Traducido para Rebelión por Ricardo García Pérez
El intento de Dominique Strauss-Kahn (DSK), Director General del Fondo Monetario Internacional, de cometer abusos sexuales y violar a una empleada de limpieza africana encarna, a escala microscópica, el conjunto del legado histórico y contemporáneo de las relaciones coloniales neocoloniales. Los esfuerzos por presentar este acto delictivo como una obsesión individual, una debilidad personal o «la idiosincrasia latina» no consiguen explicar la «historia profunda» en la que se inscriben estas patologías psicológicas.
La primera pista salta a la vista en la superficie misma de los antagonistas, en la piel: por una parte, un político europeo blanco y poderoso que representa la voluntad colectiva de una organización que aglutina a la clase capitalista mundial u que dispone de los recursos económicos para castigar con dureza a los países pobres y endeudados que desobedezcan sus perjudiciales órdenes económicas; por otra, una madre soltera, una trabajadora negra de una antigua colonia francesa del África Occidental (Guinea), a quien las autoridades coloniales francesas, cuando se marchaban porque se había atrevido a afirmar su independencia, «despojaron de todo» y, posteriormente, obligaron a someterse a unas imposiciones económicas «neocoloniales» que garantizaran su estancamiento y subordinación.
¿Ha sido por un «ataque de locura», como diría Martin Wolf, del Financial Times, por lo que DSK ha arrojado por la borda un puesto poderoso y prestigioso y, probablemente, la presidencia de Francia a cambio de un momento de sexo con violencia? ¿O estaba interpretando y viviendo los papeles históricos profundamente arraigados en la psique y en las costumbres culturales de un descendiente y artífice de las realidades coloniales: imponer sus demandas sexuales a una «criada negra»? No cabe duda de que el hecho de que la empleada de la limpieza hablara francés y procediera de una antigua colonia francesa que había padecido infinidad de imposiciones «francesas» y, posteriormente, del FMI, producía en el poderoso depredador la sensación de «tener derecho» a apropiarse de la carne negra, igual que tantas otros predecesores y compatriotas en puestos de autoridad habían hecho con «sus» criadas durante la administración de la colonia. En épocas más recientes, es indudable que los altos cargos de las instituciones financieras internacionales que viajan a África suelen rellenar sus cuentas de gastos contratando a prostitutas para que «los sirvan», al tiempo que imponen medidas de austeridad que empobrecen a los países y obligan a millones de personas a huir al extranjero en busca de empleos de ínfima categoría… como empleadas de la limpieza en hoteles de lujo. Tal vez la «familiaridad colonial», la lengua «común» hablada por el opresor y la víctima… excitara la obsesión sexual perversa.
El legado colonial: La psicología social de la violación
La historia de las conquistas coloniales, guerras imperiales y ocupaciones militares, primero europeas y, luego, estadounidenses, es una historia de saqueo, esclavitud, explotación y, por encima de todo, afirmación de supremacía y poder. Los beneficios y placeres caen del lado tanto de los grandes ejecutivos de la banca y la minería como de las autoridades coloniales, sobre todo entre quienes, de las clases medias ascendente y sus familiares y amigos en el país, ven en su recién descubierto poder una oportunidad de satisfacer los antojos y caprichos que se les niegan en sus ciudades «de origen».
El poder absoluto de los administradores coloniales les permite obtener sumisión absoluta ante los tribunales de justicia de quienes carecen de poder (las mujeres africanas solteras, sin familia, ni amigos) y de todos aquellos a quienes se niega la igualdad. Estos últimos viven sometidos a los despidos, las listas negras, el desempleo, la intimidación, la humillación y los insultos por atreverse a denunciar a sus superiores coloniales. Estas circunstancias y relaciones se reproducen hoy día en todos los países sometidos a los dictados del FMI, el Banco Central Europeo y el Departamento del Tesoro estadounidense.
Neocolonialismo contemporáneo: Llegan, saquean, violan
El FMI y sus adláteres financieros imperiales se aprovechan de las deudas y las crisis de unos gobernantes corruptos y cómplices para dictar las condiciones de los préstamos. Los altos cargos se apropian de la soberanía e imponen medidas económicas que privatizan y desnacionalizan el conjunto de la economía, reducen salarios y pensiones, empeoran las condiciones laborales y ejercen derecho a veto contra todos los cargos económicos locales. El FMI y los bancos centrales vuelven a colonizar al país deudor. Todos los beneficios del comercio y la inversión se destinan principalmente al exterior y a las clases más altas. La división neocolonial del trabajo supone capital imperial y mano de obra negra.
Inmersos en este sistema de poder mundial histórico, las poderosas autoridades de las organizaciones internacionales cuentan con el respaldo económico y militar de Estados Unidos y la Unión Europea: los directores son nombrados por euroamericanos y suelen imponer las reglas del juego con las que prosperan. Los «altos cargos internacionales», en calidad de estrechos colaboradores y socios anteriores y futuros de la riqueza empresarial privada y de probables dirigentes políticos de los gobiernos imperiales, viven y comparten el poder, la riqueza, el lujo y las ventajas de los más ricos. Vuelan con billete de primera clase y se alojan en las suites más lujosas de los hoteles de cinco estrellas. Reciben de sus endeudados «anfitriones» un trato digno de reyes. Sobre todo, están acostumbrados a que se les obedezca: esperan sumisión. Creen que sus caprichos y perversiones son «excrecencias naturales» de sus «saludables apetitos» estimulados por viajes vibrantes, por reuniones frecuentes y por las insoslayables órdenes que dictan. Si los más altos cargos locales de un país deudor se someten, ¿quiénes son las empleadas de la limpieza para poner pegas? Deberían sentirse orgullosas de haber sido escogidas para «servir» a quienes hacen y deshacen en economías enteras y en los medios de vida de millones de personas.
La resistencia
DSK, el flamante regente de la mayor institución económica global, no esperaba que una antigua súbdita colonial francesa inmigrante se resistiera a sus insinuaciones sexuales. Cuando en un principio se negó a someterse, DSK recurrió a la fuerza y la violencia. Exactamente igual que, cuando los trabajadores y los desempleados convocan huelgas generales y manifestaciones masivas contra los programas de austeridad impuestos por el FMI, los gobiernos ordenan a la policía y las fuerzas armadas que impongan la sumisión con violencia. La empleada negra de la limpieza no se resistió primero para someterse después, como suele suceder en el caso de los movimientos de los trabajadores. Convirtió su furia en una cuestión pública, denunció la conducta delictiva violenta oculta bajo la imagen respetable y acomodada. Enfrentó al regente con la opinión pública democrática en general. El rostro público del capital financiero internacional, la cabeza visible de la misma institución predadora que viola a poblaciones enteras de trabajadores en nombre de eufemismo vacuos («estabilización económica») no es más que un burdo ladrón de entrepiernas, un viejo verde de tres al cuarto.
¡Cuántos millones de mujeres trabajadoras y campesinas indochinas y argelinas, y de sus descendientes, que padecieron humillaciones semejantes durante la administración colonial francesa, deben de sentirse ahora reivindicadas por el simple acto de denuncia de una guineana empleada de la limpieza, tan lejos de África, pero tan cerca del corazón de la rebelión contra las injusticias universales infligidas a diario por el FMI y sus cómplices locales!
Las reacciones de la izquierda: los socialistas franceses
Como se podía esperar, la mayoría de la opinión «socialista» francesa ha defendido a DSK y ha acusado a su víctima, la trabajadora africana negra, de formar parte de una siniestra conspiración capitalista contra el esencial portavoz e impulsor del capital internacional escogido.
El Partido Socialista francés cuenta con una larga y sórdida historia de apoyo a guerras coloniales sangrientas: Indochina, Argelia y docenas de intervenciones militares en África. En la actualidad apoyan las guerras contra Libia, Iraq y Afganistán. Como siempre, son «disidentes», izquierdistas, intelectuales «críticos» y facciones «trotskistas» que hablan en defensa de los «derechos» del acusado, y también de la víctima, pero que veían en DSK, el director del FMI, y en sus multimillonarios partidarios, el billete de regreso al Palacio del Elíseo, a la presidencia y a los botines que proporcionaría el cargo.
El «socialismo colonial» en Europa, igual que el «liberalismo imperial» en Estados Unidos, tiene una larga e ignominiosa historia: ambos «confían» en la declaración de inocencia de un financiero procesado antes que en las acusaciones de una empleada de la limpieza negra e inmigrante, cosa nada rara. Tienen toda una trayectoria de conversión de delincuentes en víctimas y de víctimas en conspiradores… delincuentes.
No hay más que ver el apoyo de los socialistas franceses y los liberales estadounidenses a los colonialistas israelíes antes que a los «terroristas» palestinos; o a las fuerzas de ocupación de la OTAN frente a la resistencia afgana; o a los autócratas tunecinos frente a los manifestantes pro democracia.
El hecho de que algunos sectores de la «izquierda» en Francia y Estados Unidos afirmen que DSK es una víctima de una «conspiración de las élites» es una señal indudable de la degeneración total y absoluta en que viven y de la perversión de cualquier cosa que se parezca a una actitud progresista. Bajo los dictados de Strauss-Kahn el FMI ha impuesto los recortes sociales más reaccionarios de la historia reciente en España, Grecia y Portugal: la tasa de desempleo asciende en España entre los menores de 30 años al 45 por ciento y, en el conjunto de la población, al 22 por ciento; en Grecia, al 16 por ciento y en Portugal, al 13 por ciento. Las pensiones se han reducido un 15 por ciento y los salarios, un porcentaje igual o superior. Se van a privatizar grandes sectores de la economía griega, cifrada en 50.000 millones de euros, porque DSK actúa en beneficio de las multinacionales. Con las medidas de austeridad del FMI las economías de Europa meridional se contraen: las inversiones públicas y el consumo privado experimentan un retroceso y las tasas de crecimiento negativo de los tres últimos años rondan entre el 5 y el 10 por ciento sin que haya un final a la vista.
Si hay alguna «conspiración» para tender una trampa a DSK, no hay duda de que no procede de ninguna «élite», ni de ningún «gran grupo bancario». Lo más probable es que después de la reclusión y procesamiento iniciales, los poderes económicos que respaldan a DSK se pongan a trabajar; ya han conseguido que salga en libertad bajo fianza; la víctima y acusadora ha sido sometida a un intenso interrogatorio policial y se puede esperar que los «medios de comunicación» y la presión legal la obliguen a retirar las acusaciones. El sistema jurídico raras veces actúa en favor de las víctimas trabajadoras que se enfrentan a un equipo de abogados poderoso que defiende a un predador multimillonario, sobre todo si es portavoz de la clase capitalista internacional para la que trabaja.
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