Recomiendo:
0

Más sobre el revisionismo

El Marx sin ismos de Francisco Fernández Buey (IV)

Fuentes: Rebelión

¿Dónde está el punto, el motivo de objeción en asuntos de revisionismo? Para FFB no puede haber duda en este vértice: lo que se ha de objetar o criticar no es toda revisión de la obra de Marx por el mero hecho de ser revisión, alteración, corrección (actitud absolutamente inconsistente con el propio hacer del […]

¿Dónde está el punto, el motivo de objeción en asuntos de revisionismo? Para FFB no puede haber duda en este vértice: lo que se ha de objetar o criticar no es toda revisión de la obra de Marx por el mero hecho de ser revisión, alteración, corrección (actitud absolutamente inconsistente con el propio hacer del autor de Das Kapital y con los materiales y procedimientos con los que construyó su principal finalidad), sino con «la desarticulación, académica o política, de los elementos integrantes de la misma y, sustancialmente, la dirección concreta de tal o cual revisión cuando ésta elimina, desprecia o despacha sin consideración aquella intención emancipatoria y revolucionaria» [1]. Este es el kernel del asunto, no la discusión por supuesto de tal o cual tesis marxiana o tal o cual desarrollo. Marx no es ningún Dios y su obra no es ninguna Biblia.

Para FFB una versión actualizada de la afirmación lukcásiana sobre la ortodoxia y el método debería decir aproximadamente lo siguiente: la renovación comunista de la tradición que tiene su origen en Marx, en la medida en que de verdad desee continuar esa tradición (y no integrarse diríamos ahora en variantes más o menos sofisticadas de la cosmovisión neoliberal), «tiene que conservar -en su revisión de afirmaciones o tesis particulares- la tensión unitaria original entre un filosofar humanista y materialista, la tendencia hacia un conocimiento científico-crítico tanto de las relaciones de explotación como de las alienaciones y falsas consciencias, y la vocación emancipatoria universalista, la inspiración revolucionaria». Este enfoque, este concepto de la revisión del pensamiento marxiano, pone el acento en los aspectos que unen a la humanidad sufriente y permite ubicar en el archivo de lo inútil y acaso nefasto el más que peligroso concepto de revisionismo. En la mejor tradición de Marx: no se sienta encima de él, sino que se basa en su obra.

Los marxismos, advierte FFB, que rompen su vínculo con los movimientos emancipatorios se convierten en uno más de los sistemas filosóficos realmente existente en la civilización burguesa. Pierden su sustancia original, pierden propiamente su marxismo. Son otra cosa, no anclan su realidad en la dialéctica (abierta) teoría-práctica.

Las diferentes funciones político-morales de los marxismos existentes y de las distintas consecuencias que en la consciencia de los trabajadores ha tenido la difusión de un marxismo como ideología estatal y de otro marxismo como elemento teórico-práctico de la resistencia obrera en el capitalismo tardío.

¿Cómo explicar, por otra parte, que la herencia y la vigencia de la obra de Marx, su proyecto emancipatorio, haya quedado limitado a los movimientos que luchan por la liberación de los «pueblos periféricos, y apenas esté presente en las luchas populares de los países del centro del sistema? ¿Cómo explicar la paradoja de que una teoría nacida en el centro del Imperio haya tomado cuerpo en países con circunstancias sociales distintas o bastante distintas?

No hay motivo para la extrañeza. PPB recuerda que no es la primera vez en la historia que ocurren cosas de esta naturaleza. No parece que Cristo, recuerda FFB, pensara en Roma cuando predicaba en los desiertos [2].

¿Cómo concibe FFB los marxismos posteriores a la muerte de Marx, el mismo filósofgo que hizo aquella magnífica declaración de talante político y epistemológico antidogmático y antisectario sobre su no marxismo? De la manera siguiente: «Si se acepta que lo sustancial del pensamiento y de la obra de Marx es su intención emancipatoria, si se comparte el carácter abierto, antidogmático y crítico de la inspiración original de dicha obra y si se admite la vocación científica lograda de una parte importante de la misma», entonces esos marxismos posteriores a la muerte del revolucionario de Tréveris (1883), empezando -remarca FFB- por el propio Engels, no tiene que verse sólo como «corrientes de interpretación, distintas y a veces contrapuestas», de lo escrito por el gran clásico sino «también y sobre todo como desarrollos propios de puntos particulares (filosóficos, científicos o político-morales) con relevancia variable pero siempre motivados, en última instancia, por el peso de la contrastación ente el pensamiento y el ideario marxiano y la evolución histórica real, del modo de producir y de vivir bajo el capitalismo».

Un ejemplo de ello: el marxismo sin ismo del autor de Por una tercera cultura.

¿Qué era en opinión de FFB lo más vivo del pensamiento de Marx en el primer centenario de su fallecimiento? Lo siguiente…

PS: En la «Carta de la Redacción» de mientras tanto de 1983 (núm. 16-17, pp. 6-7), redactada por Sacristán pero fruto de una discusión colectiva se señalaba:

«Cuando, a finales de los años setenta del siglo pasado, Marx relativiza los resultados de su investigación, admitía que eran posibles desarrollos comunistas que no pasaran por «el modo de producción capitalista», que fueran, por así decirlo, para-capitalistas; la indeterminación en que estamos hoy respecto de un camino comunista es propia, en cambio, de una situación que se podría llamar post-capitalista, si por capitalismo se entiende la que conoció Marx; no porque estemos más allá del capitalismo, sino porque nos encontramos ya ante la urgente necesidad de resolver problemas de los que Marx había pensado que no serían abordables sino después del capitalismo. El más importante de esos problemas previstos por Marx es el ecológico, desde sus aspectos relacionados con la agricultura hasta el motivado por las megalópolis. A Marx la solución de esos problemas le parecía cosa del futuro socialista. Difícilmente habría podido imaginar que el crecimiento de las fuerzas productivo-destructivas iba a plantear esos problemas, y con urgencia, antes de que se vislumbrara un cambio revolucionario de la vida cotidiana, ni siquiera de la mera política. Aunque el principal, ése no es el único terreno de revisión necesaria de las previsiones de Marx, de sus certezas o de sus confianzas. Hay muchos otros, empezando por la misma expresión verbal de las ideas más elementales del pensamiento comunista. La única explicación del mantenimiento de una jerga metafísica de finales del siglo XVIII y principios del XIX para hablar de comunismo es la eficacia emocional de las fórmulas rituales (por lo que hace al pueblo fiel) y la utilidad de su dominio para escalar en la carrera académica o política (por lo que hace a los clérigos).»

Cuando se pensaba -«como pensamos en el colectivo de mientras tanto «- que el valor principal y más duradero de la obra de Marx era su condición de eslabón de la tradición revolucionaria, «revisar críticamente esa obra quiere decir intentar mantener o recomponer su eficacia de programa comunista. Trabajar la obra de Marx separándola de la intención comunista de su autor no tiene sentido marxista, aunque pueda tenerlo político-conservador o académico. Separar de aquella intención motivos que no se sostienen bien científicamente, o que son ya inaplicables a una realidad cambiada, es seguir la tradición de Marx: eso mismo intentó él con autores como Owen o Fourier.»

Tampoco este paso de Sacristán, de 1977 (‘A propósito del «eurocomunismo»´,PM III, p. 201-202) está alejado de las posiciones de FFB:

«El revisionismo al que Berstein dio forma en otra situación de la sociedad europea (no sin analogías con ésta) presenta muchas cosas en común con la práctica de los partidos comunistas europeos contemporáneos. Para empezar, unas raíces de clase bastante parecidas; el progresivo paso de la hegemonía dentro del partido a equipos dominantes pequeño-burgueses de profesionales (no de intelectuales puros o teóricos, como en los partidos extremistas), con retroceso de la fuerza obrera en la dirección política (pese a ser mayoritaria en la organización, a diferencia de lo que ocurre en la mayoría de los partidos comunistas minoritarios), es tan evidente en los partidos «eurocomunistas» como lo fue en la socialdemocracia del cambio de siglo. Luego tienen en común una buena y sensata percepción de la realidad. Luego, muy en relación con la raíz de clase de los equipos dirigentes, la concepción positivista de la realidad como sustancialmente inmutable. Por último, un politicismo desenfrenado en el que confluyen el juicio positivista sobre la inmutable realidad y la jactancia vanidosa del pequeño burgués, particularmente del intelectual sin pasión por las ideas. La orientación general de un comunismo marxista tiene que consistir hoy en la reafirmación de la voluntad revolucionaria (sin la cual no sería una orientación comunista) y el intento de conocer con honradez científica la situación (sin lo cual no sería una orientación marxista)».

Lo primero que hacía falta para articular esa orientación era una consciencia autocrítica del fracaso o el error de las previsiones de 1917-1919 e incluso de la literalidad de la perspectiva marxiana. «Hay que saber y reconocer, con la libertad de vanidades y dogmatismos imprescindibles para pensar científicamente, que las «condiciones materiales» contempladas en el esquema marxista, desde el siglo XIX, como presupuestos de la revolución proletaria se cumplieron hace ya mucho tiempo, y que por ese lado no hay que esperar nada, ninguna «etapa» que aún hubiera que cubrir por causas objetivas o materiales. Las «condiciones materiales» presupuestas por la tradición marxista se han realizado con una abundancia que Marx no había ni imaginado; la sociedad anónima o «el capital por acciones» que según Marx «muta en comunismo», se ha quedado hasta anticuado, y, sin embargo, no ha habido revolución social. Con eso no queda ya ni sombra de apoyo para un marxismo mecanicista que, ciertamente, sólo se puede imputar a Marx en los momentos en que algún descubrimiento le deslumbra o en los que él también da una cabezada, pero que, no menos ciertamente, es elemento de mucho peso en la tradición del movimiento (y en el ideologismo de varios grupos). Superar el mecanicismo, tan fuera de lugar cuando no hay ya mecánica alguna cuyos efectos esperar, es una condición necesaria para reconstruir científicamente la perspectiva revolucionaria, para distinguir verazmente entre conocimiento y voluntad, entre lo que hay y lo que el movimiento quiere que haya».

Teniendo en cuenta el desarrollo de las fuerzas productivas y dada la presente articulación de las relaciones de producción, «la idea de que el movimiento proceda llevado necesariamente por una corriente entrecortada a ciertos niveles determinados, como por un río con esclusas, es un mito científico que se tiene que sustituir por la visión de un movimiento situado en un terreno del que conoce algo e ignora mucho; un movimiento que se dispone racionalmente ante los obstáculos, aprovechando al máximo lo que conoce y sin confundirlo nunca, naturalísticamente, con lo que quiere; y así sabe que sólo tiene sentido porque busca una meta revolucionaria, el comunismo». Desde el punto de vista de la razón de ser, el movimiento no era nada, la meta lo era todo. «Antonio Gramsci (al que tan ingenuamente manipulan hoy) expresó algo parecido diciendo que no interesa montar en la imaginación detalladas construcciones especulativas, como los revolucionarios utópicos, ni menos encerrarse en el forcejeo cotidiano por objetivos ineludibles e importantes, pero insuficientes, al modo de los reformistas, sino que se trata de trabajar por la realización de un «principio ético-jurídico», el principio de la sociedad emancipada. La sujeción positivista a la sociedad presente, adobada a lo sumo con la teoría de etapas y gradualidades en una fantasiosa vía de reformas, es tan acientífica como la prescripción por los utópicos de la forma de freír huevos en la sociedad emancipada.

Notas:

[1] Paco Fernández Buey, «Nuestro Marx». Mientras tanto, 16-17, agosto-noviembre de 1983, pp. 57-80.

[2] El paralelismo no es marginal. Para FFB, desde el punto de vista de las prácticas políticas inspiradas o que dicen inspirarse en la obra de Marx, el destino del marxismo ha sido similar al del cristianismo. De la misma manera que hubo y hay un cristianismo institucional y aliado de los poderes dominantes, justificador de la explotación y de la opresión, y un cristianismo que reitera la inspiración igualitarista original (las teologías de la liberación a las que el autor se mantuvo siempre tan atento y próximo), así también «hay ya desde hace tiempo un marxismo vinculado a la dominación social y un marxismo que se repropone la inspiración revolucionaria, comunista, ambos introducidos en mayor o menor medida como parte notable de las culturas de los pueblos y señaladamente de la subcultura obrera de los mismos».

Salvador López Arnal es miembro del Frente Cívico Somos Mayoría y del CEMS (Centre d’Estudis sobre els Movimients Socials de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona; director Jordi Mir Garcia)

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.