El presente gobierno mantiene a la población en una situación de clientelismo, indefensión y dependencia como nunca antes había ocurrido a lo largo de nuestra historia republicana. Primero que nada, todo gira en torno al discurso presidencial con sus cadenas compulsivas e interminables que de verdad hacen honor a su nombre: encadenan más allá de […]
El presente gobierno mantiene a la población en una situación de clientelismo, indefensión y dependencia como nunca antes había ocurrido a lo largo de nuestra historia republicana. Primero que nada, todo gira en torno al discurso presidencial con sus cadenas compulsivas e interminables que de verdad hacen honor a su nombre: encadenan más allá de su contenido y su mensaje subjetivo. Es importante decirlo porque se trata de un discurso y de una secuencia de narrativas plagadas de exabruptos y contradicciones. El Presidente habla de Patria Soberana en momentos en los que está entregando a Guyana y a las transnacionales los últimos remanentes de nuestro reclamo histórico sobre el Territorio Esequibo. Hay un énfasis en la promoción de una pretendida Venezuela Potencia cuando la hambruna y la falta de medicinas -entre otras muchas carencias- están acabando o malogrando gran parte de la población del país comenzando por las generaciones futuras. Maduro dice y recalca que otros países nos envidian por nuestra democracia perfecta y un bienestar sin parangón posible, cuando huyen de Venezuela cientos de miles de ciudadanos, para ser seguidos por otros cientos de miles más si la situación sigue por ese camino: y tal parece ser el pronóstico. El Ejecutivo con su Asamblea Nacional Constituyente designada casi a dedo se desvive de carnaval en carnaval con gastos billonarios, mientras los enfermos en los hospitales se mueren de mengua y sin recibir cristiana sepultura.
Son demasiadas cosas que nos indignan sin que haya lugar para una respuesta apropiada. Es obvio que Maduro aparenta estar gobernando un país ficticio, que no es Venezuela; tal vez le queda mejor el nombre de «Madurolandia», hecha a la medida del Primer Mandatario. Aquí se constitucionalizan medidas erráticas de emergencia como la creación de los CLAP y el discriminador Carnet de la Patria, que jamás podrán dar cobertura a las necesidades alimentarias de toda la población, sin entrar en el análisis de sus características intrínsecas. La hiperinflación pretende resolverse quitándole ceros al arruinado bolívar «fuerte» y decretando aumentos salariales permanentes con la emisión de más dinero inorgánico, que será nuevamente devorado por la misma hiperinflación.
El Presidente se declara protector del pueblo y de manera deliberada cercena su capacidad colectiva y protagónica como sujeto transformador, para de esta manera liberarse de toda culpa y achacarle todos los males que vive la población al bloqueo externo, a la criminal guerra económica inducida -amén de otras guerras de última generación- en medio de un destape público de apropiaciones delictivas de cientos de miles de millones de dólares producto de la corrupción, que nos colocan en niveles de impunidad jamás vistos y que son una muestra de la enorme corrupción, ineficacia e ineficiencia que reina en todos los ámbitos de la administración pública. Y esto no se detiene: el escaso ingreso y suministro de divisas se realiza a través de subastas netamente especulativas, en las que solamente un pequeño sector de la burocracia y la burguesía -dueño de abundantes recursos monetarios e influyente en grado sumo- sale favorecido; tal proceder refleja un decadente hipercapitalismo bursátil y mafioso, a mil años luz de la tan cacareada economía socialista. Igual ocurre con la falsa criptomoneda «petro», producto de los despojos de una minería depredadora que no podría ser más antiecológica, genocida y geocida.
El repetitivo discurso presidencial de Nicolás Maduro difícilmente podría ser más voluble y contradictorio. Primero jura ser el hombre más pacifista del Planeta para luego, en seguida -ya en el mismo párrafo- lanzar una andanada de insultos y descalificaciones incluso a quienes discrepan un ápice de su ideología, más dogmática que cualquier cartilla estalinista. No pocas veces arremete contra algún jefe de Estado y al día siguiente se desata en una retórica laudatoria sobre el mismo personaje. Así se comporta todo el gabinete. De repente cualquier acólito del oficialismo lanza ditirambos ensalzando las bondades del capital privado, esforzándose por captar inversionistas nacionales y sobre todo extranjeros. Más a la media ahora viene otro vocero hablando de expropiaciones, fiscalizaciones y una guerra a muerte contra la burguesía. El propio Maduro promete desde ahora aplicar la «Ley de los precios justos» una vez que gane las elecciones, en forma implacable.
Volviendo al tan sensible tema económico, queremos destacar que en todo este lío la más amenazada y perjudicada resulta ser nuestra moribunda clase media, contrariamente a las promesas iniciales tan elocuentes del Presidente Chávez. Aunque los neo-economistas de la escuela de Alfredo Serrano digan todo lo contrario, los pequeños emprendedores y la clase media profesional se desangran ante la hiperinflación, la imposibilidad de acceder a divisas y los compulsivos aumentos de sueldos que prontamente se vuelven nada, ya carentes de poder adquisitivo. Imaginémonos tan solo al modesto dueño de un taller mecánico, casi desprovisto de recursos, quien se ve obligado a erogar múltiples aumentos de sueldos a sus empleados -no es que no lo merezcan- y además se ve impedido de adquirir insumos por carecer de divisas.
De esta manera la clase media en su casi totalidad se sumerge en el 90% (noventa por ciento) de pobreza que actualmente azota nuestra «Madurolandia». La tendencia de esta impresentable caricatura de la Revolución Bolivariana es masificar a la población entera en colectivos indiferenciados y absolutamente dependientes de un Ejecutivo omnipotente, el cual ejerce ese poder ilimitado a través de satrapías manejadas por una casta político-burocrática de privilegiados cívico-militares de origen rentístico petro-minero. Los recursos necesarios para tratar de mantener -sin poder lograrlo- a las decenas de millones de pobres engendrados por este sistema sociopolítico provienen de una depredación inmisericorde de los bienes de la naturaleza mediante un extractivismo primario antiecológico: llevado a cabo por compañías transnacionales, a quienes se les ha regalado una gran parte del territorio nacional, por vía inconstitucional y violadora de los principios éticos más elementales.
El pasado domingo 20 de mayo el madurismo demostró que no tiene límites en su práctica de chantaje y extorsión clientelar de los ciudadanos a través del llamado carnet de la patria, para obligarlos a votar por su fórmula electoral, bajo la amenaza velada de excluirlos de los insuficientes subsidios y programas sociales a los que tienen derecho, en caso de que incumplan esa exigencia. Una legitimidad nacida de la vulneración de la dignidad humana y la depravación de la política, no tiene asidero en la voluntad verdadera del soberano. Es una manifestación de la degradación del ejercicio de la política, que nada tienen que ver con las bases éticas y programáticas libertarias de la revolución bolivariana.
Ana E. Osorio, Hector Navarro, Oly Milan, Gustavo Marquez, Esteban E. Mosonyi, Edgardo Lander, Santiago Arconada, Gonzalo Gómez, Carlos Carcione y Juan García
Miembros de la Plataforma Ciudadana en Defensa de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela
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