precisa las relaciones entre las propiedades y la utilidad: “La utilidad de una cosa hace de ella un valor de uso. Pero esta utilidad no flota en el aire. Condicionada por las propiedades del cuerpo de las mercancías, no existe sin él”. Así que repito y recuerdo, cuando en la ideología dominante, y el cuerpo principal de la ideología dominante es la economía, se habla del valor, en términos marxistas se está hablando del valor de uso. Y otra cosa que preciso y recuerdo: la economía convencional carece de un concepto de valor en el sentido marxista, como una propiedad sustancialmente diferente del valor de uso.

El juego del calamar

El juego del calamar se ha convertido en una serie de gran éxito y, por consiguiente, se ha convertido en un gran negocio. Según parece la producción de esta serie ha costado 18 millones de euros y Netflix ha ingresado ya por ese concepto 750 millones de euros, el chándal de los concursantes de esa serie se ha convertido en superventas en Amazon, y una de las actrices se la rifan marcas y pasarelas. Los economistas convencionales hablan de que esto es fruto del mercado, y que, como mucho, lo que podemos hacer para corregir esta generación de desigualdades es aplicar un impuesto para redistribuir las ganancias. Pero en verdad no es fruto del mercado, sino del mercado capitalista. Pero la clave no está solo en el mercado, donde reina aparentemente la igualdad y la libertad, sino previamente en la producción, más precisamente en las relaciones de producción, donde reina a sus anchas la propiedad privada. Y aquello que es fruto de la propiedad privada sobre los medios para producir los bienes y servicios, los economistas convencionales lo presentan como un resultado del mercado.

La cuestión a resolver por los economistas, marxistas y no marxistas, sería cómo explicar ese enriquecimiento extra que obtienen Netflix, Amazon y la actriz surcoreana “afortunada”. Y especialmente para los marxistas se plantea una pregunta clave: ¿Cómo se cumple en este fenómeno la ley del valor? Yo he mantenido en otros artículos que al igual que en la economía soviética no se respetaba la ley del valor, del mismo modo en el mercado globalizado tampoco se respeta la ley del valor. Si bien en la teoría tenemos que concentrarnos en la sustancia del valor y analizar sus formas de manera ideal, en la práctica los accidentes del valor son demasiados importantes y dominantes. Una gran parte de los precios presentes en el mercado global son precios de monopolio. Y no debemos entender el concepto de monopolio en el sentido antiguo de que en una rama de producción solo hay una empresa, sino en el sentido de que una empresa abarca un mercado muy grande y puede de modo arbitrario imponer los precios. Esta serie la empezaron a ver 132 millones de espectadores y 87 millones completaron la visión de la serie en solo 23 días. Este dato prueba la naturaleza monopolista de este tipo de actividad económica. La clave a ver entonces es cómo se establece el precio de compra de esta serie y si en ese mercado reina, como afirman los apologistas del capitalismo, la igualdad y la libertad.

La idealización del mercado

Muchos economistas nos siguen hablando del mercado como si fuera el mercado de principios del capitalismo. Nos hablan de un lugar donde se reúnen vendedores y compradores que en pie de igualdad y libertad deciden qué cosas se compran y se venden y a qué precios. Pero nada de esto es verdad o tiene muy poco de verdad en los mercados globalizados. Las necesidades de los consumidores están establecidas previamente. Los consumidores quieren entretenerse y el consumo de series es uno de esos entretenimientos. Y dentro de las series las hay buenas, malas y regulares.  Pero igual que sucede en el futbol, la gente consume las buenas, las malas y las regulares. Unas tendrán más éxitos que otras, pero no siempre las que más se consumen son las buenas. Hay economistas críticos que afirman que no es el mercado quien puede decidir qué necesidades son las correctas. Sobre lo que es correcto o perjudicial debería decidirlo un comité ético. Y según pudimos leer al inicio de este trabajo es la producción quien continuamente crea y excita la necesidad de determinados productos. Es falso que sean los consumidores quienes decidan libremente que productos consumir.

También es falso que los precios que se pagan por inscribirse en una plataforma, Movistar o Netflix, sean el resultado del libre juego de los productores y los consumidores. El precio de esta inscripción es relativamente bajo y el comprador no tiene posibilidad alguna de que el precio pueda ser modificado. Netflix tiene 208 millones de suscriptores. Y estos suscriptores no están unidos y no representan una fuerza común. Y la competencia en un mercado global con el nivel de consumidores señalados es prácticamente inexistente. Este mercado como la mayor parte del mercado global se lo reparten pocas empresas. De ahí que los precios de suscripción estén muy por encima del valor de producción de los productos de esas plataformas. ¿De dónde provienen esas ganancias extras escandalosas que perciben esas plataformas? De los consumidores.

Advierto de una cosa respecto a las diferencias entre valor y precio y acerca de la sustancia de las formas económicas. Quien haya leído El Capital, sabrá que el interés se presenta como una parte de la ganancia que el emprendedor entrega al propietario del capital cuando funciona como capitalista industrial o capitalista comercial. Pero vivimos en una sociedad de consumo mediatizada por el sistema de crédito. De manera que la mayoría de las trabajadoras financian las compras de sus viviendas, sus automóviles, gran parte de sus electrodomésticos, mobiliarios y viajes de placer. Así que el interés que pagan estas trabajadoras por esos créditos no se presenta como una parte de la ganancia que obtiene el capitalista en funciones, sino como una parte de sus salarios. Ha cambiado la sustancia del interés de los préstamos al consumo: no es una parte de la ganancia sino una parte del salario. Igual sucede con las empresas, como Movistar o Netflix, que operan en el mercado global y sus clientes se cuentan por decenas y centenas de millones, sus beneficios extras, sus exageradas plusvalías, no provienen de la apropiación de trabajo no retribuido de los productores, sino del salario de los consumidores. Muchos marxistas no pueden seguir razonando como si nos encontráramos en las condiciones ideales en las que Marx tuvo que desarrollar sus conceptos para establecer la naturaleza del modo de producción capitalista. Puesto que tanto en los créditos al consumo como en los precios de los productos y servicios de las empresas que trabajan para un mercado global ha habido un cambio en la sustancia del plusvalor: el plusvalor extra no proviene de los productores sino de los consumidores.

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