La escasez es un axioma muy querido para los adeptos al sistema capitalista neoliberal. Les gusta decir (la definición viene de muy lejos y es mayoritaria su difusión en las enseñanzas universitarias y en las escuelas empresariales y de negocios) que la economía es la ciencia autónoma de la escasez. Teorías contrarias a esta tesis […]
La escasez es un axioma muy querido para los adeptos al sistema capitalista neoliberal. Les gusta decir (la definición viene de muy lejos y es mayoritaria su difusión en las enseñanzas universitarias y en las escuelas empresariales y de negocios) que la economía es la ciencia autónoma de la escasez.
Teorías contrarias a esta tesis defienden que la economía, si algo es, no puede ser otra cosa que la política que asigna y distribuye la riqueza de modo equitativo.
Unos toman como dios supremo a los mercados y otros a la acción consciente y colectiva del ser humano.
Lo que resulta obvio y evidente es que la escasez provocada se configura como un instrumento poderoso y decisivo de control de las masas, haciéndolas dependientes de ideologías conservadoras, solidaridades verticales transformadas en mera caridad por los pudientes y en ideas esotéricas (religiosas, míticas o paranormales) para compensar sus infortunios cotidianos. La lucha de todos contra todos es la consecuencia última de llevar hasta el límite la escasez tutelada y dirigida por las elites y las multinacionales corporativas.
Otro asunto de especial relevancia es que la escasez suele producir mayor escasez, que es tanto como decir que la pobreza extrema conduce a la pobreza crónica y por analogía que la violencia genera más violencia como respuesta inmediata.
Algunos psicólogos explican está situación de espiral de retorno como visión de túnel, esto es, que la escasez obliga a centrarse en el aquí y ahora, dejando poco espacio al cerebro para tejer otras estrategias inteligentes de salida. Lo urgente cercena de cuajo el futuro: hay que comer ya, que pagar la deuda ahora mismo, que salvar como se pueda de la inanición o de una enfermedad grave al hijo o al familiar más próximo.
Lógicamente, el concepto de escasez es amplio y contextual, siendo sus resortes principales de percepción la necesidad y el deseo. No sufre la escasez de igual manera un mileurista en España que un individuo sin techo en Asia o una persona al borde de la muerte por hambre severa en África.
Sin embargo, la escasez percute en la mente de todos de una forma similar: crea insatisfacción puntual o permanente que, en ocasiones, suele volverse contra uno mismo culpándose de su miserable situación, sea esta relativa o absoluta.
Salir de la escasez no es asunto baladí ni fácil de conseguir porque la cultura dominante de la globalización neoliberal busca que mientras sintamos la escasez y una necesidad imperiosa de huir de ella no será factible que pensemos más allá de la resolución de un problema propio y crucial.
Y ese problema puede resolverse ipso facto si solicitamos un préstamo bancario (aunque lo más probable será que la pescadilla de los intereses de la deuda contraída puedan mordernos de nuevo la cola de la escasez), si rebajamos nuestras expectativas salariales, si nos acostumbramos a la indigencia o si nos doblegamos adaptándonos a la pobreza como una maldición natural irresoluble de carácter, por ende, inevitable.
Así pues, a pesar de que en Occidente los escaparates están repletos de abundancia de mercancías y las mentes de deseos insaciables, la escasez es un dispositivo intangible que dirige sibilinamente nuestros pensamientos inconscientes.
Grosso modo podían establecerse cinco grandes campos donde la escasez opera en silencio marcando pautas sociales y conductas privadas sin apenas dejar rastro de su presencia. Dinero, tiempo, salud, educación y felicidad son los títulos estelares de lo reflejado hasta aquí.
Escasez de dinero
El trabajo humano es la principal fuente de ingresos a escala mundial. El beneficio empresarial y las rentas financieras también aportan recursos económicos a una ínfima parte de afortunados. Otro grupo importante a considerar serían los pensionistas, sea cual fuere la causa de su devengo (cotizaciones laborales, discapacidades…).
Alimentación y un techo donde vivir podrían ser las necesidades básicas desde cualquier punto de vista. Son factores que construyen el presente inmediato, desde donde pueden atisbarse estilos de vida más sofisticados. No existe futuro real sin un presente estable.
Según la FAO, actualmente se producen alimentos para dar de comer diariamente a 12.000 millones de personas (la población mundial asciende a 7.000 millones de bocas). Sin embargo, un ejército de 800 millones pasan hambre y la mitad de las muertes de niños y niñas menores de 5 años son provocadas directamente por nutriciones más que deficientes.
Cabe deducir de estas estadísticas, sin grandes alardes analíticos, que la escasez de alimentos tiene que ver con decisiones políticas. El alimento se ha transformado en una mercancía más: quien puede pagar algo, algo tendrá para llevarse al estómago. Abundando en la presunta escasez alimentaria, señalar que 2.800 millones de personas sobreviven con 2 dólares al día, en total el 40 por ciento de los pobladores del planeta.
Además, esa ingente multitud de hambrientos nos recuerda subrepticiamente que todos podemos caer en esa exclusión tan dolorosa, operando en sigilosamente como un factor que convierte el hipotético pensamiento crítico en una acomodación psicológica a ver nuestra propia situación como bastante satisfactoria. Por comparación, los impulsos políticos se refrenan centrándonos en uno mismo.
Sigamos con datos. La ONU cree que existen entre 100 y 200 millones de personas que viven al raso noche tras noche. En España hay 3,4 millones de pisos vacíos, 390.000 nuevos y nunca habitados por nadie. Se estima que hay malviviendo en la calle unas 40.000 personas sin hogar, ergo la vivienda también es una mercancía especulativa que se adquiere en muchas ocasiones no para vivir en ella sino para hacer negocio a medio plazo obteniendo beneficios de la necesidad ajena a precio de mercado.
Observamos con rotundidad que comer a diario y contar con un alojamiento digno no debería ser un problema vital para nadie en ningún país del mundo.
La tesis neoliberal de los mercados con su mano benigna asignando recursos de manera natural y justa es una falacia ideológica e interesada que se cae por su propio peso.
Tanto los alimentos como las viviendas son mercancías, al igual que un tanque de combate o una chuchería infantil. No se produce para cubrir necesidades, antes al contrario se prefiere tirar por la borda o quemar los alimentos excedentarios y mantener cerrado un piso a cal y canto antes que dárselo a un hambriento o a una persona sin hogar.
El capitalismo busca el beneficio económico o financiero sin excusas solidarias. La escasez creada a propósito incentiva la especulación y las burbujas virtuales, pero a su favor siempre tiene el tiempo de espera y la necesidad humana.
A veces explotan crisis, sin embargo tras una destrucción controlada sobrevienen horizontes de reconstrucción. Las guerras y las crisis provocan escasez, un motor imprescindible para nuevas iniciativas privadas de expansión, nuevos medios de pago, más créditos bancarios y más deudas públicas.
De momento, por mucho que se teorice al respecto, el colapso del régimen capitalista no se vislumbra a fecha fija ni cercana en el calendario de las hipótesis más optimistas.
Escasez de tiempo
El tiempo es oro sentencia el refranero popular, pero más acertado sería decir que el tiempo es negocio, en su versión laboral y en su faceta de ocio o cesación del trabajo.
Cada año, según la OCDE, los mejicanos pasan aproximadamente 3 meses y 5 días trabajando; los españoles 2 meses y 10 días y los alemanes 2 meses casi justos. No se contempla aquí el tiempo in itinere para ir a la fábrica u oficina desde casa y la vuelta al hogar.
Eso sí, solo referido a España, habría que añadir 126 millones de horas extraordinarias de labor efectiva, la mitad de ellas no abonadas por las empresas.
Hemos de descontar 121 días al día que pasamos durmiendo. Queda entonces menos de 8 horas al día para realizar otras tareas: asearse, comer, vestirse, comprar, dejarse llevar por los minutos… Si, además, se es mujer cabría agregar las faenas domésticas como cocinar, limpiar, cuidar de los pequeños y los ancianos, etc. Se sabe que el 90 por ciento de las obligaciones hogareñas son realizadas por las mujeres, que por cierto representan el 80 por ciento a escala mundial del trabajo doméstico asalariado, aunque muchas de esas labores se llevan a cabo sin relación contractual legalizada.
A pesar de lo expuesto, la realidad es mucho más compleja. Sobrevivir en los países pobres acarrea daños colaterales que comprimen el tiempo y no quedan otras alternativas que trabajar hasta la extenuación y caer rendidos en el catre o remedo de cama de turno. En muchas ocasiones hay que buscar agua a pie varios kilómetros, soportando las inclemencias climatológicas y el peso de los cántaros rebosantes del precioso y vital líquido, no siempre tan inodoro e insípido como hubiera de desear.
Subsistir es el único y obsesionante pensamiento diario de cientos de millones de personas. Por tanto, el tiempo absoluto como tal es una quimera o convención para tratar de entendernos más o menos.
No obstante, adoptando una perspectiva occidental, cuando el tiempo entra en la categoría de ocio da la sensación que todo a nuestro alrededor se desmercantiliza y el ambiente debiera sabernos a relax completo. No es así de ninguna manera. El ocio edénico es un lujo al alcance de poquísimos bolsillos.
El ocio forma parte también del negocio capitalista. Es obligado explotar hasta los instantes más nimios de cualquier existencia que tenga un solo euro en su cuenta corriente. Incluso comprar compulsivamente se ha convertido por mor de la ideología consumista del entretenimiento banal en un espacio programado para el ocio: ir de compras es una terapia excelente contra el aburrimiento y la soledad. Así lo certifican algunas tendencias psicológicas new age.
Tan negocio es que el sector del turismo en todo el mundo factura por encima de 1,3 billones de euros al año. El fútbol, el opio del pueblo por antonomasia, mueve anualmente 20.000 millones de euros.
Todo está dirigido a que el escaso tiempo de ocio cree rentabilidad inmediata. Reduciendo el tiempo a cosas tangibles o no tasadas en un precio, tenemos la sensación de una riqueza cultural pobre, sin valor intrínseco. Si algo es gratis, su devaluación es automática.
Con tanto tiempo dedicado al ocio de serie y programado, poco margen queda para pensar, pasear, dialogar, reflexionar, jugar, mirar, escuchar, imaginar, amar… Todos esos verbos pueden conjugarse de varias formas, solos o acompañados, pero el sistema capitalista intenta por todos los medios anularlos de las expectativas de la inmensa mayoría. Esas acciones sencillas no hacen crecer la economía.
Sin embargo, su ausencia se siente como escasez. Vivir por vivir jamás puede ser una moda o transformarse en mercancía. De ahí el mundo neurótico que nos habita cada día.
Escasez de salud
La industria farmacéutica trabaja nuestras mentes con predicciones autorrealizativas. Nos acechan millones de bacterias, virus, amenazas letales y enfermedades de todo tipo que una vez interiorizadas aparecen como síntomas inequívocos o de fantasía de que nuestra salud está maltrecha.
Los medicamentos son la tercera causa de muerte en el mundo después de los infartos al corazón y el cáncer. En concreto, por errores de medicación y efectos adversos fallecen al año más de 200.000 personas.
En palabras del catedrático en Farmacología Joan-Ramón Laporte, en una entrevista concedida al rotativo El Mundo, «la mitad de los medicamentos son innecesarios».
Laporte considera que «La industria farmacéutica está medicalizándolo todo. Los laboratorios se inventan enfermedades, convierten la tristeza en depresión, la timidez en fobia social o el colesterol en una enfermedad. Los lobbys farmacéuticos promueven más mentiras que medicamentos. Dicen que son más eficaces de lo que realmente son». No es el único científico que comparte su opinión, sobre todo en cuestiones psicológicas o psiquiátricas.
Las enfermedades inventadas crean enfermos imaginarios como la obra teatral de Molière. Algunos de esos males salidos casi de la nada médica podrían ser, entre otros, la disfunción eréctil, el déficit de atención TDAH, la timidez o fobia social, la osteoporosis, el trastorno por atracón, la disfunción sexual femenina, la alopecia y el síndrome del colón irritable.
El sector farmacéutico se juega mucho en el envite, facturando cada año más que la industria de armamento o de telecomunicaciones. Más que curar lo que pretende es engancharnos a una marca o patente exclusiva para ser pacientes de por vida. El top 10 de las multinacionales del sector tiene un volumen de negocio cercano a los 400.000 millones de euros, llevándose la mitad de los ingresos totales del sector.
Las farmacéuticas, tan caras ellas para ceder sus patentes a los países pobres, se vanaglorian de los costes elevados que destinan a investigación. Sin embargo, la realidad es muy distinta: de 100 euros dedicados a I+D+i en salud, el 85 por ciento procede de las arcas públicas y el resto de fondos provenientes de los propios laboratorios.
Dentro del capítulo de salud, asimismo entraría el sector de la belleza, que genera un volumen de negocio superior los 265.000 millones de euros (unos 150 euros de gasto anual por cada mujer en España). Como con la farmacología otro tanto sucede con los productos de belleza: la industria crea patrones o modelos a seguir a través de sustancias con efectos secundarios o nocivos por su uso indiscriminado, ofreciendo otros que reparan las secuelas de los primeros. Un círculo vicioso difícil de sortear.
Fascina tanto la belleza física que una mujer que viviera 80 años podría detenerse hasta 6 años delante del espejo cual madrastra de Cenicienta. Delante del espejo es solo una metáfora que incluye gimnasio, dietas, mejunjes variados, tonificantes, masajes, peluquería y actividades similares. Se calcula que ese mismo hombre de idéntica edad octogenaria pasaría 1 año de su vida rasurándose la barba.
Siguiendo los banales mensajes publicitarios acerca de la belleza ideal y las recomendaciones obsesivas sobre salud en general, el tiempo robado no nos deja tiempo, valga la redundancia, para simplemente vivir sin prejuicios ni miedos inquisitivos.
Padecemos escasez de salud porque nunca podemos estar sanos ante tanta alarma provocada por intereses comerciales de dudosa ética o moralidad. Cuantos menos saludables y bellos percibamos nuestros cuerpo y nuestra mente más necesidades desarrollaremos de echarnos en las manos ávidas de los inventores de síntomas y los magos de la estética clónica a cualquier precio.
Escasez de educación
Más de 750 millones de personas no saben leer ni escribir en el mundo maravilloso de la globalización posmoderna, las dos terceras partes mujeres y 115 millones de niños, niñas y jóvenes entre 15 y 24 años de edad. La mitad viven en el Oeste y el Sur de Asia y en torno al 20 por ciento en el África subsahariana.
El analfabetismo funcional, es decir, aquellas personas que aun sabiendo los rudimentos de la escritura, la lectura y el cálculo básico de las matemáticas no les sirve de modo eficiente para resolver situaciones o conflictos cotidianos, afecta en España a 700.000 individuos y a más de 70 millones en América Latina.
En el epígrafe educativo es donde es más verdad que en ningún otro rubro el aserto de que la escasez provoca aún más escasez en las personas que la padecen.
Contrastan estos fríos datos objetivos con los países con más universitarios de la órbita de la OCDE, por este orden: Rusia, Canadá, Japón, Israel, EE.UU., Corea del Sur, Australia, Reino Unido, Nueva Zelanda e Islandia. No obstante lo apuntado, los modelos universitarios con mayor tasa de eficiencia medida en éxito laboral son Reino Unido, Alemania y Francia.
No todo es educación reglada, también cuentan, y mucho, las tradiciones seculares de muchos pueblos indígenas y de culturas locales del ámbito rural. Sumar las dos experiencias en un solo propósito sería un proyecto integrador de incalculables consecuencias positivas para un desarrollo sostenible de toda la Humanidad y de sus diversas manifestaciones de vida y recursos naturales.
De todas formas, la escasez de educación ofrece igualmente un cariz político. La formación de directivos o profesionales altamente cualificadas, lo que se denomina en el argot talento, se mima en todos los países punteros. Otra cosa es la formación de mano de obra intermedia o poco cualificada: a estas legiones de obreros solo hay que darles lo imprescindible, las habilidades técnicas precisas para cometidos concretos.
Esta dualidad crea la escasez por motivos ideológicos y prácticos: un trabajador de la masa que sea excelente en su parcela sin entrar en más detalles siempre será más explotable y dócil que aquellos que adquieran destrezas intelectuales más abiertas y creativas.
Siempre habrá trabajos pesados o peligrosos para los que la escasez de educación formal pueda ser un requisito inexcusable para ser contratado en la rueda sin freno del capitalismo. Invertir en saber solo lo necesario es una estrategia ganadora para el beneficio empresarial.
Escasez de felicidad
Terreno muy resbaladizo el asunto de la felicidad. ¿Quién es el osado que se atreve a pronunciar su nombre, casi siempre en vano?
Para la ONU en su World Happines Report, los países con mayor felicidad son Dinamarca, Suiza, Islandia, Noruega y Finlandia. Los menos felices: Burundi, Benin, Afganistán, Togo y Siria. Un resultado casi predecible.
España aparece en el puesto 37 de 157 países analizados. Un dato singular español es que en nuestro suelo 4 millones de personas dicen sentirse solas, la mayoría ancianas, y que un 25 por ciento de hogares está compuesto por un individuo único.
Para efectuar el estudio, se han tenido en cuenta aspectos como la esperanza de vida, la empatía social, la generosidad, el grado de corrupción política, el PIB y la libertad para tomar decisiones privadas sin trabas de ninguna clase.
Los datos que arroja el Índice del Planeta Feliz 2015 elaborado por New Economics Foundation nada tienen que ver con los antes mencionados. Han tomado como factores relevantes la expectativa de vida, el respeto ecológico con el entorno y la percepción subjetiva de la felicidad.
Los resultados son sorprendentes. Los países donde la felicidad reina mayoritariamente son Costa Rica, Vietnam, Colombia, Belice, El Salvador, Jamaica, Panamá, Nicaragua, Venezuela y Guatemala. En los que la felicidad visita menos a sus moradores se encuentran 6 países africanos, Mongolia y ¡Catar, Bahrain y Kuwait!
Con los datos ante la vista, la actitud normal sería de confusión total. Resulta claro que la felicidad no puede encerrarse en definiciones unilaterales o cerradas.
Cualquier matiz puede decantar la felicidad o la infelicidad de un lado u otro. A pesar de ello, perseguir la felicidad es una meta del ser humano, quizá una quimera inalcanzable o utopía que jamás llegará a materializarse de modo terminante.
¿Cómo se mide la escasez de felicidad? ¿Cuánta felicidad significa la plenitud? La felicidad más parece una pregunta sin respuesta o un problema sin solución que un concepto a debatir con argumentos convincentes.
Pero ya desde 1812, en la Constitución liberal conocida popularmente por La Pepa, España aupó al ámbito político como un fin social la tan veleidosa felicidad. Sucedió por primera vez en la historia universal. En 2008, Ecuador recogió el mismo guante y reconoció la felicidad como una legítima aspiración humana en su nuevo texto constitucional.
En suma, aquellos que diseñan la escasez son los verdaderos amos del mundo, si bien no es más rico el que más tiene sino aquel que es capaz de renunciar a más cosas sin sentir mengua alguna en su acervo personal. La pobreza puede ser relativa pero tener hambre no admite interpretaciones ni valoraciones condescendientes o justificativas de tal situación vital al borde del precipicio.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.