Hoy, 5 de marzo, se cumplen cinco años desde la desaparición física de Hugo Chávez Frías y es justo y necesario aportar una breve reflexión sobre el legado que dejó su presencia en Venezuela y en América Latina y el Caribe. Como antes, en 1959, Fidel con el triunfo de la Revolución Cubana, la irrupción […]
Hoy, 5 de marzo, se cumplen cinco años desde la desaparición física de Hugo Chávez Frías y es justo y necesario aportar una breve reflexión sobre el legado que dejó su presencia en Venezuela y en América Latina y el Caribe. Como antes, en 1959, Fidel con el triunfo de la Revolución Cubana, la irrupción de Chávez en la política de su país rápidamente se internacionalizó y alcanzó una proyección continental. No sería una exageración afirmar que con una diferencia de cuarenta años (recordemos que el bolivariano asume la presidencia de su país en 1999) la historia contemporánea de Nuestra América experimentó esos dos terremotos políticos que modificaron irreversiblemente el paisaje político y social de la región. Chávez recogió las banderas que habían sido izadas por Fidel: su exhortación martiana a luchar por la Segunda y Definitiva Independencia de nuestros pueblos y las enclavó en el fértil terreno de la tradición bolivariana.
Con Chávez se hizo realidad aquello que retratara el verso de Neruda cuando el Libertador dijera que «despierto cada cien años cuando despierta el pueblo». Y con la rebelión del 4F Chávez acabó con el letargo del pueblo, rebelión que, «por ahora», había sido derrotada. Pero Chávez sabía que ese pueblo ya estaba alistándose para librar las grandes batallas a los que había sido convocado por Bolívar, re-encarnado en los cuerpos y las almas de millones de venezolanas y venezolanos que se lanzaron a las calles para instalar a Chávez en el Palacio de Miraflores. Y cuando la conspiración del imperialismo y sus peones locales quiso poner fin a ese proceso el 11 de Abril del 2002 una inmensa movilización popular hizo saltar por los aires a los lúgubres emisarios del pasado y reinstaló al Comandante Chávez en la presidencia.
Los cinco años transcurridos desde su siembra otorgan una perspectiva suficiente como para evaluar los alcances de su frondoso y multifacético legado. Los avances económicos y sociales experimentados por el pueblo venezolano, hoy atacados con feroz salvajismo por el desenfreno norteamericano y la infamia de sus lugartenientes locales, son importantes pero no son lo esencial. A nuestro juicio lo fundamental, lo esencial, es que Chávez produjo una revolución en las conciencias, cambió para siempre la cabeza de nuestros pueblos, y esto es un logro más significativo y perdurable que cualquier beneficio económico. Gracias a Chávez, en su país natal y en toda América Latina y el Caribe se hizo carne la idea de que los avances logrados en estos últimos veinte años son irreversibles y que cualquier pretensión de retornar al pasado tropezará con enormes resistencias populares. La inmensa popularidad de Chávez en toda la región revela la profundidad de esos cambios experimentados en el imaginario popular.
Algunos dicen, con evidente mala intención, que el «ciclo progresista» ha concluido. Pero los ventrílocuos del imperialismo en vano tratan de ocultar que la heroica resistencia de los venezolanos ante las brutales agresiones y ataques lanzados por Washington revela, por el contrario, que pese a las enormes dificultades y privaciones de todo tipo a que está sometido el pueblo chavista, éste no tolerará un retorno al pasado, a aquella «moribunda constitución» que Chávez reemplazara con una pieza jurídica ejemplar. Y ese pueblo resiste, y lo hace con tanta fuerza que la oposición que pedía elecciones para acabar con el gobierno de Nicolás Maduro ahora ya no quiere competir porque sabe que será arrasada por un tsunami chavista. Su opción ahora es claramente extra institucional o, más claramente, insurreccional. Resisten en Venezuela como lo hace y lucha con increíble heroísmo el pueblo hondureño, ante la farsa electoral montada por «la embajada» en Tegucigalpa. Pasaron ya tres meses desde que se proclamara el triunfo de Juan O. Hernández y el pueblo sigue en las calles protestando por ese obsceno atraco electoral. Como lo hicieron antes, durante meses, los mexicanos a causa del robo perpetrado contra Andrés Manuel López Obrador en las elecciones del 2012.
Pueblos que se adhieren a las candidaturas progresistas y de izquierda en México (otra vez con López Obrador) y en Colombia (Gustavo Petro); o que con su abstención muestra su repulsa ante la estafa electoral montada en las elecciones presidenciales de Chile. Resiste también en Brasil, donde Michel Temer, es el presidente más impopular de la historia reciente (con un nivel de aprobación del 3%, mientras que su imagen negativa se ubica en torno al 75 %) y lucha por elecciones honestas con Lula como candidato. Y en Perú, donde el gobierno de Pedro P. Kuczinski quedó lastrado por las evidencias del caso Odebrecht y se tambalea ante la creciente ola de descontento que recorre al país. Y resiste con determinación y coraje el pueblo en la Argentina, colocando a la defensiva al gobierno de Mauricio Macri y arrojando espesas sombras de duda sobre la posible continuidad del gobierno de Cambiemos después de las elecciones de 2019.
He aquí el extraordinario legado de Chávez: cambió la conciencia de los pueblos, triunfó en la «batalla de ideas» reclamada por Fidel y a resultas de lo cual en América Latina y el Caribe la derecha ya no puede ganar elecciones, con la solitaria -y seguramente temporaria- excepción de la Argentina. En los demás países el imperio debe recurrir al «golpe blando» como en Honduras, Paraguay, Brasil; o al fraude más descarado, como en Honduras y México; o descargando su inmenso poder mediático para atemorizar y confundir a la población, como en Bolivia, o para blindar mediáticamente la corrupción del gobierno de Mauricio Macri en la Argentina; o apelando al viejo expediente colombiano de asesinar a los candidatos de las fuerzas opositoras, como hace apenas un par de días intentaron hacerlo con Gustavo Petro, que encabeza la intención de voto en la sufrida y entrañable Colombia. Y allí donde todavía no hay fuerzas de izquierda o progresistas que se constituyan como verdaderas alternativas, caso de Chile, la respuesta popular es el retraimiento y el repudio a esa dirigencia política conservadora y neocolonial.
Conclusión: ningún «fin de ciclo». La lucha continúa mientras la derecha trata infructuosamente de estabilizar su proyecto restaurador, que hasta ahora es sólo eso, un proyecto.
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