Muchos autores que escriben sobre esta novela lo hacen enfocándola como si hubiera sido escrita en contra de Stalin, sin caer en cuenta de que una gran obra critica los defectos de toda sociedad, independientemente de la época y el lugar donde la trama se desarrolla. También olvidan los criterios con que es promocionada una […]
Muchos autores que escriben sobre esta novela lo hacen enfocándola como si hubiera sido escrita en contra de Stalin, sin caer en cuenta de que una gran obra critica los defectos de toda sociedad, independientemente de la época y el lugar donde la trama se desarrolla. También olvidan los criterios con que es promocionada una obra de arte: en algunos lugares lo que prima es la ganancia, en otros, la calidad y la belleza de la creación artística; por otra parte, dan a entender que la censura sólo existe bajo el socialismo, y no en el mundo entero. Por último, olvidan mencionar que bajo el socialismo se produjeron grandes obras, que la censura de acá se encargó de ocultar.
Dejando aparte estos detalles, que pueden ser tratados en otro momento, centrémonos en la obra de Bulgakov, El Maestro y Margarita. Así como el Jesús de esta novela no es Jesús, el diablo o Woland, personaje central de esta narración, no es precisamente el demonio, pues no actúa como tal sino como un poder hegemónico que pretende establecer justicia. Por ejemplo, los dos únicos personajes que elimina son Berlioz, el todopoderoso director de Mosslit, Literatura de Masas, por impedir la publicación de Poncio Pilátos, la novela del Maestro, y un oscuro varón que, pese a pertenecer a la nobleza, trabaja de soplón para la policía secreta, o sea, un vil traidor. Los demás son castigados de manera jocosa, por decir lo menos, y quedan tan escarmentados que sin excepción piden a las autoridades ser encerrados en celdas acorazadas.
Es cierto que Bulgakov sutilmente se burla de los defectos del socialismo que son, al mismo tiempo, defectos del capitalismo, porque la avaricia, la codicia, la ruindad y la traición, duramente criticados a lo largo de toda la obra, son también aberraciones de cualquier sociedad. Y es eso precisamente lo que Woland apunta desde el escenario del Teatro de Variedades, que los habitantes de Moscú todavía tienen esos defectos, pese a que la revolución triunfó quince años atrás.
Vale la pena recalcar la diferencia entre la Margarita de Goethe y la de Bulgakov. Mientras la una cae inocentemente en manos de Mefistófeles, y es perdonada, la otra, que también es perdonada, pacta conscientemente, y lo hace en nombre de la libertad del arte y la belleza, sin pedir nada a cambio. Woland tiene que liberar al Maestro del manicomio, casi como premio obligatorio; antes le recalca: «Correcto, haces bien mujer orgullosa. Jamás le pidas nada a los poderosos, que ellos mismos te lo propongan».
Woland y Berlioz dicen al Maestro lo mismo sobre el personaje de su novela, pero mientras el primero lo hace jocosamente y le augura éxitos futuros, el segundo lo hace autoritariamente y le da a entender que obras de ese tipo no tienen asidero, razón por la que Woland lo castiga desde el mismo inicio. El diablo de Bulgakov no representa el mal sino que lo combate, tan es así que, finalmente, libera del martirio eterno a Poncio Pilatos, que en adelante se dedicará a filosofar con Jesús, y recupera de la hoguera la obra del Maestro para la inmortalidad.
Es posible que EEUU y el mundo necesiten del retorno de Woland que nos libere del manicomio belicoso al que nos han conducidos los Obama, que han pretendido manejar nuestros destinos a su antojo y paladar.
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